Miró a Amy, que estaba sentada en un sofá del pequeño salón. Estaba pasando a máquina las correcciones que él había hecho.

Durante los últimos días, la tensión entre ellos había aumentado. No era una tensión nacida de la rabia o la frustración. Era la tensión provocada por la incertidumbre de cuándo sería el próximo beso. Y aunque Amy no había ido de nuevo a la cama de él, tampoco había mantenido una distancia profesional.

De vez en cuando, mientras trabajaban juntos, le tocaba la mano, el brazo o el hombro. En algunos momentos, Brendan había sentido el mismo deseo que cuando la había tenido en sus brazos. ¿Cómo era posible que reaccionara así cuando ella seguía siendo un enigma para él?

¿Quién era? ¿Y de qué estaría escapando? Había intentado una y otra vez adivinar su pasado y se le ocurrían todo tipo de ideas descabelladas. Pero, a pesar de sus dudas y reservas, seguía fantaseando con ella. Por la noche, permanecía despierto, imaginándola en su cama, segura bajo las mantas… el pelo esparcido por la almohada como una madeja dorada, su piel caliente y suave. Era en esos momentos cuando más echaba de menos su cuerpo. Era entonces cuando tenía que luchar contra la tentación de levantarse e ir a su cama.

– Esto está bien -dijo ella, sacándolo de sus pensamientos.

– ¿El qué? -preguntó Brendan.

– Este capítulo -contestó, levantando varios folios.

– ¿Pero?

Brendan sabía que siempre había un inconveniente. Ella era una juez implacable. En realidad, Amy podría llegar a ser una buena editora.

– No hay peros.

– Tú siempre tienes alguno.

– De acuerdo. Pero sería mejor si pudieras añadir la opinión de la esposa.

Brendan sonrió. Algunas veces se preguntaba si Amy podía adivinarle el pensamiento.

– He intentado entrevistarla, pero se niega a hablar conmigo.

– Podría intentarlo yo también -sugirió Amy-. A lo mejor estaría dispuesta a hablar con una mujer. Además, conozco a muchas de esas mujeres del Longliner y quizá una amiga pueda presentármela.

Brendan se levantó de la mesa, medio molesto. Pero lo que le había enfadado no era la sinceridad de Amy. Lo que le irritaba era que cada vez que ella se ponía a criticarle un libro, quería tomarla en sus brazos y besarla hasta que perdiera el sentido. Trazar un sendero de besos entre su boca y su cuello, y luego hasta su hombro, hasta que Amy se rindiera en sus brazos.

– Voy a dar un paseo. Necesito despejarme.

Amy se levantó.

– Voy contigo -afirmó alegremente-. Llevo encerrada todo el día y me apetece dar una vuelta.

Aunque a Brendan no le apetecía su compañía, no tenía ninguna excusa para disuadirla. Sabía que cuando Amy Aldrich tomaba una decisión, era imposible hacerle cambiar de opinión.

Así que la vio ponerse las botas y la chaqueta y salió detrás de ella. Saltó él primero al muelle y luego la ayudó a saltar a ella. Amy colocó las manos en sus hombros y él la agarró por la cintura. Así permanecieron un rato, mirándose.

Sería tan sencillo inclinarse y besarla… y retirarse después. Pero Brendan sabía que no se conformaría con tan poco. Así que esbozó una sonrisa incómoda y bajó las manos que tenía en su cintura.

– Vamos.

Ella asintió y se pusieron a caminar. Gloucester era una ciudad extraña. Los pescadores que vivían en el muelle contrastaban con el ambiente turístico del verano. Pero en invierno, todo estaba más tranquilo, casi sereno. Los barcos de pesca se dirigían hacia aguas más cálidas y los turistas también iban a otros climas más benignos. A Brendan le gustaba mucho la calma y muchas veces salía a pasear por la noche cuando se sentía inquieto.

Pasaron al lado de las tabernas y las tiendas, bajo las farolas decoradas para la navidad. Amy levantó la cara y dejó que la nieve se le posara en el cabello y las pestañas. Brendan la miró, convencido de que era la mujer más guapa que había conocido jamás.

– Me encanta la navidad. Es mi época favorita del año -aseguró Amy.

Era la primera vez que hablaba de algo personal.

– ¿Por qué?

– Porque es mágica. Siempre recuerdo cuando de pequeña me despertaba, bajaba las escaleras y me encontraba con un gran árbol de navidad que habían dejado por la noche, completamente decorado con bolitas y luces. Luego, debajo, estaban los regalos, envueltos en papeles preciosos. Mi corazón empezaba a latir a toda velocidad y seguía así hasta la mañana de navidad.

– ¿Sabes? Es la primera vez que has hablado de tu niñez. Estaba empezando a preguntarme si habías sido niña alguna vez.

Amy soltó una carcajada y le dio un golpe en el hombro.

– Claro que tuve infancia. Y fue estupenda.

– ¿Entonces qué ha cambiado?

– ¿Cambiado?

– Me dijiste que no hablabas con tu familia apenas. Me pareció que os habíais peleado o algo así. ¿Por qué?

– En realidad, por nada -contestó, mirando al cielo-. Creo que esta noche va a caer una buena nevada. Huele a nieve.

Caminaron otro rato en silencio y la rabia de Brendan fue en aumento. Pero entonces a Amy le llamó la atención algo de un escaparate y agarró de la mano a Brendan.

– Mira -gritó, señalando unas cajas de adornos navideños-. Llevémonos algo para el barco.

– Yo no soy muy navideño -contestó Brendan.

– ¡Será divertido! Como si fuera una noche veneciana. Recuerdo unas navidades que mis padres y yo pasamos en… -se detuvo bruscamente-. Ya sabes lo que quiero decir, cuando decoran las barcas con luces y hacen un desfile.

Brendan la miró durante un rato y notó en ella un gesto de preocupación. Como si hubiera dicho algo que no quería y quisiera poder borrarlo. Él sabía que no había barcas decoradas con luces en el sur de Boston ni en Gloucester en diciembre. Ese tipo de cosas solo se podían ver en Palm Beach, o en Santa Bárbara, o claro está, en Venecia.

– No sé si voy a quedarme en navidad – dijo Brendan.

– ¿Dónde vas a estar?

– No lo sé. El libro estará terminado para entonces. Probablemente las pasaré en Boston con mi familia y luego me tomaré unas vacaciones. ¿Tú dónde vas a pasarlas?

Ella se dio la vuelta y volvió a mirar los adornos navideños apilados en la tienda.

– Me imaginaba que seguiría trabajando para ti. No tienes que entregar el libro hasta enero y pensé que después… no importa. Sí, lo mejor será que vayas a pasarlas con tu familia -añadió sin dejar de mirar el escaparate.

Brendan se quedó pensativo.

– A lo mejor me quedo aquí. Mi familia nunca ha celebrado demasiado la navidad. Quizá por eso soy así. ¿Y quién sabe? Quizá no haya terminado el libro todavía para entonces.

– Creía que todo el mundo celebraba la navidad.

– Todos menos la familia Quinn. Cuando era pequeño, mi padre nunca estaba y nosotros éramos muy pobres para creer en Santa Claus. Aunque eso sí, Conor siempre nos llevaba a la Misa del Gallo, que nos encantaba. Allí nos daban un regalo a cada uno y lo abríamos en casa. Cuando crecimos, dejamos de ir. Nos parecía ridículo.

– ¿Y tu madre?

– Ella tampoco estaba -hizo una pausa y le vino una imagen vaga de su madre-. Fiona McClain Quinn nos dejó cuando yo tenía cuatro o cinco años. No me acuerdo de ella. Aunque sí recuerdo que una vez nos puso un árbol de navidad con luces y un ángel en lo alto. O quizá solo sean imaginaciones mías.

– Pues este año sí vas a celebrar la navidad. Podemos hacer pastas y cocer mazorcas de maíz. También podemos comprar música navideña. Ya verás como eso despierta en ti el espíritu navideño.

Brendan hizo un gesto negativo.

– No creo. Pero si quieres irte a casa de tu familia, deberías hacerlo. Puedo prestarte dinero. Hasta puedo ayudarte a pagar el billete de avión.

– No, no es por el dinero, es… que no puedo y ya está -soltó un suspiro profundo-. Siento lo de tu madre.

– Yo siento ser tan serio.

– No creo que lo seas. Además, voy a hacer todo lo posible por cambiarlo. Ya verás. Para el veinticinco de diciembre, te sabrás de memoria la letra de varios villancicos.

Brendan se echó a reír y le pasó un brazo por los hombros.

Poco después, él se agachó y agarró un puñado de nieve. Hizo una bola y la tiró delante de él. Amy abrió los ojos de par en par y esbozó una sonrisa traviesa. Luego salió corriendo y gritando, resbalándose sobre el suelo cubierto de nieve fresca. Brendan le tiró una bola de nieve y le dio en el cuello. Ella gritó y corrió a esconderse detrás de una esquina.

Brendan se aproximó despacio. Sabía que ella lo estaba esperando con una bola de nieve, así que decidió sorprenderla. Contó hasta treinta, tomó aire y dio la vuelta a la esquina gritando al límite de sus pulmones.

Amy abrió mucho los ojos sorprendida, y gritó de nuevo. Se llevó las manos a la boca y se dio con la bola que había hecho en la cara. Brendan la agarró por la cintura riéndose y viendo cómo la nieve le caía por la cara. Pero su risa se apagó cuando vio los ojos de Amy.

Dando un gemido, se acercó a su boca, que Amy abrió para recibirlo. Sus lenguas se enredaron. Al principio vacilantes, pero luego con desesperación, como si llevaran mucho tiempo deseándose. Brendan la acorraló contra el muro de ladrillo del edificio.

– Tienes la cara mojada y fría.

Amy gimió y se limpió la cara con las manos. Él se las agarró y las apartó suavemente. Luego secó el agua con los labios y la lengua, explorando así su rostro. Se olvidó de la promesa que se había hecho de mantenerse alejado de ella.

Mientras acariciaba su cara con los labios, ella le abrió la chaqueta y metió las manos dentro para tocar su pecho. Luego le desabrochó los botones de la camisa y acarició su piel caliente con las palmas de las manos. Él entonces soltó un gemido. Ninguna mujer le había afectado hasta ese momento como lo hacía Amy. Ninguna mujer lo había excitado tanto como ella.

Brendan perdió la noción de dónde estaban y dejó de importarle, tanto los transeúntes que pasaban a su alrededor, como el viento helado que los golpeaba. De repente, era como si estuvieran solos. Brendan se inclinó hacia ella y la besó.

– ¿Por qué me haces esto? -susurró él, muy excitado, mientras seguían besándose.

– Me gusta torturarte -aseguró ella, mordisqueándole el labio inferior.

– Veo que te gusta torturarme en todos los sentidos.

Ella sonrió mientras pasaba la lengua por donde antes le había mordido.

– ¿Es que no te alegras de haberme contratado? Estoy trabajando mucho para hacerme indispensable para ti.

En ese momento, se oyó un silbido.

– ¡Eh, váyanse a una habitación! -les gritó alguien.

Amy miró por encima del hombro y vio a cuatro hombres detrás de ellos.

– Será mejor que nos vayamos antes de que nos arresten.

– No estamos haciendo nada ilegal -aseguró Brendan, hundiendo su cabeza en el cuello de ella.

O quizá sí lo fuera, pero en ese momento le daba igual.

– Quizá todavía no -bromeó ella, apartándose de él-, pero supongo que lo que podría pasar a continuación sí que es ilegal. Creo que se considera como escándalo público.

Así que siguieron paseando. Ella de vez en cuando le tiraba alguna bola de nieve, que él tenía que esquivar. De pronto, a Brendan le vino a la memoria la noche en que había sacado a Amy en volandas de aquel bar.

Entonces había pensado que aquel simple hecho cambiaría su vida para siempre. Y en ese momento, completamente cautivado por Amy Aldrich, estaba empezando a darse cuenta de que había estado en lo cierto.

Aunque ella seguía siendo una total desconocida para él y una pequeña voz en su interior le decía que debería alejarse, era totalmente incapaz de resistirse a ella.


El barco estaba en silencio y era mecido ligeramente por el viento que soplaba afuera. Amy observaba a través de los ojos de buey cómo la nieve caía sobre la cubierta. Brendan se había marchado temprano aquella mañana para ir a una entrevista en Boston. Ella se había acostumbrado tanto a estar con él, que no se sentía segura si Brendan no estaba cerca.

La noche anterior, cuando habían vuelto al barco, la situación había sido bastante tensa. Porque una cosa era un beso en medio de una calle nevada y otra muy distinta dar rienda suelta a su pasión en el barco.

Al principio, Amy había pensado que una o dos noches de pasión con Brendan podrían ser una experiencia emocionante. Pero eso era cuando él no era más que un hombre guapo, con un cuerpo irresistible.

En la actualidad sabía que no le sería difícil enamorarse de él. La atraía mucho su claridad de ideas y que estuviera tan centrado en su trabajo de escritor. Sí, tenía que admitir que Brendan le gustaba cada vez más.

Soltó un gemido y continuó observando la nieve caer. Brendan había quedado en volver antes de la hora de comer y esa misma tarde visitarían juntos una planta de procesado del pescado, como trabajo de investigación para el libro.