Meggie se apretó contra él y lo observó mientras él se dormía.

– Te quiero -dijo, acariciándole la mejilla-. Siempre te he querido y siempre te querré.

Aunque eso no cambiaba el hecho de que se había servido de una serie de artimañas para conseguir que él la deseara. Lana le había dicho que todos los hombres ansiaban lo que no podían tener. Pero, ¿seguiría Dylan deseándola después de haber conseguido lo que quería?, pensó, recordando su frialdad la noche de la fiesta de cumpleaños de su abuela.

Se levantó de la cama, sintiendo que no aguantaría volver a ver esa mirada. Sobre todo después de haber hecho el amor tan apasionadamente como lo habían hecho. Sí, no se quedaría para verlo despertar.

Así quizá él se preguntara si la había poseído de veras. Quizá hasta pensara que había sido solo un sueño. De ese modo, volvería por más.

Meggie se secó una lágrima y comenzó a recoger su ropa. Mientras se vestía despacio, no dejó de mirarlo y, antes de marcharse, sintió ganas de tocarlo una vez más. Se acercó a la cama y puso la mano sobre su corazón, que latía con fuerza, aunque con un ritmo lento.

Después de soltar un suspiró, salió de la habitación. Mientras se dirigía a su coche, decidió que, aunque se moría de ganas de seguir a su lado, estaba haciendo lo mejor. Necesitaba tiempo para pensar en lo que iba a hacer para conseguir que él se enamorase. Y estando cerca de él, era incapaz de pensar en nada.

Abrió el coche y, antes de meterse dentro, echó un último vistazo hacia la ventana de la habitación de Dylan. Se lo imaginó allí tumbado sobre la cama. Algún día, quizá pudiera quedarse con él. Algún día, esa cama quizá también fuera su cama.

Pero ese día todavía no había llegado.

Capítulo 8

Cuando Dylan se despertó al atardecer y vio que ella se había marchado, soltó un gemido. Aunque no le sorprendía. Nada podía sorprenderle ya respecto a Meggie. Ni cómo lo había consolado en el hospital, ni cómo lo había cuidado en el apartamento, ni cómo se había entregado a él cuando habían hecho el amor.

Pero todo aquello encajaba perfectamente dentro de su plan de venganza. Lo único que Meggie buscaba era que él se enamorase para luego abandonarlo.

Cerró los ojos y se pasó la mano por el rostro, tratando de no obsesionarse con todo aquello. Meggie debía de tener un corazón de hielo para utilizarlo de aquel modo. Aunque, por otra parte, mientras hacían el amor él había visto el deseo y el éxtasis que había llenado sus ojos. Si había estado fingiendo, sin duda era la mejor actriz del mundo.

Se levantó y agarró su camisa, que todavía olía ligeramente a humo. En el bolsillo llevaba la hoja de papel con el plan de Meggie. Trató de encontrar algún sentido en todo aquello, pero fue incapaz, y es que al fin y al cabo era consecuencia de un estúpido baile de instituto.

Se mesó el cabello y soltó una maldición. Contempló las sábanas revueltas de su cama y se la imaginó allí, desnuda y con la piel encendida por el deseo. Ella era todo lo que él había buscado siempre en una mujer, pero no podía seguir viviendo con aquella duda y aquella confusión. Ya no podía más.

Tiró el papel encima de la cama y fue a su armario por unos pantalones y una camisa limpios. Aquello había ido ya demasiado lejos y tenía que acabar. Si Meggie lo amaba de veras, la obligaría a admitirlo. Y si no era así, rompería con ella inmediatamente.

Se metió el papel en un bolsillo, se puso una chaqueta y salió del dormitorio. No sabía qué le iba a decir exactamente, pero desde luego no iba a ser blando con ella. Por primera vez en su vida, se había enamorado de una mujer y no estaba dispuesto a que ella jugase con él.

– Quizá debería haber hecho más caso de todos aquellos cuentos de los Quinn -se dijo mientras agarraba el casco, la chaqueta de bombero y las botas.

Salió y fue hacia su coche, pensando en que él no podía aspirar a una relación como la que tenían Conor y Olivia. Él no era la clase de hombre que pudiera a aspirar a ser feliz junto a una mujer.

Fue al parque de bomberos a dejar su equipo y luego se dirigió a la cafetería de Meggie. Decidió que lo mejor sería confesarle lo que sentía por ella y pedirle que fuera sincera con él. Si lo amaba, estupendo; y si no, no la volvería a ver. Pero en cuanto entró en el Cuppa Joe's, desapareció toda su resolución.

Meggie estaba delante de la caja registradora golpeando los botones y maldiciendo porque parecía no querer abrirse. Dylan contuvo el aliento y esperó a que ella se diera cuenta que había llegado. Quería ver su reacción.

Pero finalmente se acercó a ella y tiró el papel encima de la barra.

– Cuéntame qué significa esto -dijo, apretando la mandíbula.

– ¿Qué? -preguntó sorprendida.

– No juegues conmigo, Meggie. Ya he visto tu plan y sé lo que pretendes.

Ella se quedó mirando el papel sin poderse creer lo que estaba ocurriendo. En seguida reconoció la hoja de papel.

– ¿Dónde la has encontrado?

– Eso no importa.

– No… no sé qué decir. Esta hoja no significa nada.

– Bueno, dime que el juego ha terminado. ¿O no puede acabarse hasta que reconozca que te quiero? -él respiró hondo y continuó mirándola enfadado-. Bueno, pues muy bien. Te quiero. Te quiero más de lo que he querido nunca a ninguna mujer.

Soltó una maldición.

– De hecho, nunca había querido a ninguna mujer. Tú eres la primera. ¿Te hace sentirte eso mejor?

Ella trató de agarrarle la mano, pero él la apartó.

– Lo siento, pero te aseguro que se trata de un malentendido…

– Lo que más me apena es que podríamos haber tenido un futuro juntos -aseguró él.

– Todavía podemos tenerlo.

– Lo dudo.

– Lana y yo confeccionamos ese plan la primera noche que viniste. Fue una tontería y yo nunca me lo tomé en serio. Sin embargo, cuando me llamaste para salir, me sentí insegura, porque apenas tenía experiencia con los hombres. Así que decidí seguir el plan.

– ¿Esperas que te crea? Todo lo que ha ocurrido entre nosotros está aquí escrito. El que esperaras a que te llamara tres veces, lo de las flores de David… Además, en la fiesta de cumpleaños de tu abuela, Tommy me dio la clave de por qué estabas haciéndome esto. Me contó lo de aquella fiesta en el instituto.

Meggie se quedó mirándolo fijamente a los ojos y él vio en ellos el dolor y el arrepentimiento. De pronto, sintió el deseo de acercarse y consolarla, pero también sabía que no podía hacerlo. Si la tocaba, estaría perdido.

– Aquello fue una equivocación y, desde que lo descubrí, me olvidé de ese absurdo plan.

Pero Dylan no podía creerla.

– Pensé que lo nuestro era real y resulta que todo era parte de un juego.

– Empezó siendo un juego, pero luego todo cambió -insistió Meggie.

Dylan quería creerla. Quería convencerse de que había sido real lo que habían compartido. Pero le parecía que todo estaba contaminado, que todo había sido una manipulación de ella.

– Por otra parte, Dylan, te conozco desde que tenía trece años y sé que no soy la mujer adecuada para ti. Así que imagino que si ahora mismo crees que estás enamorado de mí, es solo producto de este plan. Que tarde o temprano, acabarás cansándote de mí.

Las palabras de ella lo hirieron profundamente. Una vez más, volvían a acusarlo por su reputación con las mujeres. ¿Pero no se había portado bien con ella? ¿Qué quería Meggie que no le hubiera dado? Él no podía cambiar su pasado. Si pudiera, lo haría. Él era así, pensó, sintiendo una enorme rabia. Él estaba dispuesto a perdonarla y que el pasado no influyera en su futuro. ¿Por qué ella no podía hacer lo mismo?

– Quizá tengas razón -murmuró él. Sí, quizá todo hubiera sido una fantasía. Quizá se hubiera engañado a sí mismo, empujado por el deseo de encontrar a una mujer, igual que su hermano Conor había encontrado a Olivia. Pero él no era como Conor y nunca podría llegar a serlo.

– Ahora tengo que irme -dijo, todavía sin creerse que aquello pudiera ser el fin.

– Nunca quise hacerte daño -le aseguró Meggie con voz temblorosa-. Y si te lo he hecho, lo siento mucho.

Sus disculpas no hicieron que Dylan se sintiera mejor. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. En un momento, estuvo tentado de darse la vuelta, pero finalmente se lo impidió el orgullo. Sabía que le iba a costar mucho olvidarla, pero ella no le había dejado otra opción.


– ¿Qué te pasa, muchacho? Ven y tómate otra Guinness. Ya verás cómo te animas.

Dylan apartó la botella que se acababa de beber y agarró otra Guinness a la que dio un buen trago. Si bebía lo suficiente, conseguiría olvidarse de Meggie Flanagan.

– ¿Es por una muchacha? -añadió Sea-mus.

Su padre era la última persona con la que quería hablar de su vida amorosa. No quería sus consejos ni sus opiniones respecto a las mujeres.

– No me pasa nada, papá. Solo estoy un poco preocupado por mis compañeros.

– ¿Por los dos tipos que salieron heridos en ese incendio? ¿Cómo están?

– Están bien -aseguró Dylan-. Winton saldrá en unos días del hospital y Reilly se va ya mañana a su casa -agarró la Guinness y se alejó de la barra-. Voy a ver qué hace Brendan.

Su hermano, sentado cerca de la mesa de billar, estaba trabajando con un ordenador portátil. Tenía una cerveza y la mesa llena de papeles.

– ¿Puedo sentarme? -le preguntó Dylan.

– Claro -contestó Brendan, levantando la vista-. No sabía que estabas aquí. ¿Cuándo has llegado?

– Hace un rato.

– Me enteré de lo de ese incendio. Varios de tus compañeros vinieron a tomarse una cerveza antes de ir a casa. Me contaron que te fuiste del hospital con Meggie. Bueno, ¿y qué te trae por aquí?

– Necesitaba tomarme una cerveza o, mejor aún, unas cuantas cervezas. Creo que voy a emborracharme -hizo un gesto hacia el portátil-. ¿Qué estás haciendo?

– Estoy escribiendo un artículo para la revista Adventure sobre el viaje que hice por el Amazonas la primavera pasada. Y esto de aquí -añadió, agarrando unas cuantas hojas- es para mi libro. Creo que necesito una secretaria. Tengo toda la información revuelta y, si no consigo ordenarla, nunca escribiré ese libro… -Brendan se detuvo-. ¿Me estás escuchando?

– Sí.

– No te creo. ¿Qué te pasa? ¿No te habrás peleado con Meggie?

A Dylan no le apetecía hablar de sus problemas, pero ya que Brendan lo había sacado, pensó que quizá estaría bien conocer su punto de vista al respecto.

– No solo nos hemos peleado, hemos roto -sacudió la cabeza y luego dio otro trago de cerveza-. No sé que me hizo pensar que mi relación con ella iba a funcionar. Nunca en mi vida me ha durado ninguna relación, así que, ¿por qué iba a ser diferente con ella?

– Porque estás enamorado de ella.

– ¿Es tan obvio? Bueno, en cualquier caso, ella solo quería vengarse de mí. Quería que me enamorara de ella para luego dejarme.

– Lo sé. Conor me lo contó.

– ¿Qué? ¿Es que todo el pub está ya al tanto de ello?

– Puede ser. La verdad es que no hay mucho más de lo que hablar, exceptuando la boda de Conor. Y ya empiezo a estar un poco harto de ese tema. Nunca pensé que a nuestro pobre hermano le interesara tanto hablar de muebles y adornos para la casa.

– Yo le entiendo. Cuando un hombre ama a una mujer, se interesa por las cosas que le gustan a ella. Cuando Meggie empieza a hablar de su cafetería, podría estar escuchándola toda la noche. Se entusiasma tanto, que se le ilumina la cara y me parece entonces más guapa que nunca.

– Oh, Dios, estás enamorado de ella, ¿verdad? -le preguntó Brendan, mirándolo como si no pudiera creérselo.

– Pues sí, la verdad es que estoy enamorado. Y así se lo dije a ella, pero no me creyó. Al fin y al cabo, soy Dylan Quinn y es imposible que yo me enamore.

– O sea, que tú también has caído. Primero Conor y después tú. ¡Dios se apiade de vosotros!

– Bueno, quizá el siguiente seas tú -le advirtió Dylan-. Porque Conor nos ha enseñado algo a toda la familia. Ha demostrado que todas esas historias de los Quinn eran mentira. Así que seguro que tú también acabarás enamorándote.

– ¿Y tú? ¿Es que vas a rendirte tan fácilmente con Meggie?

– ¿Y qué otra cosa puedo hacer? -preguntó Dylan, bebiendo otro trago de Guinness.

– Vamos a ver -dijo Brendan-, tú le has confesado que la quieres, ¿no? Pero, según parece, el problema está en que Meggie no se lo cree. Pues entonces lo que tienes que hacer es convencerla de que no puedes vivir sin ella.

– No es tan fácil. No sé si ella me corresponde. Creo que sí, pero no puedo estar seguro debido a lo extraño que ha sido todo en nuestra relación. Me gustaría que pudiéramos volver a empezar. De ese modo, podría estar seguro de sus sentimientos hacia mí.