Pero incluso al decirlo Dylan sabía que estaba mintiendo. Tenía que verla otra vez, tenía que descubrir de dónde provenía aquella extraña e innegable atracción que sentía por ella.

– Está bien -dijo Olivia, apretándole el brazo-. Pero seguro que tiene una buena razón. Después de todo, ¿cómo puede haber una mujer que se resista al encanto de un miembro de la familia Quinn?


– Pareces una chica que acaba de descubrir que su vestido se ha enganchado por detrás durante el gran desfile -comentó Lana, mirando a Meggie de reojo.

Meggie estaba observando la foto que tenía de la fiesta de fin de curso. Iba con un vestido que parecía ya pasado de moda incluso entonces. Pero era rosa y brillante y, en aquel momento, le pareció el vestido más bonito que había visto nunca. Su acompañante y ella estaban de pie delante de una enorme planta.

– Me habría gustado que me tragara la tierra. Fue una experiencia increíblemente humillante. Pensé que no sería capaz de enamorarme nunca más.

– No creo que fuera una velada tan horrible. Es un chico guapo. Un poco bajo, pero guapo -agarró la foto para mirarla más de cerca-. ¿Y qué tiene Dylan en la nariz?

– No es Dylan -continuó Meggie-. Cuando tocaron Endiess Love, nuestra canción, creí que iba a echarme a llorar.

– ¿Pero no me estás diciendo que Dylan te ignoraba completamente? ¿Cómo teníais una canción?

Meggie metió la foto en el bolso y lo dejó detrás de la barra. Luego continuó trabajando.

– Créeme, teníamos una verdadera relación… aunque solo en mi mente fantasiosa.

Lana se sentó en un taburete al otro lado de la barra.

– Parece que lo pasaste muy mal. No me extraña que quieras vengarte.

– No quiero vengarme, pero tampoco puedo olvidar lo que pasó. Todo aquel asunto me persiguió hasta que acabé la carrera. Mis compañeros me recordaban por esa noche. Yo era la chica que estaba enamorada de Dylan Quinn y él me había dejado plantada. Éramos como la Bella y la Bestia.

Lana se encogió de hombros.

– Sería estupendo que pudieras seducirlo y dejarlo luego plantado, así estaríais empatados.

– Tú podrías hacerlo. Consigues lo que quieres de los hombres -Meggie agarró un frasco de sirope de avellana mientras daba vueltas a aquella idea.

Si se pareciera un poco a Lana… Si fuera más agresiva con los hombres, más desinhibida…

– Puedes hacerlo -le aseguró Lana-. Solo tendrás que pensar en ello como si fuera un negocio. Lo resolverías utilizando las reglas de marketing que aprendimos en la escuela.

– ¿Cómo exactamente?

– Estamos tratando de vender un producto… que eres tú. Y tenemos que hacer que un consumidor, es decir, Dylan Quinn, quiera ese producto. Pero una vez se decida a ir por él, cerraremos las puertas de la fábrica y no podrá conseguirlo -dijo Lana-. Así podrás vengarte de él.

– Pero no quiero vengarme. «Venganza» es una palabra demasiado fuerte. Digamos que sencillamente quiero equilibrar la balanza de mi vida amorosa.

– Para abreviar lo llamaremos «venganza» -insistió Lana-. Lo primero que tenemos que hacer es conseguir que se enamore de ti.

– ¿Y cómo vamos a lograrlo? -preguntó Meggie-. Ya sabes que soy un verdadero desastre con los hombres. En cuanto digo o hago alguna estupidez, pierdo el control y ellos me toman por una desequilibrada:

– Estás exagerando. Lo único que sucede es que has tenido mala suerte. Además, tienes a tu favor que Dylan Quinn es un mujeriego empedernido, así que nos será fácil manipularlo.

Meggie soltó una carcajada.

– Si no consigo una cita cuando me lo propongo, ¿cómo voy a conseguirla con Dylan? Además, ni siquiera he mostrado ningún interés por él.

– Precisamente por eso, porque supondrás un reto para él. Los hombres como Dylan solo quieren lo que no pueden tener – afirmó Lana-. Así que, ahora mismo, vamos a diseñar el plan a seguir -añadió, sacando un cuaderno y un bolígrafo-. Confía en mí.

– Está bien -dijo Meggie, que, efectivamente, sabía que podía confiar en Lana en lo referente a los hombres.

Pero de lo que no estaba tan segura era de sus propios sentimientos. ¿Podría ser objetiva estando Dylan Quinn de por medio?

– Haré todo lo que me digas -añadió.

– Hay una serie de reglas que debes seguir. La primera es que deben pasar al menos cuatro días desde que un hombre te propone una cita hasta que sales con él – Lana fue apuntando en la hoja de papel los puntos básicos del plan-. Si aceptas una cita para el mismo día, parecerá que estás ansiosa.

– Muy bien -aseguró Meggie-. ¿Qué más?

– Si te llama, debes esperar un día entero para devolverle la llamada; y sólo puedes telefonearle una vez. Si no lo localizas, no vuelvas a llamarlo.

Meggie asintió.

– ¿Y la regla número tres?

– En las tres primeras citas, no debes permitirle que te recoja en tu casa. Debes quedar con él directamente donde vayáis a ir. Además, debes ser cortés y amable con él y darás por terminada la velada una hora antes de lo que en verdad te apetezca.

Meggie frunció el ceño.

– ¿Y esto se supone que es para conseguir que se enamore? Si fuese él, me pondría a buscar inmediatamente otra mujer.

– Recuerda que a los hombres les gusta conseguir lo que no pueden tener.

– Muy bien. ¿Eso es todo?

– Luego están las reglas concernientes a los besos -dijo Lana-. En la primera cita, nada de beso de buenas noches; en la segunda cita, puedes dejarle que te bese en la mejilla; y en la tercera, en los labios, pero sin lengua.

– Pensará que soy una remilgada.

– Recuerda el principio básico de la economía, la ley de la oferta y la demanda. Cuanto menos le ofrezcas, más querrá él. Debes darle lo justo para que quiera volver por más.

– Pero voy a comportarme como una manipuladora.

– Por supuesto que sí, pero lo bueno de los hombres es que resulta sencillo manipularlos.

– No estoy segura de poder hacer algo así -murmuró Meggie.

Lana hizo un ruido de burla.

– Pero mira a tu alrededor. En el Cuppa Joe's también manipulamos a la gente. Les tentamos a comprar nuestros productos mediante el olfato y el gusto. Les vendemos un estimulante legal hecho casi totalmente con agua y donde el margen de beneficio es muy alto. Y es que, cuando se tiene un buen plan de marketing, no puedes fallar.

Meggie pensó que Lana tenía razón. Era un buen plan y, con cualquier otra mujer, seguro que daría resultado, pero ella siempre había sido un desastre con los hombres. Por otra parte, sería un buen ejercicio para ella y, de lograr su objetivo, podría olvidarse de Dylan Quinn para siempre.

– Está bien, lo haré -dijo ella, tomando el papel donde Lana le había detallado las reglas.

Lana sonrió y luego le dio un abrazo.

– Va a ser divertido. Ahora, lo que tenemos que hacer es rezar para que él vuelva a intentar contactar contigo. Como eres católica, puedes poner una vela a algún santo.

– Las velas no se utilizan para este tipo de cosas -aseguró Meggie-. Puedo telefonearle y…

– No.

– Bueno, pues entonces puedo pasar casualmente por el parque de bomberos y…

– No -volvió a decir Lana.

– ¿Y si no vuelve a llamarme?

– Pues no conseguiremos nada. Pero si eres tú quien lo llama, tampoco conseguiremos nada. Así que lo único que puedes hacer es esperar.

Justo en ese momento sonó el teléfono. Fue Lana quien contestó.

– Cuppa Joe's. ¿Dígame?

Meggie no hizo caso de la conversación hasta que, de repente, oyó que Lana pronunciaba su nombre.

– No, Meggie no está -miró hacia Meggie y comenzó a hacerle señas con una sonrisa en los labios-. Oh, no estoy segura de cuándo volverá. ¿Le digo que lo llame?

– ¿Es por lo de la Espresso Master 8000 Deluxe? -le susurró Meggie-. Si es Eddie, insístele en que, si nos traen una pronto, les daremos un dinero extra.

Lana sacudió la cabeza y le hizo una seña para que se callara.

– Muy bien, yo le daré el mensaje. De acuerdo. Le telefoneará lo antes posible.

Después de colgar el teléfono, respiró hondo.

– ¿Qué, van a traernos la cafetera o no?

– ¡Olvídate de la maldita cafetera! Era Dylan Quinn.

A Meggie empezó a latirle el corazón a toda velocidad.

– ¿Y qué quería? -preguntó, tratando de tranquilizarse.

– Quería hablar contigo.

– Pero, ¿por qué le dijiste que no estaba? -gritó Meggie.

– Porque es parte del plan, ¿recuerdas? Meggie se cruzó de brazos mientras miraba fijamente a su socia. No tenía ni idea de lo que quería decir.

– Si nuestro objetivo es concertar una cita, ¿por qué no me has dejado hablar con él?

– Es demasiado pronto.

– O sea, que debo esperar un día para llamarlo, ¿no?

Lana se quedó pensando un instante y luego sacudió la cabeza.

– No, esta vez vamos a hacer algo diferente. Esperarás a que te llame otra dos veces. Luego, le telefonearás.

Meggie dio un suspiro profundo y decidió que debía confiar en Lana.

Lo cierto era que tanto si conseguía su objetivo, como si no, su vida social iba a pasar a ser bastante más excitante de lo habitual.


El frío invernal que había hecho durante la última semana en Boston había dejado paso a unos días soleados. Dylan se paró a mirar el escaparate de una librería mientras paseaba por la calle Boyiston. Aunque no quería admitirlo, sabía perfectamente dónde se dirigía.

Era su día libre y, como hacía tan bueno, habría podido aprovechar para salir con El Poderoso Quinn. De hecho, Brendan le había llamado por la mañana temprano para ir con él en el barco a Gloucester, pero él tenía otros planes.

Había telefoneado a Meggie en tres ocasiones durante los últimos tres días y ella no le había contestado. De manera que era consciente de que lo más sensato sería abandonar, pero no podía hacerlo. Quizá Olivia tuviera razón y lo más sensato era preguntarle directamente por qué lo odiaba. Así, al menos, sabría la respuesta y podría olvidarse de ella. Sin embargo, su orgullo no le había dejado telefonearle una cuarta vez y había decidido pasar a hacerle una visita.

Cuando ya casi había llegado al Cuppa Joe's, cruzó de acera para echar un vistazo antes de entrar. Desde allí, pudo ver a Meggie en la puerta. Dos hombres subidos a sendas escaleras estaban colocando un cartel.

Dylan pensó por un momento que lo mejor que podía hacer era marcharse inmediatamente de allí. Pero no, no iba a abandonar. La verdad era que no podía quitarse a aquella mujer de la cabeza. No podía dejar de pensar en acariciarla mientras olía el perfume de su cabello y contemplaba sus preciosos ojos verdes. Así que, después de mirar a ambos lados de la calle, cruzó de acera.

Ella no le oyó acercarse y siguió dando indicaciones a los hombres que estaban colocando el cartel.

– Bonito cartel -dijo Dylan.

Por un momento, pensó que Meggie no lo había oído, pero luego esta se dio la vuelta despacio. A juzgar por su expresión, no parecía muy contenta de verlo,

– Hola -lo saludó, forzando una sonrisa-. ¿Qué estás haciendo aquí?

Dylan se encogió de hombros, tratando de mostrarse indiferente.

– Nada, he salido a hacer algunas compras.

– ¿Por aquí?

– Sí -contestó él tratando de buscar una excusa convincente-. Mi hermano Conor y su prometida, Olivia Farrell, van a casarse a finales de noviembre y quiero hacerles un regalo de boda. ¿Se te ocurre algo?

– Hay una tienda de objetos de cocina cerca de Newbury. Quizá puedas comprarles una… licuadora o una vajilla.

– Sí.

Ambos se quedaron en silencio y él se dijo que lo mejor sería irse de allí inmediatamente. Pero, en lugar de ello, agarró a Meggie de un brazo y la obligó a girarse hacia él.

– Meggie, yo…

Justo en ese momento, los hombres empezaron a dar gritos. El viento había empezado a soplar más fuerte y las escaleras empezaron a balancearse peligrosamente hasta que, en un momento dado, no tuvieron más remedio que soltar el cartel.

Dylan apenas tuvo tiempo para pensar. Agarró a Meggie por la cintura y la empujó. Pero él no tuvo tiempo de apartarse y una esquina del cartel le rozó la frente antes de caer al suelo.

Sacudió la cabeza y se volvió para comprobar que no le había pasado nada a Meggie. Ella estaba apoyada contra un coche y lo miraba con cara de asombro.

– Me has salvado la vida.

Él se acercó y la agarró por los hombros.

– ¿Estás bien?

Ella asintió y él experimentó un gran alivio.

– ¿Estás segura? -insistió Dylan, agarrando su rostro entre las manos.

Ella volvió asentir y él, como si fuera la cosa más normal, se inclinó y la besó en los labios.

Ella soltó un gemido, pero él no se apartó. El sabor de sus labios resultaba demasiado tentador. Sacó la lengua y acarició con ella los labios de Meggie. Ella, entonces, abrió la boca y él introdujo la lengua.