Sin embargo, en aquellos momentos no podía pensar en nada. Conor lentamente la había colocado encima de la cama. Su boca se iba deslizando hacia la curva del cuello, trazando un cálido camino hasta el hombro. Olivia cerró los ojos y suspiró. Las sensaciones que le creaba la boca de él le hacían vibrar de la cabeza a los pies.

Hacía tanto tiempo desde que un hombre la había tocado, que no podía soportar que se terminara ni tampoco podía negar la atracción que sentía por Conor. Tal vez era una reacción típica entre la mujer vulnerable y el protector policía, pero la necesidad que ella sentía era fuerte y real.

Conor no se parecía a ningún hombre de los que había conocido. En un secreto rincón de su corazón, anhelaba poder conocerlo más íntimamente. Era valiente y volátil, divertido y vulnerable, silencioso y fuerte. Todas aquellas cualidades formaban un fascinante rompecabezas. ¿Que había debajo de aquel exterior de acero? ¿Qué le hacía vibrar? Un hombre con tanta pasión por su trabajo, debía ser igual de apasionado en otros aspectos. Pasarían juntos diez días y Olivia sabía que le resultaría imposible contener su curiosidad ni su deseo.

– ¿Por qué eres tan suave? -murmuró él contra su piel.

– ¿Y por qué eres tú tan fuerte? -replicó ella, enredándole los dedos en el pelo.

Conor levantó la mirada y ella lo leyó en sus ojos; como si el sonido de su voz hubiera hecho que, de repente, se diera cuenta de lo que estaban a punto de hacer. La mandíbula se le tensó y, entonces, maldijo suavemente y se levantó de la cama.

– Creo que es mejor que te vistas… El arrepentimiento se notaba claramente en su voz, pero, ¿era por lo que ya habían hecho o por lo que no podían hacer? Olivia se ajustó la toalla y se sentó en la cama, tratando de mantener la compostura. De repente, la toalla le pareció demasiado pequeña.

– Creo que no deberíamos volver a hacerlo -dijo ella, forzando una sonrisa.

– No sería recomendable. Creo que va contra todas las reglas del departamento de policía.

– ¿Y si no hubiera reglas?

– Soy policía y trato con hechos, no con hipótesis. ¿Qué te parece si voy por algo de comer? Tú puedes terminar… bueno, lo que tengas que terminar.

Olivia asintió y se metió rápidamente en el cuarto de baño. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Todavía tenía el pulso acelerado y un rubor le cubría todo el cuerpo. Se miró al espejo y suspiró.

¿Qué golpe de suerte, o de desgracia, era el culpable de todo aquello? ¿Por qué había tenido que asociarse con Kevin Ford? ¿Por qué había tenido que entrar en el despacho en el mismo momento en que su socio estaba reunido con Red Keenan? ¿Y por qué el detective al que se le había asignado su protección era Conor Quinn?

– Solías ser una chica con suerte. Y ahora te persigue la desgracia -le dijo a la imagen que se reflejaba en el espejo.

Se quitó la toalla y recogió la ropa, que estaba en el suelo. Sin embargo, no quería volver a ponérsela. Llevaba lo mismo desde que se habían escapado de Cape Cod.

– Ni siquiera tengo una muda limpia de ropa interior.

Olivia se puso los vaqueros sin las braguitas y luego se puso la camisola y el jersey. Después del incidente de Tommy, no estaba segura de la credibilidad que tenía con Conor. Seguramente la historia de su falta de ropa interior no caería demasiado bien.

Se peinó el cabello húmedo mientras consideraba la mejor táctica. Entonces, se acordó de Tommy. Necesitaría comida, arena, una bandeja y tal vez unos juguetes. Una visita al mercado más cercano solucionaría todo aquello y, además, le proporcionaría ropa limpia y objetos de aseo, como pasta de dientes y desodorante.

Lentamente, abrió la puerta del cuarto de baño, pero el sonido de la voz de Conor la detuvo. Entonces, se dio cuenta de que estaba hablando por teléfono con su comisaría.

– Está bien -decía-. ¿Qué le pasó al oficial que estaba de guardia delante de la casa de Cape Cod? Se suponía que tenía que estar vigilando la carretera y luego se marchó. ¿Que fue a tomarse un café y a comprar unos donuts? -añadió, tras una pausa-. Escucha, quiero que Cariyie o Sampson se hagan cargo de este caso. De hecho, envíalos a los dos. No vayas por los canales habituales. Sigo creyendo que Keenan podría tener a alguien dentro del departamento… No puedo. No, no saldría bien. Es difícil. Ella ha desarrollado ciertos sentimientos por mí. Sí. Ya sabes lo que pasa… No puedo ocuparme de ella. De acuerdo. Media hora. Estupendo.

Olivia cerró lentamente la puerta y se sentó en el borde de la bañera. ¿La dejaba a cargo de otra persona? ¿Así? Se mordió el labio inferior cuando este le empezó a temblar. Ella confiaba en Conor. Era el único que podía protegerla de Red Keenan. ¡No quería que la dejara!

Luchó contra la necesidad de salir del cuarto de baño y decirle exactamente lo que pensaba de él, pero entonces recordó de nuevo las palabras que él había pronunciado. «Ella ha desarrollado ciertos sentimientos por mí… No saldría bien… No puedo ocuparme de ella…»

– ¿Que no puede ocuparse de mí?

Había creído que todo lo que había ocurrido entre ellos había sido por un deseo mutuo. ¿Es que había interpretado mal la situación? ¿Solo estaba soportándola hasta que pudiera pasarla a uno de sus compañeros? ¡Qué humillante!

– Tengo que salir de aquí -murmuró-. No puedo volver a enfrentarme a él.

La ventana parecía demasiado pequeña para poder pasar por ella. Tal vez si se encerraba en el cuarto de baño hasta que llegaran los otros policías, no tendría que volver a hablar con él. Sin embargo, no podía esperar. ¡En lo único en lo que podía pensar era en escapar!

Conor miró la puerta del cuarto de baño y luego consultó la hora. Olivia llevaba allí metida más de quince minutos, tiempo suficiente para que a él le hubiera dado tiempo a ir al supermercado más cercano y comprar un par de bocadillos y una bolsa de arena para gatos. ¿Cuánto tiempo tardaba en arreglarse? Si hubiera crecido con una mujer en la casa, tal vez lo sabría, pero le parecía que quince minutos era más que suficiente.

Se puso de pie y se acercó a la puerta. Al comprobar que no se oía nada, llamó.

– ¿Olivia? ¿Qué estás haciendo? ¿Has terminado ya? He ido a por algo de comer -dijo, esperando que ella contestara. Al no recibir respuesta, volvió a llamar. Trató de abrir, pero se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave-. ¡Olivia! ¡Abre la puerta! ¡Maldita sea, Olivia, abre la puerta o la echo abajo! – añadió. No recibió respuesta alguna-. Si estás cerca de la puerta, es mejor que te apartes.

Con una firme patada le bastó para hacer saltar el pequeño pestillo. Entró rápidamente, esperando encontrársela en la bañera, pero lo único que vio fue un par de largas piernas asomando por la pequeña ventana que había en el cuarto.

– ¿Qué diablos estás haciendo? ¡No puedes salir por esa ventana! ¡Es demasiado pequeña!

Conor la agarró por las piernas y tiró de ella. Sin embargo, Olivia le respondió con una fuerte patada. El tacón lo golpeó en la nariz.

– ¡Déjame en paz! -exclamó ella, desde el otro lado de la ventana.

Conor se frotó la nariz. Se había llevado buenos golpes en toda su carrera como policía, pero aquel caso lo estaba matando.

– No serás capaz de salir por ahí. Estás atascada.

– ¿Es que crees que no lo sé?

– Entonces, quédate quieta y déjame que te saque -respondió, agarrándola por las piernas con firmeza, para que ella no pudiera golpearlo de nuevo-. Ahora, levanta los brazos.

Con un buen tirón, Olivia volvió a estar en el cuarto de baño.

Los dos cayeron al suelo. Entonces, ella se apartó rápidamente de él.

– ¿En qué estabas pensando? -preguntó Conor.

– Evidentemente, estaba pensando que estaba mucho más delgada de lo que realmente estoy. Recuérdame que no coma patatas fritas.

– ¿Dónde pensabas ir?

– De compras.

– ¿De compras?

– ¡Sí! Si tienes que saberlo, necesito ropa interior limpia. Salimos tan precipitadamente de la casa de Cape Cod, que no tuve tiempo de agarrar mis cosas. Llevo la misma ropa interior desde hace dos días.

– ¿Alguien anda por ahí fuera y lo único que te preocupa es conseguir ropa interior limpia?

Olivia asintió. Conor la observó, atónito. Aquello era algo que no entendía de las mujeres. Aquella obsesión por la ropa interior, el encaje, la seda… La ropa interior era solo ropa interior. Nadie la veía, entonces, ¿qué importaba?

– ¿Por qué no lo pediste?

– Porque a ti no te importa lo que yo quiera o lo que necesite.

– ¿Que no me importa? ¿Quién arriesgó la vida para ir por tu maldito gato?

– Si realmente te importa, ¿por qué vas a dejar de protegerme? ¿Por qué has llamado a otro policía para que venga a cuidar de mí?

Conor se quedó inmóvil al comprobar que ella había escuchado la conversación telefónica y había oído las mentiras que había dicho. De repente, sus razones para escapar por la ventana resultaron mucho más evidentes. Había herido sus sentimientos, la había humillado tanto, que no podía soportar estar en la misma habitación que él.

– Lo siento. Es que…

– Lo sé. Te lo pongo muy difícil. No puedes ocuparte de mí. Has descrito la situación como si yo me estuviera tirando constantemente encima de ti. Pensé que la atracción era mutua.

– Lo era… Lo es. Por eso debo marcharme. Olivia se giró hacia él, arrodillándose en el suelo a su lado, con una expresión ansiosa en el rostro.

– ¿Y si te prometiera que no voy a volver a besarte? ¿Te quedarías entonces?

– No eres tú, Olivia, sino yo -murmuró, acariciándole suavemente la mejilla con las yemas de los dedos-. No puedo prometer que no volveré a besarte… ni a tocarte. Y si no puedo prometerlo, no soy el mejor hombre para protegerte. Necesito tener la cabeza sobre los hombros para hacerlo o, si no, los dos estaremos en peligro.

– Yo confío en ti. No quiero a nadie más.

– Los dos hombres que han enviado son buenos. Los conozco a los dos y no les dejaría quedarse contigo si no estuviera seguro de que iban a protegerte muy bien. Sin embargo, quiero que me prometas que no volverás a salir por ninguna ventana y que no les enviarás por más mascotas.

– No quiero que te vayas… -susurró ella, bajando la cara

– ¿Me lo prometes? -insistió él, obligándola a mirarlo.

De mala gana, Olivia asintió, pero Conor no se conformó con eso. Cedió a sus impulsos y se inclinó sobre ella para besarla suavemente. Un último beso. ¿Qué mal había en ello? Sin embargo, si había pensado que con ello le bastaría, se había equivocado. En el momento en que los labios de ella se abrieron bajo los suyos, se perdió en la calidez de su boca. Un bajo gemido rugió en su garganta y la tomó con pasión entre sus brazos.

El sabor de su boca era como una droga, tan adictiva que Conor habría sido capaz de todo para volver a saborearla una vez más. Nunca antes había sentido la obsesiva atracción que experimentaba por Olivia. Su cerebro se nublaba con el fresco aroma de su cabello y las cálidas sensaciones que le proporcionaba la lengua.

Necesitó de toda su fuerza de voluntad para apartarse de ella. La miró fijamente y observó cómo abría por fin los ojos.

– Quiero que sepas que mentí en todo lo que dije por teléfono. Besarte no me resulta difícil. Es no hacerlo lo que me cuesta.

Esbozó una trémula sonrisa, pero esta desapareció rápidamente cuando alguien llamó a la puerta. Miró a Conor con desesperación y él sonrió.

– Te prometo que todo irá bien. Él se puso de pie y extendió una mano para ayudarla a que hiciera lo mismo. Avanzó hacia la puerta, con la mano de Olivia todavía en la suya. Quería sentirla todo el tiempo que fuera posible. Cuando, aquella noche, estuviera solo en su apartamento, podría recordar la delicadeza de sus dedos y la dulzura de su voz. Podría recordar todos los segundos que había pasado con ella.

Con mucho cuidado, apartó la cortina y vio a Don Cariyie. Entonces, llevó a Olivia a la cama, sobre la que Tommy se había tumbado sobre una de las almohadas.

– Espera aquí. Solo tardaré un minuto Conor salió al exterior y cerró la puerta tras él.

– ¿Cuál es el plan? -le preguntó a Cariyie.

– Tengo un lugar para ella en Framingham. Sampson está esperando en el coche. Bueno, ¿qué es lo que le pasa? ¿Siente debilidad por los policías o es una de esas mujeres que se sienten atraídas por todo lo que lleve pantalones?

La furia que sintió fue tan intensa, que Conor no pudo pensar antes de actuar. Con un rápido movimiento, inmovilizó a Cariyie contra la puerta.

– Si intentas algo con ella, aunque sea mirarla de perfil, te meteré la mano en la boca y te volveré del revés. ¿Me oyes?

– Sí, claro -susurró Cariyie-. Vaya, Quinn, ¿qué diablos te pasa? Tú eres el que pidió que te sustituyera.