– Recuerda lo que te acabo de decir. Es una dama. Trátala en consecuencia -concluyó Conor, soltando a su amigo.

Tras aquel intercambio, volvió a abrir la puerta, entrando acompañado de Cariyie. Olivia seguía tumbada en la cama, triste y vulnerable, abrazando a su gato.

– El detective Cariyie te va a llevar a un lugar seguro. Si necesitas algo… aunque sea ropa interior, pídeselo. ¿De acuerdo?

Entonces, agarró el abrigo de ella, que estaba sobre la cama y lo sujetó para que Olivia pudiera ponérselo. A continuación, ella le dio un beso a Tommy y lo metió en la caja.

– ¿Un gato? -preguntó Cariyie-. No nos podemos llevar un gato.

– Pero yo…

– Yo me lo quedaré. Estará conmigo hasta que tú puedas ir a recogerlo después del juicio -dijo Conor.

Aunque odiaba al animal, sabía que poder devolvérselo a su dueña le daría una nueva oportunidad de ver a Olivia. Cuando todo aquello hubiera terminado y ella ya no fuera una testigo ni él el policía encargado de protegerla. Pasar unas pocas semanas con Tommy El Terrorífico era un precio muy pequeño.

– ¿De verdad?

– Claro. Para cuando vengas a recogerlo, ya seremos los dos buenos amigos.

– Gracias -murmuró ella, dándole un beso en la mejilla. Entonces, agarró su bolso y se marchó.

Conor la siguió, y, tras mirar por última vez a su alrededor, salió detrás de ella y Cariyie con la caja bajo el brazo.

Antes de que se diera cuenta, la madera de la puerta se astilló a la altura de su cabeza. Al mirar al aparcamiento, vio el destello de otro disparo, que destrozó el cartel del hotel. Sin soltar la caja, agarró a Olivia y la tiró al suelo, cayendo delante del Mustang de Dylan.

– Quédate aquí -susurró él, entregándole a Olivia la caja-. Y no levantes la cabeza.

Conor sacó su pistola y miró a su alrededor. Cariyie estaba agachado tras otro coche, disparando. Desde otro lugar del aparcamiento, Sampson había sacado su pistola y estaba apuntando. Conor volvió junto a Olivia y agarró la caja.

– Vamos a meternos en el coche -le dijo-. Saca al gato de la caja y agárralo con fuerza. Es mejor que te lo metas debajo del abrigo. Tenemos que actuar con rapidez.

Olivia hizo lo que él le había pedido y los dos se dirigieron hacia la puerta del copiloto del coche. Conor la abrió e hizo que ella se metiera. Luego, volvió hacia el lado del conductor, que estaba en la línea de fuego y, tras gritarle a Cariyie que lo cubriera, trató de subirse. Casi lo había conseguido cuando sintió un agudo dolor en el costado, como si alguien le hubiera metido un hierro al rojo entre las costillas. El dolor le cortó la respiración.

«No te rindas ahora. Tienes que sacarla de aquí», se dijo.

A pesar del dolor, consiguió cerrar la puerta y arrancar el coche. Metió la marcha atrás y salió hacia la carretera. Afortunadamente, Cariyie y Sampson consiguieron retener a los hombres de Keenan tras reventarles las ruedas del coche negro que había aparcado a la entrada del aparcamiento.

Cuando se hubieron alejado, él la miró. Tenía los ojos cerrados y los labios se movían en silencio, como si estuviera rezando. El gato la miraba con adoración, encantado de estar entre sus brazos.

– Lo hemos conseguido -dijo él.

– ¿Cómo nos han encontrado? -preguntó ella, incorporándose poco a poco en el asiento.

– Es alguien del departamento. Supongo que ahora estamos solos…

Conor empezó a sentir náuseas, pero luchó para guardar la consciencia. No quería sacar el coche de la carretera, por lo que se detuvo en el arcén. A la luz de una farola, vio la sangre que le cubría la mano.

– Creo que es mejor que conduzcas tú – murmuró Conor, agotado por el esfuerzo.

– ¿Yo? ¿Por qué?

– Muévete -dijo él.

Salió del coche, pero necesitó toda su fuerza para poder rodear el coche sin caerse. Sentía las piernas como goma y, de repente, se puso a temblar sin razón alguna. Cuando volvió a meterse en el coche, el dolor era insoportable.

– ¿Dónde vamos?

– Tenemos que volver a Hull -replicó Conor-. Con Brendan y el barco. ¿Te acuerdas de cómo llegar allí?

– Creo que sí. ¿Te encuentras bien? Parece que vayas a vomitar.

– Estoy bien -mintió él-. Solo ve allí. Cuando ella arrancó el motor, Conor cerró los ojos, seguro de que ella podría llevarlo al barco, a la seguridad. Se sentía muy cansado. Por mucho que trataba de abrir los ojos, no podía hacerlo. La oscuridad lo envolvió completamente.

Capítulo 5

Olivia se mordió el labio inferior y arrancó el coche, rezando en silencio para que Dios evitara que se viera implicada en un accidente. Sin embargo, cuando se dio cuenta de cómo eran las marchas, supo que las oraciones no le servirían de nada. El coche tenía un cambio de marchas manual, no automático, y ella solo había conducido coches automáticos.

– No puedo hacerlo -dijo, mirando a Conor.

Tenía los ojos cerrados. Sabía que había estado trabajando mucho, pero aquel no era momento para quedarse dormido. Olivia extendió una mano y le sacudió el brazo. La mano de él cayó entre los asientos. Estaba húmeda y pegajosa. Era sangre.

– ¿Conor? ¿Conor, te encuentras bien? Él abrió los ojos a medias y, al principio, no pareció reconocerla.

– ¿Ya hemos llegado?

Olivia se inclinó sobre él para examinarle el brazo y rápidamente encontró el origen de la sangre. La camisa estaba empapada en todo el costado. Ella se sintió mareada y tuvo que respirar profundamente.

– No, no, no…

Agarró la palanca de cambios y estudió el pequeño diagrama que había dibujado en la parte superior. Entonces, apretó el embrague.

– No, no, no… Aguanta, por favor. No te mueras. No te atrevas a morirte. Voy a llevarte a un hospital.

– No -musitó él-. A un hospital no. Llévame con Brendan. Él sabrá lo que hacer.

Arrancó el coche y metió primera. Las marchas chirriaban. El coche dio una sacudida, pero empezó a moverse. Para cuando dio la vuelta, había conseguido utilizar tres de las cuatro marchas que tenía el coche sin que se le calara el motor.

– Tranquila -murmuraba, buscando señales que le indicaran donde había un hospital o un teléfono para llamar a una ambulancia.

¡No quería obedecer sus órdenes! Lo habían disparado mientras estaba protegiéndola y era responsable de salvarle la vida.

– Voy a llamar a una ambulancia. Dame tu teléfono móvil.

– No. Haz lo que te digo.

– Pero el barco está al menos a diez minutos. Podrías morir antes.

– No me voy a morir, te lo prometo -susurró él, acariciándole suavemente el cabello.

– De acuerdo -dijo ella-. Iremos al barco mientras sigas hablando conmigo. Si te desmayas, voy a parar para llamar a una ambulancia. ¿Trato hecho?

– Trato hecho

– Bien. ¿De qué hablamos? Hablemos sobre ti. Háblame de tu familia -dijo ella, muy nerviosa-. Háblame de Brendan y de Dylan.

– ¿Qué quieres saber sobre ellos?

– Lo que sea. O háblame de tus padres, o de tu infancia en Irlanda. Háblame del lugar en el que naciste, de cualquier cosa, pero háblame para que yo sepa que sigues vivo.

– Nací en una casa de piedra que daba a la bahía de Bantry, en la costa sur de Irlanda, en el condado de Cork. Mi padre era pescador y mi madre… mi madre era muy hermosa…

– ¿Cuándo vinieron a los Estados Unidos? -preguntó ella, mientras rezaba en su interior y trataba por todos los medios de concentrarse para no perderse.

– Murió…

– ¿Cómo? ¿Quién murió?

– Mi padre dice que murió, pero yo no lo creo, porque yo lo habría sabido. Pero si no murió, ¿por qué no regresó nunca?

– ¿No sabes si tu madre está viva o muerta?

– Se marchó cuando yo tenía siete años. Un día estaba con nosotros y al siguiente se había marchado. Mi padre no quería hablar al respecto. Más tarde, nos dijo que había muerto en un accidente de coche, pero estaba furioso y yo creo que lo dijo porque quería que nos olvidáramos de ella. Yo nunca la olvidé. Los demás, sí, pero yo no. Todavía puedo verla… Era muy hermosa, como tú. Solo que tenía el cabello oscuro y el tuyo es como el oro.

Aquel piropo era tan sincero, que Olivia sintió que se le saltaban las lágrimas. Tenía miedo y, cuando aquello le ocurría, Conor le hacía sentirse segura. Pensar que él pudiera desaparecer le producía un dolor terrible en el corazón.

Afortunadamente, encontró el barco sin errar ni una sola vez el camino. Pisó los frenos y se volvió hacia Conor.

– Ya hemos llegado. ¿Puedes caminar? Él asintió. Olivia salió rápidamente del coche y voló al otro lado del coche, lo sacó y lo puso de pie. Conor se apoyó en ella. No había dejado de hablar ni un momento y Olivia esperó de todo corazón haber hecho bien en llevarlo allí.

– ¿Qué es…?

Olivia levantó la mirada y vio a Brendan.

– Ayúdalo. Creo que ha recibido un disparo.

Brendan bajó corriendo del barco y ayudó a Olivia a meter a su hermano en el barco. A los pocos minutos, el herido estaba tumbado sobre una litera.

– Me duele mucho -murmuró Conor-, pero no creo que haya dado en ningún órgano vital.

Olivia se apartó mientras Brendan atendía a su hermano. De repente, había comprendido el alcance de lo ocurrido y empezó a temblar. Las lágrimas amenazaban con derramarse. Cuando Brendan le quitó la chaqueta a Conor, ella gimió también, como si sintiera su dolor.

– Dios mío, Conor -exclamó Brendan-. Hay mucha sangre. Olivia. Tráeme ese botiquín de primeros auxilios y unas toallas limpias.

Ella hizo lo que le había ordenado.

– ¿No crees que deberíamos llamar a una ambulancia?

La respuesta fue una serie de gritos de dolor, que Conor emitió cuando su hermano le aplicó alcohol a la herida.

– Es el alcohol. Parece que la herida no es demasiado profunda, pero estás perdiendo mucha sangre. Tengo un amigo aquí en la ciudad que es médico. Voy a llamarlo.

– Es una herida de bala. Tendrá que informar a la policía y sabrán dónde estamos -musitó Conor-. Cósemela como le cosiste la herida a papá cuando se enganchó con el anzuelo.

– Conor, en aquel momento, estábamos a cuatrocientas millas de la costa y tuve que utilizar una aguja vieja y un poco de sedal. Le explicaré a mi amigo que eres policía e informará de ello mañana por la mañana. Para entonces, ya nos habremos marchado -dijo Brendan, sacando un teléfono móvil. Enseguida se lo explicó todo a su amigo.

Mientras tanto, Conor miró a Olivia y le dedicó una débil sonrisa. Entonces, ella se acercó a la litera y se arrodilló en el suelo, para luego agarrarlo de la mano.

– Tenía tanto miedo… Todavía lo tengo.

– Todo saldrá bien. Has sido muy valiente. Olivia estuvo a su lado, agarrándolo de la mano, hasta que llegó el médico. Entonces. Brendan la sacó de la cabina para que pudiera tomar un poco de aire fresco en la cubierta. Estuvieron allí, contemplando la negra oscuridad del puerto y escuchando el suave murmullo del agua contra los cascos de las naves.

– Menuda noche has tenido.

– Pensé que, antes de ahora, mi vida era bastante emocionante. Viajaba, iba a fiestas estupendas, me tomaba lujosas vacaciones… Nada de eso puede compararse con los días que he pasado con tu hermano.

– Gracias.

– ¿Por qué?

– Por salvarle la vida. Por ocuparte de él -dijo Brendan, rodeándole los hombros con un brazo.

– Eso no resulta difícil. Es un buen hombre. Tal vez el mejor que he conocido nunca.

– Algunas veces, hace que eso resulte un poco difícil. Mantiene las distancias y, cuando alguien se acerca demasiado, se retira.

– Me habló sobre vuestra madre.

– ¿Que Conor te habló de nuestra madre? -preguntó Brendan, sorprendido.

– No creo que supiera de lo que estaba hablando. Solo lo hacía para mantenerse consciente.

– Creo que esa es la razón de que Conor sea tan reservado con las mujeres. Cuando ella se marchó, fue el que peor lo pasó. Era solo un muchacho y tuvo que criar a cinco hermanos. No creo que quiera volver a sentir que alguien lo abandona de ese modo, así que cierra todas las posibilidades y concentra toda su energía para que los que lo rodean se sientan seguros. Sigue creyendo que nuestra madre sigue viva.

– ¿Y tú no?

– No lo sé. Cuando éramos pequeños, Conor decía que un día iría a buscarla. Tal vez por eso se hizo policía, pero no creo que haya ido a buscarla.

– ¿Por qué no?

– Creo que tiene miedo de lo que podría encontrar. Era más feliz creyendo que ella estaba viva en alguna parte, viva y viviendo una buena vida. Bueno, voy a ver cómo van. ¿Te apetece algo? ¿Café, té, un poco de whisky?

Olivia sonrió y negó con la cabeza. Cuando estuvo sola, se dejó llevar por sus emociones y se echó a llorar. Lo hizo por la vida que había tenido una vez, tranquila y ordenada, y por todas las esperanzas del futuro, por la ira que sentía por su socio, pero lloró principalmente por Conor. Había arriesgado su vida por ella. Olivia sentía que se estaba enamorando muy rápidamente de él, de un hombre que tal vez nunca le correspondería.