– Entonces, ¿qué piensas hacer ahora? – preguntó Dylan.

Conor agradeció el cambio de tema. Dado que había admitido su debilidad, no quería hablar más del tema. No estaba seguro de lo que había significado para él lo que había ocurrido la noche anterior, pero sabía que había cambiado algo muy dentro de él, que había abierto una puerta que siempre había mantenido cerrada…

– He llamado a mi compañero.

– Me refería a qué es lo que piensas hacer con Olivia. Si yo fuera tú, me disculparía enseguida y le daría las gracias a los astros por hacer que una mujer como ella entrara en mi vida.

– Bueno, pero yo no soy tú, Dylan. Danny nos ha encontrado un lugar en donde alojarnos.

– ¿ruedes confiar en él? -preguntó Brendan.

– Solo hace tres meses que lo trasladaron.

Ni siquiera el policía más corrupto lo consigue tan rápido. Su abuela acaba de mudarse a Florida y él tiene que venderle el piso. Sigue amueblado y me ha dicho que podemos quedarnos allí todo el tiempo que queramos.

– Es decir, que vas a jugar a las parejitas con Olivia hasta el día del juicio -comentó

Dylan.

– Estoy protegiéndola.

– Es una mujer estupenda, Conor -dijo

Brendan-. No querría verla sufrir más de lo que ya lo ha hecho… Y no estoy hablando de balas.

– Yo tampoco -murmuró Conor, preguntándose que tal vez ya le había hecho daño simplemente haciéndole el amor. Sabía que él no podía ofrecerle todo lo que ella necesitaba.

Sin embargo, muy pronto se verían libres para marcharse por caminos separados. La cuestión era si podrían hacerlo…

– Ahora todo me parece algo irreal -dijo él-. Los sentimientos se magnifican por las circunstancias. Ella no sabe lo que siente realmente. Para ella, soy un héroe. Creedme, si le dais tiempo, se dará cuenta de lo que soy realmente.

– ¿Y si cuando lo haga no se da la vuelta ni sale corriendo? -preguntó Dylan.

– ¿Te has parado a pensar alguna vez que ella podría ser la mujer de tu vida? -le sugirió Brendan.

– Tal vez, pero no quiero pensarlo ahora. En lo sucesivo, tengo que concentrarme en mi trabajo y en nada más.

– Espero que sepas darle una oportunidad -murmuró Brendan mientras subía las escaleras de cubierta.

Conor y Dylan subieron también y se encontraron a Olivia sentada, con las manos en el regazo. Se había recogido el pelo en una coleta y no llevaba maquillaje. Tanto a la luz del sol como a la de una lámpara, a Conor le parecía la mujer más hermosa que había visto jamás.

– Estoy lista -murmuró, poniéndose de pie.

Si tuviera opción, a Conor le habría gustado poder tomarla de la mano y llevársela al camarote para besarla y aliviar la tensión que se había creado entre ellos. Incluso tal vez pudieran quedarse en el barco… Al darse cuenta de lo que había pensado, Conor se maldijo. Ella ya estaba haciéndole que cuestionara sus decisiones.

– Le dije a Olivia que yo cuidaría de

Tommy -explicó Brendan-. Parece gustarle el barco y a mí me podría venir bien la compañía. Cuando todo haya vuelto a su cauce, podrá venir a recogerlo.

– Gracias -dijo Olivia, dándole un beso en la mejilla.

Fue solo un beso de gratitud, pero a Conor no le gustó. Conocía a Brendan demasiado bien y sabía que podría muy bien seducir a cualquier dama con su encanto, una habilidad de la que carecía.

– Sí, gracias -dijo él, agarrándola. Olivia se despidió luego de Dylan. Conor vio cómo su hermano le rodeaba la cintura con las manos para ayudarla a saltar al muelle. Luego, bajó tras ella para ayudar a Conor. Este prefirió apretar los dientes y bajar al muelle él solo, a pesar del fuerte dolor que sintió en el costado.

Los dos hermanos los acompañaron hasta el coche. Cuando llegaron al vehículo, Dylan le dio las llaves a su hermano y luego, galantemente, abrió la puerta para Olivia. Antes de cerrarla, se inclinó sobre ella y le susurró algo al oído. La joven se echó a reír y se despidió de él. Conor arrancó el coche y se alejó rápidamente del puerto. Mientras atravesaban la ciudad, ninguno de los dos dijo ni una sola palabra. Cuando se dirigían hacia la autopista, Conor se giró un poco para mirarla. Deseaba saber lo que Dylan le había dicho, pero era demasiado orgulloso como para preguntárselo. Olivia iba mirando al frente, con las manos en el regazo, como si estar sentada a su lado la incomodara mucho.

De repente, Conor vio un cartel que indicaba que había un supermercado. Sin pensarlo, se metió en el aparcamiento.

– ¿Dónde vamos?

– Ya lo verás -respondió él, con una sonrisa.

Tras aparcar cerca de la entrada, saltó del coche para abrirle la puerta, pero ella ya se había bajado. Conor la tomó de la mano y la llevó hacia la tienda. Tras tomar un carrito, la acompañó hasta el departamento de lencería. Entonces, se sacó la cartera y, tras extraer una tarjeta de crédito, se la dio a Olivia.

– ¿Para qué es eso?

– Para que te compres ropa interior. A cuenta del departamento de policía de Boston. Compra lo que quieras.

– ¿Ropa interior?

– Sé que estás acostumbrada a marcas de diseño, pero esto es lo único que puedo ofrecerte por ahora. Y compra cualquier otra cosa que necesites.

Tras lanzar un grito de alegría, Olivia lo abrazó con fuerza. Su enfado había desaparecido. Entonces, lo miró a los ojos durante un largo momento. Conor tuvo que contenerse para no besarla. Dejó a un lado los vivos recuerdos de los besos que habían compartido, pero al final no pudo resistirse y le robó uno más.

Inclinó la cabeza y la besó dulcemente, lo suficiente para satisfacer su anhelo. Entonces, Olivia se dio la vuelta y empezó a elegir entre los diferentes modelos. Al principio, Conor se limitó a observar, pero, cuando ella se fue al probador, se acercó a una sección de prendas negras. Tomó un par de braguitas, poco más que un poco de encaje y dos tiras de raso y las estudió durante un momento.

– ¿Puedo ayudarlo? -le preguntó una vendedora.

– No… Solo estaba esperando a alguien.

– No estará pensando robar esas braguitas, ¿verdad?

– Soy policía -replicó él, sacando su placa. Justo en aquel momento, Olivia salió del probador.

– Bueno, ya está -dijo ella, echando lo que había elegido al carrito-. ¿Podemos mirar unas camisetas y unos jerseys?

– Claro -respondió Conor, echando las braguitas negras disimuladamente al carrito. Entonces, sonrió a la vendedora-. Venga, vayámonos.

Recorrieron toda la tienda. Olivia se detuvo a mirar en casi todos los departamentos. Cuando llegaron a la sección de caballeros, ella eligió un par de camisas de franela y tres camisetas. Aunque no comentó nada, a Conor le agradaba que ella le hubiera elegido su ropa. Era un gesto familiar, íntimo.

– Antes de marcharnos, necesitamos comprar algunas cosas en la farmacia, como vendas, alcohol y esparadrapo -dijo él, cuando ya llevaban una hora en la tienda.

– Oh… Lo siento. Se me había olvidado por completo tu herida. Vamos.

De camino a la farmacia, pasaron por la sección de ropa interior masculina. Entonces, él recordó que no le vendrían más unos cuantos calzoncillos más. Seguía teniendo la esperanza de que Olivia volviera a verlo en ropa interior y no estaba seguro de cómo serían los que le había llevado Dylan. Rápidamente, agarró unos cuantos y los echó en el carrito.

Cuando llegaron a la caja, Olivia sacó todo lo que habían comprado y lo puso en la cinta. Cuando encontró las braguitas negras, las tomó y miró a Conor. Él sonrió y se encogió de hombros.

– ¿Cómo han llegado esas braguitas al carro?

Durante un momento, pensó que las iba a devolver, pero luego las colocó junto a las otras con una sonrisa en los labios. Conor suspiró, imaginándosela con ellas puestas.

Mientras salían de la tienda, él consideró las posibilidades que contenían aquellas compras. Aunque sabía que debería olvidarse de aquello, Conor no pudo evitar pensar lo que les ofrecería su siguiente noche juntos.

– Es un complejo para jubilados – murmuró Olivia, a la entrada del bloque de apartamentos en el que estaba el de la abuela de Danny-. No creo que vayamos a pasar desapercibidos aquí.

– Tal vez no, pero también es el último lugar en el que nos buscaría Red Keenan. Dudo que los inquilinos de este lugar tengan muchas conexiones con el mundo de la delincuencia. Y es gratuito. Así nadie podrá encontrarnos.

Olivia había aprendido a sospechar de todos. Se suponía que iban a estar seguros en el motel y Conor había resultado herido.

– ¿Estás seguro de que puedes confiar en tu compañero? ¿Y si le dice a alguien dónde estamos?

– No lo hará. Tal vez no tenga mucha experiencia, pero es un buen tipo -comentó Conor, mientras buscaban el edificio en el que se encontraba el apartamento y aparcaban. Antes de salir del coche, se volvió a mirarla-. Necesitamos una historia.

– ¿Con hadas y gnomos?

– No, una tapadera. Algo que contar a los que nos pregunten.

– Podríamos decir que hemos alquilado el apartamento mientras Danny lo vende. Así ayudamos a que su abuela disponga de un poco más de dinero.

– Muy bien. Nos convierte en personas agradables. Y creo que deberíamos decir que estamos casados.

– ¿Cómo?

– Tiene sentido. Seguramente aquí hay muchas personas que no aprueban las relaciones prematrimoniales… bueno, ya sabes qué relaciones. Una pareja que vivan juntos sin estar casados podría levantar muchos chismes.

– De acuerdo. Les diremos que somos recién casados. Que nos fugamos la semana pasada.

– ¿Que nos fugamos?

– No tenemos anillos.

– De acuerdo. Esto se te da muy bien…

– Tengo un buen maestro -replicó ella-. Por cierto, ¿cómo vamos a explicar la falta de equipaje?

– Nos van a mandar nuestras cosas desde… Seattle. Y va a llevar tiempo. Después, podemos decir que el camión que las traía tuvo un accidente y que se destruyeron todas.

Olivia asintió. Se alegraba de que aquella noche fueran a dormir en un lugar decente. Se imaginó un baño y una cómoda cama. Había dormido tan poco durante los últimos días, que lo único que quería era meterse entre las sábanas y descansar durante un par de días. Sin embargo, se le ocurrió alguna otra fantasía que podría incluir a Conor.

Cada vez que pensaba en que iban a estar a solas, se imaginaba haciéndolo en la ducha, en la cama e incluso en la encimera de la cocina. No podía evitar preguntarse qué le depararía la noche. Solo de pensarlo tembló de placer.

Ni Conor ni ella habían vuelto a hablar de lo que había ocurrido la noche anterior. Cada vez que lo miraba, esperaba ver un rastro del Conor que le había hecho el amor, pero parecía haber desaparecido. En su lugar, estaba el Conor cuyo único propósito era salvarla para que pudiera testificar.

Aquello le hizo pensar un poco más en lo que había pasado entre ellos. ¿Le había hecho el amor porque sentía algo por ella o solo porque quería tranquilizarla? Turbada por aquellos pensamientos, saltó de nuevo del coche antes de que él pudiera abrirle la puerta.

Tras subir las escaleras, encontraron la llave donde Danny les había dicho. Olivia entró en el piso enseguida, ansiosa de ver el lugar donde iban a pasar los siguientes nueve días. Era un apartamento muy pequeño, pero estaba muy ordenado. Vio que, sobre la alfombra del salón, había un par de bolsas de basura.

– Son nuestras cosas de la casa de la playa -dijo ella, tras examinarlas.

Aparte del salón había un pequeño comedor y una cocina americana, completamente equipada. Al final del pasillo, había un dormitorio y un pequeño cuarto de baño.

– Es muy bonito -concluyó ella-, mucho mejor que el motel…

– Aquí estaremos a salvo y eso es lo que cuenta.

Cuando volvían a la cocina, alguien llamó a la puerta. Era una anciana.

– Hola -dijo con cierta cautela.

– Hola -replicó Conor.

– Siento interrumpirlos, pero solo quería echar un vistazo al apartamento de Lila. Aquí vive Lila Wright. ¿Son ustedes amigos de Lila? Nos gusta cuidarnos los unos a los otros. Lila se ha mudado a Florida para vivir con su hermana y…

– Soy amigo del nieto de Lila -explicó él-. De Danny Wright. Él nos lo alquila hasta que pueda venderlo, ya sabe. Así ayudamos un poco a Lila. Me llamo Conor, Conor Smith y esta es Olivia Ear… Olivia Smith. Mi esposa.

– Acabamos de casarnos -dijo Olivia alegremente.

– Y estamos muy felizmente casados -apostilló Conor.

– Creo que seremos muy felices aquí – añadió ella.

La mujer los miró dubitativamente.

– Supongo que ya sabéis que esto es un complejo residencial para jubilados. Por aquí no hay mucha emoción, a menos que contemos las discusiones que surgen por los juegos de cartas…

– Bueno, yo siempre he sido muy maduro para mi edad -la interrumpió Conor-. Además, hemos venido aquí buscando tranquilidad. Ni música alta, ni fiestas. Somos personas muy reservadas.