Había estado ausente la mayor parte del día. Aunque no había estado preocupada, sentía curiosidad por ver en qué había empleado su tiempo.

De hecho, se sentía algo molesta de que él se hubiera despreocupado de ella mientras Olivia se pasaba el día en la casa, como una testigo responsable, aunque había aprovechado el tiempo para darse un baño, ver la televisión y pintarse las uñas de los pies.

– Por fin llegas -murmuró ella.

– ¿Estabas dormida?

– Me he portado como una perezosa todo el día. Me ha gustado poderme relajar por fin. Últimamente hemos estado muy ocupados.

– Sí, así ha sido -respondió él, sentándose en el sofá, todo lo lejos que pudo de ella para que no pudiera darle el abrazo que tanto deseaba-. Hace falta mucha energía para ir esquivando balas.

– ¿Cómo estás? ¿Te duele la herida?

– No mucho. La mayoría de las veces no me doy ni cuenta.

– ¿Qué te parece si te traigo algo de cenar? Tú túmbate y descansa. Te llamaré cuando esté lista la cena.

– Lo siento, no he traído nada de comer. Tuve que ocuparme de algunos asuntos policiales y luego me encontré con Danny y estuve hablando con él. Luego, pasé por casa de Dylan. No me di cuenta de la hora que era.

– No necesitamos nada. Tenemos vecinos. Sadie nos trajo un guisado de atún y un pastel de manzana. Louise, del piso de abajo, que está casada con un marino retirado, nos trajo un guisado de estilo mexicano y una macedonia. Y Geraldine nos trajo una cesta de luna de miel, llena de velas, champán y bombones. Luego tenemos galletas de Doris, que es muy divertida, y limonada de Ruth Ann, que se parece un poco a mi casera. Nos han invitado a jugar a la canasta el martes, al baile del sábado y a la cena del domingo.

– Veo que has estado tan ocupada como yo.

– Llevamos aquí un solo día y ya conozco a cinco de mis vecinos. Llevo en mi piso de Boston seis años y conozco a dos personas, a la mujer que alquila el apartamento del piso inferior y a mi casera.

– No te acostumbres demasiado -musitó Conor-. No viviremos aquí toda la vida.

Aquellas palabras tenían un cierto tono que Olivia nunca había oído antes.

No tenía que recordarle que solo estarían allí un periodo limitado de tiempo. Se lo recordaba ella misma todos los días, cada vez que lo miraba a los ojos o que lo tocaba.

Sin embargo, Olivia ya había decidido que no pensaría más en el futuro. Solo quería vivir el momento, disfrutar de Conor mientras lo tuviera con ella.

– ¿Por qué no te relajas? Prepararé la cena y luego podremos pasar una tarde tranquila. Sin balas ni persecuciones.

Aquello le hizo sonreír. Se estiró en el sofá y, a los pocos minutos, se había quedado dormido. Olivia lo cubrió con el edredón y se marchó a la cocina. Sacó el estofado de atún del frigorífico y lo metió en el horno. Sin saber cómo, se encontró imaginándose que él acababa de volver a casa después de un largo día de trabajo, que estaban casados y que vivían felices. Nunca antes se había imaginado una vida tan corriente para sí misma. Cuando había pensado en el matrimonio, siempre había sido de un modo más emocionante y urbano.

Había comprendido que las emociones no venían de tener un precioso apartamento o una emocionante vida social. Venían de momentos como aquel, en los que podía hacer más cómoda la vida de Conor. Sonrió y sacó dos copas de vino del armario. Entonces, se quedó inmóvil.

¿Qué estaba haciendo con todas aquellas fantasías de vacaciones y de veladas juntos?

– Él es un policía y tú una testigo -se recordó.

Tendría que recordarse la verdad más a menudo. Aquello no era un romance de cuento de hadas con un final feliz. Solo eran días robados con un policía que cumplía su misión de protegerla.

Media hora más tarde, el estofado hervía en el horno y ya lo había colocado todo en la mesita de café para una cena informal. Sacó el champán del frigorífico y encendió las velas que Geraldine había metido en la cesta. Todo parecía perfecto… y romántico.

Entonces, Olivia frunció el ceño. ¿No sería demasiado presuntuoso pensar que Conor quería compartir una velada romántica con ella? Tanto si quería reconocerlo como si no, aquella cena era el preludio para la seducción. Esperaba que las velas y el champán produjeran más besos y que aquellos besos llevaran a más.

Todo resultaba demasiado evidente. ¡Tenía que ser más dura! El rápido movimiento hizo que se le derramara cera en la mano. Tuvo que morderse el labio para no gritar. Dejó caer la vela sobre la mesa y esta fue a aterrizar sobre las servilletas de papel que había preparado. En un instante, las servilletas se prendieron. Olivia agarró la botella de champán y, con torpes dedos, trató de retirar el corcho. Antes de que pudiera hacerlo, el humo hizo que saltara la alarma de incendios.

Conor se despertó enseguida y se echó mano a la pistola que llevaba en el costado. Miró a su alrededor y se levantó rápidamente cuando vio el pequeño fuego que había sobre la mesa.

– ¿Qué diablos…?

Rápidamente le arrebató a ella la botella de champán y vacío la mitad sobre el pequeño fuego.

– ¿Qué diablos estabas haciendo? Olivia abrió la boca para explicarse, pero la cerró y salió corriendo hacia el dormitorio. Allí se sentó en la cama. ¿En qué había estado pensando? ¿En que podía seducirlo con una cena a la luz de las velas y una botella de champán?

– ¿Olivia?

– Vete -musitó ella, demasiado avergonzada como para mirarlo.

– Venga. No quería gritarte. La alarma contra incendios me sobresaltó, eso es todo. Venga, vamos a cenar. Ese estofado se está enfriando.

– ¡No tengo hambre!

– Si no te fijas en las servilletas abrasadas, la mesa está muy bonita. Y la comida parece estar deliciosa. Vamos -añadió, tirando de su mano para que se pusiera de pie.

Volvieron juntos al salón y se sentaron en el suelo. Conor encendió una de las velas,

– ¿Ves? Está muy bonita…

– ¿Qué estamos haciendo aquí? -preguntó ella, sin tocar la comida.

– Bueno, hace unos pocos minutos, estabas prendiendo fuego a nuestro escondite. Ahora, estamos cenando.

– No, me refiero a qué estamos haciendo de verdad. Tú eres policía y yo soy una testigo y en lo único en lo que puedo pensar es en cómo seducirte con un estofado de atún y champán para que vuelvas a besarme. ¿Qué va a pasar con nosotros cuando todo esto termine?

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Ya sabes a lo que me refiero. Anoche nos acostamos juntos. ¿Vamos a dejarlo cuando este asunto termine y sigamos cada uno con nuestras vidas?

– No sé, Olivia. No esperaba que esto ocurriera. Simplemente ocurrió.

– Y, en lo que a ti respecta, todo es un error.

– No está bien y yo podría perder mi trabajo por ello, pero ya no hay marcha atrás, así que supongo que no deberíamos preocuparnos al respecto.

– Claro que hay marcha atrás.

– ¿Cómo?

– Solo tenemos que parar esto ahora mismo. Fingir que nunca ocurrió -dijo ella, poniéndose de pie-. Claro que podemos hacerlo. Antes de que todo pierda el control.

– Creo ese barco ya ha zarpado.

– No, no ha zarpado. De ahora en adelante nos comportaremos del modo en que se supone que deberíamos hacerlo. Tú eres policía y yo tu testigo -murmuró, tratando de sonreír-. Creo… creo que voy a ir a dormir un poco. En mi habitación. Sola.

Como se había pasado casi toda la tarde durmiendo, no tenía sueño, pero sabía que, si no se alejaba de Conor en aquel instante, no habría modo de no desearlo.

– Me… me… me marcho.

Olivia esperó, imaginándose que él la detendría, que trataría de explicarle todas las razones por las que su plan nunca iba a funcionar, pero Conor se limitó a mirarla, con un gesto de resignación en su hermoso rostro. Olivia se sintió como si le partieran en dos el corazón. ¿Cómo podía ella desearlo tanto aun sabiendo los problemas que aquello podría ocasionar a Conor? ¿Y cómo podría él desearla tan poco como para permitir que se marchara?

– Buenas noches -murmuró ella. Con aquello, se dio la vuelta y se metió en la habitación. Esperó que él la llamara, que fuera a buscarla, pero Conor permaneció en silencio. Aquel silencio le decía todo lo que necesitaba saber.

No la deseaba o, si lo hacía, era lo suficiente fuerte como para resistirse. Olivia se sentó en la cama y respiró profundamente. Si por lo menos ella pudiera encontrar la misma fortaleza, tal vez pudiera pasar aquellos días sin volverse loca.

Olivia estuvo largo tiempo en el salón, a oscuras, contemplando el sueño de Conor a la luz de la luna. Eran casi las tres de la mañana y ella no había conseguido pegar ojo, pero Conor no tenía el mismo problema.

Olivia quería tocarlo por última vez, deslizar los dedos sobre su amplio torso. Quería volver a besarlo, perderse en el sabor de su boca…

Sin embargo, habían tomando una decisión y ella pensaba cumplirla. Ceder a sus impulsos solo sería pura debilidad. Además, la perspectiva de verse rechazada por Conor era demasiado humillante.

Entonces, se dio la vuelta para marcharse, pero no vio la mesa de café. Se golpeó la espinilla con ella. Tuvo que morderse los labios para no gritar, pero no pudo evitar maldecir en voz baja. El dolor fue pasándosele poco a poco y consiguió dar unos pasos.

– ¿Olivia? -preguntó él, incorporándose-. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Es que no te encuentras bien?

– No…

– ¿Qué te pasa?

– Yo… tenía sed. Me levanté por un poco de agua.

Aquello sonó como una buena excusa, aunque el agua estaba en la cocina, no en el salón. Entonces, Conor se puso de pie. Olivia se dio cuenta de que solo llevaba puestos los calzoncillos y gruñó en voz baja. ¿Por qué no podían haberle enviado un oficial con una gran barriga y piernas arqueadas? ¿Por qué la habían tentado con un hombre perfecto?

– ¿Quieres que traiga un vaso de agua de la cocina?

– No deseo agua… te deseo a ti -confesó ella-. No… no puedo dormir y quiero que vengas a la cama conmigo.

– Olivia, yo…

– Sé lo que estás tratando de hacer y lo comprendo, pero sé que esto solo será una semana. Cuando los dos volvamos al mundo real, no habrá nada entre nosotros. Ahora no estamos en el mundo real. Hazme el amor, Conor. Solo una vez más. Te prometo que no volveré a pedírtelo.

Gimió suavemente cuando él extendió los dedos y le acarició suavemente la mejilla. Aquella caricia hizo que los latidos del corazón se le aceleraran. Durante un momento, estuvo segura de que la iba a rechazar. Sin embargo, él la tomó entre sus brazos y la estrechó entre ellos. Ella le acarició el rostro, decidida a memorizar centímetro a centímetro el rostro del hombre que tanto amaba.

Él podía amarla a ella. Olivia lo sabía, pero le llevaría tiempo, y aquello era algo de lo que no disponían. Lo único que podía esperar era que, cuando se separaran, Conor se diera cuenta de la profundidad de lo que sentía por ella y que volviera a su lado. Aquella noche, iba a hacer todo lo posible por que aquello ocurriera,

– Dime lo que quieres -susurró ella, quitándose la camiseta que llevaba puesta, quedándose completamente desnuda ante él.

– ¿Por qué no puedo terminar con esto?

– Porque me deseas. Igual que yo te deseo a ti.

Al mirarlo a los ojos, Olivia vio que no solo la deseaba sino que también la necesitaba, tanto como ella a él. Extendió la mano y se apartó el cabello de los hombros. Conor le miró los pechos y luego el resto del cuerpo.

– Vente a la cama conmigo…

Él le rodeó la cintura con las manos y la estrechó entre sus brazos. Se besaron, torpemente al principio y luego cada vez más desesperadamente.

– Dime que me deseas -murmuró ella, lamiéndole el pezón.

– No te deseo -gruñó él-. No puedo desearte…

– Pero me deseas y te lo puedo demostrar. Bajó las manos a la cinturilla de sus calzoncillos y lentamente se los fue bajando. La tela se le enganchó en la prueba de su deseo. Estaba tan erecto como hermoso y, mientras Olivia se inclinaba para bajarle del todo los calzoncillos, lo besó en su masculinidad.

El gemido de placer que él emitió rompió el silencio. Olivia no se movió y lenta, deliberadamente, saboreó su sexo, deslizando la lengua por encima y acogiéndolo en la boca. Aquel placer que le daba era tan íntimo, que estaba segura de que él la detendría. Sin embargo, Conor le entrelazó los dedos entre el cabello y la sujetó, observando cómo le daba placer con la boca, deteniéndola cuando las sensaciones eran demasiado fuertes y animándola cuando quería más.

De repente, la tomó de las manos e hizo que se levantara. Frenético de necesidad, la besó apasionadamente. Su erección se apretaba contra su vientre, cálida y húmeda por su saliva.

– Dime lo que deseas -susurró ella-. Dime que me deseas…

– Te deseo -dijo él, levantándola por la cintura. Rápidamente, ella le rodeó las caderas con las piernas. La punta de su erección rozó la entrada de su feminidad-. Ayúdame. Te deseo tanto que no puedo soportarlo.