– No sé. Solía ir a muchos mercadillos cuando me casé. No teníamos mucho dinero así que tuvimos que decorar la casa con cosas de segunda mano. Supongo que será de entonces.

– ¿En un mercadillo?

– ¿Y qué importa? Es solo una cosa sin valor, pero me pareció que resultaba muy bonito como jarrón.

– ¿Te importa si lo tomo prestado?

– Bueno, como si te lo quieres quedar.

– No, no creo que quieras dármelo. Tengo que ir a Boston, pero Conor se ha llevado el coche.

– ¿Es que pasa algo malo? -preguntó Sadie.

– No. De hecho, puede resultar algo muy agradable, pero quiero asegurarme primero. ¿Me puede llevar alguien a la estación?

– ¿Qué es lo que pasa, querida? -insistió Sadie.

– Es eso. Geraldine, creo que podría ser muy valioso -dijo Olivia, levantando el jarrón-, pero no estoy segura. Tengo que comprobar algunos libros.

– ¿Valioso? ¿Ese chisme? ¿Cómo de valioso? -preguntó Geraldine.

– Muy valioso. Bueno, ¿quién me lleva? – preguntó Olivia tras recoger su bolso y su abrigo.

– Bueno, yo te llevaré -afirmó Sadie, muy emocionada-. Un tesoro muy valioso. Venga, señoras, vayámonos. Ya nos lo contará todo en el coche.

Antes de salir, Olivia se preguntó si debía dejar una nota para Conor. Al final, decidió no hacerlo. Tardaría un par de horas como mucho. No, no dejaría una nota. Volvería mucho antes que él.

Por una vez en su vida, Conor deseó volver a estar en el coche patrulla. Al menos, tendría una sirena con la que abrirse paso. En vez de eso, estaba atascado con el montón de chatarra que le había dado su hermano.

Al llegar al apartamento, se lo había encontrado vacío. Al principio había pensado que Olivia estaba en el apartamento de alguna de las ancianas. Sin embargo, al llamar al apartamento de Sadie, esta le había dicho que la había llevado a la estación de tren porque quería ir a Boston.

Primero se le ocurrió que había averiguado algo sobre Kevin Ford y que sabía que no tenía que testificar. Seguramente se había enterado de que le había mentido y le había robado aquellos cuatro días,

Después de aquella noche tan maravillosa sobre la mesa del comedor, sabía que no podría dejarla marchar. Por eso le había ocultado la verdad y Olivia nunca lo perdonaría por ello.

Siempre había tenido un fuerte sentido de la moralidad. ¿Qué le había ocurrido? Desde el día en que la conoció, había hecho cosas que antes le hubieran resultado impensables. Sin embargo, lo había hecho todo con la esperanza de que Olivia pudiera querer un futuro con él.

Charles Street, como siempre, era un hervidero de vehículos, peatones y turistas. Conor aparcó en doble fila, pero, al llegar a la tienda de Olivia, la encontró cerrada. Se asomó por las ventanas, pero no pudo ver nada en la oscuridad. El corazón empezó a latirle a toda velocidad y sus instintos se pusieron en alerta, pero, entonces, recordó que ella ya no corría ningún peligro. Rápidamente, llamó a la puerta y esperó impacientemente. Sadie le había mencionado un jarrón de plata y por eso había dado por sentado que habría ido a la tienda, aunque podría estar en su casa o en la biblioteca.

Entonces, se oyó una voz desde el otro lado de la puerta. Era Olivia.

– Estamos cerrados.

– Olivia, déjame entrar. Soy Conor.

– ¡Conor!

Rápidamente abrió la puerta y lo dejó entrar. El miró a su alrededor, impresionado por la selección de antigüedades que allí había. Aquel era su mundo, un ambiente que a él le resultaba completamente desconocido.

– Siento haberme marchado sin decírtelo. Pensé que regresaría antes de que tú volvieras. Por favor, no te enfades conmigo. He tenido mucho cuidado.

– No estoy enfadado contigo.

– Es que tenía que venir. No estaba segura de la marca, pero sabía que tenía un libro donde podría consultarlo. Pensé que nunca más me volvería a sentir así, Conor. Cada vez que me acordaba de cómo me ganaba la vida, me entristecía porque todo hubiera terminado. Entonces, vi esto y recuperé mis antiguas sensaciones.

– ¿Qué sensaciones?

– Es como un pequeño cosquilleo en el estómago. Normalmente, me digo que no hay que ser optimista. Es como cavar en el jardín y descubrir oro.

– ¿Y todo por ese jarrón?

La aventura del deseo

– Es de plata. Y es de Reveré.

– ¿Reveré? ¿Te refieres a que lo hizo Paúl Reveré?

– Efectivamente. Sus piezas han aparecido en los lugares más insospechados. ¿Tienes idea de cuánto vale? Hay muy pocas piezas y, cuando se encuentra una original, la gente se vuelve loca.

Conor la miró. Su culpabilidad fue mayor al ver lo feliz que estaba haciendo algo para que lo que tenía talento y que adoraba. Aquel era su mundo. Era allí donde debería estar. Y él la había apartado innecesariamente de todo aquello.

– Olivia, tenemos que hablar.

– Geraldine lo usaba de florero. ¿Sabes lo que significa esto? Lo pondré a la venta y todo el mundo vendrá a verlo. Mi tienda volverá a ser lo que era. El prestigio de tener esto en mi tienda me ayudará a recuperar la reputación perdida. Por favor, no te enojes conmigo. Sé que me arriesgué, pero…

– No.

– ¿No?

– No corriste ningún riesgo. Eso es lo que he venido a decirte.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Estás libre. Kevin Ford ha accedido a testificar y tiene tantas pruebas que con él bastará para meter a Keenan en la cárcel. Tú estás libre.

– ¿Ya no tengo que testificar?

– No.

Olivia le dio un beso, largo y apasionado, tanto que a él no le quedó más remedio que responder.

– No me lo puedo creer. Se ha terminado todo. Puedo volver a la vida real…

Una vida real. Aquellas palabras le dolieron tanto como si una daga le hubiera atravesado el corazón. Una vida sin él, entre sus carísimas antigüedades y sus amigos de la alta sociedad.

– Bueno, pues ya está -dijo él, tratando de aparentar indiferencia-. Puedo hacer que te lleven las cosas del piso a tu casa. Me aseguraré de que te devuelven sano y salvo a Tommy y…

– Estás hablando como si no fuéramos a volver a vernos.

– ¿Te acuerdas el trato que hicimos? Cada uno volvería a su vida y, si tú seguías sintiendo algo por mí dentro de un mes, ya hablaríamos. Bueno, pues creo que eso es lo que debemos hacer. Solo que no por un mes, sino por tres o cuatro…

– No me gusta este trato.

– Me han apartado del servicio, Olivia. Eso es lo que me han dicho en la reunión que he tenido hoy con mis superiores. Me van a investigar por… comportamiento inadecuado.

– ¡Pero si me salvaste la vida! ¿Cómo puede resultar eso inadecuado?

– Tú eras testigo en un caso y yo ejercí una influencia indebida sobre ti. Desarrollé sentimientos por ti que sabía que eran equivocados y no seguí las reglas de mi departamento. Me imagino que mi trayectoria profesional en el departamento de policía de Boston se ha terminado.

– Eso no importa. No me importa que seas o no policía.

– Pero a mí sí. Si no soy policía, no tengo nada. Esta profesión es mi vida.

– Me tienes a mí

– Pero no tengo nada que ofrecerte. Venga, Olivia, al menos deberías saber eso. Yo tengo que cuidar de la gente a la que amo. No puedo dejar que nadie me cuide a mí.

– Entonces, ¿lo admites?

– ¿Admitir qué?

– Que me amas. Y yo te amo a ti. Juntos podremos superar esto.

– No -replicó Conor, deseando poder creerla. Sin embargo, no pensaba que las personas pudieran enamorarse en una semana. Y los que lo hacían se desenamoraban igual de rápidamente-. Tengo que superarlo yo solo. Y creo que tú necesitas tiempo para darte cuenta de que lo nuestro no existía en el mundo real, en el que tú vives. En tu mundo la gente no sale con policías.

– Por favor, no me dejes…

– Dale tiempo al tiempo.

Entonces, Conor se dio la vuelta y se dispuso a salir de la tienda. Al oír un sollozo a sus espaldas, se maldijo por hacerla sufrir, pero sabía que era mejor así. Sufriría unos cuantos días y luego se daría cuenta de que nunca lo había amado en serio.

Cuando llegó a la calle, tuvo que sobreponerse al deseo de volver a entrar y dejar que el amor se llevara todas sus dudas.

– Hay que darle tiempo al tiempo – murmuró mientras regresaba a su coche-. Tiempo al tiempo…

Capítulo 9

Conor estaba frente al bar de su padre, contemplándolo desde la acera de enfrente. Sus hermanos habían insistido en que se reuniera allí con ellos para tomar una copa, pero el acallaba de descubrir lo que estaba pasando en el interior de la taberna. Cualquier celebración era bienvenida en el bar de su padre si daba motivo para tomar una pinta o dos de cerveza. Sin embargo, aquella vez, Conor sabía que la fiesta era en su honor.

A primeras horas de aquel día, le habían levantado la suspensión como detective del departamento de policía de Boston. El comportamiento inapropiado había sido desestimado y se le había informado que podía volver a su trabajo a la mañana siguiente. En opinión de sus superiores, no había sido culpable de nada más que de ofuscación. Conor suspiró. Así se resumía todo. «Ofuscación.

Le parecía una explicación muy sencilla para la época más complicada de su vida. Habían pasado poco más de tres semanas desde que llegó a la casa de Cape Cod para realizar su misión. Y, mientras realizaba su trabajo, se había enamorado de la mujer más increíble que había conocido nunca. La había protegido a toda costa, aun a expensas de incumplir las reglas de su departamento.

La palabra «ofuscación» no servía para describir sus actos de las últimas semanas. Había sufrido una locura, había vivido en un mundo irreal y, sin embargo, allí estaba, delante del bar de su padre, de vuelta a su antigua vida y a sus costumbres de siempre, listo para ahogar sus penas en un vaso de Guinness.

Había pensado en llamar a Olivia. El juicio ya había empezado y terminaría dentro de tres días. Red Keenan había decidido negociar, ante la magnitud de las pruebas que se presentaban contra él por sus propios socios. Kevin Ford ni siquiera había tenido que testificar. Al final, proteger a Olivia no había tenido relevancia alguna y todo lo que habían compartido existía en un extraño limbo entre la vida real y la fantasía.

Lo más seguro era que Olivia hubiera vuelto a su vida de siempre. Una vez, él había creído que podría formar parte de aquella vida, pero entonces se había visto acuciado por la investigación en su contra. Como su trabajo estaba en peligro, había creído que no podría ofrecerle nada. Sin embargo, dado que lo había recuperado, había empezado a fantasear con que tal vez podrían hacerlo funcionar.

Ella nunca había desaparecido completamente de su vida. Pensaba en ella cada hora del día, recordando los momentos que habían vivido juntos hasta el punto de que casi podía recitar conversaciones de memoria. Había aprendido a conjurar la imagen de ella, junto con su olor y su sabor y el sonido de su risa con solo cerrar los ojos.

Por la noche, cuando estaba tumbado a solas en su cama, le parecía que todavía podía tocar su aterciopelada piel y los suaves contornos de su cuerpo. Los recuerdos eran tan intensos, que había llegado a preguntarse si los perdería alguna vez. En realidad, no quería perderlos nunca. Solo esperaba tener una vida llena de recuerdos de Olivia.

A pesar de todo, no había podido llamarla por teléfono. Seguramente estaba mejor sin él. Seguro que, tras volver a su vida de siempre, ya no se acordaba de él. Además, él nunca habría podido adaptarse a la vida doméstica.

Mentira. Claro que habría podido. Con Olivia en su vida, habría sido un marido amante y un buen padre. Ella le había hecho ver que podía amar y ser amado sin miedos ni temores. Olivia no era su madre.

De repente, sintió una fuerte necesidad de verla, de oír su voz, de tocarla. Sabía que lo suyo podría funcionar con que solo le dijera lo que sentía por ella. Conor decidió meterse en su coche, ir a buscarla y convencerla de que estaba enamorado de ella.

– ¡Maldita sea!

El sonido de aquella voz le sacó de sus pensamientos. Entonces, se fijó en una mujer que había agachada a pocos metros de él. Parecía tener problemas con el coche. Unos minutos antes, habría agradecido la interrupción, pero, dado que había decidido ir a buscar a Olivia, todos los minutos que pasaba sin verla le parecían preciosos. Sin embargo, sus obligaciones como policía estaban antes que sus deseos. Si había alguien que necesitaba ayuda, tendría que anteponerlo a todo lo demás. Cambiar un neumático. ¿Cuánto tiempo podía llevarle?

– ¿Puedo ayudarla?

La mujer gritó y se levantó enseguida, aferrándose a la llave inglesa que tenía en la mano.

– No se preocupe -dijo él, extendiendo las manos-. Soy policía. Y he venido a ayudarla.

La joven mujer lo miró cautelosa y levantó un poco más la llave.