– Olivia, no se me ocurre mejor modo de explicártelo que hacerlo con dos palabras. Te quiero. Probablemente te he querido desde el día en que me pegaste aquella patada. Siento haber tardado tanto tiempo en darme cuenta, pero no hacía más que convencerme a mí mismo de que solo era parte del trabajo… Que había interpretado mal mis sentimientos protectores hacia ti. Pero ahora sé que no es cierto. Sé lo que siento y no quiero pasar otro día de mi vida sin ti.

Entonces, Conor le agarró las manos y la llevó a una de las mesas. Allí hizo que se sentara y luego se sentó frente a ella.

– Supongo que te estás preguntando cómo sé ahora que te amo -susurró él, entrelazando sus dedos con los de ella.

– No. Solo…

– Bueno, déjame explicarte. Cuando mi madre se marchó, se olvidó completamente de nosotros. Supongo que siempre creí que, si resultaba tan fácil para una madre, cualquier otra mujer podría hacerme lo mismo. Incluso tú.

– Yo nunca…

– Cuando nos conocimos, traté de mantener las distancias, pero tú me necesitabas. Al final, me di cuenta de que yo te necesitaba también a ti… Te habías apoderado de mi corazón, algo que ninguna otra mujer ha conseguido jamás. Yo…

– ¿Puedo decir algo, por favor?

Conor se quedó inmóvil. Estaba convencido de que ella iba a rechazarlo e iba destruir la imagen de un futuro juntos.

– De acuerdo -susurró él, muy triste.

– ¿Quieres dejar de hablar y besarme de una vez?

Atónito, Conor la miró durante un largo instante. En ese tiempo, vio todo el amor que sentía por ella reflejado en los ojos de Olivia. Entonces, se inclinó sobre la mesa e hizo exactamente lo que ella le había pedido. La besó y comprendió que ella nunca lo destruiría, sino que, a cada momento que pasara con ella, mejoraría como hombre. Ella lo amaba y con aquel amor y el que él sentía podían conquistar el mundo.

– Cásate conmigo -murmuró-. Haz de mí el hombre más feliz de la tierra.

– Sí.

– ¿De verdad? -preguntó, incrédulo. Había esperado una excusa, tiempo para pensarlo… Nunca una respuesta tan contundente.

– Sí, claro que me casaré contigo, Conor Quinn. Viviremos juntos, nos amaremos y prometo darte unos hermosos hijos e hijas. Y te prometo, que sean cuales sean los problemas que se ciernan sobre nosotros, nunca, nunca te dejaré.

Conor se levantó, la tomó entre sus brazos y volvió a besarla, larga y apasionadamente. Entonces, miró a su alrededor y descubrió que todos sus hermanos se habían acercado a ellos. Entonces, se echó a reír y abrazó a Olivia.

– Voy a casarme.

– ¿Sí? -preguntó Dylan-. ¿Y dónde has encontrado una mujer tan loca como para casarse contigo?

– En el mismo lugar que encontró una mujer dispuesta a tener como cuñados a un puñado de hermanos tan irlandeses como él -respondió Olivia-. Es decir, si me aceptáis.

Los hermanos los rodearon para darles sus mejores deseos de felicidad y amor. Conor dio entonces un paso atrás para contemplar a la mujer que amaba más que a sí mismo y a los hermanos que habían sido toda su vida hasta que la conoció. Entonces, tomó su vaso de Guinness y lo levantó por encima de sus cabezas.

– Por la leyenda de la familia Quinn.

– Por la leyenda de la familia Quinn -repitieron sus hermanos.

– Ojalá que encontréis una mujer tan maravillosa como Olivia que os dé todo su amor. Un Quinn no es nada sin una mujer a su lado.

Todos bebieron para rubricar aquellas palabras. Entonces, Conor agarró a Olivia por la cintura y volvió a besarla. Liam echó una moneda en la máquina y seleccionó una preciosa canción irlandesa. Conor tomó a Olivia entre sus brazos y empezó a darle vueltas y más vueltas hasta que ella se ruborizó y se quedó sin aliento. Mientras bailaban, él pensó en todos los bailes que compartirían en el futuro: el del día de su boda, el de cada aniversario y el de cada hijo que tendrían.

Sabía que, mientras Olivia estuviera a su lado, entre sus brazos, nunca se lamentaría de un solo momento de su vida. El mayor de los Quinn había encontrado su media naranja y ya no pensaba volver a dejarla escapar.

Kate Hoffmann

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