– Buenas tardes, señor. Tengo el coche fuera cuando usted quiera marcharse.

Conor se volvió para mirar a su compañero, Danny. Este se sentó a su lado, sobre uno de los taburetes. Los habían emparejado el mes anterior, para desolación de Conor. Aunque Wright era un buen detective, el muchacho le recordaba a un enorme cachorro.

– No tienes que llamarme «señor. Soy tu compañero, Wright.

– Pero los muchachos me dijeron que te gustaba que te llamaran «señor.

– Te estaban tomando el pelo. Les gusta hacer eso con los recién llegados. ¿Por qué no te tomas algo y te relajas un poco?

Ansioso por agradarle, Danny pidió un refresco y luego tomó un puñado de cacahuetes y empezó a comérselos.

– El teniente quiere que estemos en la comisaría en cuanto acabemos el turno. Dice que tiene un caso especial para nosotros.

– ¿Un caso especial? -preguntó Conor, soltando la carcajada-. Más bien será un castigo especial.

– El teniente está bastante enojado contigo. Los otros dicen que eres un buen policía, pero que tienes demasiado carácter. El teniente también dice que el detenido va a presentar cargos por brutalidad. Ya se ha conseguido un abogado.

– Ese cerdo le quitó a una anciana de ochenta y cuatro años sus ahorros de toda una vida. Cuando no quiso darle las tarjetas de crédito, le pegó hasta que estuvo a punto de quitarle la vida. Debería haberle sacado los dientes por la nuca. Tuvo suerte de llevarse solo un labio partido.

– Los muchachos dicen…

– ¿Qué es esto, Wright? ¿Es que nunca hablas por ti mismo? Déjame que te diga lo que están diciendo los muchachos. Están diciendo que esta no es la primera vez que me he pasado con un sospechoso, que Conor Quinn tiene fama al respecto y que esa fama no me ayuda a pasar a Homicidios. Combina ese labio partido con mis otros incidentes y te etiquetan como un poli que se pasa fácilmente de la raya.

– Yo… yo no quería…

– No tienes por qué preocuparte, Wright. No es contagioso.

– No me preocupo por mí. Llevas dos años esperando un puesto en Homicidios. Solo hay dos puestos vacantes Eres un buen detective. Te mereces uno de ellos.

– Ya ni siquiera estoy seguro de que me interese.

– ¿Por qué no?

– Llevo más años de los que quiero contar tratando de que esta ciudad sea segura. Pensé que podría mejorar las cosas, pero no creo que lo haya conseguido. Por cada delincuente que he metido entre rejas, ha salido otro más. ¿Por qué voy a pensar que los asesinos se me van a dar mejor?

– Porque sí.

– Diablos, es hora de que empiece a vivir mi vida. Quiero levantarme por las mañanas y mirar el día que me espera con ganas. Mira a mi hermano Brendan. Él mismo elige lo que escribe y cuándo lo escribe. Está viviendo la vida según sus términos. Y Dylan. Lo que él hace si que mejora la vida de las personas. Él les salva la vida.

– ¿Y qué vas a hacer? Eres policía. Siempre lo has sido.

– Tal vez ese sea el problema. Pasé de cuidar de mi familia a cuidar de esta ciudad. Tenía diecinueve años cuando entré en la Academia, Wright. Tenía responsabilidades en casa y necesitaba un trabajo fijo. Si no, tal vez hubiera elegido otra cosa. Creo que me habría gustado ir a la universidad…

– Te sentirás mejor cuando al teniente se le pase el enfado. No puede estar furioso contigo para siempre.

– Bueno, ¿qué clase de asunto nos tiene preparado para esta tarde? -preguntó Conor, antes de tomar un sorbo de su refresco.

– En realidad, es bastante interesante. Vamos a proteger a un testigo del caso de Red Keenan. Tenemos que llevarlo a una casa segura de Cape Cod y vigilarlo durante unos días. ¿No te parece que es un lugar un poco raro para una casa protegida?

– No. Supongo que se imaginan que se puede controlar a todos los que van y vienen en esta época del año. Solo hay una autopista, un aeropuerto. Resulta más fácil descubrir a los sospechosos.

Conor se levantó y se dirigió hacia la puerta, con Wright pisándole los talones. Se despidió de su padre con la mano y les gritó un adiós a sus hermanos. Al llegar a la calle, se subió el cuello de su cazadora de cuero. Por el olor del mar, sabía que se acercaba una tormenta. Durante un momento, pensó en Brendan, que estaba en alta mar, recogiendo material para un libro que iba a escribir sobre los pescadores cíe pez espada. Conor no entendía por que diablos tenía que escribir un libro sobre ese tema, que había causado que su madre los abandonara y que él hubiera tenido que hacerse cargo de sus hermanos.

Inclinó la cabeza y se metió las manos en los bolsillos. Entonces, echó a correr sobre el húmedo asfalto hasta el coche, con Danny detrás. Oyó que alguien se acercaba en su dirección y sus instintos se pusieron en alerta automáticamente. Vio que una mujer menuda, con el pelo oscuro, pasaba a su lado. Sus ojos se miraron solo durante un momento. Conor miró después por encima del hombro, pensando que la conocía. ¿Sería una prostituta? ¿Una policía camuflada?

Vio que la mujer se detenía delante del bar y que miraba a través de la ventana. Unos segundos después subió los escalones de entrada, pero, de repente, volvió a bajar y se perdió en la oscuridad. Conor sacudió la cabeza. ¿Estaba ya tan influenciado por su trabajo que veía delincuentes en una inocente desconocida? Tal vez unos días de soledad en Cape Cod lo ayudaran a poner todo en perspectiva.

La comisaría del distrito número cuatro estaba hirviendo de actividad cuando Conor y Danny llegaron. Conor estaba acostumbrado a hacer el turno de día, pero, dado que le habían asignado proteger a un testigo, los días se mezclarían con las noches. Le esperaba el aburrimiento y las malas comidas.

Según Danny, el testigo había sido trasladado aquella misma noche desde la comisaría de centro. El teniente no les había dado muchos detalles sobre el caso y había preferido hablarles en persona del caso. Sin duda, aprovecharía la oportunidad para hacer que la reunión fuera una lección para un policía demasiado arisco.

Cuando entraron en la comisaría, la puerta del despacho del teniente estaba cerrada. Conor comprobó sus mensajes y se sirvió una taza de café. Rápidamente, buscó entre el desorden que había en su escritorio el cuadernillo de con pastas de cuero que todos los detectives llevan para interrogar a un testigo. Tras encontrar el cuadernillo, dio un paso atrás. Entonces, lo que vio le dejó atónito. La puerta de la habitación que llevaba a la sala de interrogatorios estaba abierta. A través del cristal que permitía ver sin ser visto, se observaba una mesa. La única ocupante de la sala era una mujer, de esbelta figura con cabello rubio ceniza, rasgos refinados y ropas carísimas. Estaba seguro de que no era una prostituta ni una delincuente. De hecho, habría estado dispuesto a apostarse su placa a que aquella mujer no había cometido ningún delito. Parecía estar fuera de su elemento, como una mariposa entre… cucarachas. Entró en la sala y observó por el cristal. Notó cómo le temblaba la mano mientras tomaba un sorbo de café. De repente, se volvió hacia el cristal, haciendo que Conor se ocultara entre las sombras. Aunque sabía que ella no podía verlo, se sentía como si lo hubieran sorprendido mirando.

Era muy hermosa. Ninguna mujer tenía derecho a ser tan bella. Sus rasgos eran perfectos. El cabello le caía en ondas a ambos lados de la cara y descansaba sobre los hombros. Los dedos de Conor temblaron al imaginarse lo suaves que serían aquellos mechones si pudiera acariciarlos entre sus dedos…

Rápidamente, dio un paso atrás. ¿En qué diablos estaba pensando? Por lo que él sabía, aquella mujer podría ser una prostituta con clase o la novia de un ladrón de guante blanco. El que fuera hermosa no significaba que fuera pura.

¿Cuántas veces había mirado a una mujer hermosa para oír de nuevo la voz de su padre en la cabeza? Todas aquellas advertencias ocultas tras las historias de Seamus. «Un Quinn nunca debe entregarle su corazón a una mujer. Mirad más allá de la belleza y descubriréis el peligro que os acecha.

Volvió a mirar hacia la ventana y vio cómo se rodeaba a sí misma con los brazos. Le temblaba todo el cuerpo. Cuando la mujer volvió a levantar la cabeza, Conor vio el rastro de las lágrimas sobre la hermosa piel de su rostro. Conor sintió que el corazón le daba un vuelco al ver la expresión de miedo que había en sus ojos, la cruda vulnerabilidad de su apariencia. Parecía tan pequeña y tan solitaria…

Si hubiera estado a su lado, la habría tomado entre sus brazos para ocultar sus sollozos contra su pecho. Sin embargo, el cristal actuaba como una barrera impenetrable, convirtiéndolo en poco más que un voyeur. Conor nunca había visto llorar a una mujer, a excepción de las prostitutas, que lo hacían solo para conseguir piedad.

Lloró durante mucho tiempo mientras Conor la observaba. Los recuerdos del dolor de su madre acudían a su mente. Sabía que debía marcharse y dejarla con la intimidad de su dolor, pero no podía. Sentía como si tuviera los pies pegados al suelo. Tuvo que luchar contra el impulso de abrir la puerta y entrar para consolarla. Fuera quien fuera, delincuente o no, se merecía un hombro sobre el que llorar.

Conor extendió una mano para girar el pomo de la puerta, pero, en aquel mismo momento, Danny entró en la sala con una bolsa de comida en la mano. Lentamente, Conor apartó la mano, atónito por la transformación que acababa de ver en el rostro de la mujer. Casi instantáneamente, la vulnerabilidad desapareció y su rostro adquirió una fría compostura. Con un gesto solapado, se secó las lágrimas y se volvió para mirar al recién llegado con una dura expresión en los labios.

Conor encendió el intercomunicador para poder escuchar la voz de Danny.

– Señorita Farrell, soy el detective Wright. Mi compañero y yo hemos sido asignados para protegerla hasta el juicio. Siento que haya estado esperando tanto tiempo, pero hemos estado preparándolo todo para poder alojarla en un lugar seguro.

Conor contuvo el aliento. ¿Aquella mujer era el testigo que tenían que proteger?

– Maldita sea -murmuró, tirando el cuadernillo sobre una mesa cercana.

Se había imaginado que tendrían que proteger a un contable o a un chivato repugnante. Considerando la reacción que la señorita Farrell había producido en él, pasar las siguientes dos semanas en su compañía iba a ser un infierno.

– No entiendo por qué no puedo desaparecer simplemente -dijo ella, con dureza-. Puedo marcharme a Europa. Tengo socios allí que estarían encantados de…

– Señorita Farrell, nosotros la protegeremos. No tiene nada de lo que preocuparse.

– No necesito que me protejan -espetó ella, de repente, sobresaltando a Danny-. Puedo protegerme yo sola. No quiero su ayuda.

Danny dio un paso atrás, atónito por aquel exabrupto.

– Pero… pero no podemos tener certeza de que regrese para declarar.

– ¿Y si decido no hacerlo? En ese caso, tendrán que dejarme marchar, ¿no?

– Tarde o temprano, Keenan la encontrará, señorita Farrell. Si no testifica contra él, estará muy pronto en la calle y no creo que quiera dejar cabos sueltos.

– ¿Es eso lo que soy? ¿Un cabo suelto?

– No… no es eso lo que quería decir. Solo le estaba diciendo lo que Keenan pensaría. Escúcheme, voy a buscar a mi compañero para que usted deje que le hable. Es un buen policía. Él tampoco consentirá que le ocurra nada.

Conor agarró su cuadernillo y salió de la sala de observación para dirigirse a la del teniente. Quería que le asignaran otro caso inmediatamente. Incluso sería capaz de realizar trabajos de oficina si aquello le libraba de aquella mujer. Conor llamó rápidamente a la puerta y cerró los ojos mientras esperaba una respuesta.

– El teniente ha salido -comentó Rodríguez-. El comisionado va a celebrar una rueda de prensa para hablar de su programa «Policías y Niños. Habló con Danny hace unos minutos. Creo que tu testigo está en la sala.

Conor se dio la vuelta y volvió hacia su mesa, musitando entre dientes. Entonces, se encontró a Danny.

– Aquí estás -le dijo su compañero-. ¿Estás listo para marcharnos?

– El teniente va a tener que encontrar otra persona para este caso. Yo tengo demasiados casos abiertos como para ocuparme de este. Además, el distrito uno debería ocuparse de ese testigo. Es su caso.

– ¿Cómo? ¡No me puedes dejar solo ahora! Necesito que hables con esa mujer. Se llama Olivia Farrell. Los chicos de Red Keenan dispararon contra ella esta tarde y está bastante asustada. No quiere declarar. No sé qué decir para que…

– Déjala que se defienda ella sola en la calle. Si no quiere testificar, no tiene que hacerlo.

– ¿Qué estás diciendo? Tenemos una buena oportunidad de meter a Keenan entre rejas. Además de asesinar y traficar con drogas, ese tipo ha estado volviéndonos locos con sus trapicheos. Deberías querer que desapareciera de la calle.