– ¿Le he pedido su opinión? -le espetó él-. ¿Por qué no te encargas de vigilar la carretera y el perímetro de la casa, Wright? Yo me quedaré con la señorita Farrell por el momento.
– No quiero que se quede usted aquí – dijo ella, levantando la barbilla con desafío-. Quiero que se quede conmigo el detective Wright.
– Al detective Wright lo necesitan fuera y, dado que usted ha decidido no prestar atención a sus advertencias, tendrá que aguantarse conmigo a partir de ahora. O más exactamente, seré yo el que tendrá que aguantarse con usted. Déme los zapatos.
– ¿Cómo?
– Que se los quite -respondió Conor. Entonces, entró en su dormitorio y sacó las botas y mocasines que había metido en su equipaje antes de salir-. Se los devolveré cuando esté seguro de que se va a quedar dentro. Ahora, déme los zapatos.
Olivia tenía intención de negarse, pero, al ver el modo en que él la miraba, cambió de opinión. Se sentó en el sofá y se quitó los zapatos, que luego le tiró a la cabeza. Después, se cruzó de brazos y se reclinó entre los cojines, mirándolo con suspicacia, como si esperara una siguiente orden.
Sin embargo, él apartó al detective Wright y habló en voz baja con él, lo que le dio a Olivia la oportunidad de observarlo a placer. Era al menos media cabeza más alto que Wright y sus masculinos rasgos contrastaban con los aniñados del otro detective. Cuando no mostraba un gesto enojado, el tipo era bastante guapo. Altos pómulos, fuerte mandíbula y una boca que parecía esculpida por un artista. Tenía el cabello oscuro, casi negro, y los ojos eran de aquel extraño color que no podía describir con palabras.
Mientras Danny Wright parecía un tipo digno de confianza, aquel otro hombre tenía un aire salvaje e impredecible. El cabello era demasiado largo y las ropas demasiado informales. Tenía una constitución fibrosa, con largas piernas, anchos hombros y un vientre muy plano.
Entonces, el detective Wright se acercó al sofá.
– Señorita Farrell, voy a dejarla al cuidado del detective Quinn. Él estará con usted hasta el día del juicio. Espero que no le dé más problemas.
– Eso depende del comportamiento del detective Quinn -replicó ella, levantándose muy lentamente-. Mientras sea capaz de controlar sus tendencias de hombre de las cavernas, seré más buena que el pan.
Tras mirarlos durante un momento, Wright asintió y se apresuró a salir de la casa.
Olivia se quitó la chaqueta y se la tiró.
– Es mejor que se la quede también. ¿Quiere mis calcetines?
– Yo no quiero estar aquí más que usted, señorita Farrell, pero es mi trabajo protegerla. Si me permite llevar a cabo mis deberes, nos llevaremos bien.
Cuando no le gritaba, tenía una voz muy agradable. Su acento era de la clase trabajadora, pero había algo más, algo exótico.
– Me dio a entender que tenía que cargar conmigo. ¿Es que lo están castigando? ¿Qué es lo que ha hecho?
– Nada de lo que usted tenga que preocuparse. Mientras no me enoje, estará a salvo – dijo, mientras comprobaba puertas y ventanas.
Entonces, desapareció en el dormitorio de Olivia. Ella se lo imaginó revolviendo su ropa interior, tocando sus cosas y oliendo su perfume. Siempre sabía cuándo un hombre se sentía atraído por ella, pero con Quinn le resultaba imposible.
Cuando regresó, tenía una almohada y una colcha en las manos, que colocó encima del sofá.
– Esta noche dormirá aquí -dijo él.
– ¿Que yo duermo en el sofá y usted en mi cama? Eso no me parece justo.
– No. Usted duerme en el sofá y yo en el suelo. A partir de ahora vamos a dormir en la misma habitación, señorita Farrell. Si eso no le parece bien, podemos dormir en la misma cama. Eso depende de usted. Tengo que poder llegar a su lado con rapidez…
– Escuche, Quinn, yo…
– Conor. Puede llamarme Conor. Y no sirve de nada discutir. No voy a cambiar de opinión.
Olivia, que había abierto la boca para protestar, volvió a cerrarla. Nunca se había sentido del todo a salvo con el detective Wright, pero con Conor Quinn no había duda de que haría todo lo que tuviera que hacer para protegerla.
– Bueno, voy a hacer un poco de café – dijo de mala gana-. ¿Te apetece una taza? – añadió. Conor asintió y la siguió a la cocina. Tras comprobar metódicamente puertas y ventanas, se sentó en uno de los taburetes-. ¿Es que vas a seguirme todo el día?
– Si tengo que hacerlo… -respondió él mientras Olivia llevaba la cafetera de agua-. ¿Por qué saltó por la ventana?
– Tienes que comprender que estoy acostumbrada a tener mi propio espacio, mi propia vida. Yo nunca busqué esto, nunca quise implicarme de este modo. No debería estar aquí.
– Pero lo está.
– Traté de explicarle al fiscal que no quería testificar, pero…
– Señorita Farrell, tiene un deber que cumplir. Red Keenan es basura, un pez gordo en el mundo de la delincuencia. Con su testimonio, podremos encarcelarlo. Unas cuantas molestias por su parte no son nada comparado con el dolor que ese hombre ha causado a innumerables personas inocentes -añadió, levantándose y disponiéndose a salir de la cocina-. Y manténgase alejada de las ventanas.
El resto del día pasó en un aburrimiento absoluto. Olivia se mantuvo alejada de las ventanas y de Conor Quinn, pero él estuvo lo suficientemente cerca como para tenerla intranquila. Siempre que lo miraba, él la estaba observando, como si esperara que ella saliera corriendo. Quedaban doce días para el juicio, doce largos días en la compañía de Conor Quinn. Tendría que elegir sus armas muy cuidadosamente si quería sobrevivir.
El olor que salía de la cocina era delicioso. Conor levantó la vista de un número atrasado de Sports Illustrated y se incorporó del sillón en el que llevaba sentado más de una hora. Sin poder evitarlo, se dirigió a la cocina, donde se encontró a Olivia Farrell entre humeantes pucheros y cortando algunas hortalizas.
– Huele bien.
– Ayer le pedí al detective Wright que me comprara algunas cosas -replicó ella, apartando la atención de la ensalada que estaba preparando-. Estaba cansada de comidas preparadas y furiosa con mi situación, así que hice la lista de la compra todo lo complicada que pude.
– ¿Qué está preparando?
– Paella.
– ¿Que es eso?
– Es un plato de arroz y marisco originario de España. Probablemente les costó bastante encontrar gambas frescas y mejillones, pero yo tengo todo el tiempo del mundo, que es lo que hace falta para preparar paella.
Ella lo miró. Conor se dio cuenta de que Olivia Farrell tenía unos ojos muy hermosos. No llevaba mucho maquillaje, lo que permitía que su belleza natural resaltara por encima de todo lo demás.
– Hay una botella de vino en el frigorífico. Puedes abrirla, si quieres -añadió ella.
– No debería beber cuando estoy de servicio -dijo él, sacando el vino.
– Prometo que no volveré a intentar escaparme. Puedes tomar una copa pequeña, ¿no te parece? -dijo, sacando dos copas de uno de los armarios.
Si todo aquello hubiera ocurrido en diferentes circunstancias, Conor habría podido imaginarse que estaban en su primera cita…
– ¿Le gusta cocinar?
– No lo hago muy a menudo, o al menos, no así. Es una tontería preparar estas cosas para uno.
– En ese caso, no tiene…
– ¿Novio? Ahora no. ¿Y tú?
– No, yo tampoco tengo novio -respondió él, con una sonrisa.
– Lo que quería decir era si tenías novia. ¿Tal vez esposa?
Conor le sirvió una generosa copa de vino y luego vertió un poco en una copa para él. No bebía vino con frecuencia, pero tenía que admitir que aquel Chardonnay sabía muy bien.
– Los policías no somos buenos maridos.
– Ese acento… No puedo decir de dónde es…
– Del sur de Boston, con un ligero toque de Cork. Nací en Irlanda.
– ¿Cuándo te marchaste de allí?
– Hace veintisiete años. Yo solo tenía seis -dijo él, sin muchas ganas de hablar de sí mismo, sobre todo delante de una mujer tan sofisticada como Olivia Farrell-. ¿Dónde nació usted, señorita Farrell?
– Olivia, por favor. He vivido en Boston toda mi vida.
Un largo silencio surgió entre ellos mientras Conor observaba cómo ella preparaba la comida. Se movía con gracia, lo que hizo que él se sintiera fascinado por cada uno de sus gestos. Aunque iba vestida con un enorme jersey de lana y unos vaqueros, la elegancia y la clase parecían irradiar de su cuerpo.
– ¿Qué te hizo convertirte en policía? – preguntó ella por fin.
– Es una larga historia.
– Como dije antes, tengo mucho tiempo. Doce días, de hecho, y menos mal, porque intentar hablar contigo es como hacerlo con un… bol de verduras.
– Sí, supongo que no hablo mucho.
– ¡Vaya! Una frase con más de cinco palabras. Estamos haciendo progresos. Antes de que acabe la noche, espero por lo menos una de diez.
Entonces, metió la cuchara en la cazuela y saboreó la salsa. Luego, le extendió la cuchara a él. Conor le agarró la mano y se la sujetó mientras lamía la punta de la cuchara. Sentir su pequeña muñeca, la suavidad de su piel le provocó una descarga eléctrica que le subió rápidamente por el brazo.
Se miraron y, durante un largo momento, ninguno de los dos se movió. Si hubiera sido una primera cita, Conor podría haberle quitado la cuchara de la mano y la habría besado hasta que se hubiera perdido en el sabor de sus labios y en el tacto de su suave carne.
Sin embargo, aquella no era una primera cita. Estaba protegiendo a un testigo y tener fantasías sobre aquella mujer, por muy hermosa que fuera, solo serviría para hacerle olvidar los peligros que la acechaban.
– Voy a salir a comprobarlo todo antes de que oscurezca -murmuró, tratando de teñir su voz de indiferencia-. Quiero asegurarme que Danny no se ha dormido. No te acerques a las ventanas -añadió, antes de salir al exterior.
Conor saludó a su compañero, estacionado en un coche aparcado cerca de la carretera. Sentía la tentación de volver a cambiar de trabajo con él, darle paella y vino a cambio de interminables horas con solo café templado, donuts duros y la única compañía de la radio. Él siempre se había tomado muy en serio su trabajo, pero estaba empezando a resultarle muy difícil estando en la misma habitación que Olivia Farrell. ¿Por qué tenía que ser tan hermosa?
Había leído el expediente del caso, pero no se había molestado de hacerlo en detalle. La verdad era que no quería saber nada más sobre la atractiva y deseable Olivia Farrell. Sin embargo, después de pasarse tanto tiempo con ella, sentía curiosidad. Quería saberlo todo sobre ella y la relación que había tenido con Red Keenan.
Tal vez, después pudiera empezar a verla solo como una testigo y dejar de pensar en ella como una hermosa mujer.
La luz del fuego se había apagado. Conor se levantó para avivar las brasas. En el exterior de la casa, el viento aullaba y las olas se estampaban contra la costa. Había visto las predicciones meteorológicas y sabía que la tormenta iba a arreciar. El único consuelo era que los hombres de Keenan no se atreverían a ir hasta allí.
Dentro de la casa, los restos de la cena estaban esparcidos por la mesa de café, platos sucios, pan a medio comer y la botella vacía de vino. Al mirar al sofá, vio que Olivia estaba dormida, tapada por una suave manta, con las manos bajo la barbilla. Le recordaba a una ilustración que había visto en uno de sus libros de historias irlandesas, un dibujo de Derdriu, una mujer muy bella desposada con un rey, pero amada por un simple guerrero. El cabello de Olivia, como el de Derdriu, era de un delicado tono rubio. Ondas y rizos se esparcían por la almohada y su perfecta piel brillaba como la porcelana a la tenue luz del fuego.
Conor echó otro leño al fuego. Recordó que su padre le había contado que la belleza de Derdriu solo había llevado muerte y destrucción para su pueblo. Recordó el dibujo, la dulzura y vulnerabilidad de su rostro…
Lo habían enviado para proteger a aquella mujer, para que diera la vida por ella como si fuera un antiguo guerrero, pero, ¿qué sabía de ella? Se levantó y sacó el expediente de la policía de su bolsa de viaje. Entonces, se acercó al fuego y empezó a leer. Por lo que deducía, Olivia Farrell era una ciudadana normal y corriente atrapada en circunstancias fuera de lo normal.
Su socio, Kevin Ford, había sido arrestado por participar en un plan de blanqueo de dinero que había incluido también un asesinato. La mecánica del plan era bastante sencilla. Compraba carísimas antigüedades para Keenan, las vendía a clientes fantasmas por un valor tres o cuatro veces más alto y luego le entregaba el dinero blanqueado a Keenan.
Olivia no sabía nada del plan, pero había tenido la desgracia de escuchar una conversación entre su socio y Keenan, lo que proporcionaba la única prueba sólida que los relacionaba. Conor se preguntó si sabía el verdadero peligro que corría. También se preguntó la clase de relación que habría tenido con Kevin Ford.
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