Sin pensar, ella levantó la mano y se la colocó en la mejilla. Conor la miró a los ojos y, durante un momento, Olivia estuvo segura de que iba a besarla. Pensó también en hacer ella misma el primer movimiento, curiosa por conocer cómo sería su sabor y sus labios.

– No deberíamos hacer esto -murmuró él, sin poder apartar los ojos de sus labios-. Tú eres testigo en un juicio y yo debo protegerte.

Olivia apartó la mano. No debería haber pensado que él se sentiría tan atraído por ella como ella por él. Era una fantasía desear al hombre que la estaba protegiendo y, al mismo tiempo, un modo de escapar de los problemas de su vida diaria.

– Lo siento.

– No tienes por qué -replicó Conor-, es algo bastante común. Tú tienes miedo, yo te protejo… Ocurre constantemente.

– Entonces, ¿te ha ocurrido antes?

– No, nunca.

– Bueno, entonces eso me hace sentir mucho mejor -dijo ella, levantándose del sofá-. Voy a ver si puedo encontrar una cama. Despiértame cuando sea hora de marcharnos.

Caminó por un largo pasillo, deseando poner tanta distancia como fuera posible entre Conor y ella. Cuando finalmente alcanzó la puerta de un dormitorio, la cerró tras ella y respiró aliviada. Todo parecía tan irreal como si se estuviera viendo en una película. ¿Qué le había pasado a su vida? Solo unos pocos meses antes había estado tan ocupada con su trabajo, que no había encontrado tiempo para ocuparse de su patética vida social.

En aquel momento, estaba en compañía del hombre más intrigante y guapo que había conocido nunca. Debería estar encantada, pero, cuanto más conocía al detective Quinn, más empezaba a creer que Red Keenan no era quien suponía un peligro para ella. Era Conor Quinn.

Conor contemplaba el puerto de Provincetown, vigilando el horizonte para captar cualquier señal de Brendan y Dylan. El sol estaba empezando a salir y el cielo estaba más despejado. Las estrellas eran visibles a través de los claros que se veían en las nubes, pero el viento había vuelto a soplar con fuerza. El pequeño pueblo estaba despertándose y Conor tenía miedo de que todavía siguieran esperando cuando saliera el sol.

Había aparcado el todoterreno entre unas casetas de pescadores cerca del puerto, lo que le daba una buena visión del agua y de todos los que se acercaran a la ciudad.

– Maldita sea, Brendan, ¿dónde estás?

– ¿Y si no viene? -preguntó Olivia.

– Vendrá -afirmó Conor. Habría deseado tocarla, tomarla entre sus brazos, pero no volvería a hacerlo nunca más. No pensaba consentir que ella le nublara la concentración y los pusiera a los dos en peligre.)-. Lo he llamado y vendrá.

Sintió que ella lo miraba, buscando la cercanía de la que habían disfrutado horas antes. Como no la encontró, se hundió en sí misma y se rodeó con los brazos, tratando de protegerse así del frío de la mañana.

– Si no llega dentro de diez minutos, creo que deberíamos marcharnos -dijo Olivia.

– ¡Yo decidiré si nos marchamos y cuándo lo hacemos!

– Lo único que digo es que…

– ¡No necesito tu opinión! -le espetó él, arrepintiéndose en el momento en que aquellas palabras le salieron de los labios.

– Pareces olvidarte de que es mi vida. Quieren matarme a mí, no a ti. Al menos debería tener voz y voto en la…

– Y si te niegas a escucharme, tal vez yo me vea envuelto en el fuego cruzado, así que, ya ves, no solo es tu vida, sino la mía también. Estamos juntos en esto.

Al menos, hasta que consiguiera que Olivia estuviera segura. En ese momento, pensaba llamar a su teniente para hacer que otro agente se ocupara de ella. Se aseguraría que ese hombre fuera digno de confianza, por supuesto, y ahí se acabaría todo. Prefería enfrentarse a un año de trabajo en comisaría que arriesgarse a sucumbir a la tentación del cuerpo de Olivia Farrell.

– Se acerca un barco -comentó ella, de repente, interrumpiendo sus pensamientos-.

¿Lo ves?

Conor oyó el característico sonido de los motores diesel. Como por arte de magia, el barco de su padre salió de la oscuridad. Conor nunca se había preocupado por aquel barco, ya que, en su opinión, había sido la causa de la separación de sus padres y lo había obligado a él a crecer demasiado rápido. Sin embargo, en aquel momento, se alegró muchísimo de verlo.

El barco maniobró entre los estrechos muelles y se dirigió hasta el lugar donde estaban las bombas de combustible.

– Venga, ahora podemos marcharnos. Conor salió del todoterreno y lo rodeó para ayudarla a salir a ella. La tomó de la mano y bajaron tranquilamente hacia el puerto. Conor le protegía la espalda y miraba cuidadosamente a su alrededor. Cuando llegaron por fin al puerto, le colocó la mano en la espalda, animándola a que continuara.

Brendan no hizo ninguna pregunta. Simplemente extendió la mano y agarró a Olivia. Cuando ella se hubo acomodado, Conor subió rápidamente y enseguida se vieron de nuevo engullidos por la oscuridad. De momento, estaban a salvo de Red Keenan.

Las luces de posición del barco casi no eran visibles por la pesada bruma que había sobre la bahía, pero el agua no estaba tan picada como Conor había esperado. Miró a Olivia, pero ella estaba contemplando el horizonte; la brisa le alborotaba el pelo y el frío hacía que sus mejillas se sonrojaran.

No se sentiría a salvo hasta que estuvieran lejos de allí, en un lugar cálido y seguro. No estaba seguro de dónde podrían ir. Su apartamento era un lugar demasiado evidente y probablemente no estaba lo suficientemente ordenado como para recibir huéspedes.

Miró hacia la cabina y vio que sus hermanos estaban hablando tranquilamente. Cuando Dylan se dio cuenta de que Conor los estaba mirando, le dedicó una lasciva sonrisa y emitió, un silbido, señalando con la cabeza el lugar en el que Olivia estaba. Conor sacudió la cabeza y se reunió con sus hermanos.

– Ni lo pienses -dijo cuando entraba en el interior de la cabina.

– ¿Ni piense qué? -susurró Dylan.

– En lo que siempre estás pensando cuando ves a una mujer hermosa.

– Ay, hermano. Evidentemente, una mujer como esta está desperdiciada contigo -comentó Dylan.

– Es una mujer muy bella, ¿verdad? -añadió Brendan.

Conor gruñó y se preguntó si sus hermanos pequeños crecerían alguna vez. ¿Se darían cuenta alguna vez que la vida era algo más que una larga sucesión de mujeres saliendo de sus dormitorios?

– Vayamos a Hull -les ordenó-. Eso es todo lo que necesito de vosotros en estos momentos.

Volvió a salir fuera de la cabina y fue a reunirse con Olivia. Parecía estar algo mareada y completamente agotada. Suavemente le tomó las manos heladas y la llevó hasta el camarote principal. Brendan lo había caldeado y las luces brillaban suavemente en su espacio interior. Conor vertió café de un enorme termo en una taza y se la ofreció a Olivia.

– ¿Te encuentras bien?

Ella se sentó, muy lentamente, tratando de compensar el movimiento del barco.

– Te acostumbrarás muy pronto al movimiento. Además, cuando hayamos atravesado la bahía, se calmará. Toma un poco de café.

– Aquí se está muy caliente -susurró ella, tras tomar un sorbo del café-. Hace dos días que no entro en calor. ¿Cómo puedes ser tan brusco un momento y tan amable al siguiente? -añadió, interrogándolo con la mirada.

– Es mi trabajo -respondió él, sirviéndose también una taza.

– ¿Eso es todo?

– ¿Qué otra cosa podría ser?

– Entonces, supongo que debería disculparme, por lo de antes. No quería… dejarme llevar. Es solo que últimamente he estado un poco nerviosa y pensé que tú…

– No importa…

Conor no iba a decirle que deseaba besarla tanto como ella a él. No iba a confesarle lo mucho que había tenido que controlarse para apartarse, para resistirse. Nada le habría gustado más que olvidarse de todas sus responsabilidades y dejarse llevar, dejar a un lado la cautela y acostarse con ella. Sin embargo, no pensaba darle nada más a su jefe para que pudiera utilizarlo contra él. Una aventura con un testigo era más de lo necesario para costarle la placa.

– ¿Dónde vamos ahora? -preguntó ella.

– Volvemos a Boston… o a Hull, para ser más preciso. Después de eso, no sé.

– Si fueron capaces de encontrarme en la casa de Cape Cod, no creo que importe dónde me esconda. Me encontrará de todos modos.

– No dejaré que eso ocurra.

– En cuanto regresemos a Boston, tengo que ir a mi apartamento. No tengo ropa. Nos dejamos todo en la casa de la playa. Y hay algo más que necesito recoger.

– No, no podemos. Sería demasiado peligroso. Te compraremos ropa nueva.

– Por Favor… No tengo nada. Mi tienda está cerrada, mi apartamento vacío. No he dormido en mi cama desde hace días. Solo quiero volver a ver a mi alrededor cosas que de verdad son mías.

No quería escuchar sus súplicas. De hecho, tenía miedo de ceder. Resultaba difícil negarle nada a Olivia, especialmente cuando veía la vulnerabilidad que había en sus ojos. Lo único que quería era protegerla, pero, en cierto modo, sus instintos como hombre estaban en conflicto directo con sus instintos como policía.

– Te he dicho que no -replicó él. Entonces, se giró y se dispuso a marcharse-. Si me necesitas estaré en el puente.

Conor volvió con sus hermanos. Dylan y Brendan se volvieron a mirarlo, observándolo con ojos a los que no se les podía ocultar ningún secreto.

– Bueno, ¿qué está pasando entre vosotros?

– Nada. Es solo un testigo -dijo Conor, encogiéndose de hombros.

– ¡Venga ya, Conor! -exclamó Brendan-. Ya nos hemos dado cuenta del modo en que la miras, en que te acercas a ella. ¿Cuándo fue la última vez que trataste a una mujer de ese modo?

– Nunca -respondió Dylan-. La trata como si estuviera hecha de oro. ¿Te has dado cuenta Brendan? ¡Como si fuera de oro!

– Es parte de mi trabajo. Si no está contenta, no testifica o, lo que es peor aún, se escapa y consigue que la maten y yo consigo que me echen de una patada del departamento por omisión del deber.

– Se ha enamorado de ella -comentó Dylan-, pero está engañándose a sí mismo.

Conor se echó a reír. Dylan era muy rápido en sacar conclusiones, pero en aquello se equivocaba. Lo último que quería era enamorarse de Olivia Farrell. Efectivamente, se sentía muy atraído por ella. ¿Qué hombre no lo estaría? Era una mujer muy hermosa, pero, a pesar de todo, no había nada más.

– Te olvidas de que me criaron con las mismas historias que a ti. Sé lo que ocurre cuando un Quinn se enamora. ¡Diablos! Es mejor que me tire de un acantilado y les ahorre a todo el mundo los problemas.

– Me sorprende que no hayamos salido todos con daños psicológicos -musitó Dylan.

– Tal vez los tengamos -dijo Brendan-. No veo a ninguno de nosotros embarcándose en una relación de verdad. En algo permanente, que dure más de un mes. Somos seis tipos que no estamos mal físicamente, con buenos trabajos… ¿Qué no los impide?

En realidad, Conor se había hecho muchas veces la misma pregunta. No podía negar que la actitud de su padre tenía algo que ver en cómo se relacionaba con las mujeres. Recordaba todas las historias. También recordaba a su madre y el dolor que había sentido cuando ella se había marchado.

Olivia Farrell le haría sentir de nuevo aquel dolor. Sin embargo, no se lo consentiría. No iba a enamorarse de ella porque, tan pronto como llegaran a la costa, iba a llamar a la comisaría e iba a conseguir que lo trasladaran a otro caso. Olivia Farrell no tendría la oportunidad de derrotar a un Quinn.

Olivia no estaba segura de dónde estaba cuando abrió los ojos. Solo sabía que no tenía frío y que había dormido profundamente por primera vez desde hacía días. No sabía dónde estalla, pero se sentía a salvo.

– Buenos días.

Asustada al oír una voz que no le resultaba familiar, Olivia se sentó en la cama de un salto. Sin embargo, la voz poco familiar venía con un rostro muy conocido. Un hombre muy guapo, con el mismo pelo oscuro y el mismo color de ojos que Conor, estaba sentado frente a la pequeña mesa del comedor, leyendo el periódico. Entonces, ella frunció el ceño, como si tratara de recordar su nombre.

– Brendan -dijo él.

– Brendan, ¿dónde estamos? -preguntó, mirando a su alrededor.

– En Hull. Hemos llegado hace cuatro o cinco horas.

– ¿Dónde está Conor? -quiso saber ella, tras darse cuenta de que eran más de las dos de la tarde.

– Ha salido para buscar un lugar seguro en el que puedas alojarte.

– ¿Y tu otro hermano?

– ¿Dylan? Ha salido a comprar algo de comer.

– Entonces, tú fuiste el que sacó la pajita más corta y se vio obligado a cuidar de mí, ¿no?

– Como mi padre solía decir, una cabeza sabia mantiene la boca cerrada. O algo por el estilo.

Aunque parecía indicar lo contrario, Olivia habría jurado que Brendan acababa de echarle un piropo.