– Si lo hacemos nos estaremos exponiendo.

La mujer sonrió.

– No si lo hacemos bien. Simplemente debemos ser discretos. El mayor peligro que enfrentamos es que haya sido encontrado por otro barco y llevado a un hospital. Si él ha podido hablar con alguien, hacer algunas llamadas, no nos podremos acercar a él. Sin embargo primero hay que encontrarle. Estoy de acuerdo con Charles. Hay demasiado en peligro como para que simplemente demos por hecho que está muerto.

La cara de Ellis se ensombreció.

– ¿Tienes idea del gran tamaño del área que tendremos que cubrir?

Charles señalo un mapa de Florida que estaba cerca.

– Nuestra posición era ésta -dijo, marcando el lugar con una X-. Debido a la distancia y las mares, las cuales ya he investigado, creo que deberíamos centrarnos en esta área -dibujó un largo óvalo en el mapa y lo golpeó ligeramente con su pluma-. Noelle, compruebe todos los hospitales en el área, y también en informes de la policía, para saber si alguien ha sido tratado por un disparo. Mientras tú haces eso registraremos cada pulgada del litoral – se reclinó en su silla y miró fijamente a Ellis con su fría mirada-. ¿Puedes ponerte en contacto con tu gente y averiguar sin levantar sospechas si él ha llamado a alguien?

Ellis se encogió de hombros.

– Tengo un contacto de confianza.

– Entonces hazlo. Puede que hayamos esperado demasiado tiempo en esta situación.

Haría la llamada, pensó Ellis, pero estaba seguro de que sería una pérdida de tiempo. Sabin estaba muerto; estas personas insistían en que era alguna clase de superhombre, que podía desaparecer sin dejar ningún rastro, para luego volver a aparecer. De acuerdo, mientras estaba en activo había tenido una buenísima reputación; eso había sido años atrás. Desde entontes debería haber perdido su dureza, debido al aburrido trabajo de oficina que había estado haciendo. No, Sabin estaba muerto; Ellis estaba seguro de eso.


Rachel se encontraba sentada en el columpio que había en el porche delantero de la casa, con un periódico abierto sobre su regazo y limpiando guisantes. Tenía un barreño en el columpio a su lado, y de forma automática los cortaba y rompía las vainas haciendo que poco a poco los guisantes cayeran en el barreño. No le gustaba tener que pelar los guisantes, pero le gustaba comerlos, de modo que era un mal necesario. Movía suavemente el columpio y oía la radio portátil que estaba en la repisa de la ventana. Estaba escuchando una cadena del país de frecuencia modulada, pero tenía el volumen bajo ya que no quería perturbar a su paciente, que se encontraba durmiendo pacíficamente.

Había esperado que finalmente despertara esa mañana para siempre, pero en vez de eso él había alternado entre el estado de sueño profundo, cuando la aspirina y el baño con esponja bajaban la fiebre, y el nerviosismo cuando su fiebre subía. No había abierto los ojos ni había vuelto a hablar, aunque una vez él había agarrado su hombro con su mano derecha y había gemido hasta que Rachel consiguió soltarse y sujetar su mano, tranquilizándolo con suaves murmullos.

Joe se aparto del arbusto de la adelfa, un gruñido formándose en su garganta. Rachel lo recorrió con la mirada, para a continuación mirar alrededor del patio y hacía la carretera, a la izquierda, pero no veía nada. No era como si Joe hubiera visto a unos conejos o ardillas.

– ¿Qué es? -pregunto ella, incapaz de mantener la intranquilidad alejada de su voz, y Joe respondió al tono de su voz colocándose delante de ella. Ahora era un autentico gruñido y miraba fijamente hacía los pinos, hacía la cuesta que se dirigía a Diamond Bay.

Dos hombres salían de entre los pinos.

Rachel continuó pelando los guisantes como si no tuviera ninguna preocupación, pero sintió en un segundo cada uno de los músculos de su cuerpo. Clavó los ojos en ellos, abiertamente, decidiendo que eso sería la forma más normal de actuar. Iban vestidos de forma informal, con pantalones de algodón y camisas, con chaquetas holgadas de algodón. Rachel miró las chaquetas. La temperatura era de treinta grados y eso que aún no habían llegado al mediodía, de modo que la temperatura seguiría subiendo. Las chaquetas eran cualquier cosa menos prácticas, a menos que fuesen necesarias para esconder una pistolera.

Cuando los hombres cruzaron la carretera y se acercaron a la casa Joe gruñó y se encorvó, el corto pelaje erizado. Los hombres se detuvieron, y Rachel vio como uno de ellos metía la mano bajo su chaqueta antes de detenerse.

– Siento esto -dijo ella mientras dejaba los guisantes en el suelo y se ponía en pie-. A Joe no le gustan los desconocidos en general, y en particular los hombres. No dejaría entrar ni siquiera al vecino. Creo que algún hombre lo maltrató en algún momento. ¿Se han perdido o su barco ha dejado de funcionar? -mientras hablaba bajó los escalones y colocó una mano tranquilizadora sobre la cabeza de Joe, sintiendo como él la protegía.

– No. Estamos buscando a alguien -el hombre que le contestó era alto y guapo, con el pelo de color entre café y arena, y la típica sonrisa de dientes blancos de un universitario sobre su cara bronceada. Recorrió con su mirada a Joe-. Eh, ¿querría sujetar mejor al perro?

– Estará bien, mientras usted no se acerque más a la casa -Rachel esperaba estar en lo cierto. Dando otra palmada a Joe, lo adelantó y se acercó a los hombres-. No creo que me proteja tanto a mi como a su territorio. Ahora, ¿qué estaba diciendo usted?

El otro hombre era más bajo, más delgado y más oscuro que el Sr. Chico de Cualquier Universidad Americana.

– F.B.I. -dijo enérgicamente, colocando delante de su cara un distintivo-. Soy el agente Lowell. Éste es el agente Ellis. Estamos buscando a un hombre que pensamos que podría estar por esta área.

Rachel frunció el entrecejo, rezando por no exagerar.

– ¿Un delincuente fugado?

La fija mirada del agente Ellis había medido con agrado las piernas largas y desnudas de Rachel, pero sus ojos subieron ahora a su rostro.

– No, pero es la cárcel donde queremos ponerle. Pensamos que puede haber desembarcado en alguna parte de esta área.

– No he visto a ningún desconocido por aquí, pero me mantendré vigilante. ¿Qué aspecto tiene?

– Mide metro ochenta, tal vez un poco más alto. Pelo negro, ojos negros.

– ¿Seminola? – los dos hombres parecieron alarmados.

– No, no es un indio -dijo finalmente el agente Lowell-. Pero es oscuro, puede parecer a quien lo mira que tiene algo de indio.

– ¿Tienen una fotografía suya?

Una mirada rápida entre los dos hombres.

– No.

– ¿Es peligroso? Digo, ¿un asesino o algo así así? -se había formado un nudo en su pecho y avanzaba hacía su garganta. ¿Qué haría si le dijeran que era un asesino? ¿Cómo lo podría soportar?

Otra vez esa mirada, como si no estuvieran seguros de qué decirle a ella.

– Debe ser considerado armado y peligroso. Si ve a cualquiera que le parezca sospechoso llámenos a este número -el agente Lowell garabateó un numero de teléfono en una hoja de papel y se lo dio a Rachel, quien lo recorrió con la mirada antes de doblarlo y metérselo en el bolsillo.

– Lo haré -dijo ella-. Gracias por hacer una visita.

Comenzaron a marcharse; después el agente Lowell hizo una pausa y se giro hacía ella, sus ojos entrecerrándose.

– Hay extrañas marcas en la playa, como si hubieran arrastrado algo. ¿Sabe algo acerca de ellas?

A Rachel se le congeló la sangre en las venas. ¡Tonta!, se dijo a si misma ateridamente. Debería haber bajado a la playa y debería haber borrado todas esas marcas. Al menos la marea habría limpiado cualquier rastro de sangre y otros indicios que pudieran indicar donde había caído él. Deliberadamente frunció el entrecejo, dándose tiempo para pensar, luego despejándola.

– Oh, debe referirse al lugar donde colecciono conchas y madera a la deriva. Los amontono sobre una lona y la arrastro hasta aquí. Así lo puedo traer todo en un solo viaje.

– ¿Qué hace con ellos? Las conchas y la madera.

A ella no le gusto la forma en que el agente Lowell la miraba, como si no creyese una sola palabra de lo que estaba diciendo.

– Los vendo -dijo ella, y era la verdad-. Tengo dos tiendas de souvenirs.

– Ya veo -le sonrió-. Pues bien, buena suerte en su búsqueda de conchas.

Volvían a marcharse.

– ¿Necesita una lancha? -preguntó alzando la voz-. Se ve que tiene calor ahora y todavía va a hacer más calor.

Los dos contemplaron el sol abrasador en el despejado cielo azul; sus caras brillaban por el sudor.

– Tenemos un bote -dijo el agente Ellis-. Vamos a seguir investigando a la largo de la playa un poco más. Gracias de todas maneras.

– Cuando quiera. Oh, cuidado si usted va hacia el norte. Se pone pantanoso.

– Gracias de nuevo.

Los observó desaparecer entre los pinos y bajar la cuesta, y a pesar del calor un escalofrío hizo que se le erizara el vello. Lentamente regresó al porche y se sentó en el columpio, regresando automáticamente a la tarea de pelar los guisantes. Todo lo que habían dicho se arremolinaba en su mente, e intentó ordenar sus pensamientos. ¿El F.B.I.? era posible, pero sus distintivos habían sido enseñados y guardados tan rápidamente que no había podido examinarlos. Sabían que podía estar por esa área, pero no tenían ninguna foto de él; lógicamente el F.B.I. tendría algo, aunque fuera solamente un retrato robot de alguien a quien estaban buscando. Y se habían apartado de la pregunta de qué había hecho él, como ni no la hubieran esperado y no supieran que responder. Habían dicho que debía ser considerado armado y peligroso, pero en vez de eso él estaba desnudo e indefenso. ¿No sabían que tenía heridas de bala? ¿Por qué no habían dicho nada sobre eso?

¿Entonces que ocurriría si estaba protegiendo a un criminal? Ésa había sido siempre una posibilidad, aunque la había descartado. Ahora daba vueltas en su mente y se encontraba mareada.

Había terminado de pelar los guisantes. Llevó la cacerola al fregadero, luego volvió a recoger las cuerdas y las vainas vacías. Mientras los llevaba a la cocina para tirarlos dirigió una mirada aprensiva a la puerta abierta de su habitación. justamente en ese momento podía ver el cabezal de la cama y la cabeza de él sobre la almohada… su almohada. ¿Acaso cuando él volviese a despertarse, y mirara esos ojos negros estaría mirando los ojos de un criminal? ¿Un asesino?

Velozmente se lavó sus manos y hojeó la guía telefónica, luego tecleó el número. Dio un solo timbrazo antes de que una voz masculina dijese:

– Departamento del sheriff.

– Con Andy Phelps, por favor.

– Solamente por un minuto.

Hubo otro timbrazo, pero esta vez la respuesta era distraída, como si la persona estuviese preocupada por otras cosas.

– Phelps.

– Andy, soy Rachel.

Inmediatamente su voz se hizo más cálida.

– Hola, cariño. ¿Está todo bien?

– Estupendamente. Con calor, pero muy bien. ¿Cómo están Trish y los niños?

– Los niños están bien, pero Trish reza para que comienza la escuela.

Ella se rió, compadeciéndose de la esposa de Andy. Sus niños elevaban el carácter pendenciero a nuevas alturas.

– Oye, hoy han venido dos hombres a la casa. Subieron andando desde la playa.

Su voz se aguzó.

– ¿Te han dado cualquier clase de problema?

– No, ni de lejos es eso. Dijeron que eran del F.B.I., pero no pude ver bien sus distintivos. Están buscando a un hombre. ¿Es verdad? ¿Su departamento os ha notificado algo? Puede que sea paranoica, pero estoy aquí fuera al final de la carretera, y a una distancia de muchas millas de Rafferty. Después de lo de B.B… -en su voz se notó el dolor por los recuerdos. Habían pasado cinco años, pero había veces cuando la pena y el arrepentimiento la quemaban.

Nadie la entendería mejor que Andy. Él había trabajado con B.B. en la D.E.A. los recuerdos hicieron que su voz se volviese áspera.

– Lo sé. Puedo decir que no eres demasiado cuidadosa. Mira, hemos recibido órdenes de cooperar con algunos hombres que están buscando a un tipo. Es todo muy secreto. No son personas locales del F.B.I. dudo que sean realmente del F.B.I., pero las órdenes son órdenes.

La mano de Rachel se apretó en el auricular.

– ¿Y una agencia es una agencia?

– Bravo, por ahí va la cosa. Estate tranquila acerca de esto, pero ten los ojos bien abiertos. No estoy realmente cómodo con esto.

Él no era el único.

– Lo haré. Gracias.

– No hacen falta. Oye, ¿por qué no vienes pronto a cenar alguna noche? Ha pasado un tiempo desde que nos hemos visto.

– Gracias, me gustaría. Llamaré a Trish.

Colgó el teléfono, y Rachel inspiró profundamente. Si Andy no creía que los hombres fueran del F.B.I., era suficiente para ella. Entró en el dormitorio, se sentó a un lado de la cama y vigiló el sueño del hombre, su pecho levantándose y bajando con cada respiración profunda. Tenía las ventanas cerradas desde la noche en la que lo había metido en su casa, de modo que el cuarto estaba oscuro y fresco, pero un diminuto rayo de luz del sol entraba entre las contraventanas y avanzaba sobre su estómago, haciendo que resplandeciera raramente, alrededor de la cicatriz. Quienquiera que fuese, estuviese metido en lo que estuviese metido, no era un criminal común y corriente.