Despacio le empujó, y él se echó hacia atrás, dejándole el espacio que necesitaba. Ella se echó hacia atrás el cabello con una mano.

– No es algo fácil para mi -trató de explicarle, su voz temblaba al igual que su mano-. Nunca he tenido un amante… sólo mi marido.

Sus ojos eran afilados, vigilantes, y él esperaba.

Ella hizo un gesto indefenso. Su honradez merecía la suya.

– Me preocupo por ti.

– No -dijo él vivamente, deliberadamente-. No lo permitas.

– ¿Supones que puedo controlarlo igual que si fuera un grifo? -Rachel lo enfrentó, con la mirada fija en la suya.

– Sí. Esto es sexual, nada más. No te engañes pensando que puede haber algo más, porque aunque lo hubiera, no tendría futuro.

– Oh, lo sé -soltó una risita apremiante, y empezó a mirar por la ventana que había sobre el fregadero-. Cuando te marches de aquí, es cuando terminara.

Deseaba que él lo negase, pero nuevamente esa honradez brutal destrozó sus esperanzas.

– No hay vuelta de hoja. Tiene que ser así.

Sería inútil discutir con él sobre eso; había sabido todo el tiempo que era un solitario, un lobo solitario.

– Así es para ti, pero yo no tengo ese control emocional. ¿Piensas que te amo, oh, mierda, por qué intentar equilibrar el riesgo en la apuesta? -su voz se llenó de indefensa frustración-. Comencé a amarte en el minuto en que te saqué a la fuerza del océano! ¿No tiene sentido, verdad? Pero no se detendrá sólo porque te marches.

La miró, mientras leía con precisión la tensión de su delgada espalda, la rigidez de sus manos. ¿Qué le había costado confesar eso? Era la mujer más directa que alguna vez había conocido, sin usar juegos o subterfugios. Era la única mujer por la que había sentido algo; ya simplemente ese pensamiento le retorcía las entrañas, pero no podía manejar ese conocimiento con más facilidad que el de que si se mantenía a su lado estaría arriesgando su vida. Ella era demasiado importante para él como para ponerla en peligro por su propio placer descuidado.

Puso las manos en sus hombros, mientras le daba un masaje para relajar la tensión que sentía en ellos.

– No te presionaré -murmuro él-. Tienes que hacer lo que sea mejor para ti, pero si decides que me quieres, aquí estoy.

¿Decidir si lo quería? ¡Le dolía de tanto quererlo! Pero él le estaba dando espacio para que pudiera decidir, en lugar de seducirla en la cama aunque sabía que podía hacerlo con facilidad; no se hacía ilusiones sobre su propio control en lo que concernía a él. Puso sus manos sobre las suyas, y entrelazaron sus dedos.

Hubo un golpe cuando Joe abandonó la sombra de las escaleras y se movió alrededor del lateral de la casa. La mano de Kell se tensó bajo la suya, girando la cabeza. Rachel se quedó quieta, luego se estremeció y se movió rápidamente hasta la puerta delantera. No tenía que decirle que se mantuviera fuera de la vista; sabía que si miraba a su alrededor él ya se estaría escondiendo, mientras se movía silenciosamente a través de la casa.

Abrió la puerta y salió al porche, y sólo entonces recordó que Kell había desabrochado parcialmente su blusa. La abrochó rápidamente, mirando alrededor para ver qué había visto Joe. Entonces escuchó el coche que se acercaba por el camino privado; no era posible que fuera Honey, ya que se había marchado, y en las raras ocasiones en que Rafferty venía, se acercaba montado a caballo en lugar de conduciendo.

El coche que se detuvo delante de la casa era un Ford azul claro, un coche gubernamental. Joe se agachó enfrentándolo, mientras gruñía, con las orejas echadas hacia atrás.

– Tranquilo, tranquilo -le murmuró Rachel, mientras trataba de ver quien iba en el coche, pero el sol brillaba en la ventana y la deslumbraba. Entonces se abrió la puerta del coche y salió un hombre alto, pero seguía con la puerta abierta, mientras la miraba por encima del techo del coche. El agente Ellis, sin chaqueta y con gafas oscuras que ocultaban sus ojos.

– Oh, hola -lo llamó Rachel-. Me alegro de volver a verlo.

El ritual sureño tenía sus ventajas, dándole tiempo mientras para ordenar sus pensamientos. ¿Por qué había vuelto? ¿Había visto a Kell cuando este había estado en el exterior? Habían tenido cuidado, mientras confiaban en Joe para advertirlos si alguien se acercaba, pero alguien con prismóticos podía haberlo visto.

Tod Ellis le dirigió su luminosa sonrisa universitaria.

– Es bueno volver a verla, Señorita Jones. Pensé en pasar a verla, para asegurarme de que todo está bien.

Era una excusa bastante débil para todas las millas que había tenido que hacer. Rachel caminó alrededor de Joe y se dirigió al coche intentando impedir que Ellis se acercara a la casa. No era probable que Kell permitiese que le vieran, pero no quería arriesgarse.

– Sí, todo está bien -dijo alegremente, mientras se acercaba al coche y se quedaba de pie ante la puerta por lo que tendría que volverse de espaldas a la casa para mirarla-. Caluroso, pero bien. ¿Han encontrado al hombre que buscaban?

– No, ni rastro. ¿Usted no ha visto nada?

– No ni tan siquiera de lejos, y Joe siempre me hace saber si hay alguien cerca.

La mención del perro hizo que Ellis volviera la cabeza para hacer una rápida mirada para verificar la posición de Joe; el perro estaba quieto en medio del patio, sus ojos entrecerrados dirigidos al intruso, gruñidos bajos que hacían retumbar su pecho. Ellis se aclaró la garganta, entonces volvió a Rachel.

– Es bueno que lo tenga, del modo en que vive aquí sola. No se puede tener demasiado cuidado.

Ella se rió.

– Bien, realmente se puede. Mire a Howard Hughes. Pero me siento segura con Joe protegiendo el lugar.

No podía estar segura, a causa de las gafas oscuras que oscurecían sus ojos, pero creía que él seguía mirando sus piernas y senos. La alarma la recorrió, y tuvo que luchar contra el impulso de bajar la mirada para comprobar los botones; ¿había abrochado bien la blusa? Si no lo había hecho, era demasiado tarde, y además él no tenía ninguna razón para pensar que había estado en la casa, besando al mismo hombre que buscaba.

Entonces él comenzó a reír de forma abrupta, y también, se quitó las gafas mientras las balanceaba en el aire entre sus dedos.

– No vine aquí a investigar -apoyó el antebrazo sobre la puerta abierta del coche, su postura relajada y segura. Estaba acostumbrado a que las mujeres le aprobaran-. Vine a invitarte a ir a cenar. Sé que no me conoces, pero mis credenciales son respetables. ¿Qué me dices?

Rachel no tenía que fingir confusión, era real. No tenía ni idea de cómo contestarle. Si salía con él sería una forma de convencerle de que no sabía nada de Kell, pero por otro lado, podía animar al agente Ellis a que volviera, y no deseaba eso. ¿Por qué seguían ellos aquí? ¿Por qué no habían seguido bajando por la costa en su búsqueda de Kell?

– Pues, no sé -contesto ella, tartamudeando un poco-. ¿Cuándo?

– Esta noche, si no tienes otros planes.

¡Dios, eso estaba logrando con su paranoia! Si habían visto a Kell, podía ser una táctica para sacarla de la casa de modo que no hubiera ningún testigo. Si no, podía hacerlo sospechar si actuaba de forma demasiado extraña. Todas estas conjeturas la iban a llevar a la locura. Al final siguió su instinto. El agente Ellis no había intentado esconder su admiración masculina la primera vez que se habían visto, por lo que iba a tomar su invitación como normal. Si no conseguía nada más, era posible que recibiera alguna información de él.

– Creo que me gustaría -dijo finalmente-. ¿Qué tienes en mente? No soy una persona a la que le vaya mucho la fiesta.

Él le dirigió su mueca juvenil.

– Estate tranquila. A mi tampoco me va el estilo punk. Soy demasiado delicado para que atraviesen con agujas mis mejillas. Lo que tenía en mente era un restaurante silencioso y bueno, y un buen bistec.

¿Y después un rollo en la cama? Quedaría defraudado.

– De acuerdo -dijo Rachel-. ¿A qué hora?

– ¿Te parece bien a las ocho? Ya habrá anochecido y refrescara, espero.

Ella se rió.

– Diría que te acostumbrarás, pero todo lo que haces es aprender a cubrirte de él. La humedad es la que lo consigue. Bien, las ocho entonces. Estaré lista.

Él se despidió y se sentó tras el volante. Rachel caminó hacia atrás por el patio para que cuando se marchara no la cubriera de polvo, y lo siguió con la vista hasta que el Ford azul estuvo fuera de vista.

Kell la estaba esperando dentro, sus ojos entrecerrados y fríos.

– ¿Qué quería?

– Invitarme a cenar -contestó despacio-. No supe que decir. Salir con él podría impedir que me vieran sospechosa, o podría estar invitándome para sacarme de la casa. Quizás te hayan visto. Quizá sólo quieran investigar.

– No me han visto -dijo él-. O no estaría vivo. ¿Qué excusa le has dado?

– Acepté.

Rachel sabía que a él no le gustaría, pero no había esperado la reacción que consiguió. Su cabeza se giró, y sus ojos quemaban con fuego negro, su frialdad desapareció.

– Mierda, no, no lo harás. Saca esa idea de tu cabeza, señora.

– Es demasiado tarde. Realmente podría parecerle sospechoso si yo le presento ahora alguna excusa débil.

Él metió las manos en los bolsillos del pantalón, y con fascinación Rachel le vio cerrar los puños.

– Es un asesino y un traidor. He estado pensando mucho desde que lo reconocí antes de que hicieran explotar mi barco, juntando algunos detalles sobre cosas que salieron mal cuando no deberían haberlo hecho, y Tod Ellis está conectado de alguna manera a cada uno de esos planes. No saldrás con él.

Rachel no cedió.

– Sí -dijo ella-. Lo haré. Si no consigo nada más, quizás al menos podré obtener alguna información que te ayude…

Se quedó sin aliento de golpe, él había sacado sus manos de los bolsillos y la había cogido tan rápido que no había tenido tiempo de echarse hacia atrás. Sus duros dedos se curvaron sobre sus hombros quemándola, y la sacudió ligeramente, manteniendo en su cara una expresión dura y rabiosa.

– Maldición -susurro él, las palabras apenas audibles cuando las empujó entre sus dientes cerrados-. ¿Cuándo aprenderás que esto no es algo para que jueguen aficionados? ¡Tienes una espada sobre tu cabeza, y no tienes el sentido común de entenderlo! No estas en la Universidad jugando a asesinos, dulzura. ¡Metete eso en la cabeza! Maldición -juro él de nuevo, mientras soltaba sus hombros y pasaba la mano entre su pelo-. Hasta ahora has tenido la suerte de que no te has equivocado y las cosas te han salido bien, ¿pero durante cuánto tiempo esperas que te dure la suerte? Estás jugando con un verdadero asesino de sangre fría profesional!

Rachel caminó hacia atrás, mientras con la mano se frotaba el hombro dolorido. Algo muy dentro había provocado el ataque; esa tranquilidad se reflejaba en su cara.

– ¿Quién? -preguntó al final suavemente-. ¿Tod Ellis… o tú?

Se giró y caminó alejándose de él, entrando mientras en el baño y cerrando la puerta; era el único lugar de la casa donde no la seguiría. Se senté en el borde de la bañera, temblando; se había preguntado en ocasiones que sucedería si él perdía el control en algún momento, pero no le había gustado averiguarlo. Había deseado que perdiera el control cuando la había besado, acariciado. Lo había querido agitado por la necesidad y el deseo, que enterrase su cara contra ella. No había deseado que perdiera el control por la rabia, no había querido oír lo que realmente pensaba de sus esfuerzos de ayudarlo. Desde el principio había estado aterrada de hacer algo mal que pudiera ponerle en peligro; había agonizado con cada decisión, y él la había despedido como si fuera una aficionada inepta. Sabía que no tenía su conocimiento o su esperiencia, pero lo había hecho lo mejor que había podido.

Era doblemente doloroso después de la manera en que la había besado y tocado, pero ahora recordó que incluso entonces él había mantenido el frío control. Había sido ella la que temblaba y anhelaba, no él. Ni siquiera le había mentido, le había dicho que no sería para él nada más que sexo ocasional.

Inspirando profundamente, Rachel trató de tranquilizarse. Ya que estaba en el baño podía ducharse; eso le daría tiempo para que su pelo liso, se secara al aire y no tendría que hacer nada con él salvo recogerlo y hacerse un moño. Podía estar saliendo con Tod Ellis con el mismo entusiasmo que si asistiera a una ejecución, pero no le permitiría pensar que para ella no era una cita real, y eso significaba arreglar su aspecto.

Se desnudó y entró en la ducha, lavando con viveza su pelo y bañándose, sin permitirse el lujo de pensar. Sencillamente no lograría nada salvo perder el tiempo, tiempo que gastaría pensando bien en como dirigir esa noche, en como ser amistosa sin estar animada. ¡Lo último que deseaba era que Ellis la volviese a invitar a salir! Si lo hacía, tendría que buscar alguna excusa. Le había dicho al agente Ellis que iba a hacer un viaje a las Keys; había sido una mentira, pero quizás podía usar la mentira como una excusa para irse.