– Noelle, ven aquí -llamo él, apenas levantando la voz, pero no lo necesitaba. Noelle nunca estaba lejos de él. Le daba placer mirarla, no porque fuera extremadamente bonita, aunque lo era, sino porque disfrutaba de la incongruencia de tal habilidad letal en una mujer tan encantadora. Su trabajo era doble: proteger a Charles y matar a Sabin.
Noelle entró en la habitación, caminando con la gracia de una modelo, sus ojos soñolientos y suaves.
– ¿Sí?
Él ondeo su mano delgada, elegante para indicar una silla.
– Siéntate, por favor. He estado discutiendo sobre Sabin con Lowell.
Ella se sentó, cruzando laspiernas. Los gestos que atraían a los varones confiados eran naturales en ella; los había estudiado y practicado durante demasiado tiempo para dejar de realizarlos. Ella sonrió.
– Ah, agente Lowell. Fuerte, honrado, quizá un poco corto de vista.
– Como dice Ellis, él parece pensar que estamos perdiendo el tiempo buscando a Sabin.
Ella encendió un cigarrillo e inhaló profundamente, luego soltó el humo a traves de sus labios bien formados.
– No le importa lo que ellos piensen, ¿verdad? Sólo lo que tú piensas.
– Me pregunto si estoy atribuyendo poderes sobrehumanos a Sabin, si soy tan cauto sobre él que no puedo aceptar su muerte -meditó Charles.
Los ojos soñolientos parpadearon.
– Hasta que tengamos pruebas de su muerte no podemos permitirnos el lujo de asumirla. Hace ocho días. Si hubiera sobrevivido de alguna manera, estaría lo bastante recuperado para comenzar a moverse aumentando nuestras posibilidades de encontrarlo. Lo más lógico sería intensificar la búsqueda, en vez de reducirla.
Sí, eso era lo lógico; por otro lado, si Sabin había sobrevivido a la explosión y de algún modo lo había encontrado, algo que parecía imposible, ¿Por qué no había avisado a su oficina principal para pedir ayuda? Las fuentes de Ellis en Washington decían de modo indudable que Sabin no había intentado ponerse en contacto con nadie. Ese simple hecho había convencido a todos de que Sabin estaba muerto… pero Charles todavía no podía convencerse. Era el instinto puro lo que le incitaba a hacer a sus hombres seguir investigando, esperando con aplomo a golpear. No podía creer que hubiera sido tan fácil matar a Sabin, no después de todos los años en los que los esfuerzos habían fallado. Era imposible tener demasiado respeto a sus capacidades. Sabin estaba allí fuera, en alguna parte. Charles podía sentirlo.
Se sintió repentinamente animado.
– Tienes razón, claro -le dijo a Noelle-. Intensificaremos la búsqueda, volviendo a mirar en cada centímetro de tierra. De alguna manera, en algún lugar, lo hemos pasado por alto.
Sabin andaba por la casa, su humor salvaje se reflejaba en su cara. Había hecho algunas cosas duras en su vida, pero ninguna tan difícil como tener que ver a Rachel lista para salir con Tod Ellis. Iba en contra de todos sus instintos, pero nada de lo que había dicho le había hecho cambiar de opinión, y él estaba en desventaja, maniatado por las circunstancias. No podía permitirse el lujo de hacer algo que atrajera la atención sobre ella; aumentaría el peligro en el que ella se encontraba. Si hubiera estado listo para moverse hubiera ido él esa noche en vez de exponerla a Ellis, pero de nuevo estaba bloqueado. No estaba listo para moverse, y moverse antes de estar preparado podía significar la diferencia entre el éxito y el fracaso, sumando a la apuesta la seguridad de su país. Se había especializado durante la mitad de su vida en poner primero a su país, incluso a costa de su propia vida. Sabin podía sacrificarse sin vacilar e incluso sin pesar si hubiera sido necesario, pero la simple y terrible verdad era que no podía sacrificar a Rachel.
Tenía que hacer todo lo que pudiera para mantenerla a salvo, aunque significara tragarse su orgullo y sus instintos posesivos. Ella estaría bien con Ellis mientras él no tuviera ninguna razón para sospechar algo. Sacarla de la casa de un tirón y llevársela antes de que Ellis llegara para recogerla, como Kell había querido hacer, hubiera despertado las sospechas del hombre. Kell conocía al agente, sabia que era condenadamente bueno en su trabajo… demasiado bueno, o él nunca hubiera podido esconder sus otras actividades durante tanto tiempo. También tenía un ego comparable con su tamaño; si Rachel lo hubiera rechazado se habría puesto furioso, y no se lo permitiría pasar. Volvería.
La paciencia, la habilidad de esperar incluso ante una gran urgencia, era uno de los mayores dones de Sabin. Sabía esperar, cómo escoger el momento para un mayor éxito, cómo ignorar los peligros y concentrarse sólo en el tiempo. Podía desaparecer literalmente en su entorno, esperando, tanto que cuando estuvo en Vietnam, parte de las criaturas salvajes lo habían ignorado y el Vietcong había pasado a veces a poca distancia de él sin verlo en realidad. Su habilidad de esperar era realzada por su conocimiento instintivo de cuándo la paciencia era inútil; entonces explotaba la acción. Se lo explicaba a si mismo como un sentido bien desarrollado del tiempo. Sí, sabía esperar… pero esperar la llegada de Rachel a casa estaba volviéndolo loco. La quería a salvo entre sus brazos, en su cama. ¡Maldición, cuanto la deseaba en su cama!
No encendió las luces de la casa; no creía que fuera probable que estuvieran vigilando la casa, pero no podía arriesgarse. Rachel y Ellis podían volver pronto, y una casa iluminada podía activar las sospechas de Ellis. En cambio se movió silenciosamente a través de la oscuridad, incapaz de sentarse todavía a pesar del dolor del hombro y la pierna. Su hombro se había convertido en un infierno desde la tarde, y él se lo masajeo con una sonrisa ausente en sus labios, no lo había sentido mientras le había el amor a Rachel; sus sentidos habían estado centrados únicamente en ello y en el éxtasis insoportable de sus cuerpos unidos. Pero desde entonces el hombro le había estado recordando dolorosamente que era una curación lenta; había tenido suerte de no volverse a abrir la herida.
Repentinamente juró y cojeo a través de la cocina hasta la puerta trasera, tan agitado que ya no podía permanecer dentro de los confines de la casa. En cuanto Kell abrió la puerta trasera se dio cuenta de que Joe había abandonado su lugar bajo el árbol principal, moviéndose mientras silenciosamente a través de las sombras, y lo llamó con seguridad. Kell ya no temía ser atacado; Joe había aceptado su presencia con cautela, pero Kell no confiaba lo bastante en él como para no identificarse antes de bajar las escaleras traseras.
Escondiéndose automáticamente entre las sombras, Kell rodeó la casa e investigó los pinos, asegurándose de que la casa no estaba siendo vigilada. Joe se mantuvo aproximadamente a medio metro detrás de él, deteniéndose cuando Kell se detenía y siguiendo cuando Kell seguía.
Una luna nueva estaba subiendo, dando un delgado halo de luz en el horizonte. Sabin miró el cielo claro, tan claro, era como los ojos de Rachel, esa afinidad la hacía parecer más fuera de su alcance.
Su corazón se retorció de nuevo, y cerró la mano en un puño. Susurró una maldición en la noche. Ella era demasiado galante, demasiado fuerte, para su propio bien; ¿por qué no le permitía mantenerla segura y asumir él todos los peligros? ¿No sabía lo que le sucedería si algo le pasaba?
No, ¿Cómo podía saberlo? Nunca se lo había dicho, y nunca lo haría, no a costa de su seguridad. La protegería aunque lo matase hacerlo. Su boca se curvo irónicamente; probablemente lo mataría, no físicamente, pero en lo más profundo de sí mismo donde no había permitido que nadie lo tocara… hasta que Rachel había traspasado todas sus defensas y quemado su mente y alma.
De acuerdo, exitía la posibilidad de que él no saliera vivo, sin embargo, no se detuvo en eso. Había pensado mucho en los últimos días, considerando y desechando opciones. Sus planes estaban hechos. Ahora estaba esperando: esperando a que sus heridas terminaran de sanar; esperando a estar físicamente listo; esperando que Ellis y sus compañeros cometieran algún pequeño error; esperando hasta darse cuenta de que era el momento… esperando. Cuando llegara el momento llamaría a Sullivan, y el plan se pondría en marcha. Tendría a Sullivan que valía por diez hombres normales. Nadie esperaba que ambos estuvieran vivos trabajando juntos de nuevo.
No, su única duda se debía a Rachel. Sabía lo que tenía que hacer para protegerla, pero era la primera vez en su vida que tenía miedo. Permitirle irse era una cosa; vivir sin ella era otra.
Estaba de pie en la oscuridad y maldijo todo lo que le hacía ser diferente de los demás hombres; habilidad extraordinaria y destreza, vista aguda y cuerpo atlético, la extrema coordinación entre mente y músculos que, todo junto, lo hacían un cazador y un guerrero. Cuando se sumaba su alejamiento emocional a lo que había sido normal en el trabajo que tenía, el perfecto, soldado con emociones frías. No podía recordar haber sido alguna vez diferente. No había sido un niño ruidoso, alegre; había sido callado y solitario, manteniéndose lejos incluso de sus padres. Siempre había estado solo en su interior y nunca lo había querido de otra manera; quizás había sabido incluso de niño, cuanto lo heriría amar. Allí estaba. Permitió que las palabras se formaran en su mente, pera incluso eso era tan doloroso que retrocedió. Era demasiado intenso para amar accidental y superficialmente, para jugar los juegos amorosos una y otra vez. Su distanciamiento emocional era una defensa, pero Rachel la había derribado, y herido. Dios, como lo hirió.
Rachel estaba sentada enfrente de Tod Ellis, sonriendo y charlando y obligándose a comer el marisco como si lo disfrutara, pero enfriándose cada vez que el le dirigía esa sonrisa de anuncio de pasta de dientes. Sabía lo que escondía esa sonrisa. Sabía que había intentado matar a Kell; era un mentiroso, asesino y traidor. Consumía toda su fuerza seguir actuando como si se lo estuviera pasando bien, pero nada podía impedir que sus pensamientos se dirigieran hacía Kell.
No había deseado otra cosa que seguir en sus brazos esa tarde, su cuerpo flojo y latiendo por su brusca, rápida, pero satisfactoria posesión de su cuerpo. Se había olvidado de lo que le gustaba… o quizás nunca había sido así antes. Su matrimonio con B.B. había sido caliente y divertido y amoroso. Siendo la mujer de Sabin sería quemarse viva cada vez que la tocase, volviéndose suave, caliente y húmeda, cada vez que su mirada la rozase ligeramente. Él no era tolerante y alegre. Era un hombre duro, intenso, irradiaba la fuerza de su personalidad. No era juguetón; nunca lo había oído reír, ni siquiera sus raras sonrisas llegaban hasta sus ojos. Pero la había alcanzado con una necesidad tan desesperada, que había respondido a todo inmediatamente, y había estado lista para él, amándolo.
No, Kell no era un hombre confortable para tenerlo alrededor, o un hombre fácil de amar, pero no perdió el tiempo tratando de poner trabas a su destino. Lo amaba, y lo aceptaba como era. Miró a Tod Ellis y sus ojos se entrecerraron un poco, porque Kell era un león rodeado de chacales, y este hombre era uno de los chacales.
Ella soltó su tenedor y le dirigió una sonrisa luminosa.
– ¿Durante cuánto tiempo crees que vas a estar por aquí? ¿O has sido asignado a este área de modo permanente?
– No, me muevo mucho-dijo él, respondiendo a su pregunta directa con una nueva sonrisa-. Nunca sé cuando voy a ser reasignado.
– ¿Éste es una especie de trabajo especial?
– Más bien la persecución del ganso salvaje. Hemos estado perdiendo el tiempo. Aunque, si no hubiéramos estado investigando en la playa nunca te habría conocido.
Él había estado tirándole los tejos desde que la había recogido, y Rachel los había esquivado hábilmente. Evidentemente pensaba que era un moderno Don Juan, y probablemente muchas mujeres lo encontraban atractivo y encantador, pero ellas tampoco sabían lo que Rachel sabía sobre él.
– Oh, estoy segura de que no te hubiera herido perder una cita esporádica -dijo ella desenvueltamente.
Él alcanzó su mano a través de la mesa y la puso en la suya.
– Quizá no considero ésta una cita esporádica.
Rachel sonrió y apartó su mano para recoger su vino.
– No veo como puedes considerarlo de otra manera, teniendo en cuanta que en cualquier momento te pueden reasignar. Aun cuando te quedaras, yo me marcharé pronto y probablemente no vuelva hasta las vacaciones de verano.
No le gustó eso; dañaba su ego que ella no deseara estar a su lado mientras estuviera allí.
– ¿Dónde vas?
– Voy a quedarme con un amigo y hacer algunas investigaciones por allí. Estaba planeando quedarme allí hasta que tenga que volver para dar un curso nocturno en Gainesville en otoño.
Cualquier otro le hubiera preguntado por el curso que daba; Ellis frunció el ceño y dijo:
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