– ¿Tu amigo es hombre o mujer?
Sencillamente durante un momento ella considero la idea de decirle que fueran a dar un paseo por el corto malecón, pero no era su plan oponersele, no aún. Aún quería obtener alguna información de él si era posible. De modo que le dirigió una mirada franca en la que le decía que había ido demasiado lejos y serenamente contestó:
– Una mujer, una viaja amiga de la universidad.
No era tonto. Arrogante y presumido, pero no tonto. Hizo una mueca que pretendía ser encantadora pero que a ella la dejó fría.
– Lo siento, me he sobrepasado, ¿no? Sencillamente es que, bien, desde el momento en que te vi, me sentí realmente atraído, y quiero llegar a conocerte mejor.
– Pues lo veo difícil-señaló Rachel-. Te marcharás pronto aun cuando yo no hubiera planeado mis vacaciones.
Parecía que no le gustaba que se lo discutieran, pero había dicho que se movía mucho.
– Estaremos alrededor de otras dos semanas -dio él enfurruñadamente.
– ¿Atando los cabos suelto?
– Sí, ya sabes como es. El papeleo.
– ¿Sólo tú y el Agente Lowell?
Él dudo, era un hábito inculcado demasiado profundamente en él para hacerle fácil hablar de cualquier detalle de su trabajo. Rachel contuvo la respiración, preguntándose mientras si su ego lo incitaría a intentar recuperar el terreno perdido siendo demasiado personal. Después de todo, era inherentemente encantador que alguien preguntara por su trabajo. Era una manera de enterarse, de hacer preguntas inocentes que demostraran interés. Bien, estaba interesada, pero no en Ellis.
– Somos nueve investigando activamente -dijo él finalmente-. Hemos sido escogidos especialmente para este trabajo.
¿Porqué eran tan poco escrupulosos? Ella abrió los ojos desorbitadamente, pareciendo muy impresionada-. Debe de ser muy importante para que tantos hombres trabajen en él.
– Como dije, somos los investigadores activos. Podemos llamar a aproximadamente veinte hombres para tener refuerzos si es necesario.
Ella pareció debidamente impresionada.
– ¿Pero tú piensas que está muerto?
– No hemos encontrado nada, pero el jefe todavía no está satisfecho. Sabes cómo es. Las personas que están tras un escritorio piensan que saben más que los hombres en el campo.
Simpatizó con él e incluso hizo algunos comentarios para mostrar que estaba de acuerdo mientras apartaba la conversación del trabajo. Si sondeara demasiado directamente y demasiado a menudo podía despertar sus sospechas. Hablar con él la hacía sentirse sucia y ansiosa para conseguir alejarse de él, tan lejos como pudiera. El saber que intentaría besarla, probablemente incluso intentaría llevarla a su cama, la llenaba de un enfermizo horror. No había ninguna manera en que pudiera tolerar su boca en al suya por un momento. Aunque no fuera una serpiente completa como era, no podría besarlo; era la mujer de Kell Sabin, un hecho que no tenía nada que ver con la voluntad o la determinación. Simplemente lo era.
Se obligó a hablar durante otra hora, sonriendo en los momentos apropiados y rehuyendo el impulso creciente de amordazarle. Casi era más de lo que podía tolerar. El solo pensar que Kell podría utilizar cualquier información que ella obtuviera de Ellis la hacía quedarse. Cuando sus platos estuvieron vacíos y estaban tomando el café, ella volvió a sondearlo.
– ¿Dónde estás alojándote? Esta no es una zona turística y los cuartos de motel pueden ser duros de encontrar.
– Realmente nos extendemos por debajo de la costa -explico Ellis-. Lowell y yo compartimos un cuarto en este pequeño motel bonito, Harran’s.
– Sé donde está -dijo ella, mientras asentía.
– Hemos estado viviendo de comida rápida desde que llegamos. Es un alivio conseguir una comida decente por una vez.
– Ya me imagino- apartó su taza de café y echó una mirada alrededor del restaurante, esperando que el captara el mensaje de que estaba preparada para irse. Los detalles vagos que había conseguido tendrían que ser bastante; sencillamente no podía quedarse más tiempo allí sentada y pretender que él le gustaba. Quería irse a su casa y cerrar la puerta con llave tras de si, apartando a Tod Ellis y los suyos de su vida. Kell estaba allí, esperándola, y deseaba estar con él, aunque se encontrara insegura sobre su estado de ánimo. Había estado callado fríamente cuando se marchó, su rabia apenas controlada. Él quería mantenerla protegida y asumir todos los riesgos, pero Rachel no podría respirar tranquila si estuviese sin hacer nada mientras el estaba en peligro. Él no estaba acostumbrado a que sus órdenes fueran ignoradas, y no le gustaba ni una pizca cuando no lo hacían.
Por razones propias Ellis no era renuente a salir un poco temprano. Rachel imaginaba que creía que el resto de la tarde la pasarían de una manera más física. Quedaría desilusionado.
Ella no habló mucho durante el camino a casa, tanto porque era renuente a tener más contacto con Ellis del que fuera necesario, como porque sus pensamientos estaban concentrados en Kell, aunque en ningún momento de esa tarde sus pensamientos se habían alejado mucho de él. Sus latidos se aceleraron y la sangre corrió a través de sus venas, haciéndola sentir ruborizada y mareada. El haber hecho el amor esa tarde debería haber aclarado su relación, aunque sólo fuera a un nivel elemental, pero no fue así. Kell la había mirada tan extrañado después, como si ella no fuera lo que había esperado. A pesar de su enfado con ella cuando se había negado a hacer lo que le decía, en algún nivel profundo había parecido más solo que nunca. Era un hombre difícil, raro, pero era tan consciente de él, que notaba cada pequeño matiz de su expresión gritándole cosas, cuando las demás personas no serían capaces de notar nada. ¿Por qué había parecido tan retraído? ¿Por qué se sentía más lejos de él ahora que antes de que se hubieran retorcido juntos en el ardor?
Ellis giró hacia el camino privado que terminaba en su casa y unos minutos después aparcó delante. La casa estaba a oscuras, pero realmente ella no había esperado que estuviera de otra manera. Kell no anunciaría su presencia encendiendo las luces.
Salieron del coche, y cuando Ellis se puso a su lado escucharon los gruñidos graves. Bendito Joe, no fallaba nunca.
Ellis retroceció visiblemente, la súbita alarma grabándose en su cara al lado de la puerta abierta del coche. Se detuvo.
– ¿Dónde está? -murmuró.
Rachel miro alrededor pero no pudo ver al perro. Era negro y marrón, con los colores tipos de un pastor alemán, por lo que la oscuridad hacía difícil verlo. Los gruñidos llegaban desde la izquierda, cerca de Ellis, pero aun no podía verlo.
Rápidamente aprovechó la oportunidad.
– Mira, estate quieto mientras yo camino por el patio. Está detrás de ti, así que no te acerques más a é. Cuando yo me aleje, entra en el coche por este lado y probablemente no te molestara.
– Ese perro es malvado. Deberías tenerlo encadenado -saltó Ellis, pero no se opuso a sus instrucciones. Se estaría quieto mientras Rachel anduviera por el patio, después subiría por la puerta abierta del copiloto del coche.
– Lo siento -se disculpó Rachel, esperando que no pudiera escuchar la falsedad de su voz-. No lo pensé. Es una buena protección. Nunca permite que un extraño entre en el patio.
Joe se movió entonces, el movimiento traicionando su posición. Gruñendo, se colocó entre Rachel y Ellis.
Deseó reír. Ahora no había ninguna posibilidad ni tan siquiera de un beso de buenas noches, y por la mirada de Ellis sabía que no quería otra cosa que entrar en el coche, con el sólido acero entre él y el perro. Rápidamente entró y cerró la puerta violentamente, entonces bajo un poco la ventanilla.
– ¿Te llamaré, de acuerdo?
Ella dudo, en lugar de gritar el “¡no!” que deseaba.
– Estaré ocupada preparando las cosas para mis vacaciones. Tengo que hacer unos trabajos antes de marcharme. Realmente no tendré mucho tiempo libre.
Ahora que estaba a salvo del perro, su descaro regresó.
– Tienes que comer, ¿no? Te llamaré para almorzar o algo.
Ella planeaba estar ocupada, pero prefería manejarlo por el teléfono. No quería que se presentase allí sin invitación, pero no era probable estando Joe en la casa.
Estaba de pie en el patio, observando como se marchaba, entonces dijo:
– Buen muchacho -la aprobación era obvia en su voz. Volviéndose hacia la casa, se preguntó porque Kell no encendía las luces ahora que Ellis se había marchado. Empezó a caminar hacia el porche pero no había dado un paso, cuando un brazo duro se curvó alrededor de su cintura y tiró de ella hacia atrás.
– ¿Te has divertido? – susurró en su oreja una voz baja, enfadada.
Kell -se relajó contra él, el placer caliente inundándola con su toque, a pesar de su enfado.
– ¿Te tocó? ¿Te besó?
Había esperado el interrogatorio, pero no principalmente sobre eso. La voz de Kell era áspera, casi salvaje.
– Sabes que no lo hizo -contestó firmemente ella-. Después de todo, estabas aquí fuera mirando.
– ¿Y antes?
– No. Nada. No podía soportar el pensamiento.
Un gran temblor recorrió su cuerpo, una respuesta extraordinaria en un hombre tan controlado como era normalmente, pero cuando volvió a hablar su voz estaba normal.
– Vamos dentro.
Él cerró con llave mientras ella entraba en la habitación a guardar su bolso y quitarse los zapatos; entonces él se unió a ella en la habitación. Sus ojos negros eran inexpresivos cuando miró como se quitaba los pendientes de oro de sus orejas y los guardaba en una caja de terciopelo a rayas. Él había tenido razón; ella pasaba rápida y fácilmente de la sofisticación a ser capaz de andar descalza en el jardín, y de cualquier modo estaba atractiva.
Su fija mirada callada, firme la estaba haciendo sentir intranquila.
– Conseguí alguna información -ofreció ella finalmente, tomando un camisón de la cómoda y lanzándole una rápida mirada. Parecía… furioso, de cierto modo, aunque su cara era como la piedra y sus ojos inexpresivos. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho desnudo; sólo llevaba sus pantalones vaqueros y zapatillas de deporte, y parecía formidable.
Él no hizo preguntas, sin embargo ella lo resumió para él.
– Hay nueve de ellos en búsqueda activa, pero Ellis dejó caer que podían contar con un apoyo de aproximadamente veinte hombres si lo necesitaban. Están separados, revisando la costa de arriba abajo. Ellis y Lowell están quedándose en el Harran’s Motel. Cree que estás muerto y que están perdiendo el tiempo, pero el jefe no se rendirá.
Ése sería el misterioso "Charles". Sabin había sabido quién debía estar detrás de todo desde el momento en que había reconocido a la mujer pelirroja, Noelle, en el barco. Sabía que solo sería cuestión de tiempo hasta que ellos dejaran de buscarlo. Charles estaba a la cabecera de una organización terrorista que había estado aumentado más intrépida y desafiante, mientras que el propio Charles se mantenía a una distancia segura, protegido por un entresijo de tecnicismos y política. Ahora que se había descubierto, Sabin podía ir a por él. Pero había cometido un gran error; su primer esfuerzo no había tenido éxito, y ahora Sabin sabía que su propia organización tenia un topo. Charles no podía permitirse el lujo de detener la búsqueda hasta que Sabin fuera encontrado, muerto o vivo.
Cuando Kell no le hizo ninguna pregunta Rachel se encogió de hombros y entro en el baño quitándose su ropa y poniéndose el camisón. Su silencio la estaba poniendo nerviosa; probablemente lo usaba como un arma, quitarles el equilibrio a las personas y ponerlas a la defensiva. Bien, ella no era ninguno de sus subordinados; era la mujer que lo amaba.
Cinco minutos después dejo el baño, con la ropa puesta sobre su brazo. Sabin estaba sentado en el lado de la cama, quitándose los zapatos. La siguió con la vista mientras ella colgaba su ropa en el armario, incluso sin parecer lejano cuando se puso de pie para abrir la cremallera de sus vaqueros.
– El camisón es una pérdida de tiempo -pronuncio él con lentitud-. Podrías quitártelo también y volver a ponerlo en ese cajón.
Sobresaltada, Rachel miró alrededor. Estaba de pie en la cama, sus manos en sus pantalones vaqueros, y la miraba con la misma atención concentrada de un gato mirando a un ratón. El aire alrededor de ella crujió de repente por la tensión, y la garganta se le seco, obligándola a tragar. Lentamente él bajo la cremallera de sus vaqueros, la abertura extendiéndose para revelar la piel bronceada y la línea vertical de pelo que descendía por su abdomen hasta hacerse más denso abajo visible por sus pantalones abiertos. La protuberancia dura bajo los pantalones demostraba sus intenciones claramente.
Su cuerpo saltó contestando inmediatamente, le corazón le comenzó a latir más rápido y la respiración entró y salió de sus pulmones. Así había sido desde el principio, y no tenía más control sobre ello que antes. Él la deseaba; eso era más que obvio. Pero no deseaba quererla, y la hería saberlo.
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