Ella volvió a tragar, mientras cerraba la puerta del armario y se apoyaba contra ella.

– Es tonto -dijo ella, intentando un tono normal pero fallando de forma miserable. Su voz estaba tensa y temblorosa-. Después de esta tarde pensaras que estoy más cómoda con la idea de acostarme contigo, pero no lo estoy. No sé que es… lo que hay entre nosotros, si es que hay algo. Pensé que estaría más claro, pero no lo está. ¿Qué quieres de mi? -dijo ella haciendo una breve pausa con gesto despectivo -. ¿Aparte de sexo?

Kell juró silenciosamente. Era bueno en mantener a las personas lejos de él, pero cuando quería tener a Rachel cerca desesperadamente durante las horas que tuvieran, ella pensaba que todavía la empujaba lejos. Tenían tan poco tiempo juntos que el pensamiento de no aprovechar cada momento con ella era insufrible, y no sabía como hacerle ver eso. Quizás era bueno que no lo viera; quizás sería más fácil si ella nunca supiera que a él lo tentaba olvidarse de todas sus reglas y prioridades. Pero tenía que tenerla, tenía que acumular recuerdos para los días vacíos del futuro cuando ella no estuviera allí. Aun ahora ella no jugaba, no intentaba esconderse detrás de mentiras para proteger su orgullo. Era tan honrada que merecía una parte de la misma honestidad por lo menos de él, sin importar cuanto doliera. Pero el dolor no era sólo suyo.

La miró y dijo:

– Todo. Eso es lo que quiero. Pero yo no puedo tenerlo.

Ella tembló y las lágrimas acudieron a sus ojos.

– Sabes que puedes tener lo que quieres. Todo lo que tienes que hacer es alargar la mano y cogerlo.

Lentamente el caminó hacia ella y puso su mano en su hombro, resbalando sus dedos debajo del tirante del camisón y acariciando con la yema de sus dedos callosos la piel calurosa, satinada de ella.

– ¿A costa de tu vida? -preguntó él en voz baja-. No, no podría vivir con eso.

– Pareces pensar que cualquiera que esté cerca de ti se convierte en un objetivo. Otros agentes…

– Otros agentes no son yo -la interrumpió él hablando en voz baja, sus ojos negros fijos en los suyos-. Hay varios gobiernos renegados y grupos terroristas que tienen puesto precio a mi cabeza. ¿Crees que le pediría a cualquier mujer que compartiera esa clase de vida conmigo?

Ella intento sonreír a través de las lágrimas.

– No intentes decirme que vives como un monje. Yo sé que has tenido mujeres…

– Nadie cerca. Nadie especial. Nadie que pudiera ser usado o amenazado en un intento de llegar hasta mi. Lo he intentado, dulzura. Estuve casado, hace años antes de que se volviera tan malo como es ahora. La hirieron intentando acabar con mi vida. Al ser una mujer inteligente, se alejó de mi tan rápido como pudo.

No tan inteligente, pensó Rachel. Sabía que ella nunca se hubiera alejado de él. Su garganta estaba tan cerrada que casi se ahogó con sus palabras al mirarlo fijamente, las lágrimas descendiendo finalmente y rodando por sus mejillas.

– Merecería la pena, por estar contigo -susurró ella finalmente-. Yo me arriesgaría.

– No -dijo él, agitando la cabeza-. No lo permitiré. No me arriesgaré.

Con el pulgar froto las lágrimas quitándolas.

– ¿No es decisión mía?

Él subió ambas manos a su cara, resbalando los dedos en su pelo liso y espeso e inclinando cabeza acercándola a la suya.

– No cuando no sabes realmente el peligro que involucra. Fuiste una pequeña reportera investigadora, y tus noticias fueron muy buenas para ti, pero eres tan inocente como un bebé sobre lo que es realmente mi trabajo. Hay agentes que tienen vidas bastante normales, pero no soy uno de ellos. Pertenezco a una pequeña minoría. Mi existencia ni siquiera es admitida públicamente.

Ella estaba pálida, pero su rostro todavía había palidecido más.

– Sé más sobre los riesgos que involucra de lo que piensas.

– No. Sabes las versiones de las películas, limpio, romántico, atractivo.

Rachel apartó la cabeza repentinamente de su contacto, sus manos cerradas en puños.

– ¿Piensas eso? -devastada, su voz áspera por el dolor-. Mi marido murió por una bomba que habían puesto en mi coche. No hubo nada limpio, ni romántico o fascinante en eso. ¡Él murió en mi lugar! ¡Pregúntame lo que sé sobre que alguien más pague el precio por un riesgo que yo escogí asumir! -las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, y las apartó, mientras sus ojos brillaban furiosamente-. ¡Maldito seas, Kell Sabin? ¿Crees que quiero amarte? ¡Pero por lo menos yo estoy deseosa de arriesgarme, en lugar de huir de ello como haces tú!

Capitulo Diez

Ella estaba llorando, y mirarla era como un puñetazo en el vientre. Sencillamente Rachel no era una persona llorosa, y trataba de no llorar, pero las lágrimas seguían rodando por su cara cuando lo enfrentó, y seguía apartándolas enojada. Despacio Kell extendió una mano y apartó su pelo de su cara húmeda, luego la cogió en sus brazos y apretó su cabeza contra su hombro sano.

– Pase lo que pase, no puedo arriesgarte -dijo él en voz baja, torturada.

Oyendo la determinación de su voz, ella supo que sería imposible convencerlo. Se iría, y cuando lo hiciera sería para siempre. Desesperadamente se aferró a él, inhalando el olor de su cuerpo profundamente, sus manos tratando de memorizar lo que se sentía al tocarlo. Todo lo que tenía era eso.

Él inclinó la barbilla y bajó su cabeza abriendo la boca sobre la de ella, la presión era dura y hambrienta, incluso con un poco de enfado porque tenían tan poco tiempo juntos que no bastaba. Ella suspiró y abrió la boca a su lengua exploradora sus dedos curvándose en su musculosa espalda, y como siempre el contestó fuerte e inmediatamente apretándola contra su pecho y enviando punzadas de placer a su vientre. Se dio cuenta, sus manos ásperas cogiéndola y alzándola estableciendo contacto con su propia carne palpitante mientras su boca continuaba tomando la suya.

Quería limpiar el dolor que había visto en sus ojos; deseaba saborearla, tomar el tiempo que tenía con ella, cuando había sido incapaz de hacerlo esa tarde. Sabin no podía recordar el haber perdido el control alguna vez así, ser controlado por una sexualidad brutal. Pero con Rachel sus respuestas eran tan extremas que había explotado sólo segundos después de entrar en ella; ella había llegado también a la ola, pero sabía que se había apresurado, hiriéndola con su penetración demasiado poderosa. Ella era tan cerrada que tomarlo en su interior no había sido fácil para ella. No iba a permitir que fuera así de nuevo; iba a tomarse su tiempo con ella, hasta que estuviera verdaderamente lista para él y temblando al borde del abismo.

Ella estaba temblando entre sus brazos, el sabor salado de sus lágrimas en su lengua. Silenciosamente la llevó a la cama, dejando las luces encendidas porque quería ver cada matiz de su expresión mientras le hacía el amor. Hizo una pausa para quitarse a tirones los vaqueros, y Rachel lo miró, alzando automáticamente las manos a su camisón.

Rápidamente él las apartó.

– No, déjate el camisón por ahora.

Quizás sería más fácil para él si no podía verla desnuda y esperando por él. Estaba en su propio dilema silencioso, por una parte deseando verla mientras le hacía el amor, por otra prepararla para recibirlo, por otra sabiendo que la vista de su cuerpo desnudo lo empujaría más cerca del borde de lo que deseaba por el momento. Sencillamente pensar en ella era bastante tortura. Su sexo estaba pesado y latiendo, su memoria demasiado exacta recordaba como se había sentido al ser envainado por ella.

– ¿Por qué? -pregunto Rachel cuando ambos estuvieron en la cama y él se apoyó contra ella con una expresión que la habría asustado de no haber confiado completamente en él.

Él ahuecó la mano sobre sus pechos, el movimiento deliberadamente lento hizo que el fino algodón resbalase por sus pezones, arrugándoles.

– ¿Por qué el camisón? -clarifico él. Era duro hablar cuando le costaba respirar.

– Sí.

– Porque estoy provocándome.

No, era ella la que estaba siendo provocada, atormentada. Arrastró suavemente los dedos por todas partes dejando tras de sí un delicioso zumbido que despertaba sus nervios. En ocasiones sólo la tocaba con la yema de los dedos, mientras que en otras la acariciaba con toda la palma, el contacto casi demasiado áspero. Y él la besó: su boca, oídos, la línea de su mandíbula, el arco de su garganta, la exquisita hondonada entre sus clavículas. Finalmente sus pechos conocieron la presión caliente, húmeda de su boca y la exploración de su lengua. Todo era más enloquecedor porque él no le quitaba el camisón; incluso cuando su boca se cerró ardientemente sobre un pezón erguido y chupó con una fuerza que la hizo gritar, contaba con la delgada barrera del algodón entre su boca y la carne. En su frustración ella intentó desabrochar los dos botones que cerraban la parte superior del camisón, dándole acceso a su desnudez, pero él la detuvo y cogió sus manos, llevándolas hasta la almohada sobre su cabeza y sujetándolas allí con su fuerte mano derecha.

– ¡Kell! -protestó ella, retorciéndose para escapar, pero era increíblemente fuertae a pesar de sus heridas a medio curar, y ella no podía soltarse-. ¡Tienes una veta cruel!

– No -murmuró él contra su pecho, lamiendo su pezón a través del tejido mojado-. Yo solo quiero que lo sientas intenso. ¿No te gusta esto?

No había ningún modo en que pudiera negarlo; él podía leer las señales de excitación con facilidad en su cuerpo.

– Sí -admitió ella, jadeando-. Pero también quiero tocarte. Permíteme…

– Umm, todavía no. Haces que me sienta demasiado como un adolescente, preparado para ir al Cuatro de Julio. Lo haré bien para ti esta vez.

– Fue bueno antes -dijo ella, y gimió cuando su mano izquierda se arrastró debajo de unión de sus muslos, frotándola delicadamente. La respiración de Rachel se detuvo, y alzó las caderas ciegamente hacia su mano.

– Fui demasiado bruto, demasiado rápido. Te hice daño.

No podía negarlo, pero la incomodidad no había sido inesperada, y el placer la había seguido con rapidez. Empezó a decírselo, pero las palabras se atragantaron en su garganta. El camisón había sido empujado entre sus piernas por la mano sondeadora, estirado firmemente sobre su feminidad. Con un dedo él sondeó la suave hendidura, encontrando y acariciando la carne sensible. El cuerpo de Rachel tembló por el placer, y un gemido grave nació en su garganta.

Su mano era firme pero tierna, con la cantidad justa de presión. Lentamente giró la cabeza de un lado a otro en la almohada enmarcada por sus brazos, y arqueando la espalda. Si la había atormentado antes, está era la tortura, la más dulce tortura imaginable. El calor se extendió por su cuerpo hasta que estuvo roja y húmeda. Sus pechos estaban tan firmes que dolían. Kell supo exactamente cuando ella ya no podía soportarlo más e inclinó la cabeza para chupar fuertemente la carne del pecho, sacando otro sonido suave, salvaje de su garganta.

Después la mano se encontraba en su muslo derecho, debajo del camisón, y el alivio de sentirlo en la piel fue tan intenso que ella volvió a retorcerse.

– Despacio-suspiro él, y ella se mantuvo tan quieta como pudo mientras mano caliente, dura se movía despacio hacia arriba, acariciando su muslo. Sus piernas ya estaban abiertas, por la necesidad dolorosa, y ella se rindió a él.

Su palma apenas la rozó, para luego dirigirse al otro muslo y la acarició hasta que ella creyó que estallaría.

– ¡A qué estás esperando! – era una amenaza y una promesa que siseó entre sus dientes fuertemente apretados.

Él se rió, un sonido bajo y áspero de triunfo masculino. Débilmente, se dio cuenta de que era la primera vez que le oía reír.

– Te estoy esperando -dijo con voz tensa. Él también estaba caliente y sudoroso, sus ojos brillaban por la pasión apenas controlada, su rostro tenso, con los pómulos y los labios sonrojados-. ¿Estás lista, amor? Permíteme verlo -la tocó y entonces los leves y suaves toques cesaron completamente. Él separó su carne suave y dejó resbalar dos largos dedos dentro de ella. Rachel soltó un gemido agudo, alto, y sus caderas se movieron con esfuerzo cuando tembló al borde del éxtasis.

– Aún no -suspiró él-. Aún no. Espera, dulzura. Sencillamente no voy a permitir que te corras todavía. No hasta que esté dentro de ti.

Sus palabras graves, ásperas se derramaron sobre su cuerpo tembloroso y retorcido. Casi sollozando, atormentada por el anhelo, y los dedos sondeadores que la preparaban logrando rápidamente dejarla húmeda, nuevamente trató de liberar sus manos, y esa vez él se lo permitió.

– Ahora -canturreó él, tirando de la camisa de dormir. Rachel se levantó para ayudar a quitarse el frustrante camisón, tirando por encima de su cabeza y arrojándolo al suelo. La cara de Kell se tenso aún más cuando miró fijamente su cuerpo desnudo, la piel sonrojada de ella, resplandeciente. Cerró brevemente los ojos, y rechinó los dientes cuando una pesada ola de deseo en sus interior amenazó su control.