– No hagas ningún ruido y no te heriré -murmuró el hombre contra su oreja, su voz suave en las consonantes y puro líquido en las vocales-. Estoy buscando a un hombre. Se supone que está en esta casa.

Ella le arañó la mano, intentando gritar una advertencia aunque Kell podía estar todavía en la ducha y no podría oírla. ¿Pero que sucedía si Kell la oía? Intentando ayudarla podría hacer que le dispararan. El pensamiento la paralizó, y se echó contra el hombre, esforzándose por organizar su mente y pensar en lo que podía hacer.

– Shhh -dijo el hombre en voz baja, suave que hizo que el cuerpo de ella se helara-. Abre la puerta ahora, y entraremos tranquilos y fácilmente.

No tenía ninguna elección salvo abrir la puerta. Si hubiera querido matarla ya lo hubiera hecho, pero aun podía golpearla para dejarla inconsciente, y el resultado sería el mismo: sería incapaz de ayudar a Kell si la oportunidad se presentaba. El hombre la empujó caminando contra su cuerpo grande, sosteniéndola con tanta fuerza que no pudiera soltarse. Ella miró fijamente el arma en su mano. ¿Dónde estaría Kell? Intentó escuchar la ducha, pero el latido de su corazón rugía como un trueno en sus oídos cubriendo el sonido. ¿Se estaría vistiendo? ¿Había oído la puerta trasera? Aun cuando la hubiera oído, ¿pensaría en ello? Confiaban en Joe para avisarles si cualquiera se acercaba. Seguido de este pensamiento vino otro, y el pozo del dolor volvió a ella. ¿Había matado a Joe? ¿Era por eso que el perro no se había acercado a la casa cuando ella había salido al jardín?

Entonces Kell salió de la habitación, llevando sólo los pantalones vaqueros y la camisa de la mano. Se detuvo, su cara completamente inmóvil mientras miraba al hombre que la tenía, y después a los aterrados ojos que asomaban por encima de la mano que tapaba su boca.

– Estás dándole un susto de muerte -dijo en un tono frío, controlado.

La mano sobre su boca se aflojó, pero el hombre no la soltó por completo.

– ¿Ella es tuya?

– Es mía.

Entonces el hombre grande la soltó, apartándola con suavidad de sí mismo.

– No me dijiste nada sobre una mujer, por lo que no me iba a arriesgar -le dijo a Kell, y Rachel comprendió quién era.

Se mantuvo en silencio, luchando por recuperar el control y consiguiéndolo lentamente, respirando profundamente hasta que pensó que podría hablar sin que la voz le temblara.

– Tú debes de ser Syllivan -dijo ella, con una calma admirable cuando gradualmente relajó sus manos.

– Sí, señora.

No sabía que se había esperado, pero no era esto. Él y Kell se parecían tanto que se tambaleó. No físicamente, pero ambos tenían la misma tranquilidad, el mismo aura de poder. Tenía el pelo largo, aclarado por el sol, y sus ojos eran tan agudos y dorados como los de un águila. Una cicatriz le cortaba el pómulo izquierdo, testimonio de alguna batalla anterior. Era un guerrero, delgado, duro y peligroso… como Kell.

Mientras lo había estado mirando, él le había dado el mismo trato, estudiándola mientras ella se esforzaba por el control. Una esquina de su boca se estiró en casi una sonrisa.

– Siento haberla asustado, señora. Admiro su control. Jane me hubiera dado patadas en las espinillas.

– Probablemente lo hizo -comentó Kell, su tono aun frío, pero ahora con un fondo divertido.

Las cejas oscuras de Sullivan bajaron sobre sus ojos dorados.

– No -dijo él secamente-. Ahí no fue donde me dio patadas.

Esa parecía una historia fascinante, pero aunque Kell seguía pareciendo divertido, no siguió.

– Ésta es Rachel Jones -dijo mientras alargaba su mano hacia ella en una orden sin palabras-. Me sacó del océano.

– Encantado de conocerla -la pronunciación de Sullivan era suave y grave mientras veía cómo Rachel se acercaba inmediatamente a Kell en respuesta a la mano extendida de él.

– Me alegro de conocerlo, señor Sullivan… creo.

Kell le dio un pequeño y reconfortante apretón, y luego empezó a tirar de su camiseta; era una acción que aún le causaba alguna dificultad, debido a la rigidez de su hombro y a la herida. Sullivan miró, el tejido rojizo y sensible de la cicatriz, formado recientemente donde la bala había herido el hombro de Kell.

– ¿Cuál es el daño?

– He perdido un poco de flexibilidad, pero aún hay inflamación. Podría recuperar una parte cuando la inflamación baje.

– ¿Tienes heridas en otro sitio?

– En el muslo izquierdo.

– ¿Te retrasará?

– Quizás. He estado corriendo, preparándome.

Sullivan gruñó. Rachel comprendió que el hombre no quería hablar libremente delante de ella, la misma cautela inculcada que caracterizaba a Kell.

– ¿Tiene hambre, señor Sullivan? Estamos preparando fideos.

Esa mirada salvajemente animal se iluminó.

– Sí, señora. Gracias -la suavidad de su pronunciación lenta y grave de sus corteses modales hacia tal contraste con la fiereza de sus ojos que Rachel sintió que perdía el equilibrio. ¿Por qué Kell no la había advertido?

– Entonces terminaré mientras vosotros habláis. Debo de haber dejado caer los pimientos cuando me agarró -dijo ella. Empezó a caminar hacia la puerta, entonces retrocedió, con pena en sus ojos-. ¿Señor Sullivan?

Él y Kell se dirigían a la sala, y Sullivan se detuvo, mirándola.

– ¿Señora?

– Mi perro -dijo ella, con la voz temblando ligeramente -. Siempre está fuera cuando salgo. ¿Por qué no está…?

El entendimiento apareció en esos ojos dorados y salvajes.

– Está bien. Lo tengo atado en ese bosquecito de pinos. Me llevó un tiempo condenadamente largo ser más astuto que él. Es un buen animal.

El alivio la debilitó.

– Entonces iré a desatarlo. ¿No le hizo daño?

– No, señora. Está aproximadamente a cien metros, a la izquierda de ese senderito.

Ella corrió bajando por el sendero, con el corazón latiéndole sordamente; Joe estaba donde Sullivan había dicho que estaría, atado fuertemente a un pino, y estaba furioso. Incluso le gruñó a Rachel, pero ella le habló suavemente y se le acercó a paso lento, tranquilo, mientras lo calmaba antes de arrodillarse a su lado para desatar la soga alrededor de su cuello. Incluso entonces siguió hablando, dándole palmaditas, rápidas, y los gruñidos disminuyeron en su garganta. Finalmente acepto un abrazo, y por primera vez le dio un lametón dándole la bienvenida. Un nudo subió por su garganta.

– Venga, vamos a casa -dijo ella, mientras se ponía de pie.

Cogió los pimientos de donde los había soltado y Joe rondó alrededor de la casa. Se lavó las manos y empezó a preparar la salsa, escuchando el retumbar suave de las voces de los hombres en la sala. Ahora que había conocido a Sullivan entendía la confianza de Kell en el. Era… increíble. Y Kell incluso lo era más. Verlos juntos la hacía comprender el tipo de hombre del que había vuelto a enamorarse, y ese hecho la asustaba.

Casi había pasado una hora antes de que ella los llamara a la mesa, y el sol era una bola roja y ardiente bajando por el horizonte, un recordatorio de que su tiempo con Kell estaba agotándose. ¿O ya se había ido? ¿Se marcharían pronto?

A propósito, para conseguir alejar su mente de sus miedos, mantuvo la conversación. Era notablemente difícil, con dos hombres como ellos, hasta que finalmente dio con el tema adecuado.

– Kell me dijo que estaba casado, sr. Sullivan.

Él asintió, suavizando la expresión un poco haciendo que pareciera menos formidable.

– Jane es mi esposa -dijo como si todos conocieran a Jane.

– ¿Tiene niños?

No hubo nada que confundiera esa mirada de intenso orgullo que se apoderó de su cara, con cicatrices.

– Gemelos. Tienen seis meses.

Por alguna razón Kell parecía estarse divirtiendo de nuevo.

– No sabía que los gemelos fueran normales en tu familia, Grant.

– No lo son -gruñó Sullivan-. Ni en la de Jane. Ni siquiera el condenado doctor lo entendió. Nos tomo a todos por sorpresa.

– Eso no es raro -dijo Kell, y ambos se miraron, sonriendo abiertamente.

– Fue un infierno, se puso de parto dos semanas antes, en medio de una tormenta de nieve. Todos los caminos estaban cortados, y no podía llevarla a un hospital. Tuve que traerlo al mundo -por un momento hubo una mirada desesperada en sus ojos, y un débil brillo de sudor apareció en su frente-. Gemelos -dijo débilmente-. Maldición. Le dije que no me volviese a hacer eso en la vida, pero ya conoces a Jane.

Kell se rió con fuerza, su risa profunda y rara haciendo que temblores de placer atravesaran a Rachel.

– Probablemente la próxima vez tendrá trillizos.

Sullivan le lanzó una mirada.

– Ni siquiera lo pienses -murmuró.

Rachel se llevó una cucharada de fideos a la boca.

– No creo que sea culpa de Jane que tuviese gemelos, o que nevase.

– Lógicamente, no -admitió Sullivan-. Pero la lógica desaparece cuando Jane pasa por la puerta.

– ¿Cómo la conoció?

– La secuestré -dijo desenvueltamente, dejando a Rachel boquiabierta, ya que él no ofreció ninguna otra explicación.

– ¿Cómo has conseguido escapar de ella? -pregunto Kell, provocando otro intenso brillo.

– No fue fácil, pero no podía dejar a los niños -Sullivan se apoyó en la silla, una luz escéptica apareció en sus ojos-. Vas a tener que venir conmigo para explicárselo.

Kell pareció alarmado, después resignado; finalmente sonrió abiertamente.

– Bien. Quiero verte con esos bebés.

– Ellos ya gatean. Tendrás que mirar por donde andas -dijo un orgulloso padre, sonriendo abiertamente-. Sus nombres son Dane y Daniel, pero que el infierno me golpee si sé cuál es cuál. Jane dijo que podemos permitirnos decidir cuando crezcan.

Así era. Los tres se miraron entre ellos, y Rachel trató de tragar compulsivamente. Kell hizo un sonido áspero y ahogado. En un movimiento perfectamente sincronizado los tres dejaron las cucharas sobre la mesa, y se echaron a reír hasta que les dolió.


Charles leyó el informe de inteligencia recogido rápidamente sobre Rachel, frunciendo el entrecejo cuando se tocó la frente con un dedo delgado. Según los agentes Lowell y Ellis, Rachel Jones era guapa pero por otra parte era una mujer normal, aunque Ellis estaba enamorado de ella. Ellis estaba enamorado de las mujeres en general, por lo que no era extraño. El problema era que el informe la pintaba como algo no ordinario. Estaba bien educada, viajera, mujer de múltiples talentos, pero nuevamente el problema era más profundo que eso. Había sido reportera gráfica con un talento extraordinario, nervio y perseverancia que significaban que sabía más que una persona normal sobre cosas que normalmente se mantenían apartadas del conocimiento público. Según su registro, había tenido mucho éxito en su campo. Su marido había sido asesinado por una bomba en el coche de ella cuando comenzó a investigar la conexión entre un poderoso político y drogas ilegales; en lugar de ceder, como tantas personas habrían hecho, esta Rachel Jones había seguido investigando al político y no sólo había demostrado que estaba envuelto en el contrabando y distribución de drogas, además había demostrado que era el culpable de la muerte de su marido. El político estaba cumpliendo en la cárcel cadena perpetua.

Esta no era la mujer inocente que Lowell y Ellis habían descrito. Lo que preocupaba a Charles en particular era por qué había proyectado esa imagen; tenía alguna razón, ¿pero cuál era? ¿Por qué había querido engañarlos? ¿Para divertirse, o había un motivo más serio?

Charles no estaba sorprendido de que ella hubiera mentido; según su experiencia la mayoría de las personas mentían. En su profesión era necesario. Lo que no le gustaba era el no saber el por qué; ya que el por qué era el corazón de todas las cosas.

Sabin había desaparecido, posiblemente estaba muerto, aunque Charles no pudiera convencerse de eso. No se había encontrado ningún rastro de él, ni los hombres de Charles, ni un barco de pesca, ni un velero ni ninguna de las agencia en activo. Aunque el barco de Sabin había explotado, debería haber quedado algún rastro identificativo humano si él hubiera estado en el barco. La única explicación era que estaba en el mar y había nadado hasta la orilla. Casi desafiaba la lógica el pensar que realmente pudiera haberlo hecho estando herido, pero éste era Sabin, no un hombre normal. Lo había hecho, ¿pero dónde? ¿Por qué no había aparecido todavía? Nadie había encontrado a un hombre herido; ni se había informado de alguien con heridas de bala a la policía; no había sido admitido por ninguno de los hospitales de la zona. Simplemente se había desvanecido en el aire.

Así que, por un lado tenía a Sabin desaparecido. La única posibilidad era que alguien estuviera escondiéndolo, pero no había ninguna pista. Estaba ésta Rachel Jones por otro lado, que, como Sabin, no era normal. Su casa estaba en el primer área de la búsqueda, el área dónde era más probable que se hubiera dirigido Sabin. Ni Lowell ni Ellis creían que ella tuviera algo que esconder, pero no lo sabían todo sobre ella. Había dado una falsa imagen; estaba más familiarizada con agentes secretos y tácticas de lo que habían sospechado. Pero qué razón tendría para haber actuado como menos de lo que era… a menos que tuviera algo que esconder. Más aún, ¿tenía algo que esconder?