– Gracias -dijo brevemente Kell-. Vuelve al vestíbulo, dulzura.

Jane estaba tumbada allí, clavando los ojos en su marido con una furia extraña en sus ojos.

– Te dispararon -gruñó ella.

– Si -confirmó él.

Estaba tan furiosa como un volcán a punto de entrar en erupción, murmurando para si misma cuando arrastró la bolsa que había llevado con ella, abrió la cremallera y lanzó la ropa y el maquillaje a un lado.

– No lo soporto-dijo con furia-. ¡Maldición, te dispararon!

Ella sacó una pistola y la dejó en la mano de Rachel, luego volvió a buscar en el bolso. Ella sacó un maletín pequeño, del tamaño de la funda de un violín y se lo lanzó a Grant.

– ¡Toma! ¡ No sé cómo juntar esta cosa!

Él abrió la caja y le lanzó una dura mirada a Jane incluso mientras comenzaba a montar el rifle con movimientos rápidos, y ensayados.

– ¿Dónde demonios obtuviste esto?

– ¡No importa! -ladró ella, lanzándole un cargador de munición hacia él. Él cogió uno de ellos y lo colocó en el arma. Kell la miró por encima del hombro.

– ¿Tienes algo de C-4 o granadas?

– No -dijo con pesar Jane-. No tuve tiempo para conseguir todo lo que quería.

Rachel gateó hasta la ventana, levantando cautelosamente la cabeza para mirar fuera. Kell juró.

– Agáchate-chasqueó él-. Mantente fuera de esto. Vuelve al vestíbulo, es más seguro.

Estaba pálida, pero tranquila.

– Sólo sois dos, y la casa tiene cuatro lados. Nos necesitas.

Jane agarró la pistola descartada por Grant.

– Ella está en lo cierto. Nos necesitas.

La cara de Kell era dura como una piedra. Eso era exactamente lo que más había deseado evitar, uno de sus mayores temores haciéndose realidad. La vida de Rachel estaba siendo amenazada a causa de él. ¡Diablos! ¿Por qué no se había ido anoche, como debería haber hecho? Había permitido que el deseo sexual sobrepasara a su sentido común, y ahora ella estaba en peligro.

– ¡Sabin! -la voz llegó desde los pinos.

No contestó, pero sus ojos se entrecerraron a medida que examinaba el espacio impenetrable y espeso, intentando encontrar al que había hablado. No iba a contestar y revelar su posición; los dejaría descubrirlo del modo más difícil.

– ¡Ven, Sabin, no lo hagas más difícil de lo que tiene que ser! -continuó la voz-. ¡Si rindes, te doy mi palabra de que ninguno de los demás será dañado!

– ¿Quién ese mentiroso? -gruño Grant.

– Charles Dubois, alias Charles Lloyd, alias Kurt Schmidt, alias varios otros nombres -murmuró Kell

Los nombres no tenían ningún sentido para Rachel, pero las cejas de Sullivan se alzaron.

– De modo que finalmente decidió venir detrás de ti -miro alrededor-. No estamos en una buena posición. Tiene hombres alrededor de la casa. No son tantos, pero estamos cercados. Comprobé el teléfono, no funciona.

Kell no necesitaba que le dijeran que la situación no era buena. Si Dubois usaba proyectiles contra la casa, como los que había llevado en su barco, estarían todos muertos. Pero de todas maneras estaba intentando capturar a Kell vivo. Vivo, ya que valía mucho dinero que muchos pagarían por ponerle las manos encima.

Intentó pensar, pero el frío hecho era que no había salida de la casa. Aunque esperaran hasta la noche y trataran de salir a hurtadillas, había poca cobertura que usar salvo los arbusto, lo que era bueno si estaban dentro de la casa. Fuera de la casa, estarían al descubierto por un buen trozo en todas las direcciones. Eso significaba que sería difícil pasar desapercibidos, pero también quería decir lo mismo a la inversa. Aunque saliese andando y se rindiera, no salvaría a los demás. Dubois nunca dejaría testigos con vida. Él lo sabía, y Sullivan lo sabía; sólo podía esperar que Rachel y Jane no se dieran cuenta de lo desesperada que era realmente la situación.

Una mirada a Rachel desechó esa idea. Ella lo sabía bien. Ese había sido el problema desde el principio; era demasiado consciente, sin un velo de ignorancia para protegerla. Quiso cogerla entre sus brazos y sujetarla contra su hombro, asegurarle que estaría bien, pero con esos ojos claros grises, mirándolo con serenidad, él no podría mentirle, ni siquiera para darle una comodidad momentánea. Nunca deseó que hubiera mentiras entre ellos.

Hubo un disparo en el dormitorio, y todo el color abandonó la cara de Grant, pero antes de que pudiera moverse Jane lo llamó.

– ¡Grant! ¿Se supone que es a la rótula a dónde debo disparar a estas personas?

Si era posible, el se puso más pálido y juró largo y bajo.

– Pues bien, da igual -añadió filosóficamente-. No apunté bien, de todos modos. Pero le di a su arma, si eso cuenta.

– ¡Sabin! -gritó el hombre otra vez-. ¡Estás poniendo a prueba mi paciencia! Esto no puede continuar durante más tiempo. Sería una lástima que la mujer fuera dañada.

"La mujer," en lugar de "mujeres". Después Kell se dio cuenta de que Rachel no había salido al porche; habían visto a Jane y creído que era Rachel. Ambas eran delgadas y tenían el pelo oscuro, aunque Jane era más alta y su pelo un poco más largo, pero nadie se había dado cuenta con la distancia.

No les daba mucha ventaja, pero podía ayudar el que Dubois menospreciara el número de personas armadas.

– ¡Sabin!

– ¡Estoy pensando! -gritó Kell, manteniendo la cabeza fuera de la ventana.

– El tiempo es un lujo que no puedes permitirte, amigo mío. Sabes que no puedes ganar. ¿Por qué no te facilitas las cosas? ¡La mujer será liberada, te lo prometo!

Las promesas de Dubois no valían ni el aire que las llevaba, y Kell lo sabía. Tiempo. De algún modo tenía que conseguir algo de tiempo. No sabía lo que iba a hacer, pero cada segundo de más les daba una oportunidad para intervenir. La oportunidad momentánea no dejaría de ser crítica, y si podía detener a Dubios de algún modo podría quitárselo de encima.

– ¿Qué pasa con mi otro amigo? -grito él.

– Por supuesto -mintió Dubois lisamente-. No tengo nada contra el.

Los labios de Grant se curvaron en una abierta sonrisa fiera.

– Seguro. No hay forma de que no me haya reconocido.

Que hazaña sería para Dubois capturar tanto a Sabin como al Tigre, el guerrero leonado grande con ojos salvajes, dorados que se había juntado con Sabin en la selva y después se convirtió en su primer agente. Cada uno era legendario por derecho; juntos habían sido increíbles, tan armonizados que actuaban como un solo hombre. Sullivan había tenido un choque con un cierto número de los hombres de Dubois unos años atrás; no, Dubois no había olvidado eso, considerando que Sullivasn lo había hecho quedar como un tonto.

Un movimiento repentino entre los árboles llamo la atención de Kell, y sus ojos negros se entrecerraron.

– Mira a ver si lo puedes obligar a decir algo -dijo a Grant, deslizando el cañón del 22 solamente una pulgada fuera de la ventana rota y manteniendo sus ojos fijos en los árboles.

– Ven, Dubois -gritó Grant-. No juegues. Sé que me has reconocido.

El dedo de Kell apretó ligeramente el gatillo mientras reinaba el silencio; ¿realmente Dubois estaba sorprendido de que ellos supieran quién era? Era cierto que había operado desde el fondo en lugar de arriesgar su propia seguridad, pero Kell había ido detrás de él durante años, desde que Dubois comenzó a vender sus servicios como terrorista.

– Así que ese eres tú, Tigre.

Allí estaba otra vez, ese leve movimiento. Kell miró por encima del cañón y suavemente apretó el gatillo. La detonación del rifle hizo eco en la pequeña casa, ahogando completamente cualquier grito de dolor, pero Kell supo que no había fallado. Pero no sabía si le había dado a Dubois o a otro.

Una lluvia de balas se rompió sobre la casa, haciendo añicos todas las ventanas y astillando las paredes y los marcos de las ventanas, pero el acero reforzado mantuvo sujeta la puerta.

– Creo que no le gustó eso -masculló Kell.

Grant se había agachado en el suelo, y ahora levantó la cabeza.

– Sabes, nunca me gustó ese apodo que no vale un carajo -habló arrastrando las palabras, luego giró el rifle levantándolo. Era automático, y abrió fuego, disparando tres veces, como cualquier soldado bien entrenado haciendo un buen uso de su capacidad de fuego sin desaprovechar munición. Se oyeron a la vez disparos de pistola provenientes del dormitorio y del despacho de Rachel; luego volvió a estallar el infierno. Destrozaban la casa, y el miedo helado lo llenó, porque Rachel estaba atrapada.

– ¡Rachel! -gritó él-. ¿Estáis bien?

– Estoy bien -contestó ella, y su voz tranquila le provocó dolor.

– ¡Jane! -gritó Grant. No hubo respuesta-. Jane -gritó de nuevo, su cara grisácea a medida que su mirada se dirigía al dormitorio.

– ¡Estoy ocupada!

Grant parecía que si estuviera a punto de explotar, y a pesar de todo Kell sonrió abiertamente. Mejor a Grant que a él. La vida de Jane también estaba en peligro, y el pensamiento de que le ocurriera algo era casi tan difícil de soportar como el que alguien lastimara a Rachel.

Hubo otro momento de calma, y Grant arrancó su cargador vacío y puso otro en su lugar.

– Sabin, mi paciencia está acabándose -llamó Dubois, y Kell hizo una mueca. Maldición, no había sido a Dubios a quien había dado.

– Aún no has hecho ninguna oferta verdadera -gritó a cambio él. Cualquier cosa para ganar tiempo.

Jane salió a gatas del dormitorio, su pelo completamente desordenado y sus ojos agrandados.

– Creo que viene la caballería -dijo ella.

Los dos hombres la ignoraron, pero Rachel fue a su lado.

– ¿Qué? -preguntó ella.

– Hombres a caballo -dijo Jane, agitando la mano hacia el dormitorio-. Los vi, vienen por el camino.

Rachel sintió ganas de llorar o reír, pero no podía hacerlo con su mente así.

– Es Rafferty -dijo ella, y ahora logró su atención-. Mi vecino. Debe de haber oído los disparos.

Grant se puso en cuclillas y atravesó corriendo la casa hasta la cocina, desde donde podría ver.

– ¿Cuántos? -preguntó Kell.

– Veinte, más o menos -dijo Grant-. Maldición, van directamente hacia los disparos de armas automáticas. ¡Comenzad a disparar y atraed el fuego de Dubois!

Lo hicieron. Rachel avanzó a rastras hasta una ventana, sujetó la pesada pistola por fuera de ella y disparó hasta vaciarla, entonces volvió a cargarla antes de vaciarla otra vez. Kell hacía un uso juicioso del 22, y Jane tenía una habilidad reveladora por si misma. ¿Le habían dado a Rafferty suficiente tiempo como para colocarse detrás de Dubois y sus hombres? Si seguían disparando, podían dar a sus rescatadores.

– Cubríos -gritó Kell. Se tumbaron en el suelo cubriéndose las cabezas mientras las paredes eran astilladas por las balas. Los disparos golpearon las paredes haciendo que los cristales volaran. Grant maldijo, y vieron como la sangre fluía de un corte en su mejilla. Jane dio un grito agudo y se movió hacia él, a pesar de que seguían disparando; Kell la agarró y forcejeó con ella para tumbarla.

– Estoy bien -gritó Grant-. Es sólo un pequeño corte.

– Quédate cerca del suelo -le dijo Kell a Jane, luego la soltó, seguro de que seria arriesgado intentar evitar que fuera con Grant.

Después, repentinamente, todo quedo quieto salvo por algunos disparos sueltos, y abruptamente cesaron, también. Rachel se colocó sobre el suelo, apenas atreviéndose a respirar, el olor acre de la pólvora llenaba sus fosas nasales y su boca. Kell puso una mano en su brazo, y sus ojos negros se deslizaron sobre sus rasgos blanquecinos como si intentara memorizarlos.

– ¡Oye! -bramó una voz profunda-. ¿Rachel, estas allí?

Sus labios temblaron, y repentinamente sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¡Es Rafferty! -susurró ella, luego levantó su cabeza para llamarlo-. ¡Jonh! ¿Está todo bien!

– Depende -llegó la respuesta-. Estos bastardos de aquí no piensan que esté bien.

Kell lentamente se puso de pie y tiró de Rachel hacia él.

– Suena como uno de mis hombres.

Rachel sintió como si fuera una sobreviviente de un naufragio cuando salió al porche con Kell sujetándola. Grant y Jane los siguieron, con Jane dando toquecitos al corte en la mejilla de Grant, llorando levemente cuando se quejó sin parar de él. Sin el brazo alrededor de su cintura, Rachel estaba segura de que no hubiera sido capaz de mantenerse en pie.

Ella soltó un grito fantasmal cuando vio a los tres gansos muertos en el patio, con la sangre oscureciendo el blanco de sus plumas, pero no pudo hacer ningún sonido cuando vio a Joe tirado a un lado del borde del porche. Kell la tomó entre sus brazos, presionando su cara contra su hombro.

John Rafferty era grande, armado con un rifle de caza y rodeado por sus hombres, quienes también estaban armados vigilaban a una quincena de hombres que estaban reunidos delante de ellos. Los ojos de Rafferty eran feroces y estaban entrecerrados bajo sus cejas oscuras cuando aguijoneó al hombre delgado, de pelo cano que estaba ante él.