– Oímos el tiroteo y vinimos a ver que sucedía -John habló arrastrando las palabras-. No me gusta que la chusma dispare a mi vecina.

Charles Dubois estaba ferozmente blanco, sus ojos no se apartaban de Sabin. A su lado estaba Noelle, sus bellos ojos llenos de aburrimiento.

– No ha terminado, Sabin -protestó Dubois, y Kell apartó amablemente a Rachel, entregándosela a Grant. Kell tenía negocios que atender, y explicándolo para la ley, luego manteniéndole quieta a ella tomaba alguna obra.

– Ha terminado por lo que a ti respecta -dijo brevemente él.

Al lado de Charles, Noelle sonrió lenta, somnolientamente, después se retorció de forma repentina; ya que era una mujer, el vaquero que tenía detrás no la había sujetado con fuerza. Y, de algún modo, cogió un arma, un revólver pequeño y feo.

Rachel lo vio, y todo se movió a cámara lenta. Con un grito se liberó del brazo de Grant, arrojándose hacia Kell. Un hombre agarró el brazo de Noelle, y la pistola estalló en el mismo momento en que Rachel golpeaba a Kell, tirándole de un golpe. Ella gritó otra vez cuando el dolor ardiente estalló en su costado; luego todo su mundo se volvió negro.

Capítulo Trece

Sabin se apoyó contra la pared del hospital esperando, la nariz se le llenó del olor a antiséptico y su cara era oscura, fría y remota, aunque el infierno gritaba en sus ojos. Detrás estaban Jane y Grant, esperando con él. Jane estaba sentada, su cara expresaba un completo sufrimiento; Grant rondaba la habitación como un gran felino.

Sin importar cuanto lo intentara, Kell no podía olvidar la imagen de Rachel yaciendo sobre la tierra sangrando. Ella se había visto pequeñita y muy frágil, sus ojos cerrados y su cara blanca como el papel, tirada como una muñeca descartada por un niño, una mano fina con la palma hacia arriba yaciendo en el suelo. Había caído de rodillas a su lado, olvidando la pelea y los disparos continuaron detrás de él, y el dolor, asfixiante había estallado en su pecho. Su nombre había hecho eco en su mente, pero no había podido hablar.

Luego, de modo increíble, sus ojos se habían abierto. Estaba aturdida y con dolor, pero esos ojos claros, se habían aferrado a él como si fuera su ancla, y sus labios temblorosos habían modelado su nombre. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que ella estaba viva. Ver como recibía la bala había sido para él una pesadilla hecha realidad y aún no se había recuperado. No esperaba recuperarse nunca.

Pero había apartado la ropa de su herida en el costado y aplicado primeros auxilios, con Jane arrodillada a su lado ayudándolo. Grant había asumido el control de los demás, haciendo lo que era necesario, asegurándose de que ningún indicio fuera filtrado.

Dubois estaba muerto, Noelle herida crítica y sin esperanzas de sobrevivir. Irónicamente, había sido Tod Ellis quien había disparado contra ellos. Durante la pelea después de que Noelle disparara a Rachel, Ellis se había soltado y agarrado un rifle. Sus motivos eran oscuros. Quizás había querido deshacerse de Dubois de modo que nadie conociera la verdadera ayuda que había prestado Ellis; quizás, finalmente, no había podido soportar lo que había hecho. O quizás había sido por Rachel. Sabin podía identificarse con esa misma razón; gustosamente hubiera matado a Dubois y a esa perra traidora con sus propias manos desnudas por lo que le habían hecho a Rachel.

Honey Mayfield había ido para encargarse de Joe, y creía que se recuperaría. Rachel necesitaría que algo, alguien a quien aferrase, aunque fuera un simple perro. Su casa estaba tan dañada que serían necesarias semanas para arreglarla; sus mascotas habían sido abatidas, su vida había sido puesta cabeza abajo, ella misma había sido herida, y el hombre al que amaba había sido la causa de ello. La agonía fría y penetrante llenó su pecho. Casi le había costado la vida a ella, cuando se hubiera matado antes de hacerla sufrir esto. Había conocido el peligro, pero se había quedado, incapaz de destrozarse alejándose de ella. La única vez que había dejado que su corazón tomase la decisión por su cabeza, y casi la había matado. Nunca más. Por Dios en el cielo, nunca más.

Solamente se quedaría hasta que saliese de la operación y supiera que iba a estar bien; no podía marcharse sin saberlo, hasta haberla visto otra vez y haberla tocado. Pero entonces él y Grant deberían marcharse. La situación era crítica; tenía que llegar a Washington antes de que la noticia se hubiera filtrado y el traidor, o traidores, pudieran cubrir sus huellas.

– Jane -dijo quedamente, sin girarse-. ¿Te quedarás?

– Por supuesto -respondió ella sin titubear-. Sabes que no tienes que preguntar.

Había sido todo lo que había podido para obtener la cooperación de las administraciones locales; de no haber sido por uno de los delegados, un hombre llamado Phelps, que conocía a Rachel, todo estaría arruinado a esas alturas. Pero Phelps había sabido qué hacer, y lo había hecho, tapando todo esto. Rafferty había garantizado el silencio de sus hombres, y Kell no tenía dudas de que ninguno de ellos se atrevería a desobedecer a Rafferty.

El cirujano entró en la sala de espera, su cara mostrando cansancio.

– ¿Señor Jones?

Kell se había identificado como el marido de Rachel y había hecho que las cosas se aceleraran. Maldita burocracia. Cada minuto significaba la pérdida de más sangre de ella. Él se enderezo apartándose de la pared, todo su cuerpo tenso.

– ¿Sí?

– Su esposa está bien. Está ahora en recuperación. La bala dio directamente en el riñón. Ha perdido una gran cantidad de sangre, pero repusimos parte, y su condición se ha estabilizado. Creí que no se podría salvar el riñón, pero el daño era menor de lo que esperaba. Salvo por complicaciones, no veo ninguna razón por la que ella no vuelva a casa en una semana.

El alivio fue tan grande que todo lo que pudo decir fue:

– ¿Cuándo puedo verla?

– Probablemente en una hora. Voy a mantenerla en la U.C.I. durante la noche, pero es sólo como prevención. No creo que el riñón vaya a sangrar de nuevo, pero si lo hace, la quiero allí. Mandaré a una enfermera a decirle cuando la moverán.

Kell inclinó la cabeza y estrechó la mano del doctor; luego se levantó rígidamente incapaz de relajarse ni siquiera ahora. Jane se sentó a su lado, resbalando su mano en la suya más grande y apretándosela para confortarlo.

– No te culpes por esto.

– Fue mi error.

– ¿De verdad? ¿Desde cuándo tienes a tu cargo el mundo? Me he debido perder los titulares.

El suspiró cansadamente.

– Ahora no.

– ¿Por qué no ahora? Si no te recobras de esto no estarás en forma para hacer lo necesario.

Ella estaba en lo cierto, por supuesto. Jane no podía llegar al mismo lugar por la ruta que tomaría todo el mundo, pero finalmente ella estaba en lo cierto.

Cuando le permitieron ver a Rachel, se sintió aturdido por la sacudida; había visto a demasiadas personas heridas para no saber que la parafernalia de los hospitales casi siempre lo hacía parecer todo peor. Sabía que las máquinas estarían enganchadas a ella, controlando sus signos vitales, y sabía que los tubos entrarían en su cuerpo. Pero nada le había preparado para el golpe de entrar a su habitación y que ella abriera los ojos y le mirara.

Sorprendentemente, una débil sonrisa se extendió por sus labios sin sangre, e intentó alargar la mano, pero su brazo estaba atado a la cama, mientras que una aguja le metía un líquido claro en las venas. Por un momento Kell quedó congelado en el sitio, y sus ojos se cerraron para contener la ardiente sensación que los llenaba. Casi fue más de lo que podía hacer, acercarse a la cama y subir su mano hasta su mejilla.

– …No es tan malo -se las arregló para decir ella, su voz era casi inaudible-. Oí… al doctor -afirmó.

¡Dios mío, estaba intentando reconfortarle! Él se sofocó, restregándose la mano contra la mejilla. Había dado su vida para evitarle esto a ella, y él era la causa.

– Te amo -masculló él roncamente.

– Lo sé -susurró ella, y se durmió. Sabin estuvo inclinado sobre la cama durante varios minutos más, memorizando cada línea de su cara por última vez. Después se enderezó y su cara se convirtió en la usual máscara dura, sin expresión. Salió enérgicamente de la habitación y bajó al vestíbulo donde esperaban Grant y Jane, él dijo llanamente:

– Marchémonos.


Rachel caminó por la playa como hacía todas las tardes, su mirada en la arena buscando conchas. Joe iba delante de ella, volviendo cada poco tiempo para ver como iba, luego volviendo en su búsqueda. Durante las semanas después de que lo hubiera recogido de Honey, Joe había estado casi paranoico sobre dejarla salir de su vista, pero esa etapa había pasado. Para Joe, era como si los hechos del verano no hubieran pasado.

Pronto llegó Diciembre, y ella se puso una chaquetita fina para protegerse del frío viento. El cuatrimestre de otoño en la universidad de Gainesville había terminado salvo por los exámenes finales, pero tenía suficiente para mantenerse ocupada. Había trabajado como loca desde Julio, terminando el manuscrito antes de tiempo y de inmediato pensando en otro. Había tenido los alumnos a los que enseñar, y aumentaba el número de turistas después de los días tranquilos de la parte alta del verano que el calor había mantenido alejados con lo que las tiendas de recuerdos eran un negocio floreciente, lo que quería decir que a veces tenía que bajar dos veces por semana, algunas tres.

La cicatriz era el único recordatorio de lo que había ocurrido en Julio. Eso, y sus recuerdos. La casa había sido arreglada, habían tenido que reemplezar la madera, ya que el daño había sido demasiado grande para simplemente emplastar encima. Las ventanas tenían marcos nuevos, y una nueva instalación fija de luz en la sala de estar, igual que muebles y alfombra nuevos, porque se había entregado a la esperanza lo nuevo desterraría los recuerdos. La casa se veía normal, como si nunca hubiera ocurrido nada que requiriera semanas para repararlo.

Su recuperación había pasado sin problemas, y en un tiempo relativamente corto.

En un mes había vuelto a sus actividades normales, tratando de salvar algunas de las verduras del huerto, lo que se había salvado de la negligencia. Inmóvil, el dolor de su herida le había dado alguna idea de lo que Kell había sentido al ejercitar sus piernas y hombro para recuperar la movilidad, y quedó sobrecogida.

No había sabido de él, ni una palabra. Jane se había quedado con ella hasta que salió del hospital, y le pasó la información de lo que había pasado en Washington. Rachel no sabía si Jane sabía más de lo que decía, o si eso era todo lo que le habían dicho. Probablemente, lo último. Después Jane también se marchó, recogiendo a los gemelos y volviendo junto a Grant a la granja. En ese momento, estaría con el embarazo avanzado. En un momento dado Rachel había pensado que también podía estar embarazada, pero había resultado una falsa alarma. Sencillamente su cuerpo se había descolocado.

No tenía ni eso. No tenía nada salvo sus recuerdos, y nunca la abandonaban.

Había sobrevivido, pero eso era lo único que hacía: sobrevivir. Había pasado días enteros sin encontrar ninguna alegría en ellos, aunque no había esperado alegrías. En el mejor de los casos, eventualmente encontraría algo de paz. Tal vez.

Era como si hubiera sido separada en dos. El perder a B.B. había sido terrible, pero esto era peor. Entonces había sido joven, y quizás no había sido capaz de amar tan profundamente como ahora. La pena la había hecho madurar, le había dado la profundidad de sentimientos con la que amaba a Kell. No pasaba ni un minuto sin que lo añorase, que no viviese con dolor porque él no estaba allí. No podía saber nada de él a través de Jane; no había ninguna información disponible sobre Kell Sabin, nunca. Él había regresado a su mundo de sombras grises y había sido tragado por ellas, como si nunca hubiera pasado. Le podía ocurrir algo y nunca se enteraría.

Eso era lo peor, no saber. Él estaba allí, pero era inalcanzable.

Algunas veces se preguntaba si lo había soñado, que él se había acercado a ella en el hospital e inclinado sobre ella con el corazón en los ojos como nunca lo había visto antes y le había susurrado que la amaba. Cuando había vuelto a despertarse había esperado verle, porque ¿cómo podía un hombre hacer eso y luego dar media vuelta e irse? Pero había hecho exactamente eso. Se había ido.

A veces casi le odiaba. Oh, conocía todas sus razones, pero cuando pensaba en ellas, no parecían demasiado buenas. ¿Qué le había dado derecho a decidir por ella? Él estaba siendo malditamente arrogante, tan seguro de que sabía más que nadie, que hubiera podido zarandearlo hasta que le castañearan los dientes.