La antigua casa había permanecido vacía después, mientras Rachel seguía su carrera como periodista de investigación en Miami. Había conocido y se había casado con B. B. Jones, y la vida juntos había sido buena. B.B. había sido más que un marido, había sido un amigo, y habían pensado que tenían el mundo en sus manos. Luego la violenta muerte de B.B había acabado con ese sueño y había dejado viuda a Rachel a los veinticinco. Ella abandonó su trabajo y volvió a la bahía, volviendo a encontrar la paz en el mar interminable. Estaba emocionalmente herida, pero el tiempo y la vida tranquila la habían aliviado. Todavía, no sentía deseos de volver a la vida de ritmo rápido que había llevado antes. Ésta era su casa, y se encontraba feliz con lo que hacía ahora. Las dos tiendas de objetos de recuerdo le daban una buena vida, y aumentaba sus ingresos escribiendo ocasionalmente un artículo, así como con los libros de aventuras que había escrito sorprendentemente bien.

Este verano era casi igual a los otros veranos que había pasado en Bahía Diamond, pero más caluroso. El calor y la humedad hacían que casi se sintiera sofocada, y algunos días tenía ganas de no hacer nada más agotador que tumbarse en la hamaca y abanicarse. La puesta de sol traía algún alivio, pero incluso eso era relativo. La noche traía una pequeña brisa del Golfo para enfriarle la piel ardiente, pero aún hacía demasiado calor como para dormir. Ya había tomado una ducha fría, y ahora estaba sentada sobre el columpio del porche a oscuras, moviendo perezosamente el columpio con unos movimientos ocasionales de su pie. Las cadenas chirriaron al mismo tiempo en que los grillos chirriaban y las ranas croaban; Joe estaba echado en el porche ante la puerta de tela metálica, dormitando y soñando sus sueños perrunos. Rachel cerró sus ojos, disfrutando la brisa en su cara y pensando en lo que haría al día siguiente. Bastante de lo que había hecho hoy, y el día anterior, pero no prestaba atención a la repetición. Había disfrutado los antiguos tiempos de excitación, se había inundado por el poder seductor y peculiar del peligro, pero también ahora disfrutaba de su vida.

Aunque solo vestía unas braguitas y una camisa blanca de hombre de talla extragrande, con las mangas enrolladas y los tres primeros botones desabrochados, aún podía sentir como pequeñas gotas de sudor se formaban entre sus pechos. El calor la inquietó, y finalmente se puso de pie.

– Voy a dar un paseo -dijo al perro, el cual se dio un golpecito en una oreja y no abrió los ojos.

Rachel realmente no había esperado que fuera con ella. Joe no era un perro amigable, ni siquiera con ella. Era independiente y antisocial, apartándose cuando una mano se extendía hacia él con los pelos del cuello erizados y mostrando los dientes. Ella creía que debía haber sido maltratado antes de que apareciera en su propiedad unos años atrás, pero habían forjado una tegua. Ella le alimentaba, y él cumplía con el papel de perro guardián. Él todavía no le daba permiso de acariciarle, pero iba instantáneamente a su lado si un desconocido llegaba en coche, y se quedaba a su lado hasta que el intruso se marchaba o decidía que no había peligro. Si Rachel trabajaba en el huerto, normalmente Joe estaba a su lado. Era una asociación basada en el respeto mutuo, y ambos estaban satisfechos de ella.

El perro lo tenía fácil, pensó Rachel mientras atravesaba el patio y tomaba el camino serpenteante a través de los pinos que conducía a la playa. No le necesitaba normalmente como guardián. Pocas personas iban a su casa, excepto el cartero. Estaba en la calle sin salida de una carretera sin pavimentar que partía a través de la propiedad de Rafferty y la casa de ella era la única que había por allí. John Rafferty era su único vecino, y no era de la clase de persona que se acercara para conversar. Honey Mayfield, el veterinario local, algunas veces la visitaba después de atender una llamada desde el rancho de Rafferty, y habían desarrollado una amistad más bien cercana, pero aparte de eso Rachel era dada a aislarse, y esa era la razón por la que se encontraba cómoda andando sin rumbo fijo por la noche y vistiendo únicamente su ropa interior y una camisa.

El camino se inclinaba gradualmente en una pendiente a través del bosque de pinos. Las estrellas brillaban y eran grandes en el cielo, y Rachel había recorrido tantas veces ese camino desde su infancia, que no perdió el tiempo en coger una linterna. Incluso a través de los pinos podía ver lo suficientemente bien como para encontrar el camino. Había trescientos metros desde la casa hasta la playa, un camino fácil. A ella le gustaba recorrer la playa caminando de noche. Era el momento que prefería para escuchar el poder del océano, cuando las olas eran casi negras salvo por las puntas cubiertas de espuma. También estaba en marea baja, y Rachel prefería la playa cuando estaba en la marea baja. En la bajamar el océano traía de vuelta sus tesoros dejándolos en la arena, como una agradable ofrenda de amor. Ella había acumulado bastantes tesoros del mar en la marea baja, y nunca había dejado de maravillarse con los tesoros que las aguas turquesas del Golfo dejaban a sus pies.

Era una noche bella, sin luna y despejada, y las estrellas eran las más brillantes que había visto en años, su luz se reflejaba en las olas como miles de diamantes. La Bahía Diamond. Tenía el nombre adecuado. La playa era angosta y accidentada, con aglomeraciones de maleza creciendo a lo largo del borde, y la boca de la bahía estaba cubierta de rocas puntiagudas que eran especialmente peligrosas en la bajamar, pero con todas sus imperfecciones la bahía creaba una magia con su combinaciones de la luz y el agua. Ella podría estar quieta y observar el agua brillante durante las horas, embelesada por el poder y la belleza del océano.

La arena gruesa refrescó sus pies desnudos, y ella escarbó con los dedos del pie más profundamente. La brisa sopló, alejando su pelo de su rostro, y Rachel respiró el limpio aire salino. Ahí sólo estaban ella y el océano.

La brisa cambió de dirección, coqueteando con ella, logrando que hebras de cabello quedaran sobre su rostro. Levantó su mano para apartar su pelo de su cara e hizo una pausa sorprendida, arqueando las cejas mientras clavaba los ojos en el agua. Podría haber jurado que había visto algo. Apenas por un momento había habido un destello de movimiento, pero ahora forzando los ojos no veía nada más que el movimiento rítmico de las olas. Quizá había sido sólo un pez, o un trozo grande de madera a la deriva. Quería encontrar algo bonito para un arreglo floral, así que caminó hasta el borde de las olas, empujando hacia atrás su pelo para que no entorpeciera su visión.

¡Allí estaba otra vez, oscilaba de arriba abajo en el agua!. Dio un paso ansioso hacia adelante, mojando sus pies en el oleaje espumoso. Luego el objeto oscuro cambió de dirección otra vez y asumió una forma curiosa. El brillo de la luz plateada de las estrellas le hizo ver algo así como un brazo, agitándose débilmente con violencia hacia adelante, como un como un nadador cansado empeñándose en conseguir coordinación. Un brazo musculoso, y la masa oscura al lado de eso podría ser una cabeza.

El cuerpo entero de Rachel se estremeció ante la llegada de una ráfaga de comprensión. Ella estaba en el agua antes de que se diera cuenta de ello, surgiendo a través de las olas hacia el hombre que se esforzaba. El agua impidió su avance, las ondas empujándola hacia atrás con más fuerza; La marea apenas comenzaba a regresar hacia adentro. El hombre se hundió ante ella, y un grito ronco explotó en su garganta. Chapoteó salvajemente hacia él, el agua la cubría hasta el pecho ahora, las olas chocaban violentamente contra su cara. ¿Dónde estaba él? El agua negro no daba indicio de su posición. Alcanzó el lugar donde lo había visto por ultima vez, pero sus manos que buscaban frenéticamente en el agua no encontraban nada.

Las olas le llevarían hacia la playa. Ella cambió de dirección y se tambaleó mientras iba hacia orilla y le vio otra vez un momento antes de que su cabeza desapareciera bajo el agua otra vez. Ella tomó una decisión, nadando fuertemente, y dos segundos más tarde su mano se cerró en torno al pelo recio. Ferozmente ella sacó con fuerza su cabeza por encima del agua, pero él estaba laxo, sus ojos cerrados.

– ¡No te mueras sobre mi! -le ordenó entre dientes, cogiéndole bajo los hombros y remolcándole hacia la playa.

Dos veces la marea golpeó sus pies haciendo que trastabillara, y cada vez pensó que se ahogaría antes de que pudiera luchar con el peso del hombre.

Después le llegó el agua por las rodillas, y él se dobló fláccidamente. Tiró fuertemente hasta que él estuvo casi completamente fuera del agua, luego dio un paso y cayó sobre sus rodillas en la arena, tosiendo y abriendo la boca. Con cada músculo temblándole por el cansancio, gateó sobre sus rodillas hasta él.

Capítulo Dos

Estaba desnudo. Su mente apenas registró ese hecho antes de olvidarlo, empujado por asuntos más prioritarios. Todavía jadeaba en busca de aire para si misma, pero se obligó a contener el aliento mientras le ponía la mano en el pecho para intentar detectar un latido, o el movimiento arriba y abajo de su respiración. Estaba quieto, demasiado quieto. No encontraba indicio de la vida en él, y su piel estaba tan fría.

¡Por supuesto que estaba fría! Se regañó bruscamente, sacudiendo la cabeza para despejarla de las telarañas de la fatiga. Había estado en el agua durante sólo Dios sabía cuánto tiempo, pero estaba nadando, por muy débil que fuera, la primera vez que le había visto, y estaba dejando pasar unos segundos preciosos cuando debería estar actuando.

Le llevó toda la fuerza que tenía hacerle rodar hasta dejarle encima de su estómago, porque no era un hombre pequeño, y la brillante luz de las estrellas revelaba que era puro músculo sólido.

– Vamos- le dijo, sin dejar de masajearle la espalda. Él sufrió un ataque de tos, su cuerpo levantándose bajo ella. Luego gimió roncamente y se estremeció antes de quedarse quieto.

Rápidamente Rachel le tumbó de espaldas otra vez, inclinándose ansiosamente sobre él. Su respiración era audible ahora. Demasiado rápida y leve, pero definitivamente estaba respirando. Sus ojos estaban cerrados, y su cabeza rodó hacia un lado cuando ella le sacudió. Estaba inconsciente.

Volvió a apoyarse sobre sus talones, temblando mientras la brisa del océano traspasaba la camisa mojada que llevaba puesta, y clavó la mirada en la cabeza oscura que descansaba sobre la arena. Sólo después notó la torpe atadura que tenía alrededor del hombro. Intentó quitárselo de un tirón, pensando que quizá fuesen los restos de la camisa que llevaba puesta cuando sufrió el accidente que le había arrojado al océano. Pero la tela mojada bajo sus dedos era de tela vaquera, demasiado pesada para una camisa en este clima, y estaba atada con un nudo. Tiró de ello otra vez, y parte de la tela se desprendió. Había estado doblada en una almohadilla y apartado el nudo, y a gran altura en su hombro había una herida, un agujero redondo, obsceno, donde no debería haber habido uno, de color negro a la pálida luz.

Rachel clavó los ojos en la herida, sobresaltándose al comprender. ¡Había recibido un disparo! Había visto demasiadas heridas de bala para no reconocer a una, aun a la tenue luz de las estrellas que reducía todo a brillos plateados y sombras negras. Giró la cabeza de un lado a otro, y fijó la mirada mar adentro, forzando la vista para ver cualquier punto de luz reveladora, que advertiría de la presencia de un bote, pero no había nada. Todos sus sentidos estaban alertas, sus nervios hormigueando, instantáneamente vigilantes.

La gente no recibía disparos sin razón, y era lógico suponer que quienquiera que le había disparado la primera vez estaría dispuesto a hacerlo otra vez.

Él tenía que recibir ayuda, pero no había forma de que ella se le echase sobre la espalda y le subiera hasta su casa. Se levantó, escudriñando el oscuro mar otra vez para asegurarse de que no había pasado nada por alto, pero la superficie del agua estaba vacía. Tenía que dejarle allí, al menos el tiempo que tardase en llegar corriendo a la casa y volver.

Una vez tomada la decisión, Rachel no vaciló. Doblándose, asió al hombre por debajo de los hombros y clavó los talones en la arena, gruñendo por el esfuerzo a medida que tiraba de él lo suficientemente lejos del agua para que la marea no llegase hasta él antes de que pudiera regresar. Incluso en las profundidades de la inconsciencia él sintió el dolor que le causó al tirar fuertemente de su hombro herido y dio un gemido bajo, ronco. Rachel se sobresaltó y sintió sus ojos ardían momentáneamente, pero era algo que tenía que hacer. Cuando juzgó que él estaba lo suficientemente lejos de la playa, dejó sus hombros sobre la arena tan suavemente como pudo, susurrándole una disculpa jadeante aunque sabía que no la podría oír.