– ¿Crees que es un agente?- Honey se quedó mirando fijamente al hombre con sus ojos castaños dilatados.
Rachel contestó serenamente.
– Creo que es probable y creo que arriesgaríamos su vida si le entregáramos al sheriff. Después sería un asunto público, y cualquiera que le buscara podría encontrarle.
– Todavía podría ser un traficante de droga. Puedes arriesgar la vida protegiéndole.
– Es una posibilidad- admitió Rachel -. Pero está herido, y yo no. No tiene ninguna oportunidad en absoluto, excepto lo que yo le pueda dar. Si la DEA lo está buscando por algún asunto de droga, habrá algo acerca de él en el escáner, o en el periódico. Si es un delincuente evadido estará en las noticias. No está en condiciones herir a nadie, así es que estoy a salvo.
– ¿Y si fue un asunto de droga que se torció, y algunos otros personajes peligrosos van tras él? No estarías a salvo luego, ni de él, ni de los demás.
– Ése es un riesgo que tendré que aceptar – dijo Rachel quedamente, sus ojos grises fijos en la mirada preocupada de Honey-. Conozco todas las posibilidades, y riesgos. Puedo ver sombras donde no hay ninguna, pero no me arriesgaré sabiendo lo terrible que sería para él si estoy en lo cierto.
Honey exhaló un aliento profundo e hizo otro intento.
– Precisamente no es probable que un espía herido nadase en tu playa. Cosas como esas no les ocurren a las personas normales, y tú estás todavía dentro de la normalidad, aunque eres un poco de excéntrica.
Rachel no podría creer lo que oía, de Honey de entre todas las personas, que era generalmente la persona más lógica del mundo. Los acontecimientos de la noche ponían nerviosos a todo el mundo.
– ¡No es probable que un hombre herido nadase en esta época en mi playa, independientemente de su ocupación! ¡Pero lo hizo! Está aquí, y necesita ayuda. He hecho lo que he podido, pero necesita atención médica. Todavía tiene una bala en su hombro. ¡Honey, por favor!
Si fuera posible, Honey se puso aún más blanca.
– ¿Quieres que me encargue de él? ¡Necesita a un doctor! ¡Soy veterinaria!
– ¡No puedo llamar a un médico! Están obligados a comunicar todas las heridas de bala a la policía. Tú lo puedes hacer. No hay ningún órgano vital involucrado. Son su hombro y su pierna, y creo que tiene una conmoción cerebral. Por favor.
Honey echó una mirada hacia abajo al hombre desnudo y se mordió los labios.
– ¿Cómo le subiste hasta aquí?
– Joe y yo le arrastramos en esta colcha.
– Si tiene una conmoción cerebral severa puede necesitar cirugía.
– Lo sé. Si es necesario ya pensaré en algo.
Estuvieron ambas en silencio durante algunos minutos, recorriendo con la mirada al hombre que yacía tan quieto e indefenso en sus pies.
– Bien – dijo Honey finalmente, su voz suave. – Haré lo que pueda. Pongámosle encima de la cama.
Eso fue tan difícil como lo había sido subirle desde la playa. Como Honey era mayor y más fuerte, ella le cogió por debajo de los hombros, mientras Rachel deslizaba un brazo bajo sus caderas y el otro bajo sus muslos. Como Rachel había notado antes, era un hombre grande, y musculoso, lo cual quería decir que pesaba más para su tamaño que un hombre con menos masa muscular. También era un peso muerto, y tenían que tener cuidado con sus heridas.
– Dios mío -jadeó Money -. ¿Cómo conseguiste subirle por esa cuesta hasta la casa, incluso con la ayuda de Joe?
– Tenía que hacerlo- dijo Rachel, porque esa era la única explicación que tenía.
Finalmente le colocaron en la cama, y Rachel se sentó en el suelo, completamente exhausta por los esfuerzos de la noche. Honey se agachó sobre el hombre, con su pecosa cara atenta mientras le examinaba.
Capítulo Tres
Eran las tres en punto de la mañana. Honey se había ido media hora antes, y Rachel había contenido su cansancio lo suficiente como para tomar otra ducha muy necesaria y limpiarse la sal del pelo. Finalmente el calor del día había disminuido lo suficiente para estar a gusto al aire, pero pronto amanecería, y el calor comenzaría a aumentar de nuevo. Necesitaba dormir ahora, mientras pudiera, pero su pelo estaba mojado. Suspirando, se reprochó por su vanidad y cambió de dirección hacia el secador de pelo.
El hombre estaba todavía dormido, o inconsciente. Había sido golpeado con fuerza, pero Honey no creía que estuviera muy grave, o en coma. Más bien, había decidido que su inconsciencia prolongada era debida a una combinación de fatiga, pérdida de sangre, trauma y golpe en la cabeza. Había sacado la bala de su hombro, le había suturado y vendado sus heridas, y le había puesto una inyección antitetánica y un antibiótico. Luego ella y Rachel le habían limpiado, habían cambiado la ropa de cama y le habían puesto tan cómodo como podían. Una vez que se había decidido a ayudar, Honey había vuelto a su personalidad capaz y sin nervios habitual, por la cual Rachel estaría eternamente agradecida. Rachel creía que se había esforzado físicamente hasta su límite, pero de algún sitio había sacado la energía para ayudar a Honey durante la angustiosa operación de sacar la bala del hombro del hombre, y luego enmendar el daño hecho a su cuerpo.
Con el pelo seco, se puso la camisa limpia que había llevado consigo al cuarto de baño. La cara que reflejaba el espejo no se parecía a la de ella, y clavó los ojos en ella con curiosidad, notando la piel pálida y las oscuras sombras de color malva de fatiga bajo ojos. Estaba atontada de cansancio, y lo sabía. Era hora de ir a la cama. El único problema era: ¿dónde?
El hombre estaba en su cama, la única cama en la casa. No tenía un sofá de tamaño suficiente, sólo dos sillas a juego. Siempre tenía la posibilidad de hacerse una cama de paja en el suelo, pero estaba tan cansada que hasta el mero pensamiento del esfuerzo que le llevaría era casi superior a sus fuerzas. Dejando el cuarto de baño, clavó los ojos en su cama limpia con sus sábanas blancas como la nieve, y en el hombre que yacía tan silenciosamente entre esas sábanas.
Necesitaba dormir, y necesitaba estar junto a él para poder oírle si se despertaba. Era una viuda de treinta años, no una virgen temblorosa. Lo más sensato que podía hacer era arrastrarse dentro de la cama al lado de él para poder descansar. Después de clavar los ojos en él durante apenas un instante más, tomó su decisión y apagó las luces, luego rodeó la cama hasta el otro lado, y se deslizó cuidadosamente entre las sábanas, intentando no tocarle. No pudo evitar soltar un pequeño gemido a medida que sus músculos cansados finalmente se relajaban, y se puso de lado para colocar su mano sobre su brazo, para despertarse si él se inquietaba. Luego se durmió.
Hacía calor cuando se despertó, y estaba empapada en sudor. Una alarma destelló brevemente en su cerebro, cuando abrió los ojos y vio la morena cara masculina en la almohada al lado de la de ella. Luego recordó y se levantó apoyándose sobre el codo para mirarle. A pesar del calor él no sudaba, y su respiración parecía un poco demasiada rápida. La preocupación creció rápidamente en ella, se incorporó y puso la mano en su cara, sintiendo el calor allí. Él movió la cabeza con inquietud, alejándose de su contacto. Tenía fiebre, lo que no era inesperado.
Rápidamente Rachel salió de cama, notando que era después del mediodía. ¡Con razón la casa estaba tan sofocante! Abrió las ventanas y encendió los ventiladores para expulsar el aire caliente de la casa antes de encender el airea acondicionado para enfriar la casa aun más. No lo usaba mucho, pero su paciente necesitaba ser refrescado.
Tenía que encargarse de él antes de hacer nada más. Disolvió dos aspirinas en una cucharadita de agua, luego delicadamente levantó su cabeza, intentando no sacudirle.
– Abre la boca – canturreó, como si fuera un bebé. – Tómate esto por mí. Luego te dejaré descansar.
Su cabeza descansaba pesadamente contra su hombro, sus pestañas negras todavía permanecían quietas sobre sus mejillas. Su pelo era grueso y sedoso bajo sus dedos, y caliente, haciéndola acordarse de su fiebre. Puso la cuchara contra su boca, advirtiendo la línea decidida de sus labios. La cuchara presionaba su labio inferior, abriéndolo apenas un poco.
– Vamos, adelante – le susurró. -Abre tu boca.
¿Cuántos los niveles de conciencia estaban allí? ¿Escuchó su voz? ¿Entendió las palabras? ¿O fue simplemente el tono bajo, tierno el que llegó hasta él? ¿Fue su contacto? ¿El perfume caliente, somnoliento de su carne? Algo le alcanzó. Él trató de volverse hacia ella, su cabeza entregándose a las caricias contra su hombro, y su boca abrió un poco. El corazón martilleaba en su pecho mientras le engatusaba para que tragarse, esperando que no se ahogase. Funcionó tan bien que logró darle tres cucharitas más de agua antes de que él volviera a la inconsciencia más profunda.
Mojó una toalla en agua fría, la dobló y se la colocó sobre la frente, luego retiró hacia atrás la sábana hasta que estuvo sobre sus caderas y empezó lavarle con una esponja con el agua fría. Despacio, casi mecánicamente, deslizó la tela mojada sobre su pecho y sus hombros y bajo sus poderosos brazos, luego por su abdomen delgado, duro, dónde el pelo en su pecho se estrechaba en una línea rala, sedosa. Rachel respiró profundamente, consciente del ligero estremecimiento de su cuerpo. Era hermoso. Nunca había visto a un hombre más hermoso.
No se había permitido pensar en eso la noche anterior, cuándo había sido más importante conseguir ayuda para él y atender sus heridas, pero se había percatado incluso entonces de cuán atractivo era. Sus rasgos eran regulares y bien formados, su nariz delgada y recta sobre la boca que ella apenas había tocado. Esa boca era firme y fuerte, con labio superior cincelado con precisión que sugería resolución y quizá hasta crueldad, mientras su labio inferior se curvaba con una sensualidad perturbadora. Su barbilla era cuadrada, su mandíbula firme y oscurecida con una incipiente barba de color negro. Su pelo era como gruesa seda negra, color carbón y sin ningún brillo azulado. Su piel estaba oscurecida por el bronceado, un intenso matiz de bronce oliváceo.
Era muy musculoso, sin tener el cuerpo de un culturista. Los músculos de él se debían al trabajo duro y el ejercicio físico, los músculos de un hombre que había sido adiestrado para ser fuerte y rápido. Rachel cogió una de sus manos, poniéndola en la cuna que formaban las suyas. Sus manos tenían dedos largos y sin grasa, la fuerza en ellas era evidente aunque él estuviera inconsciente. Sus uñas eran cortas y bien cuidadas. Tocó ligeramente los callos que había en sus manos y en la punta de los dedos; y sintió algo más, bien: la dureza de su mano en el filo de esta. Su respiración se acelero y un escalofrío de precaución corrió a lo largo de su columna nuevamente. Poniendo la mano de él contra su mejilla, estiró la mano tentativamente y tocó la cicatriz que tenía en el vientre liso, una línea curvada, casi plateada que estaba enrojecida contra su oscuro bronceado. Cruzaba su vientre y el lado derecho, curvándose hacía abajo hasta que no se veía. Esa no era una cicatriz por una operación. Sintió frío, viendo el resultado de una feroz lucha cuchillos. Él debía haberse apartado rápidamente del cuchillo, sin poder evitar que cortase parte de su costado y espalda.
Un hombre con una cicatriz como ésa, y con esa clase de callos en las manos, no era un hombre normal ni con un trabajo normal. Ningún hombre normal podría haber nadado hasta la costa con las heridas que tenía; eso requería una determinación y fuerza increíbles. ¿Desde dónde había nadado? No había podido ver ninguna luz en el mar, recordó. Miró su rostro duro, delgado y tembló al pensar en la mente fuerte que se escondía tras sus parpados cerrados. A pesar de toda su fuerza, ahora él estaba indefenso; su supervivencia dependía de ella. Había tomado la decisión de esconderle, de modo que dependería de ella hacer de enfermera y protegerle lo mejor que pudiera. Su instinto le decía que había tomado la decisión correcta, pero el nerviosismo no la abandonaría hasta que contase con algunos hechos sólidos que confirmasen su intuición.
La aspirina y el baño con esponja habían bajado la fiebre, y parecía estar profundamente dormido, sin embargo se preguntó como diferenciar el sueño de la inconsciencia. Honey había prometido que volvería otra vez ese día y lo vería, asegurándose de que la conmoción cerebral no fuese más grave de lo que creía. Rachel no podía hacer nada más, excepto sus tareas habituales.
Se cepilló los dientes y se peinó, luego se puso unos pantalones de color caqui y una camisa blanca de algodón sin mangas. Comenzó a cambiarse en su dormitorio, como hacía normalmente, después miró rápidamente al hombre que dormía en su cama. Con un sentimiento tonto, entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Hacía cinco años que B.B. había muerto, y no estaba acostumbrada a tener un hombre cera, menos a un desconocido.
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