Subió la sábana hasta su pecho, después lo persuadió con ruegos de que se tomara la aspirina. ¿Por qué no se había despertado aún? ¿La contusión era más fuerte de lo que Honey había pensado? Pero su estado no parecía empeorar, y de hecho estaba más receptivo que antes; era más fácil lograr que se tomase las aspirinas y los líquidos, pero ella quería que abriese los ojos, que le hablase. Hasta ese momento no podría estar segura de que su decisión de mantenerle oculto no le hubiera perjudicado.
¿Escondido de quien? – repuso su subconsciente. Nadie le había estado buscando. En la brillante y despejada mañana sus temores parecían tontos.
Mientras él permanecía tranquilo, alimentó a los animales y trabajó en el huerto, recogiendo las judías verdes y los pocos tomates que habían madurado de la noche a la mañana. Había algunos calabacines listos para ser recogidos, y decidió hacer una cacerola de puré para cena. Quitó las malas hierbas del huerto y de alrededor de los arbustos, y para cuando terminó, el calor se había vuelto sofocante. A pesar de la brisa normal del Golfo, el aire era caliente y pesado. Pensó con anhelo en nadar, pero no se atrevía a dejar a su paciente solo durante tanto tiempo.
Cuando volvió a ver como estaba, encontró que la sábana estaba otra vez abajo, y movía un poco su cabeza de un lado para otro con impaciencia. Aún no podía darle más aspirina, pero estaba ardiendo; cogió un tazón lleno de agua fría y se sentó a su lado, lavándolo lentamente con la esponja mojada en agua fría hasta que se enfrío y volvió a adormecerse. Cuando se levantó de la cama lo recorrió con la mirada y se preguntó si estaría perdiendo el tiempo si lo volvía a tapar. Simplemente hacía demasiada calor para él, con fiebre que tenía, aunque tenía el aire acondicionado puesto y la casa estuviera fría para ella. Cuidadosamente desenredó la sábana de alrededor de sus pies, su toque ligero y fugaz; luego hizo una pausa y sus manos regresaron a sus pies. Él tenía pies bonitos, dedos largos y atezados, eran masculinos y bien cuidados, como sus manos. También tenía los mismos callos en los pies que tenía en las manos. Había sido adiestrado como soldado.
Mientras subía la sábana hasta su cintura ardientes lágrimas se acumularon en sus ojos. No tenía razones para llorar. Él había escogido ese tipo de vida y no apreciaría su simpatía. Las personas que vivían al borde del peligro lo hacían porque así lo deseaban: ella había vivido allí, y sabía que había preferido aceptar libremente los peligros que eso acarreaba. B.B. había aceptado el peligro de su trabajo, contar lo que ocurría a pesar del riesgo pues creía que merecía la pena hacerlo. Lo que ninguno de los dos había pensado es que eso le costaría la vida.
Cuando Honey llegó esa noche, hacía mucho que Rachel se había controlado, y una cacerola al fuego saludó al olfato de Honey cuando llegó a la puera.
– Umm, eso huele bien -olfateo-. ¿Cómo está nuestro paciente?
Rachel negó con la cabeza.
– No ha habido mucho cambio. Está un poco más consciente, nervioso, cuando la fiebre sube, pero todavía no se ha despertado.
Justamente hacía poco que había vuelto a subirle bruscamente la sábana, de modo que estaba tapado cuando Honey entró a ver como estaba.
– Está bien -dijo Honey después de mirarle las heridas y los ojos-. Déjalo dormir. Es precisamente lo que necesita.
– Eso ha hecho durante demasiado tiempo -se quejó Rachel.
– Ha pasado por mucho. El cuerpo tiene una forma especial de conseguir y tener lo que necesita.
No fue necesaria mucha persuasión para que Honey se quedara a cenar. La cacerola, los guisantes frescos y los tomates cortados en rodajas fueron por si solos suficientemente convincentes.
– Esto es mucho mejor que la hamburguesa que había pensado comer -dijo Honey, moviendo su tenedor para dar énfasis a sus palabras-. Creo que nuestro chico está fuera de peligro, de modo que no vendré mañana, pero si vuelves a cocinar es posible que cambie de idea.
Era estupendo reír después de los nervios de los dos últimos días. Los ojos de Rachel centellearon.
– Ésta es la primera vez que cocino desde que empezó el calor. He estado viviendo de frutas, cereales y ensalada, cualquier cosa para no tener que encender el fuego. Aunque desde que comencé a usar el aire acondicionado esta noche, no parecía tan malo cocinar.
Después de recoger la cocina Honey comprobó la hora en su reloj.
– No es muy tarde. Creo que pasaré a visitar a Rafferty y veré como está una de sus yeguas que está a punto de parir. Puede que así evite tener que volver cuando llegue a casa. Gracias por la comida.
– Cuando quieras. No sé lo que habría hecho sin ti.
Honey la miro por un momento, su cara llena de pecas seria.
– Te las habrías ingeniado. Eres de esas personas que hacen lo que deben hacer, sin quejarse por ello. El tipo que está dentro tiene una gran deuda contigo.
Rachel no sabía si él lo vería de esa forma o no. Cuando salió del cuarto de baño lo observó fijamente, deseando que abriese los ojos y hablase con ella, para tener algún indicio de que tipo de persona se escondía tras esos ojos cerrados. Cada hora que había pasado había hecho que el misterio que lo envolvía aumentase. ¿Quién era? ¿Quién le había disparado, y por qué? ¿Por qué no había salido nada sobre él en las noticias? Un bote abandonado en el Golfo o llevado hasta la tierra habría salido en las noticias. Se habría informado en las noticias sobre una persona desaparecida. Un camello, alguien que hubiese escapado de la cárcel, cualquier cosa, pero no se había dicho nada que pudiera explicar porque él había llegado con la marea.
Se metió en la cama al lado de él, teniendo la esperanza de dormir al menos algunas horas. Él estaba descansando mejor, pensó, la fiebre no había subido tanto como antes. Lo cogió del hombro, y se durmió.
El movimiento de la cama la despertó, sacándola sobresaltada de un estado de sueño profundo. Se enderezó sobre la cama, con el corazón latiéndole rápidamente. Él se movía nerviosamente, intentando destaparse pateando la sábana con su pierna sana, y finalmente logró quitarse de encima la mayor parte de ésta. Su piel estaba caliente, y su respiración era demasiado pesada. Una mirada al reloj le indicó que había pasado la hora en que debería haberle dado otra aspirina.
Encendió la lámpara al lado de la cama y entró en el cuarto de baño para coger una aspirina y un vaso con agua. Él se la tomó sin crearle problemas esta vez, y Rachel le obligó a beber casi un vaso de agua lleno. Bajó su cabeza de nuevo sobre la almohada, acariciando su pelo con los dedos.
¡El deseo de nuevo! Apartó su mente del rumbo que esta estaba tomando. Él necesitaba que lo enfriase, y ella se encontraba allí de pie soñando con él. Indignadísima consigo misma, mojó una toalla y se inclinó sobre él, lavándole lentamente el pecho con la toalla fría.
Una mano tocó su pecho. Ella se congeló, abriendo los ojos. Su camisón era suelto y sin mangas, con un escote profundo que se había despegado de su cuerpo cuando se inclinó sobre él. La mano derecha del hombre se adentró en el escote, y le rozó el pecho, acariciando con firmeza el pezón, de aquí para allá, hasta que el pequeño brote de carne se encogió y Rachel tuvo que cerrar los ojos por el placer. Luego su mano bajo aún más, tan despacio que su aliento se detuvo dentro de su pecho, acariciando la parte inferior y aterciopelada de su pecho.
– Preciosa- murmuró, su voz profunda, susurrando la palabra.
La palabra penetró agudamente en la mente de Rachel, y movió la cabeza de un lado a otro y abrió los ojos. ¡Estaba despierto! Por un momento, miró de forma perdida esos ojos entreabiertos que eran tan negros que parecía que la luz se ahogara en ellos; después su corazón comenzó a latir más lentamente y volvió a dormirse, apartando su mano del pecho.
Ella estaba tan nerviosa que apenas podía moverse. Su piel aún ardía por sus caricias, y ese momento en que había mirado sus ojos quedaría grabado en el tiempo, así como ella se sintió abrasada por su mirada. Sus ojos negros, más negros que la noche, sin el menor indicio de un tono marrón. Habían estado nebulosos por la fiebre y el dolor, pero él había visto algo que le gustó y trató de alcanzarlo. Mirando hacia abajo, vio que el escote abierto de su cómodo camisón de algodón dejaba sus senos completamente expuestos a sus ojos y a sus caricias; sin desearlo lo había invitado. Sus manos temblaban mientras seguía bañándolo automáticamente con la toalla. Sus sentidos se tambaleaban, su mente intentando comprender que él había despertado, que había hablado, aunque fuera una sola palabra. De alguna manera en esos dos días que había estado inconsciente, aunque deseaba que despertase, había dejado de esperarlo. Se había ocupado de todo lo referente a él tal como se haría con un bebé, y ahora estaba tan asustada como si un bebé hubiera hablado de repente. Pero él no era un niño; era un hombre. Un verdadero hombre, si el franco aprecio de la palabra susurrada servía como medida. "Preciosa", había dicho él, y sus mejillas se sonrojaron.
Después las implicaciones de esa palabra cayeron sobre ella, y se levantó tambaleante. ¡Era americano! Cualquier palabra que él hubiese dicho, medio inconsciente y ardiendo por la fiebre, habría sido en su lengua natal. Pero la palabra había sido inglesa, y el acento, aunque mal definido, había sido definitivamente americano. Parte del acento podía ser normal, una voz que arrastraba las palabras propia de un hombre sureño o del oeste.
Americano. Estaba extrañada por la ascendencia que le había dado ese tono a su piel, que parecía italiano o árabe, un húngaro americano, ¿o quizá un irlandés? ¿Español? ¿Tártaro? Los pómulos altos, cincelados y la nariz delgada, recta podían venir de cualquier de esas ascendencias, pero él era sin duda americano.
Su corazón aún latía excitado. Incluso después de que hubiera vaciado el cubo de agua, apagado la lámpara y se hubiera acostado lentamente a su lado, se estremecía y no podía dormir. Él había abierto los ojos y le había hablado, se había movido de forma voluntaria. ¡Se recuperaba! Ese hecho quitó una pesada carga de sus hombros.
Se giró de lado y lo miró, sin poder ver casi su perfil en la oscuridad de la habitación, pero su piel notaba su cercanía. Estaba caliente y vivo, y una extraña mezcla de dolor y placer creció dentro de ella, porque de alguna manera, se había hecho importante para ella, tan importante que su vida se había visto alterada. Incluso después de que él se marchase, como el sentido común le indicaba que debía ser, nunca volvería a ser la misma. La Bahía Diamond le había entregado un extraño regalo, salido de sus aguas color turquesa. Extendió la mano y acarició su musculoso brazo, luego la apartó porque el contacto con su piel hacía que su corazón volviese a latir rápidamente. Había venido del mar, pero había sido ella quien había sufrido el cambio por culpa del mar.
Capítulo Cuatro
– Te digo que está muerto.
Un hombre delgado, con cabello de color café con canas y un rostro estrecho, con una intensidad que desmentía la calma y el control con el que se comportaba, le daba al hablante una apariencia de diversión desafiante.
– ¿Crees que podemos permitirnos el lujo de asumir eso, Ellis? No hemos encontrado nada, repito, nada, que nos pruebe su muerte.
Tod Ellis entrecerró los ojos.
– No hay forma de que haya podido sobrevivir. Ese barco ardió como un depósito de gasolina.
Una elegante mujer pelirroja los escuchaba a ambos silenciosamente, y en ese momento se inclinó hacia adelante para apagar un cigarro.
– ¿Y ninguno de los hombres ha informado de que vio algo, o alguien, alejarse del barco?
Ellis se sonrojó de rabia. Estos dos habían dejado en sus manos el tema de la emboscada, pero ahora lo trataban como a un novato. A él no le gustaba; estaba muy lejos de ser un novato, ellos habían jurado que lo necesitarían después de lo de Sabin. El plan no había salido como esperaban, pero Sabin no había escapado y eso era lo más importante. Si pensaron que sería fácil capturarle, entonces es que eran tontos, como mínimo.
– Incluso si se metió en el agua -dijo él con paciencia-, estaba herido. Vimos como le alcanzó un disparo. Fuimos millas arriba. No hay forma de que él pudiera salvarse. O se ahogó o un tiburón se lo comió. ¿Por qué perder el tiempo buscándolo?
Los ojos de un azul claro de otro hombre miraron más allá de Ellis, al pasado.
– Ah, pero la persona de la que hablamos es Sabin, no un hombre normal y corriente. ¿Cuántas veces ha escapado de nosotros? Demasiadas para que deba creer que fue tan fácil acabar con él. No encontramos sus restos en el barco y, si, como tú dices, se ahogó o fue devorado por un tiburón, aún tendría que quedar algo que nos lo probara. Durante dos días hemos buscado en estas aguas sin encontrar nada. Lo más lógico es ampliar el área de búsqueda.
"La Bahia Del Diamante" отзывы
Отзывы читателей о книге "La Bahia Del Diamante". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La Bahia Del Diamante" друзьям в соцсетях.