Mientras estaba de rodillas, intentando averiguar cómo iba a poder levantarse, oyó el canto de los pájaros y el zumbido de las abejas a su alrededor, y se dio cuenta de pronto de que la vida continuaba. Por mucho que no pudiera dibujar, o que su hija se hubiera convertido en una extraña, o que su ex amante estuviera en su propia casa, dirigiéndole unas miradas que le robaban la respiración, la vida continuaba.

Y también debía continuar viviendo ella. De pronto, se sintió mucho más ligera y menos furiosa de lo que se había sentido desde que había sufrido el accidente. Apretando los dientes, empleó las últimas energías que le quedaban en levantarse. Lo había conseguido, ella sola. Y estaba temblando de pies a cabeza, pero con una enorme sonrisa en los labios, cuando apareció Ben.

Como tenía el sol tras él, lo único que podía distinguir Rachel era su oscura silueta caminando hacia ella.

– ¿Qué ha pasado? -le preguntó en tono imperioso.

– Nada, me he caído y…

– ¿Estás bien?

– Aparte del orgullo herido y del dolor del trasero, sí.

– No puedes aceptar tus limitaciones, ¿verdad? -alargó el brazo hacia ella-. No, tú no. Tú tienes que salir y demostrar que no existen porque jamás estarás dispuesta a apoyarte en alguien.

– Caramba, supongo que no vas a besarme.

Ben no se molestó en responder mientras iba examinado todo su cuerpo. Su rostro permanecía impasible, pero Rachel estaba teniendo serias dificultades para hacer lo mismo. Sentía los dedos de Ben en las costillas, todos y cada uno de ellos. Rozaba con los nudillos la parte interior de sus senos y aparentemente su libido estaba funcionando a pleno rendimiento porque tenía los pezones endurecidos. Miró a Ben para comprobar si lo había notado.

– He dicho que estoy bien.

Por la respuesta de Ben mientras le sacudía la ropa, bien podría haber estado hablando con una pared. Pero entonces sus ojos se encontraron. Y al ver el calor infernal que reflejaban los de Ben, Rachel tragó saliva. ¿De verdad pensaba que no lo había notado?

Sí, Ben lo había notado, y estaba teniendo serias dificultades para controlarse.

– Supongo que debería darte las gracias…

Interrumpió la frase cuando Ben se inclinó para levantarla en brazos.

– Ben, no seas ridículo, puedo ir andando, sólo me llevará… ¡Ben!

Ignorándola, Ben se dirigió hacia la casa.

– De acuerdo, escucha, yo…

– Estás sangrando.

Rachel bajó la mirada hacia los arañazos, que le parecieron ridículos comparados con el resto de sus lesiones.

– Sólo son heridas -estaban ya cerca de la puerta-, Ben, por el amor de Dios, estoy bien.

Ben no se detuvo hasta que llegó al cuarto de baño. Una vez allí, la sentó sobre el mostrador, buscó en los armarios, empapó una toalla y procedió a limpiarle la herida de la rodilla.

No dijo una sola palabra mientras le vendaba las abrasiones. Al contemplar sus facciones de granito, Rachel recordó lo que Melanie había dicho sobre el resentimiento de Ben. Suponía que su enfado era un reflejo de aquel sentimiento, pero a pesar de su intenso silencio, ella no era capaz de ver aquel resentimiento. No, lo que ella sentía era algo más devastador. Sentía su miedo, un miedo casi tangible. Y la culpa. Y aquello le destrozaba el corazón.

– Ben, gracias.

Algo pareció suavizarse en su mirada.

– Eres la persona más cabezota que he conocido en toda mi vida, ¿lo sabías?

– Sí, creo que me lo habías comentado -contestó.

Y de pronto, Rachel sintió toda la fuerza de su deseo y de su intensa pasión.

De lo más profundo de su interior, llegó una respuesta igualmente apasionada.

A pesar de saber que la estancia de Ben era algo temporal, que al final terminaría marchándose, lo sentía. Era un deseo que la consumía. Y la aterrorizaba.

– Si yo soy la persona más cabezota que has conocido nunca, entonces, ¿qué tienes que decir de ti?

Con un movimiento que pareció sorprender a Ben tanto como a ella, éste se inclinó para rozar sus labios.

– Lo único que puedo decir de mí es que estoy terriblemente frustrado -volvió a levantarla en brazos, la llevó hasta la cama y se metió las manos en los bolsillos, como si no confiara en ellas-. Ahora, sé buena y quédate aquí mientras yo voy a dar una vuelta.

– Ben…

– Voy a ir a dar una vuelta, Rachel, vea lo que vea en tus ojos. Tengo que irme -y, sin decir una sola palabra más, dio media vuelta e hizo exactamente eso.

Durante la semana siguiente, Ben estuvo hecho un manojo de nervios. La ciudad le parecía un lugar demasiado bullicioso, demasiado poblado. Estaba enfadado consigo mismo por su incapacidad para mantener sus sentimientos bajo control, pero no podía admitirlo ante nadie y, mucho menos, ante una mujer que no había decidido tenerlo en su casa.

Estar con Rachel estaba quebrando su resolución de mantener una distancia emocional. Verla luchar para darle sentido a su vida, verla cuidando a su hija, era un recuerdo constante de todos los motivos por los que se había enamorado de ella. Rachel siempre le había hecho desear ser un hombre mejor y eso era algo que no había cambiado.

Dios, necesitaba marcharse. La desesperación era casi tan fuerte como cuando era un joven que vivía atrapado en esa misma ciudad.

No tardaría en marcharse, se prometió. La policía le había asegurado ese mismo día que creían que Asada había decidido esconderse y probablemente no volvería a actuar. Si eso era cierto, Ben podría marcharse pronto. Y siendo consciente de ello, pasaba todo el tiempo que podía con Emily. Le preparaba el desayuno cada mañana antes de ir al colegio, y le hacía prometerle que se subiría directamente al autobús al salir del colegio. Esto siempre le hacía elevar los ojos al cielo, pero Ben pensaba que en el fondo le gustaba. Ben disfrutaba realmente de su compañía, y, aunque Emily parecía sentir lo mismo, continuaba llevando el portátil a todas partes y seguía refiriéndose a Alicia como a su única amiga.

Cuando no estaba escribiendo, Ben se dedicaba a hacer fotografías, principalmente para entretenerse. Continuaba jugando al baloncesto todos los días a la hora del almuerzo, pendiente siempre de la casa en la que estaba Rachel, persiguiendo a sus propios demonios.

Aquel día, regresó a la casa sudoroso y agotado, con la mente todavía muy saturada. Sabía que Rachel había ido a desayunar con Adam, que la llevaría después a su cita con el médico, algo que le habría gustado hacer a Ben. Hizo una mueca mientras subía las escaleras. Se quitó la camiseta y se dirigió a grandes zancadas hacia el dormitorio, pasando por delante de la habitación de Rachel, y deteniéndose tan en seco que casi hizo un surco en el suelo.

Rachel estaba sentada en la cama con sólo dos toallas, una alrededor de la cabeza y la otra alrededor de su cuerpo.

Impulsado por aquella visión, Ben no se movió de donde estaba.

– Creía que estabas con Adam -el horror lo sobrecogió-. No estará en la ducha, ¿verdad?

Rachel dejó escapar una risa.

– No, ha ido a su oficina para traer mis archivadores. Yo… estaba en el estudio.

– ¿Trabajando?

– Todavía no he hecho muchos progresos en ese sentido.

«Corre, se decía Ben a sí mismo, «sal corriendo y no vuelvas a mirar atrás».

Pero sus pies, dirigidos por la parte de su cuerpo que se había puesto a cargo de la situación, y que no era precisamente el cerebro, se encaminaron hacia la cama, donde deslizó su hambrienta mirada sobre Rachel, preguntándose dónde pensarían ir Rachel y el bueno de Adam, y deseando al mismo tiempo que no le importara. Pero de pronto, todos aquellos pensamientos volaron de su cabeza…

– Te han quitado las escayolas.

Rachel alzó el brazo y la pierna con una pequeña sonrisa.

– ¿Qué te parece?

¿Que qué le parecía? Lo que le parecía era que la deseaba tan intensamente que estaba temblando.

Hubo otro tiempo en el que la había amado salvajemente, con fiereza, con todo lo que tenía.

Pero no podía permitir que aquello volviera a suceder. No podía, pero le aterrorizaba sentir que todo aquel asunto se le había ido de las manos. Lentamente, la ayudó a levantarse. Le estaba volviendo loco tenerla tan cerca y al mismo tiempo tan lejos. Cansado de aquella distancia, alargó la mano hacia la toalla que cubría su cuerpo pensando a medias en la posibilidad de tirarla, tumbar a Rachel en la cama y recordarle lo maravilloso que sería poder arrojar sus diferencias al viento, aunque sólo fuera durante unos minutos.

Sintió que Rachel comenzaba a derretirse contra él, y no era ella la única. Él también se estaba derritiendo. Tenía el puño apretado delante de la toalla, a la altura de sus senos, cuando Rachel negó con la cabeza.

– Ben, no podemos hacer esto.

– Habla por ti.

– De acuerdo, no puedo -retrocedió un paso-. Tengo una reunión con Adam dentro de veinte minutos.

– Ah -asintió-. De acuerdo. Esto no estaba en tu agenda de hoy. Probablemente porque es un sentimiento al que no se le puede poner horario, ¿verdad? Y sí, ya sé que odias ese tipo de cosas -sintiéndose repugnante, mezquino, frustrado y condenadamente excitado, Ben también retrocedió y abandonó la habitación.

Capítulo 14

El sábado de la semana siguiente, Melanie condujo de nuevo a South Village. Se decía a sí misma que tenía derecho a hacerlo, que quería ver cómo estaba Rachel y salir un poco con Emily.

Pero era mentira.

Lo que quería era que Garret la mirara. Se había convertido en una cuestión de orgullo, porque odiaba lo mucho que estaba pensando en él. No entendía por qué después de aquella noche había terminado todo entre ellos.

Quizá entonces ella sólo necesitaba sexo.

Sí, ella necesitaba sexo.

Su hermana no. Nunca lo había necesitado. De hecho, le parecía injusto que su prácticamente virginal hermana estuviera conviviendo con uno de los hombres más atractivos del planeta.

Garret no estaba en el jardín cuando llegó. Estupendo. En cualquier caso, no necesitaba verlo. De modo que se dirigió directamente a casa de Rachel.

A juzgar por el silencio que reinaba en la cocina, donde encontró a Rachel y a Ben, imaginó que no habían hecho nada todavía. Su hermana parecía tan tensa y controlada como siempre.

Pero le dedicó después una segunda mirada y se quedó estupefacta. Al parecer, el motivo de la tensión que reinaba en la habitación no tenía nada que ver con el enfado.

Sí, Rachel tenía las mejillas coloreadas, pero no estaba mirando a nadie a los ojos: una señal inconfundible de culpabilidad. Además, no llevaba la blusa metida por la cintura, algo casi impensable en Rachel, y el pañuelo que llevaba en la cabeza parecía ligeramente corrido, revelando algunos mechones de pelo rubio que salían disparados en todas direcciones.

Mmm.

Ben no tenía mucho mejor aspecto. Llevaba la camisa semiabierta, como si se la hubiera tenido que abrochar precipitadamente cuando Mel había entrado. Y también su pelo parecía haber sido atacado por una bandada de pájaros migratorios… o por unos dedos hambrientos.

Doble Mmm.

– No me digas que os habéis olvidado ya de lo mal que terminaron las cosas la otra vez -dijo Mel en medio del silencio.

– Melanie -le advirtió su hermana.

– ¡Pero es cierto! Estabais locamente enamorados -señaló a Ben-, pero cuando te dijo que te marcharas, te marchaste. Y tú… -miró a Rachel-, dejaste que se fuera. ¿Y eso qué quiere decir? Eso quiere decir que sería una estupidez que volvierais a intentarlo otra vez. Especialmente cuando el único motivo por el que estáis juntos es que anda por ahí un loco suelto.

Ben apretó la mandíbula y miró a Rachel.

– Se lo has contado.

– Tenía que hacerlo -sirviéndose de su bastón, Rachel se dirigió hacia la puerta, y estuvo a punto de chocarse con su atractivo vecino, que se mostró muy compungido.

El corazón de Mel comenzó a golpear alocadamente en su pecho, pero ella fue capaz de plasmar en su rostro una sonrisa de aburrimiento. Garret llevaba un montón de cartas para su hermana.

– Siento interrumpir -se disculpó.

– No interrumpes nada -Rachel dejó el correo encima de la mesa-. Nada en absoluto. Y ahora, si me perdonas… -y sin esperar respuesta, se desvaneció.

Ben le dirigió a Melanie una elocuente mirada que la hizo sentirse cinco años más vieja de lo que era y siguió a Rachel.

Lo cual la dejaba completamente sola con aquel hombre tan inquietante. Y tan atractivo. ¿Qué le iría a decir? No habían vuelto a hablar mucho desde su tórrido encuentro y jamás habían mencionado lo que había ocurrido entre ellos. Pero la verdad era que jamás habían vuelto a estar solos en todo ese tiempo.

Lo estaban en aquel momento. ¿Sacaría él la conversación? ¿O quizá se acercaría a ella con aquellas manos tan sensuales y…?