– Tú perteneces a este lugar, a South Village.

– No siempre fue así. Sabes que por el trabajo de mi padre estuvimos mudándonos constantemente de un sitio a otro. Y, hasta que no llegamos a South Village, yo tampoco tuve raíces, tampoco tuve nunca un verdadero hogar.

– Y aun así, hemos terminado en los lados opuestos de la cerca.

A Rachel volvieron a llenársele los ojos de lágrimas.

– Nunca lo había considerado de esa forma, pero supongo que para mí, mi casa significa lo mismo que para ti tus viajes. Dios mío, y durante todo este tiempo he estado pensando que éramos completamente diferentes.

– Lo sé -sentía un ardor insoportable en la garganta al hablar de aquel tema. Le dolía el pecho. Se inclinó hacia delante, deseando estar más cerca de ella-. ¿Quieres oír algo realmente sorprendente?

– ¿Después de todo esto? -preguntó Rachel entre risas-. Por favor, no creo que haya nada que ahora pudiera sorprenderme.

– ¿De verdad? Pues mira, no se me da tan mal como pensaba despertarme todos los días para ver salir el sol desde el mismo porche. Y tampoco el tener una dirección fija, y vivir en una ciudad limpia y feliz, rebosante de vida… Aunque no comparto tu pasión por todas esas cosas, no puedo dejar de admitirlo.

Una solitaria lágrima se deslizó por la mejilla de Rachel.

– Oh, Ben.

Ben fijó la mirada en sus labios. La mirada de Rachel también se deslizó hasta los suyos.

– Eso no ha cambiado, ¿verdad? -se inclinó sobre la mesa para que su respiración se fundiera con la de ella-. Esa atracción física.

Rachel se humedeció los labios, haciéndole gemir de deseo.

– Siempre fue una locura -le confirmó entre susurros-. Siempre ha sido incontrolable este…

– Deseo. Nos deseamos el uno al otro, Rach. Eso no cambiará lo que somos, pero maldita sea, me gustaría oírtelo decir.

– ¿El qué? ¿Que te necesito más que respirar, que te deseo mucho más de lo que quiero? -fijó sus enormes ojos en los suyos-. Pues bien, es cierto, Ben, te deseo.

– Estupendo -estaban tan cerca que parecía lo más natural del mundo cerrar el espacio que había entre ellos y atrapar sus labios.

Con un dulce gemido, Rachel se acercó todavía más.

Ben apartó las cosas que había sobre la mesa para poder acceder mejor hasta sus labios. Era maravilloso. Inclinó la cabeza y continuó besándola, hasta que el sonido de un vaso estrellándose contra el suelo los hizo retroceder.

Rachel bajó la mirada hacia sus pies, donde había caído uno de los vasos de té.

– ¿Era nuestro?

Ben soltó una carcajada, pero enmudeció cuando Rachel se humedeció los labios, como si quisiera continuar disfrutando de su sabor.

– Quizá deberíamos salir de aquí -sugirió-, y acercarnos a cualquier otra parte… Como un dormitorio quizá.

Rachel dejó escapar una risa tan sensual y femenina que reverberó en las entrañas de Ben.

– Oh, no. No vamos a salir de aquí. No quiero que esto nos lleve de nuevo a mis…

– ¿A tus orgasmos?

– Eh, sí -le quitó el vaso de té y bebió un sorbo-. De momento nos quedaremos aquí, lejos de la tentación y los problemas.

– ¿Durante cuánto tiempo?

– Durante todo el que tardemos en enfriarnos.

Genial.

– Tráiganos otro té con hielo -le pidió entonces Ben a la camarera.

Capítulo 16

Llamaron marcando la contraseña antes del amanecer.

Manuel se abrió camino cuidadosamente a través de la oscuridad por la húmeda bodega. Todavía no se atrevía a utilizar el generador a esa hora del día, de modo que sólo contaba con la luz de una linterna.

Motas de polvo y suciedad flotaban en el aire, iluminadas por el haz de luz de la linterna, pero no podía concentrarse en eso si no quería perder la cabeza.

Abrió con entusiasmo, con demasiado entusiasmo, pero no pudo evitarlo. Todo giraba alrededor de las noticias que tenían que darle.

– ¿Has conseguido el dinero? -preguntó Asada con peligrosa calma.

– Sí, sí.

Todo en su interior pareció relajarse. Por fin comenzaba a bajar la marea. El dinero que habían robado aquella noche sería el principio. El dinero se traducía en poder y con poder podía hacerse cualquier cosa.

Como destrozar al hombre que lo había hundido.

Para Rachel, los siguientes días consistieron en la rutina de la rehabilitación, el intento de conectar con su hija y en una intensa y peligrosa danza alrededor de Ben. El anhelo, el deseo, era inconfundible, pero sabía que sería mucho peor que se entregaran a él.

De modo que hacía todo lo que estaba en su mano para ignorar el sensual y primitivo hormigueo de su cuerpo… Y la promesa de Ben de aliviar ese hormigueo.

En el pasado, el trabajo siempre había sido su salvación, pero Gracie continuaba eludiéndola. En cambio, cada vez que se sentaba ante el caballete, terminaba… con varios bocetos de Ben, principalmente. Ben sentado de rodillas, Ben pasándole el brazo por los hombros a Emily, que aparecía sonriendo como en los viejos tiempos y abrazando a una educada, ¡ja!, Parches.

Una fantasía. Rachel tiró aquel lienzo de papel y comenzó de nuevo. En aquella ocasión, dibujó la exuberante y alegre vida nocturna de South Village. Su casa aparecía en medio de la escena.

¿De verdad veía su vida de esa manera? ¿Alegre y exuberante?

Quizá… últimamente. Había sido una estúpida al no admitir lo que Ben hacía por ella. Su capacidad para hacerla sentirse… viva. Sorprendentemente viva.

Lo deseaba. Podía admitirlo porque sabía que iba a marcharse. Y él también la deseaba. Y podrían caer perfectamente en la rutina de acostarse juntos cada noche hasta que Ben se marchara. ¿Y realmente sería un error? Pensando en ello, alargó la mano hacia el teléfono con la idea de realizar una consulta.

– ¿Mel?

– ¿Qué ha pasado? -preguntó su hermana.

– No demasiado.

– Eh, ¿has dejado que Adam te hiciera llegar al orgasmo?

– No.

– No me digas que has dejado que lo haga Ben.

– Mel, hablas de él como si fuera… un juguete.

– Lo has hecho, ¿verdad? Lo has hecho con Ben.

– No, no lo hemos hecho.

– Menos mal.

Rachel fijó la mirada en el dibujo de Ben que tenía en el suelo. Incluso en dos dimensiones parecía tan vibrante… Tan carismático.

– ¿Por qué dices eso? ¿Tan mal te parecería que me acostara con él?

– Qué rápido has olvidado -musitó Mel-. ¿Recuerdas tu pasado con él? ¿Ya no te acuerdas de que te destrozó y de que puede volver a hacerlo con un simple adiós?

– No, no lo he olvidado -respondió Rachel suavemente.

– Estupendo. Pues no dejes de repetírtelo para poder mantener tus hormonas bajo control. Y si quieres hacer algo por ellas, llama a Adam.

– No puedo.

– ¿Por qué no?

– Me llamó ayer por la noche y me dijo que no iba a volver a ponerse en contacto conmigo hasta que yo no hubiera tomado una decisión sobre lo que quería de Ben.

– Bueno, pues devuélvele la llamada, dile que ya has tomado una decisión y que Ben se va a marchar.

– Mel…

– Oh, tengo que colgar. Jefe psicótico en alerta.

– Mel…

Clic.

Rachel colgó el teléfono y suspiró. Aquella conversación no había conseguido animarla. Nada de sexo con Ben. Decidida a olvidarlo, se volvió de nuevo hacia el caballete.

Emily permanecía sentada en el estudio, con el portátil sobre las piernas, concentrada en los intensos colores del cielo mientras iba poniéndose el sol. Adoraba aquella casa, adoraba el jardín, su dormitorio, el ascensor, la cercanía de las tiendas… adoraba todo.

Pero ya no era una niña. Y sabía que su casa era especial. Y cara.

Y, porque lo sabía, también comprendía algo más. Era una persona afortunada, muy afortunada. Se inclinó hacia la perrita que dormía a sus pies y la estrechó contra ella. Parches bostezó. Emily sonrió y enterró el rostro en su cuello.

Sobre ella, oía la voz queda de su madre… ¿y su padre quizá? Debían estar en el estudio de su madre, contemplando la puesta de sol.

Juntos.

El corazón le dio un vuelco, pero inmediatamente se recordó que llevaban ya mucho tiempo juntos y, a pesar de todos sus esfuerzos, no estaban haciendo planes de boda. De hecho, su padre había intentado decirle que iba a marcharse pronto. Ella fingía no entenderlo, pero sabía que no podría postergarlo eternamente. Su padre quería despedirse de ella.

Y ella no quería que lo hiciera.

¿Cómo podía querer marcharse cuando ella últimamente sentía que las cosas se habían suavizado mucho entre su madre y él? Y no eran imaginaciones suyas. Su madre le sonreía más a menudo. Y él muchas veces se limitaba a contestarle mirándola en silencio con una expresión que le indicaba a Emily que la quería.

– No está mal esta puesta de sol -oyó decir a su padre-, para lo que puede ofrecer una ciudad.

Su madre se echó a reír. ¡A reír nada menos!

Emily aguzó el oído, pero lo único que llegó hasta ella fue la risa ronca de su padre.

Continuaron riendo juntos. Y hablando. Estaban… Un momento. Si estaban sentados en aquel balcón, eso significaba que tenían que estar en el dormitorio de su madre.

A lo mejor… a lo mejor lo habían hecho… ¡Genial! Pero, si quería ser realista, tenía que reconocer que por lo menos ya lo habían hecho en otra ocasión. Ella era la prueba viviente. Debatiéndose entre el disgusto y la esperanza, agarró el portátil y la perra y se metió en el estudio, para darles cierta intimidad.

Con renovadas esperanzas, se sentó a preparar el próximo plan de ataque para conseguir que se enamoraran.

Ignorando por completo que su hija estaba en el piso de abajo esperando un milagro, Rachel estaba disfrutando de la puesta de sol sentada en una tumbona y deseando tener energía suficiente para agarrar la libreta y los lápices y capturar el hermoso espectáculo que tenía frente a ella.

Y, de pronto, oyó una voz saliendo de entre las sombras.

– No está mal esta puesta de sol, por lo menos para lo que puede ofrecer una ciudad.

Rachel se echó a reír, a pesar de que sintió que el corazón se le encogía. Alzó la mirada y descubrió a Ben apoyado en el marco de la puerta del balcón, observándola.

– Eso es porque el humo y la polución les dan un brillo especial a nuestras puestas de sol.

Ben sonrió radiante. Y Rachel sintió que el corazón le revoloteaba en el pecho.

– ¿Qué estás haciendo?

Se apartó de la puerta y caminó hacia ella con aquella seguridad que a Rachel siempre le hacía pensar en lo cómodo que se sentía en su propia piel. Y preguntarse qué podría hacer ella para conseguir aunque sólo fuera la mitad de esa confianza en sí misma.

– ¿Que qué estoy haciendo? -repitió Ben, sentándose a su lado, aunque en realidad no había prácticamente sitio para los dos-. Supongo que simplemente estoy aquí, contigo.

En el pasado, cuando eran jóvenes y tenían las hormonas a flor de piel, no eran capaces de hacer algo tan sencillo como estar juntos, sentados. Ben siempre tenía las manos encima de ella y aunque había sido una experiencia nueva y hasta cierto punto aterradora el compartir tanto afecto, Rachel había llegado a ser muy dependiente de él.

Durante los años que desde entonces habían pasado, no había vuelto a permitirse depender afectivamente de nadie. Y cuando Ben había vuelto a aparecer en la puerta de su casa, había sentido el impacto de su presencia hasta en el último rincón de su cuerpo y se había preguntado admirada cómo iba a poder ignorar tanto a Ben como a su patente sensualidad.

Tenían más años, eran más maduros, de manera que se podría pensar que sería más fácil. Al fin y al cabo, ambos habían decidido que no podía haber nada entre ellos y que podían controlarse.

Pero allí, en la oscuridad, con el tentador calor de aquella noche de primavera y las estrellas y las luces de la ciudad brillando a su alrededor… Dios, cuánto lo deseaba. Cuánto lo necesitaba.

– Sentarte aquí no es una buena idea. Y lo sabes.

– Sí -la silla chirrió cuando se inclinó hacia delante para acariciar su rostro.

Deslizó el pulgar por su labio inferior.

– Pero estar aquí contigo me hace desear como hacía mucho tiempo que no deseaba. Desde la última vez que estuve contigo en realidad.

Rachel se echó a reír.

– No me digas que no ha habido otras mujeres.

Ben cubrió su boca con el pulgar, interrumpiéndola. Su risa suave e irónica acarició la mejilla de Rachel.

– ¿De verdad quieres que hablemos ahora de otras mujeres?

Sus ojos se encontraron a través de la oscuridad. Ben se acercó todavía más a ella y colocó una mano al otro lado de su cuerpo.

Pensar que podía haber hecho eso mismo con otras mujeres era un problema. No debería importarle, lo sabía. Había pasado mucho, mucho tiempo desde la última vez que habían estado juntos y alguien con una naturaleza tan sensual como la de Ben no era capaz de pasar un año sin relaciones, Y mucho menos trece.