– No -susurró Rachel-, no quiero hablar de otras mujeres.
Ben sonrió en la oscuridad.
– Perfecto, porque en mi cabeza sólo hay sitio para ti -se acercó todavía mas a ella-, quiero estar aquí, contigo -le mordisqueó la garganta-. ¿En qué estás pensando?
– ¿Que qué estoy pensando? -Ben deslizó las manos a lo largo de su cuerpo y acercó la boca a sus labios-. No puedo pensar.
– ¿Porque te estoy tocando?
– Sí.
No tenía idea de por qué lo hacía, pero alzó el rostro y cubrió los labios de Ben con los suyos, inhalando su sorpresa y suspirando de placer cuando Ben la estrechó contra él.
Entonces Ben se levantó y todo el mundo de Rachel pareció girar. Jadeando, se aferró a su cuello buscando equilibrio.
– ¿Qué estás haciendo?
– Terminar lo que acabas de empezar -cerró las puertas del balcón con el pie y la dejó en el suelo, al lado de la cama-. Quiero que estés segura de lo que vas a hacer.
Mientras esperaba a que Rachel tomara una decisión, temblaba por el esfuerzo que estaba haciendo para controlarse.
– Ben…
Ben posó un dedo en sus labios.
– Sí o no.
Rachel alzó la mirada hacia él sintiéndose como si estuviera al borde de un precipicio. Saltar, incluso con paracaídas, podía ser peligroso. Pero no saltar, no tomar lo que le ofrecía la vida, no era una opción en absoluto.
– Sí -susurró, y alargó los brazos hacia él.
La única luz de la habitación procedía del sol que se hundía en el horizonte. Las sombras se inclinaban sobre el suelo y sobre la cama. Ben tomó el rostro de Rachel entre las manos y la besó, robándole el poco aire que le quedaba en los pulmones. Su boca era tan firme como el resto de su cuerpo, y tan sexy, y tan generosa y… tan masculina. Todo en él la hacía temblar, y se aferraba a su cuerpo buscando apoyo. Podía sentir su calor, su fuerza, y le resultaba todo tan familiar y al mismo tiempo tan nuevo, que el corazón dejó de latirle durante un instante. Para cuando Ben alzó la cabeza y la miró a los ojos, Rachel ya estaba perdida. Estar en los brazos de Ben era al mismo tiempo el cielo y el infierno. Sí, había cientos de razones por las que aquello no era una buena idea, miles, pero mientras Ben hundía los dedos en su pelo y bajaba el rostro hacia ella, Rachel era incapaz de pensar una sola, no podía pensar en nada que no fuera en recibir todavía mucho más.
– ¿Qué llevas debajo de la bata? -preguntó Ben con voz ronca, mordisqueando su cuello.
– Eh… -mientras Ben se abría camino hacia su hombro, deshaciéndose de la bata en el camino, Rachel se esforzaba por pensar con coherencia-, no demasiado.
– Mejor -susurró Ben casi con reverencia y deslizó las manos por el interior de la bata, hasta dejarla abierta.
Rachel deseó cubrirse inmediatamente. Sabía el aspecto que tenía, todavía estaba demasiado delgada, llena de cicatrices y, a diferencia de él, muy lejos de la perfección.
– Ben…
– Oh, Rach, he echado tanto de menos tu cuerpo. Te he echado tanto de menos -y, con aquellas sorprendentes palabras, inclinó la cabeza y deslizó las manos por la espalda desnuda de Rachel, urgiéndola a acercarse, y abrió la boca sobre su seno.
Impactada por la inmediata reacción de su cuerpo, por el fuego que ardía en su interior, Rachel sólo era capaz de aferrarse a Ben. No había vuelto a sentir aquel relámpago de fuego, deseo y desesperación durante trece largos años, una eternidad. En el fondo de su mente, oía sus propios gemidos mientras Ben mordisqueaba su cuerpo entero, pero no podía evitarlo. Estaba ardiendo, temblando, y era incapaz de hacer otra cosa que permitir que Ben se abriera camino hacia su cuerpo. Y él acariciaba sus pezones con los dientes, la atormentaba deslizando la mano entre sus muslos, la torturaba de tal manera que Rachel habría terminado deslizándose hasta el suelo si él no la hubiera sujetado entre sus brazos.
Ben la sentó en el borde de la cama y le sostuvo la mirada mientras dejaba caer la bata al suelo.
Durante un breve instante, la conciencia del momento comenzó a despejar la niebla de sensualidad con la que Ben la había rodeado, pero entonces comenzó a desnudarse él y… Oh, era magnífico. Unos brazos fuertes y vigorosos, un pecho ancho, poderosos músculos… y entre ellos, la innegable prueba de su excitación. Y era ella la responsable de aquel sentimiento.
Ben dejó los calzoncillos a un lado y la descubrió mirándolo. Y debió interpretar mal la admiración que reflejaba su mirada porque dejó escapar una risa.
– Eh, no es nada que no hayas visto antes.
– Pero ha pasado mucho tiempo.
– Sí -Ben apoyó la rodilla en la cama y se inclinó sobre ella-, pero sigo siendo yo.
Sí, era él, el único hombre capaz de hacerla sentirse como si fuera a morir si no la besaba, si no la tocaba.
– Ben…
– Nada de arrepentimientos -susurró Ben y se inclinó para deslizar los labios sobre los suyos-, nada de recriminaciones, nada de pensar -deslizó las manos por sus brazos para posarlas a continuación a cada lado de su cabeza y se colocó entre sus muslos, que se abrieron inmediatamente para él.
Rachel sintió su erección sobre su ya preparado sexo, le rodeó el cuello con los brazos y susurró su nombre.
– Sí, eso es, veo que estás acordándote -Ben arqueó las caderas.
De los labios de Rachel escapó un gemido de placer cuando Ben hundió la cabeza y abrió la boca sobre sus labios, devorando sus silenciosas demandas al tiempo que hundía los dedos en su interior.
– Entra en mí-le suplicó Rachel.
Ben profundizaba sus caricias. Ella contuvo la respiración, se sentía como si estuviera suspendida en el aire… Ben se separó repentinamente de ella para ponerse el preservativo y se hundió de nuevo en su interior.
Sus gemidos flotaban en el aire. Rachel no habría sido capaz de formular una frase coherente aunque de ello hubiera dependido su vida, pero quería, necesitaba…
– Ben, por favor.
– Lo sé, pequeña -flexionó las caderas, sólo una vez-, lo sé.
– Oh, Dios mío…
– ¿Más?
– Sí.
– Lo sientes, ¿verdad, Rachel?
Otra nueva flexión hizo completamente imposible una respuesta.
– ¿Lo sientes?
Rachel arqueó las caderas contra él.
– ¡Sí!
Ben se deslizó de nuevo en su interior, añadiendo a aquel gesto una lenta e intencionada caricia del pulgar en el punto justo en el que se fusionaban sus cuerpos.
Rachel se sobresaltó.
– ¿Estás bien, Rach?
Rachel abrió la boca para contestar, pero Ben volvió a acariciar aquel punto que de pronto parecía haberse convertido en el centro del universo y Rachel explotó. Voló hasta lo más alto mientras recordaba lo que era sentirse llena, ardiente. Si no hubiera sido porque la explosión de fuegos artificiales que acababa de estallar en su cabeza parecía haberla dejado ciega, muda y sorda, habría contestado. Hasta que no cesaron los ecos del placer, Rachel no se dio cuenta de que Ben respiraba tan agitadamente como ella y que los brazos le temblaban por el esfuerzo que estaba haciendo para no derrumbarse sobre ella.
Sin abandonar todavía su interior, Ben alzó la cabeza y sonrió lentamente.
– Eh… -dijo suavemente.
– Eh.
Ben acarició los labios de Rachel.
– ¿Entonces?
A pesar de su inseguridad, Rachel no pudo menos que sonreír.
– ¿Entonces? -repitió.
– ¿Has sentido la necesidad de fingir? -quiso saber Ben.
Rachel pestañeó sin comprender.
– El orgasmo, ¿ha sido real o fingido?
Rachel se echó entonces a reír.
– Así que te parece gracioso -Ben deslizó la mano por la cadera de Rachel y se tumbó de espaldas, colocándola sobre él-, supongo que voy a tener que interpretarlo como una buena señal.
– Supongo que lo es.
– ¿Verdaderamente buena?
– Sí, verdaderamente buena -contestó Rachel suavemente, sintiéndose de pronto avergonzada.
Ben enmarcó su rostro con las manos.
– Eres tan guapa, Rachel. Claro que sí -insistió, al ver su expresión dubitativa-. ¿Por qué demonios no has compartido esto con nadie durante todo este tiempo?
– Creía que no íbamos a hablar de otras personas.
– No íbamos a hablar de otras mujeres, pero ahora estamos hablando de ti.
– Ben…
Ben volvió a dar media vuelta y Rachel se descubrió atrapada entre su cuerpo y la cama.
– Veo que las heridas están mejorando -musitó Ben-. Veo que tu cuerpo está mejorando, pero todavía hay mucho dolor en tu interior. ¿De dónde viene todo ese dolor, Rachel? ¿Por qué no quieres compartirlo? Si no quieres hablar de ello con nadie, hazlo por lo menos conmigo.
Rachel intentó apartarse de él, pero Ben la retuvo entre sus brazos sin tener que esforzarse siquiera.
– Cuéntamelo.
– ¿Por qué? -Rachel tragó saliva, pero ni siquiera así pudo deshacer el nudo que tenía en la garganta-. Te vas a ir.
Ben se quedó completamente quieto. Rachel consiguió escabullirse mientras él se tumbaba de espaldas y clavaba la mirada en el techo.
– Siempre tenemos que volver a lo mismo, ¿eh? -y sin decir una palabra más, se levantó de la cama y se metió en el baño.
Rachel se tapó hasta la barbilla e intentó pensar en cosas buenas. En su cuerpo, por ejemplo, que todavía vibraba de placer. Y en el calor del cuerpo de Ben, que continuaba caldeando su cama. Maldita fuera, había sabido en todo momento que aquello era algo temporal y se negaba a sufrir por ello o a esperar algo más.
Pero unos segundos después, Ben regresó, caminando hacia ella en toda su desnuda gloria y se detuvo al lado de la cama.
– ¿Quieres que me vaya? -le preguntó.
Sí, gritaba la mente de Rachel, quería que se marchara.
Pero era su cuerpo el que había tomado las riendas de la situación, no su cerebro, y, precisamente por eso, Rachel se incorporó y levantó las sábanas.
Ben regresó inmediatamente a sus brazos.
Con un suspiro, Rachel lo estrechó entre ellos y enredó sus piernas con las suyas. Presionó la cara contra su cuello, que olía tan maravillosamente a Ben, y dejó escapar otro suspiro.
– ¿Estás bien? -le preguntó Ben, deslizando la mano por su espalda.
– Por ahora sí.
– El ahora es lo único que importa -susurró Ben, y la estrechó con fuerza.
Y si esa respuesta no era una síntesis de sus diferencias, Rachel no sabía qué podía llegar a serlo, pero no le importaba.
Viviría el momento, intentaría disfrutarlo como fuera.
Y sus preocupaciones sobre el futuro las dejaría… para el futuro.
Capítulo 17
Ben se despertó con el sol en los ojos y los brazos vacíos. No era nada sorprendente, siempre se había despertado solo. En diferentes camas, por supuesto, en diferentes continentes y en diferentes países, pero siempre con aquella vaga sensación de estar echando algo de menos.
Y por fin sabía lo que era:
– Rachel.
La noche anterior había sido una especie de temblor de tierra. La forma de entregarse de Rachel, su propia manera de responder… Ben esperaba que Rachel no lo odiara por lo ocurrido, porque temía que acababa de enamorarse de ella otra vez.
Pero eso no cambiaba nada. Porque continuaba sin estar preparado para aquella clase de vida. Continuaba sin querer tener una dirección fija y sin querer disfrutar de las mismas vistas cada mañana. Y a la luz de aquellos sentimientos, era evidente que había llegado el momento de abandonar aquella cama de esponjosas almohadas. Dio media vuelta en la cama para tumbarse de espaldas, y el corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. Su hija estaba sentada en la cama, sonriéndole.
Ben se frotó la cara con las manos, se sentó en la cama y tuvo todavía la suficiente lucidez como para alegrarse de que la sábana le llegara a la cintura, puesto que estaba completamente desnudo.
– Eh, hola…
Emily continuaba sonriendo.
– ¿Qué es lo que te parece tan divertido?
– Estás en la cama de mamá.
Era cierto. Y no tenía la menor idea de cómo explicárselo. Él no estaba acostumbrado a dormir con una mujer durante toda la noche, entre otras cosas, porque por la mañana se despertaba con una terrible sensación de claustrofobia. Claustrofobia como la que en aquel momento comenzaba a atraparlo.
– Acerca de eso…
– Mamá está abajo, tomándose un café y fingiendo que no estás aquí, por si quieres saberlo.
– ¿Y cómo has adivinado que yo estaba aquí?
– Bueno, he subido a buscar una sudadera de mamá, y te he encontrado a ti -se levantó de la cama y dio media vuelta-. Creo que voy a decirle a mamá que te he encontrado en su dormitorio. Y que estás despierto.
– ¡No! -Ben se obligó a forzar una sonrisa para suavizar su tono-. Eh, ¿no crees que deberíamos dejar que continuara fingiendo? Ya sabes, que finja que no estoy aquí…
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