Rachel inclinó la cabeza con expresión pensativa.
– Si eso puede ayudar a tu causa.
Ah, así que él tenía una causa.
– Em…
Emily se acercó a su padre y le dio un enorme abrazo. Al sentirla tan pequeña y tan condenadamente dulce, Ben deseó poder retenerla para siempre entre sus brazos.
– Estaba empezando a pensar que no iba a funcionar -suspiró contra su cuello.
Ben posó las manos en su brazo y la separó lo suficiente como para mirarla a la cara.
– Emily, ya sé que habías planeado este encuentro, pero tengo que decirte que…
– No me he comportado como debía -admitió-, he sido una manipuladora, lo sé. Pero en el fondo, he hecho lo correcto, papá, ahora me doy cuenta. Mamá está radiante, y ella nunca está radiante, ¡ni siquiera cuando se maquilla!
Ben dejó escapar un largo suspiro.
– A lo mejor está radiante porque tiene frío.
– Papá.
– O porque se está constipando. Ya sabes, probablemente eso sea todo, está esforzándose mucho con la rehabilitación, y esas medicinas que toma le bajan las defensas, y…
– Eres tú, papá. Está resplandeciente porque estás aquí y lo sabes.
Ben fijó la mirada en su preciosa hija sin saber qué decir. Durante la mayor parte de su vida, Emily había estado fuera de su alcance y, durante el resto, probablemente ocurriría lo mismo. Pero en aquel instante, en aquel preciso instante de tiempo, podía disfrutar de ella. Podía ser algo más que un padre eventual. De repente, deseó estrechar su relación con ella, hacer que se convirtiera en algo que mereciera la pena conservar durante los años que tenían por delante.
Pero no tenía la menor idea de cómo hacerlo.
Entonces, entró Rachel en el dormitorio. Al ver a Emily sentada en su cama con Ben, estuvo a punto de tropezar.
– Mira lo que me he encontrado, mamá, aquí mismo, en tu cama, ¿te lo puedes creer?
Ben cerró los ojos y se preguntó cómo sería Emily cuando tuviera dieciocho años. El diablo sobre ruedas, pensó débilmente.
– Eh…
Rachel parecía haberse quedado sin habla, así que Ben volvió a abrir los ojos y descubrió a Rachel con expresión de auténtico pánico.
– ¿Si te digo que he venido sonámbulo hasta aquí te lo creerías? -le preguntó a Emily.
– No -contestó Emily entre risas.
Rachel elevó los ojos al cielo.
– Emily, nosotros, yo… -se interrumpió con un sonido de desesperación-. Es verdad, ha venido sonámbulo hasta la cama.
Riéndose, Emily se recostó contra el cabecero de la cama, al lado de Ben. Este cruzó las piernas y le pasó el brazo por los hombros, al tiempo que contemplaba con atención a su madre.
– De acuerdo, ha venido sonámbulo hasta aquí, y, aunque tú normalmente duermes con un ojo abierto, ha conseguido meterse en tu cama sin que te dieras cuenta, ¿eso es lo que ha pasado?
– Bueno… -Rachel fulminó a Ben con la mirada. ¡Ayúdame!, parecía estar gritándole.
– Acerca de esto, Em, -comenzó a decir Ben-, en realidad no es asunto tuyo saber por qué estoy aquí. Nosotros somos adultos, tú eres una niña y, a partir de ahora, tendrás que llamar antes de entrar en nuestro dormitorio.
Em abrió la boca, y volvió a cerrarla.
– Algo que deberías haber hecho hace cinco minutos.
– Quieres decir que…
– Exactamente. Quiero que repitamos la jugada.
– ¿De verdad quieres que vuelva a salir?
– Sí, de verdad.
Emily miró a su madre, que a su vez la miró como si la idea la entusiasmara.
– Ya has oído a tu padre.
Emily protestó, pero se levantó. Cuando estaba a medio camino, se volvió.
– ¿Sabéis? Tener a los dos padres en la misma casa es un rollo.
– Llama -respondieron los dos al unísono.
Emily salió dando un portazo y Rachel miró a Ben arqueando una ceja. Rachel estaba muy guapa por la mañana, advirtió Ben, con el pelo revuelto, las mejillas sonrosadas… y aquella bata que con tanto entusiasmo le había quitado la noche anterior.
Emily llamó a la puerta y Ben se arrepintió de no haberla enviado un poco más lejos. A la ciudad, por ejemplo.
– ¿No vas a decirle que entre? -le preguntó Rachel.
– Todavía no he encontrado ninguna buena razón por la que pueda explicarle que estoy en tu cama.
– En ese caso, quizá deberías levantarte.
– Sí -como si no lo supiera. A regañadientes, Ben se envolvió entre las sábanas y se levantó.
¿Dónde había dejado su ropa? La vio en ese momento, tirada en el suelo.
Otra llamada.
– ¿Papá? ¿Mamá?
Rachel estaba mirando fijamente su cuerpo desnudo, con la boca abierta, como si no tuviera aire suficiente en los pulmones.
– Aguanta, Em.
Levantó los vaqueros del suelo y se los puso. La camisa estaba en el otro extremo de la habitación, encima de la cómoda.
Otra llamada, en aquella ocasión más fuerte.
– ¿Papá?
– Em, necesitamos otro minuto.
No apartaba la mirada de lo que había encontrado debajo de la camisa. Una libreta de dibujo en la que aparecía una preciosa y colorida imagen de la noche de South Village. Las luces, la gente, el cine, las tiendas… todo estaba allí y reproducido con tanto detalle que parecía una fotografía. Absolutamente cautivado, volvió la página y el siguiente dibujo hizo que se le encogiera el corazón.
En él aparecían Emily, Parches y él mismo, todos ellos sentados en el pedazo de hierba que había enfrente de la casa, riendo, acariciándose. Era una imagen tan realista que casi podía oír los ladridos de la perrita.
– Dios mío, Rachel.
– Esos son dibujos personales.
– Son increíbles.
Rachel le quitó la libreta de entre los dedos.
– Yo pensaba que no podías trabajar.
– ¿A ti te parece que esos dibujos tienen algo que ver con Gracie?
– Aunque no tengan nada que ver con tu tira cómica son increíbles.
– No se puede vivir de este tipo de cosas, Ben.
– Tú puedes hacer lo que quieras, y lo sabes condenadamente bien.
– No es tan fácil.
– Por supuesto que lo es.
– Mira, desde el accidente, necesito que mi trabajo sea… importante. Y no lo es.
– Claro que lo es. La gente espera tu tira todas las semanas para que les cuentes qué demonios está ocurriendo en el país.
– Ben, yo, te veo a ti y veo tu trabajo, y después me vuelvo hacia mi caballete y me parece… -su semblante se ensombreció-, insignificante. Estúpido.
¿Qué estaba diciendo? ¿Que quería hacer lo mismo que él? ¿Que de pronto le habían entrado ganas de viajar a su lado? No, esas sólo eran las fantasías de Ben.
– Escucha -la agarró por los hombros y la miró-, mi trabajo no es para personas formales, ¿sabes? Viajo continuamente, no tengo casa, no tengo nada que pueda considerar mío salvo mi equipo. Voy a países de los que la gente nunca ha oído hablar y veo cosas que uno no se atrevería a imaginar ni en sus peores pesadillas.
– Exactamente. Tú quieres reflejar el mundo, Ben, y no tienes miedo de lo que encuentras en él.
– Tú también lo haces, aunque de una forma diferente, eso es todo -suavizó la voz y le acarició delicadamente el pelo-. No dudes de ti misma por mi culpa. Creo que no podría soportarlo. Tú eres quien eres, una mujer fuerte, inteligente y hermosa, capaz de mantener los pies bien plantados en un sólo lugar. A mí, sin embargo, me falta completamente ese gen. Lo que yo hago… es lo único que sé hacer.
Rachel alzó la mirada hacia la suya y debió adivinar parte de sus pensamientos porque la resignación ensombreció su mirada.
– Lo de anoche… ¿fue una despedida?
Emily volvió a llamar a la puerta.
– Eh, ¿puedo entrar o qué?
Ben no podía apartar los ojos de Rachel, de aquella mujer a la que había buscado en los rostros de todas las mujeres con las que había estado durante aquellos años. La mujer que le había dado a Emily. La única mujer con la que, si estuviera suficientemente loco como para considerar la posibilidad de establecerse, querría vivir para siempre.
– Sí, fue despedida.
Rachel lo miró a los ojos y Ben sintió que el corazón se le desgarraba.
– Tiene que ser así -susurró Ben, Rachel asintió y se metió en el baño.
Unas cuantas horas después, el agente Brewer llamó a Ben.
– Tenemos noticias nuevas.
Ben se sentó y se aferró con fuerza al teléfono.
– Dígame que lo tienen bajo su custodia.
– No, no lo tenemos nosotros, pero la policía de Sudamérica ha llamado para decir que lo han encontrado muerto en su propia fortaleza.
– ¿Están seguros?
– Eso creen.
– ¿Y usted que cree?
– Me gustaría haber podido identificar el cadáver antes de que lo quemaran.
Mierda. Ben se frotó los ojos.
– ¿Ningún miembro del FBI lo identificó?
– Fue identificado por un puñado de gente que lo conocía y lo odiaba desde hacía años.
– Así que todo ha terminado.
– Todo ha terminado.
Ben colgó el teléfono y esperó la correspondiente oleada de alivio. Pero, curiosamente, no llegó.
De: Emily Wellers.
Para: Alicia Jones.
Tema: Días asquerosos.
Alicia, mi padre sale el martes para Africa. Sé que te dije que iba a quedarse, y eso era lo que esperaba, pero no me importa. Mi madre y él están mucho más unidos después de este viaje y voy a asegurarme de que venga con más frecuencia a partir de ahora.
Emily dejó de teclear y se reclinó en la silla. ¿Qué más podía decir? Se sentía muy mal porque había dejado a Alicia sola durante las semanas anteriores, en las que ella había estado particularmente ocupada.
Pero la verdad era que de repente había dejado de sentir la necesidad de revisar el correo electrónico todos los días.
Antes de que mi padre se vaya, vamos a salir de acampada. El verano está a punto de llegar y mi padre dice que tenemos que celebrar la llegada de una nueva estación. Hasta ha convencido a mi madre para que venga con nosotros. ¿Te lo puedes creer? Supongo que eso es porque realmente le gusta.
Emily sonrió de oreja a oreja. Pensó en el aspecto que tenía su madre aquella mañana, mientras miraba a Ben como si realmente no supiera cómo había llegado a su cama.
En cualquier caso, sé que querías que nos viéramos mañana, pero tendremos que dejarlo para la semana siguiente, ¿de acuerdo? Todavía no le he pedido permiso a mi madre, que cree que Internet está llena de locos. Mañana mismo empezaré a convencerla.
Emily.
Estaban camino del Parque Nacional Joshua Tree. Rachel nunca había ido de acampada y sufría pensando en las arañas, en las piedras que habría debajo de su saco de dormir y en la posibilidad de que debajo de esas piedras hubiera todavía más arañas.
Y también sufría imaginando que Asada resucitaba, aunque Ben la tranquilizaba diciéndole que, incluso en el caso de que Asada no hubiera muerto, jamás iba a encontrarlos en el desierto. La policía parecía pensar que era una buena idea que se mantuvieran lejos. Pero aun así, Rachel continuaba teniendo la sensación de que lo de Asada no había terminado. Se estremeció y miró a Emily, que sonreía de oreja a oreja mientras oía a uno de sus grupos favoritos a través de los cascos.
Rachel miró después a Ben, que desvió a su vez los ojos de la carretera para dirigirle una sonrisa.
– ¿Cómo te encuentras?
Rachel todavía tenía algunos dolores, y seguía cansándose con facilidad, pero estaba mejorando a pasos agigantados. Le devolvió a Ben la sonrisa.
– La verdad es que bien.
Ben sonrió de oreja a oreja.
– Esto va a ser magnífico.
Por lo menos ellos dos estaban emocionados, pensó Rachel, que todavía no acababa de entender cómo habían conseguido meterla en aquel coche. Lo único que sabía era que estaba oyendo a Emily y a Ben planificando aquella excursión para ellos solos y, de pronto, se había visto también ella incluida, como si fueran una auténtica familia.
Pero no lo eran.
¿Y qué ocurriría aquella noche, cuando estuvieran solos en medio de la oscuridad? ¿Cuando sus hormonas comenzaran otra vez a funcionar? Bueno, contaban con Emily como carabina, de modo que no podían ocurrir demasiadas cosas, aunque, si algo le sobraba a Ben, era inventiva. ¿Querría acostarse con ella otra vez? La intuición le decía que sí, independientemente de que ya se hubieran despedido.
Rachel observó el cambio que se operaba en el paisaje y se descubrió dejando de lado su ansiedad. De pronto, necesitaba la libreta y los colores para atrapar aquel vasto espacio, las formaciones rocosas, todo. La primavera de aquel año había sido extraordinariamente húmeda y crecían sobre el desierto toda suerte de flores silvestres. Era un paisaje tan distinto y al mismo tiempo tan hermoso… Los árboles Joshua, que daban nombre a ese paraje plantaban sus raíces en aquel suelo desértico y algunos llegaban a medir hasta siete metros de altura. En la distancia, tenían un aspecto fantasmagórico.
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