– ¿Te refieres al sexo?
– Si eso es lo único que podemos tener, ¿qué tiene de malo?
– Acabas de hablar como un auténtico macho -replicó Rachel entre risas.
Inclinó ligeramente el rostro y cuando él rozó su boca, abrió los labios y deslizó lentamente la lengua en el interior de su boca.
– Mel está aquí -le advirtió-, se ha ido de compras.
– Está muy bien irse de compras.
– Pero eso no cambiará nada -succionó ligeramente el cuello de Ben, haciendo que le temblaran las rodillas-, nada en absoluto.
– No -se mostró de acuerdo Ben, conteniendo la respiración. Casi se puso bizco cuando Rachel acarició sus muslos. Tuvo que hacer un serio esfuerzo para recordar que estaban en la cocina-. ¿Vamos al piso de arriba?
– ¿Al dormitorio? -preguntó Rachel entre risas-. Y yo que pensaba que eras un aventurero…
– Ya te daré aventuras en la cama.
Cuando llegaron allí, Ben la tumbó en la cama y se tumbó sobre ella, apoyando los brazos a ambos lados de su cabeza.
Se colocó entre sus muslos y la miró a los ojos. A aquellos hermosos ojos. En aquel momento, llenos de lágrimas. El corazón se le desgarró al verla.
– Ah, no, Rach…
– Hagamos el amor, Ben. No digas nada y hagamos el amor. Pero esta será la última vez. Después de esto, ya no podré hacerlo otra vez. No puedo -contuvo la respiración-, no puedo seguir viéndote.
– Sss.
Ben inclinó la cabeza para darle un beso, llenándose las manos con sus senos y deleitándose en aquella suavidad, en los gemidos que escapaban de su garganta, en el sabor de su piel…
Rachel estaba ardiendo, dispuesta y más que anhelante cuando Ben comenzó a recorrer con la boca cada centímetro de su cuerpo.
– Ben, por favor, ahora…
– Sí -ahora, se mostró de acuerdo Ben, y posó los labios en el centro de su sexo.
Rachel se arqueó, adoptando una posición perfecta. Abrazándola, Ben la tomó lentamente, utilizando la lengua, los dientes, excitándola con suaves y pequeñas caricias y cuando la oyó gemir, continuó presionando con sus caricias lánguidas hasta hacerle gritar de placer.
Moviendo la cabeza contra la almohada y con los dedos enredados en su pelo, Rachel lo retenía contra ella.
– Desahógate -susurró Ben-, aquí en mi boca -deslizó un dedo entre los suaves pliegues de su sexo.
– No te detengas -le suplicaba Rachel arqueándose sin inhibición alguna contra su mano-, no te detengas, por favor, no…
– No lo haría por nada del mundo -le prometió Ben mientras la veía deshacerse ante él.
Cuando Rachel dejó de estremecerse, Ben se puso de rodillas y, a duras penas, consiguió ponerse un preservativo.
Estando Rachel suspirando todavía de placer, se hundió en ella.
Al sentirse rodeado de aquel húmedo calor, la pasión y el deseo se fundieron, la abrazó con fuerza y se hundió completamente en Rachel, que parecía enloquecer bajo sus caricias.
Observándola, oyéndola, con su sabor todavía en los labios, volvió a empujar, absorbiendo cada uno de sus gemidos con la boca.
Una embestida más y su cuerpo comenzó a tensarse, a contraerse, palpitando de ganas de liberarse. Otra vez y se perdió a sí mismo en aquel aterciopelado y húmedo calor, estallando en un nirvana mientras se dejaba ir dentro de Rachel.
Aturdido, bajó la mirada hacia su rostro. Ya no tenía ninguna duda.
Había vuelto a enamorarse de ella.
Capítulo 19
Rachel permanecía de lado en la cama, sintiendo una fuerte presión en el pecho, que resultó ser el peso del propio Ben.
Con un gemido, Ben alzó la cabeza.
– ¿Te has dado cuenta de lo que nos ha pasado?
– No te preocupes, ya vas camino de África -contestó Rachel sin pensar y, por supuesto, se arrepintió inmediatamente-. Ben…
– No, no pasa nada -dio media vuelta en la cama y posó una mano en su vientre-. No puedo cambiar, Rachel.
– ¿Porque eres demasiado viejo, o porque eres demasiado testarudo?
Mientras Ben consideraba la respuesta, Rachel le apartó la mano y se sentó en la cama. Obligando a sus piernas a ponerse en funcionamiento, se levantó y comenzó a buscar su ropa. Que, por cierto, parecía haberse quedado fuera del dormitorio, porque no era capaz de encontrar una sola prenda.
– Toma -Ben se acercó a ella con la bata y la hizo volverse.
Había en sus ojos tanto dolor que Rachel apenas soportaba mirarlo.
– Mañana puedo llevar yo sola a Emily a Los Ángeles. Si quieres, puedes tomar un avión que salga antes. Esta noche, por ejemplo.
– Todavía me queda una última noche -contestó Ben en voz baja-, no me la quites.
Podría tener un infinito número de noches si se lo pidiera, pensó Rachel, pero el orgullo la impulsó a decir:
– Soy incapaz de quitarte absolutamente nada, Ben Asher.
– ¿Pero preferirías que me fuera cuanto antes?
Rachel lo miró a los ojos. Podía decir una mentira, pero ya era demasiado tarde para salvar su corazón. Hacía demasiado tiempo que lo había perdido entregándoselo al único hombre al que había amado. El mismo hombre que permanecía en aquel momento frente a ella. Perdido. Solo.
Por su manera de hacer las cosas, se recordó Rachel.
– Sí, me gustaría que te fueras antes.
– No lo haré -dijo Ben-. Pero me mantendré fuera de tu camino.
– Gracias.
– Adiós, Rachel.
Rachel no contestó y Ben no sabía si era porque no sabía cómo hacerlo o porque no le importaba.
En una ocasión, se había preguntado si podría haber algo más doloroso que haber perdido a Rachel trece años atrás y en ese momento, mientras salía de su dormitorio, estaba conociendo la respuesta.
Aquello era mucho peor. Sentía cómo se le rompían el corazón y el alma mientras regresaba a su dormitorio. Y cuando sacó la bolsa de viaje de debajo de la cama para preparar el equipaje, todo en su interior pareció rebelarse.
Su estancia en aquella casa había sido algo temporal, se recordó. Él prefería la provisionalidad, vivía para ella.
Pero eso había sido antes. Antes de conocer a Emily como debía hacerlo un padre. Antes de haber vivido tantos detalles del día a día y haber descubierto que no eran en absoluto tan tediosos como imaginaba.
Al principio, la necesidad de salir de allí lo devoraba, pero, de alguna manera, aquella urgencia había desaparecido para ser sustituida por un nuevo anhelo. El anhelo de algo que pudiera sentir propio. El anhelo de un hogar.
Comenzó a meter sus cosas en la bolsa sabiendo que al día siguiente estaría a miles de kilómetros de la cama de la que Rachel lo había echado.
Lo había echado de su corazón y de su cama. Se lo merecía, suponía, en primer lugar, por haber puesto su vida en peligro. Resignado a su destino, cerró la cremallera de la bolsa.
Rachel permanecía en bata, intentando consolarse a sí misma con una bolsa de barritas de chocolate. Y había terminado con la mitad de la bolsa, cuando se decidió a compartir aquella particular fiesta privada.
– ¿Todavía no has terminado las compras?
– Mi tarjeta de crédito todavía funciona, ¿por qué?
– He comido ya medio kilo de chocolate y no funciona.
– ¿Qué te pasa?
– Ben -contestó Rachel, y se echó a llorar.
– Oh, cariño, llego a casa en unos minutos.
Por su culpa, se decía Melanie mientras rodeaba el edificio de Rachel buscando un aparcamiento. Ella era la responsable del sufrimiento de la única persona que la había querido de verdad.
Durante todo ese tiempo, había pensado que odiaba a Garret por haberle hecho sentir que tenía el corazón podrido, cuando en realidad se odiaba a sí misma. Había vivido durante todos aquellos años sin preocuparse por nada ni por nadie. Pero, de alguna manera, aquello había empezado a cambiar.
Encontró por fin un lugar para el coche y corrió al interior de la casa. Estaba en silencio. Buscó por todas las habitaciones, y comenzaba a asustarse cuando vio a su hermana en el jardín. Cruzó las puertas de cristal del cuarto de estar y le hizo un gesto con la mano.
Su hermana, sentada en el césped con la perrita, se estaba llevando una patata frita a la boca y no le devolvió el saludo.
– No tenías por qué dejar de comprar sólo porque yo haya cometido una estupidez -le dijo.
Mel se sentó a su lado, intentando no pensar en el efecto que tendría la hierba sobre su vestido.
– Tú nunca has sido estúpida. ¿Has estado llorando? ¿Y todo por un hombre?
– No seas ridícula. En esto no tiene nada que ver ningún hombre.
– Mentirosa.
– Mañana se va, después de que llevemos a Emily a Los Ángeles a conocer a su amiga. Se montará en un avión y se marchará. Otra vez.
– ¿Y tú le has dicho que se vaya? ¿Otra vez?
Al ver la expresión de culpabilidad de Rachel, Melanie sacudió la cabeza.
– Lo has hecho.
– ¿Y eso qué importa?
– Claro que importa. Ben te quiere, Rachel. Caramba, eres tan idiota como yo. Él te quiere -repitió, pensando que Garret debería verla en aquel momento… Estaba deseando ser buena-, siempre te ha querido, pero debido a su infancia, jamás se quedaría en un lugar en el que no se siente querido.
– ¿Qué? ¿Qué acabas de decir?
– Oh, esto de hacer las cosas bien me va a matar -susurró Melanie mirando hacia el cielo.
– Ben no me quiere.
– ¿Has visto cómo te mira? Por favor, si le salen estrellas por los ojos. Ha cruzado medio mundo, lo ha dejado todo para venir a estar contigo. Dios mío, Rachel, se ha quedado a tu lado, por ti. ¿Tú sabes lo que le cuesta eso a un hombre como él?
Rachel se quedó mirándolo fijamente.
– ¿Por qué sabes que tuvo una infancia difícil?
– Todo el mundo lo sabe.
– Yo no lo sabía -susurró Rachel-, Ben no me ha contado los detalles hasta hace muy poco.
– Bueno, no te lo tomes a mal, hermanita, pero a ti tampoco se te da muy bien abrirte, o dejar que otros se abran a ti.
– Debería haberlo intentado.
– ¿Por qué? Tú, o bien te estás acostando con él o negando todo lo que sientes. Blanco o negro, siempre has sido así -al ver el sufrimiento que reflejaba el rostro de su hermana, suspiró-. Mira, ayúdame a hacer las cosas bien. Durante mucho tiempo, he hecho todo lo posible por evitar vuestra relación y me he equivocado por completo. Y… -ah, al infierno con todo-, Rach, hay algo más. Durante todos estos años, cuando le llevaba a Emily, jamás lo he visto con ninguna mujer.
– Pero tú decías…
– Sí, decía que se había convertido en un mujeriego, pero era mentira. Y… -se mordió el labio. Toda la culpa que nunca había sentido la inundaba en aquel momento-, y siempre preguntaba por ti, siempre.
– Él… -Rachel miró a su hermana aturdida. Y herida-. No me lo creo, ¿por qué ibas a mentirme?
– Ya te lo dije, quería ser feliz antes que tú. Y, bueno, ya que estoy siendo sincera, creo que debería decirte que pasé una noche salvaje con tu vecino.
– ¿Con Garret?
– ¿Te acuerdas de la última víspera de Año Nuevo? Tú te acostaste temprano y… yo no. Me fui a un bar, y él estaba allí. Dios mío, no sé cómo pasó exactamente, pero no volvimos a hacerlo nunca más.
– Ya entiendo… Así que querías que me acostara con Adam porque eso podría hacerme parcialmente feliz y tú podrías ser más feliz que yo y sentirte mejor contigo misma. Y no me hablaste de Garret porque… supongo que porque eso era asunto tuyo. Pero, Mel, no entiendo por qué me mentiste sobre Ben.
– Sí, bienvenida al club -se frotó la cara-. Mira Rach, lo siento, no pretendía hacerte daño.
– Pero me lo hacías. Me hacía sufrir cuando me decías todas esas cosas sobre Ben. Yo te creí y, durante años, eso ha cambiado la opinión que tenía sobre él. Mel, lo que has hecho ha sido increíblemente egoísta.
– Sí, pero eso no es nada nuevo, ¿verdad? -intentó sonreír.
Rachel no le devolvió la sonrisa.
– Estoy intentando arreglar las cosas -susurró Mel.
– Eso no siempre es posible.
– Rach…
– De acuerdo, ya basta -se llevó las manos a las sienes-, ¿sabes qué? Sólo necesito pensar, estar sola.
Mel asintió.
– De acuerdo, entraré en casa…
– No, creo que deberías irte a tu casa.
Rachel no podía evitarlo, su mente estaba trabajando a toda velocidad. Mel había intentado sabotear su felicidad. En realidad, eso no tenía nada de extraño. Pero su hermana había sido la única capaz de comprender la razón por la que Ben se había alejado de ella. En dos ocasiones.
Y Rachel no se había dado cuenta, aunque no era capaz de comprender por qué.
Por supuesto, Ben era extraordinariamente susceptible en cuanto a quedarse en un lugar en el que no era querido. Así era como había crecido.
Y, por supuesto, se marchaba sin mirar atrás en cuanto alguien le decía que debía marcharse. A nadie le había importado nunca que se quedara o no.
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