– Intentaré controlar los decibelios, ¿de acuerdo?

– Caramba, Rach -Melanie entró en aquel momento en el estudio-, creo que en China no te han oído, ¿por qué no le gritas un poco más alto a ese tipo? Eh, estás genial -le dijo a Emily y le revolvió el pelo.

¿Lo ves?, pareció decirle Emily a Rachel con la mirada.

Rachel elevó los ojos al cielo.

– ¿Interrumpo algo? -preguntó Melanie vacilante.

La vieja Melanie jamás habría preguntado algo así, no le habría importado. Y Rachel sabía que aquellos cambios de actitud se debían a Garret. Estaban viviendo juntos y Melanie había conseguido trabajo… en la consulta de Garret, por cierto.

– No interrumpes nada en absoluto. Estábamos a punto de tomar un aperitivo.

– Para eso siempre estoy dispuesta -dijo Mel, y agarró una silla. Vaciló un instante antes de decir-: ¿Sabes, Rachel? Nunca hemos hablado de…

– ¿Te refieres a cuando te dije que te marcharas a tu casa? -Rachel suspiró-. No debería haberlo hecho, Melanie, lo siento.

– Soy yo la que lo siente. Pero voy a decirte algo: he cambiado.

– Lo sé. Y ahora sólo quiero poder confiar en ti y que seas feliz.

– Puedes confiar en mí, y te aseguro que soy muy feliz -Melanie se acercó a ella y la sorprendió al decirle por primera vez en su vida-: Te quiero.

– Yo también te quiero -contestó Rachel con un nudo en la garganta-. Y quiero que sepas que a partir de ahora voy a decirte muchas cosas. Porque, Em, puede decírtelo, ya no voy a reprimirme más.

– Sí, así que cuidado -le advirtió Emily.

Melanie le sonrió.

– Se siente una bien, ¿eh?

– Desde luego.

Melanie alargó el brazo para pasárselo a Emily por los hombros.

– ¿Por qué no me traes un refresco?

– Lo que quieres es que me vaya para poder hablar sin que os oiga. Pero te advierto que sólo voy a tardar dos minutos en ir a la cocina y volver.

– Entonces, ahora que has decidido no reprimirte nada, ¿vas a decirle a Ben que no querías que se fuera? -le preguntó Melanie a Rachel cuando se quedaron a solas.

– Bueno, esa parte es un poco complicada… No sé, Melanie, estoy pensando en ello. En todo.

Emily regresó casi inmediatamente con una bandeja llena de cosas ricas.

– ¿Tienes a mano el número del móvil de tu padre? -le preguntó Rachel.

– ¿Qué pasa? -preguntó Emily preocupada-. ¿Por qué lo necesitas?

Melanie miró a Rachel, sonrió lentamente y le pasó el brazo por los hombros a su sobrina.

– Creo que va a intentar conquistarlo.

Rachel sonrió. Sí. Iba a intentar conquistarlo. Con el corazón en la garganta, marcó el número de teléfono de Ben. El corazón le palpitaba con fuerza, las manos le sudaban y se preguntaba qué demonios iba a decir.

Pero al final no sirvió de nada. Porque la única respuesta que recibió fue la del mensaje del móvil diciéndole que Ben no estaba disponible.

La historia de la vida de Ben.

– Lo echas de menos -dijo Emily con una sonrisa-. Lo sabía, lo echas de menos.

– Sí, lo echo de menos -contestó Rachel suavemente, y enmarcó el rostro de su hija con las manos-. ¿Y sabes qué? Me he dado cuenta de que hace mucho tiempo que no salimos de South Village, así que, ¿qué te parecerían unas vacaciones?

– Faltan tres días para que me den las vacaciones.

– Entonces tenemos tres días para hacer el equipaje.

– ¿A dónde nos vamos?

– A África.

En realidad tardaron dos semanas en preparar el viaje. No era fácil localizar a Ben. Lo único que Rachel había sabido de sus planes era el nombre del lugar en el que pensaba estar mientras hacía un reportaje y, cuando estuvo al tanto de los detalles sobre la dureza y la lejanía del lugar al que se dirigían, tragó saliva.

Aquellos no eran unos agradables días de vacaciones. Aquello era una tragedia de gran magnitud que iba en contra de todos los principios de Rachel. Y, sin embargo, estaba deseando emprender la aventura.

Era Melanie la que las iba a llevar al aeropuerto, la que las conduciría al inicio de aquel viaje que podría cambiar sus vidas para siempre.

Asumiendo que Rachel fuera capaz de convencer a Ben de que se dieran otra oportunidad.

Miró a Emily, que esperaba tan paciente y confiadamente que pudieran llegar a vivir los tres juntos y se llenó de amor.

– Emily, te quiero.

– ¡Oh, no! Vas a cambiar de opinión.

– No, no voy a cambiar de opinión -se echó a reír ante el terror que reflejaba el rostro de su hija-. Sólo quería decirte que te quiero, eso es todo.

Evidentemente, no la creía. Tiró suavemente de su mano.

– Vamos, salgamos fuera a esperar a tía Mel. Creo que la he oído llegar.

Sí, era una buena idea. Y aquel sería el primer paso que las llevaría a Ben. Con un profundo suspiro, abrió la puerta, y estuvo a punto de chocar con… ¿Ben?

El corazón dejó de latirle.

Ben la miró a los ojos y le dirigió una de sus infalibles sonrisas.

– ¿Ben?

Se volvió hacia Emily, como si no estuviera segura de lo que estaba viendo.

Emily sacudió la cabeza. Eso quería decir que no había sido ella la que lo había llamado en aquella ocasión. Y eso significaba… Rachel volvió a mirar a Ben, que permanecía apoyado en el marco de la puerta con expresión de cansancio.

– Sí, soy yo -y entró cojeando en la casa.

Abrazó a Emily con fuerza y se volvió hacia Rachel.

El corazón que segundos antes se había paralizado comenzó a latir violentamente.

– No puedo creer que estés aquí.

Ben se fijó entonces en las maletas.

– Estabais apunto de salir.

– Sí -contestó Rachel, con una risa casi histérica-pensábamos ir a…

– Lo siento, Rachel, pero antes tengo que hablar contigo. He estado pensando en esto durante más de veinte mil kilómetros -la agarró por los hombros e hizo una mueca de dolor cuando Rachel se tambaleó y se vio obligado a soportar su peso.

– ¡Ben! -Rachel intentó bajar la mirada hacia su pierna, pero él le enmarcó el rostro entre las manos-. Tienes que sentarte.

– Antes tengo que decirte algo.

– Pero estás temblando.

– No es por la pierna -apoyó la frente en la de Rachel-. Quería recorrer la tierra entera. Lo deseaba con todo mi corazón.

– Lo sé -contestó Rachel, con el corazón roto ante la desolación que reflejaba su voz-. Sé cómo eres, siempre lo he sabido. Ben, no deberíamos…

– No, escucha. Esta vez, cuando me he ido, ya no ha funcionado.

Rachel se lo quedó mirando de hito en hito.

– Sigue.

– Quería un hogar, Rach. Quería estar contigo y con Emily.

Rachel continuaba boquiabierta. De sus labios escapó una pequeña risa.

– Vas a desear que hubiera hablado yo primero.

– Puedes decirme que me vaya y todo lo que quieras, pero esta vez tendrás que convencerme de que es eso lo que quieres. Nada de seguir escondiéndose, ni de fingir que no existe lo que sentimos. Te amo, maldita sea, y siempre te amaré.

– Ben…

– Así que adelante -la desafió-, dime que no tienes ningún interés en mí. Consigue hacérmelo creer.

– Ben…

Ben descendió sobre su boca y procedió a derretir todas las células de su cerebro. Cuando alzó la cabeza, Rachel se aferró a él, aturdida por la capacidad de Ben para despistarla cuando tenía tantas cosas que decirle.

Ben la miró con recelo.

– ¿Vas a decirme que me vaya?

– No -miró a Emily, que se había tapado los ojos.

– No miro, mamá, así que no me digas que me vaya. ¡Quiero oír esto! Díselo, díselo rápido o lo haré yo.

– ¿Decirme qué? -preguntó Ben, confundido.

Rachel posó una mano en su pecho.

– Ben… -dejó escapar una risa-, íbamos a buscarte. Pensábamos ir hasta África para localizarte.

– ¿Qué has dicho?

– Yo también te quiero -susurró Rachel con los ojos llenos de lágrimas-. Y quiero otra oportunidad para demostrarte que lo nuestro puede funcionar. Tenemos que estar juntos, Ben, aunque tu trabajo nos obligue a vivir separados durante largos períodos de tiempo, no importa. Yo siempre te amaré.

Ben se la quedó mirando en silencio durante largo rato antes de hundir el rostro en su cuello.

– Quiero estar aquí -susurró-, aquí, contigo.

– ¿No quieres ir a África?

– No quiero ir a África.

– ¿Ni a América del Sur?

– No, quiero estar contigo, Rachel -alargó el brazo hacia su hija-, y con Emily. Quiero que estemos los tres juntos.

Rachel retrocedió y se mordió el labio inferior.

– Me preguntaba… ¿qué te parecería que fuéramos cuatro?

Ben se la quedó mirando fijamente y bajó la mirada hasta su vientre plano.

– ¿Cuatro?

– No, todavía no, sólo estaba preguntándotelo.

– ¿Estás bromeando? Me encantaría tener otro hijo contigo.

Emily cerró los ojos mientras sus padres la estrechaban entre sus brazos. Lo había conseguido, ¡había conseguido que volvieran a estar juntos y por fin iban a ser una familia! Y quizá incluso la ampliaran… Mmm… ¿Le gustaría tener una hermana a la que mandar? ¿O un hermano, quizá? Sí, definitivamente, era mejor un hermanito.

Sí, conseguiría también un hermanito, se prometió, mientras se preguntaba qué podría ser lo siguiente.

Jill Shalvis

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