Jeff explicó que hacer una cocina nueva no era demasiado trabajo y estuvo de acuerdo con Sarah y Marjorie en que debía estar en la planta baja. En su opinión, el sótano podía vaciarse y transformarse en trastero. Era posible modernizar el mecanismo del ascensor respetando su aspecto exterior. Y creía que todo lo demás debía conservarse. Se necesitarían artesanos para restaurar y dar barniz a la madera. El artesonado debía tratarse con sumo cuidado y precisión. El resto necesitaba pintura, barniz o lustre. Las arañas de luces se hallaban en perfecto estado y podía hacerse que volvieran a funcionar. Había numerosos detalles con los que se podía jugar, como montar un sistema de luces indirectas. Todo dependía del trabajo y el dinero que el nuevo propietario estuviera dispuesto a invertir. La fachada se hallaba en buen estado y la casa tenía una construcción sólida. Haría falta un sistema de calefacción moderno. Eran muchas las cosas que el nuevo propietario podía hacer dependiendo del dinero que quisiera gastarse y las ganas que tuviera de alardear. A él, personalmente, le encantaban los cuartos de baño tal y como estaban. En su opinión, eran muy bonitos y una parte integral de la casa. Se podían modernizar las tuberías sin alterar su aspecto.
– Básicamente, en esta casa podrías invertir todo el dinero que quisieras. Con un millón de dólares se podrían hacer maravillas y conseguir exactamente lo que deseas. En el caso de que el nuevo propietario quisiera vigilar lo que gasta, probablemente podría hacerlo por la mitad, siempre y cuando fuera un chiflado como yo y le gustara realizar personalmente gran parte del trabajo. Si quisiera echarle dos millones, o incluso tres, también podría, pero no es necesario. Son cálculos aproximados, y podría concretarlos un poco más para mostrárselos a un comprador seriamente interesado en la casa. Por un millón de dólares podría devolverle su aspecto original. Y probablemente por la mitad de ese dinero -insistió- si estuviera dispuesto a hacer personalmente una gran parte del trabajo. Eso le llevaría más tiempo, pero un proyecto de esta índole no debe hacerse con prisas. Hay que trabajar bien, con cuidado, para no dañar ni romper detalles de la casa que son importantes. Yo recomendaría un equipo reducido de obreros trabajando aquí entre seis meses y un año, un propietario cuidadoso que sepa lo que está haciendo y le interese el proyecto, y un arquitecto honrado que no intente desplumarlo. Si contrata a la gente equivocada, podría acabar pagando cinco millones, pero eso no tiene por qué ocurrir. Marie-Louise y yo restauramos dos castillos en Francia el año pasado por menos de trescientos mil dólares entre los dos y ambos eran más grandes y antiguos que esta casa. Allí es más fácil encontrar artesanos, pero en la Bahía también tenemos buenos profesionales. -Tendió su tarjeta a Sarah-. Si surge un comprador puedes darle nuestros nombres. Será un placer para nosotros asesorarle tanto si nos contrata como si no. Estas casas son mi pasión. Me encantaría que apareciera alguien que deseara restaurarla bien. Sería un placer para mí ayudar en lo que hiciera falta. Y Marie-Louise es un genio con los detalles, una perfeccionista. Juntos hacemos un gran trabajo.
Por una vez Marie-Louise sonrió. Sarah comprendió entonces que debía de ser más simpática de lo que aparentaba. Ella y Jeff formaban una pareja interesante. Marie-Louise parecía una mujer inteligente y competente, aunque fría. Tenía pinta de quisquillosa y muy francesa. Jeff, por su parte, era cálido, relajado y cordial, y Sarah ya se sentía cómoda con él. Trabajar con Marie-Louise no debía de ser nada fácil.
– Marjorie me ha comentado que tú y tu mujer os vais mañana a Venecia -dijo Sarah mientras cruzaban lentamente el vestíbulo. Llevaban en la casa más de dos horas. Eran más de las cinco.
– Así es. -Jeff sonrió. Le gustaba el interés de Sarah por el proyecto y el profundo respeto que mostraba por la casa de su difunto cliente.
Sarah quería obtener el máximo de información posible para los herederos, aunque dudaba de que quisieran hacer el trabajo. Obtendrían mucho más dinero por la casa si realizaban algunas mejoras, pero creía probable que no desearan tomarse la molestia. Lo único que Sarah podía hacer era darles la información. Lo que hicieran con ella no era asunto suyo. No le correspondía a ella tomar las decisiones. Las órdenes debían darlas los herederos.
– Estaremos en Italia dos semanas -le explicó Jeff-. Puedes llamar a nuestro móvil europeo si necesitas hablar con nosotros. Te daré el número. Pasaremos una semana en la conferencia de Venecia, unos días de descanso en Portofino y un par de días en París con la familia de Marie-Louise. Y por cierto -añadió despreocupadamente-, no estamos casados. Aunque somos socios en todos los sentidos de la palabra -Jeff sonrió a Marie-Louise, que de repente adoptó una expresión picara y sumamente sexy-, mi socia no cree en el matrimonio. Lo considera una institución puritana que corrompe las buenas relaciones. Probablemente tenga razón, porque llevamos juntos mucho tiempo. -Intercambiaron una sonrisa.
– Mucho más del que yo había previsto -intervino Marie-Louise-. Pensaba que lo nuestro sería una aventura de verano, pero Jeff consiguió arrastrarme hasta aquí contra mi voluntad. Soy prisionera de esta ciudad -dijo, poniendo los ojos en blanco.
Jeff rió. Llevaba años escuchando la misma queja, y no parecía molesto. Se diría que les gustaba trabajar juntos, aunque Sarah se dijo que él era mucho más amable con los clientes que ella. Marie-Louise era tremendamente seca, hasta el punto de resultar grosera.
– Lleva intentando convencerme de que me mude a París desde que llegó a San Francisco, pero yo crecí aquí y esto me gusta. París es una ciudad demasiado grande para mí, como Nueva York. Yo soy un chico de California, y aunque Marie-Louise nunca lo reconocerá, la mayor parte del tiempo se siente a gusto aquí. Sobre todo en invierno, cuando en París llueve y hace frío.
– ¡No estés tan seguro! -se apresuró a responder Marie-Louise-. Uno de estos días te daré una sorpresa y regresaré a París para siempre.
Sarah lo sintió como una amenaza más que como una advertencia. Jeff, sin embargo, dejó que el afilado comentario le resbalara por la espalda.
– Tenemos una casa fantástica en Potrero Hill que yo mismo renové antes de que el barrio se pusiera de moda. Durante años fue el único edificio decente de toda la manzana. Ahora el barrio ha subido de categoría y estamos rodeados de casas fantásticas. Hice todo el trabajo con mis propias manos. Estoy enamorado de esa casa -dijo con orgullo.
– Nuestra casa de París es más bonita -repuso remilgadamente Marie-Louise-. Está en el distrito séptimo. La hice yo. Paso allí todos los veranos mientras Jeff insiste en congelarse en la niebla de esta ciudad. Odio los veranos en San Francisco.
Había que reconocer que eran fríos y brumosos. Estaba claro que Marie-Louise no tenía intención de quedarse a vivir para siempre en San Francisco. Hablaba como si todavía tuviera en mente volver a Francia, algo que no parecía preocupar a Jeff. Probablemente sabía que eran amenazas vacías. Así y todo, a Sarah le extrañaba que después de catorce años juntos todavía no se hubieran casado. Aunque Marie-Louise parecía una mujer muy independiente, se diría que Jeff, a su manera, también. Ella se quejaba mucho pero no conseguía desviarlo de su camino.
Sarah les agradeció la consulta y las estimaciones de Jeff sobre lo que podrían costar las obras de restauración. Existía un margen amplio, dependiendo de lo que el nuevo propietario deseara hacer en la casa y el trabajo que estuviera dispuesto a realizar personalmente. Sarah no podía hacer nada salvo dar la información a los herederos.
Les deseó una feliz estancia en Venecia, Portofino y París y unos minutos después Marie-Louise y Jeff se alejaban en un viejo Peugeot que ella se había traído de Francia. Dijo, mientras subía al vehículo, que no confiaba en los coches estadounidenses.
– ¡Ni en ninguna otra cosa! -añadió Jeff, y todos rieron.
– Menuda joya -comentó Sarah cuando ella y Marjorie se dirigieron a sus respectivos coches.
– Trabajar con Marie-Louise no es fácil, pero es buena en lo que hace. Tiene un gusto exquisito y mucho estilo. Trata a Jeff como a un trapo y a él parece gustarle. Siempre ocurre igual. Las brujas se quedan siempre con los mejores partidos. -Sarah rió. Aunque no le gustaba reconocerlo, así era la mayoría de las veces-. ¿No te parece que está como un tren? -dijo Marjorie, y Sarah sonrió.
– No sé qué decirte. -Phil sí estaba como un tren, para su gusto. Jeff no. Pero le parecía un hombre agradable-. Pero es muy cordial y se diría que sabe lo que hace. -Era evidente que sentía pasión por las casas antiguas y que le gustaba su trabajo.
– Los dos saben lo que hacen. Se complementan mutuamente. Dulce y agrio. Y parece que funciona, tanto en casa como en la oficina, aunque creo que tienen sus altibajos. De vez en cuando ella se harta de San Francisco y se marcha a Francia. En una ocasión estuvo fuera un año entero mientras él trabajaba en un gran proyecto que yo le había pasado. Pero siempre vuelve y él siempre la acoge. Supongo que está loco por ella, y Marie-Louise sabe que tiene a su lado algo bueno. Jeff es firme como una roca. Es una pena que no se hayan casado. Él sería todo un padrazo si tuvieran hijos, pero a ella no la veo muy maternal que digamos.
– Tal vez los tengan más adelante -dijo Sarah, pensando en Phil. Apenas faltaban unas horas para empezar su fin de semana juntos, su recompensa por lo mucho que trabajaba en el bufete durante la semana.
– Uno nunca sabe qué hace que una relación funcione -comentó filosóficamente Marjorie antes de desear suerte a Sarah con los herederos de Stanley.
– Te informaré de lo que hayan decidido después de la reunión.
Estaba claro que querrían vender la casa. La única duda era en qué estado, si restaurada o no, y hasta qué punto. A Sarah le habría encantado supervisar el proyecto pero sabía que las posibilidades de algo así eran prácticamente nulas. Seguro que los herederos no iban a estar dispuestos a gastarse un millón de dólares, ni siquiera medio, en restaurar la casa de Stanley y esperar seis meses o un año antes de venderla. No le cabía duda de que el lunes tendría que decirle a Marjorie que pusiera la casa en venta tal y como estaba.
Se despidieron y Sarah regresó a casa para esperar a Phil. Después de cambiar las sábanas se derrumbó en el sofá con un montón de trabajo que se había traído del despacho. A las siete sonó el teléfono. Era Phil, desde el gimnasio. Sonaba horrible.
– ¿Ocurre algo? -preguntó Sarah. Parecía enfermo.
– Hoy se ha resuelto el caso. No te imaginas lo cabreado que estoy. El abogado de la parte contraria nos hundió. Al gilipollas de mi cliente le habían pillado demasiadas veces con los pantalones bajados. No tuvimos opción.
– Lo siento mucho, cariño. -Sarah sabía lo mucho que Phil detestaba tener que tirar la toalla. Por lo general luchaba hasta el final-. ¿A qué hora vendrás? -Estaba deseando verle. Había tenido una semana interesante, sobre todo por el tema de la casa de Stanley. Aún no había podido contárselo porque Phil había estado demasiado absorto en sus declaraciones. Prácticamente no habían hablado en toda la semana, y cuando se llamaban, él no tenía tiempo para conversar.
– Esta noche no iré a tu casa -dijo sin más, y Sarah se quedó petrificada. Era muy raro que Phil cancelara una noche de fin de semana a menos que estuviera enfermo.
– ¿No? -Había estado impaciente por verle, como siempre.
– No. Estoy de muy mal humor y no quiero ver a nadie. Mañana estaré mejor.
Sarah se llevó una gran decepción al oír eso y lamentó que no quisiera hacer el esfuerzo de ir. Podría animarlo.
– ¿Por qué no vienes después del gimnasio? Podríamos encargar algo de cena, y podría darte un masaje -propuso esperanzada, esforzándose por sonar convincente.
– No, gracias. Te llamaré mañana. Me quedaré en el gimnasio unas horas. Puede que descargue toda mi agresividad jugando a squash. Esta noche sería una compañía pésima.
Probablemente tuviera razón, pero, de todos modos, a Sarah le apenaba no verlo. Lo había visto de mal humor otras veces y no era una situación agradable. Así y todo, habría preferido tenerlo en casa de mal humor a no verlo en absoluto. Las relaciones no se basaban únicamente en verse los días buenos. Sarah también deseaba compartir con Phil los días malos. Intentó hacerle cambiar de parecer, pero él la cortó bruscamente.
– Olvídalo, Sarah. Te llamaré por la mañana. Buenas noches. -En sus cuatro años de relación, raras veces había hecho algo así. Pero cuando Phil estaba disgustado, el mundo entero se detenía y él solo deseaba bajarse.
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