– Vaya, algo normal al fin. Empezaba a sospechar que estabas viendo a otro hombre.
Sarah sonrió y le rodeó con los brazos.
– Todavía no, pero lo haré uno de estos días si no estamos juntos con más frecuencia -repuso.
– Por Dios, Sarah, no empieces otra vez -espetó Phil.
– No empiezo. Has sido tú quien ha preguntado.
– Porque pensaba que te estabas comportando de una forma muy extraña.
No podía imaginar hasta qué punto. Y si Sarah conseguía la casa, su comportamiento se tornaría aún más extraño. Estaba deseando contárselo, pero primero quería hablar con el banco y conocer la respuesta de los herederos.
Phil se tumbó en el sofá, puso la tele y atrajo a Sarah hacia sí. Se puso cariñoso y media hora después se trasladaban al dormitorio. La cama estaba sin hacer y las sábanas sin cambiar, pero a Phil no pareció importarle. De hecho, nunca reparaba en ese detalle. Pasó la noche con ella, abrazado a su cuerpo, pese a ser domingo. Y por la mañana le hizo de nuevo el amor. Es curioso cómo intuye la gente que las cosas están cambiando, pensó Sarah en el coche, camino del trabajo. Y su vida estaba a punto de cambiar todavía más. Si conseguía la casa, su vida iba a cambiar radicalmente.
11
El lunes Sarah redactó una carta para los diecinueve herederos del patrimonio de Stanley. La envió por fax a quienes tenían fax y por correo certificado a los demás, adjuntando la oferta que Marjorie había preparado en calidad de agente inmobiliaria. Todo era oficial y había sido enviado a las diez de la mañana.
A las once Tom Harrison llamó desde St. Louis, y cuando Sarah descolgó el auricular en su despacho, soltó una carcajada.
– Me estaba preguntando si te atreverías a hacerlo, Sarah. Tus ojos se iluminaron en cuanto entraste en esa casa. Me alegro por ti. Creo que eso es exactamente a lo que Stanley se refería cuando hablaba de buscar nuevos horizontes, aunque debo confesar que sería capaz de pagarte el doble por que no cargaras con semejante caserón. Pero si te gusta, adelante. Cuentas con toda mi aprobación. Por mi parte, acepto la oferta.
– Gracias, Tom -dijo Sarah, emocionada.
Ese día la llamaron cuatro herederos más. Y el martes otros nueve. Quedaban, por tanto, cinco. Dos de ellos dieron su aprobación el miércoles. Para entonces el banco ya le había dado una respuesta. No tenían inconveniente alguno en concederle una hipoteca e incluso un crédito para pagar la entrada hasta que pudiera disponer del legado de Stanley. Marjorie le había aconsejado que encargara un informe sobre termitas, únicamente por si las moscas, y eso hizo. Había algunos problemas, pero sorprendentemente nimios y de esperar en una casa tan antigua. Nada que no tuviera fácil arreglo. Stanley había mandado hacer un informe sísmico para asegurarse de que la casa no se le caería encima en caso de terremoto. Por tanto, los únicos problemas reales eran los que Sarah ya conocía.
Las tres últimas aprobaciones llegaron el jueves, y en cuanto lo hicieron Sarah llamó al banco, a Marjorie y a Jeff Parker, las únicas personas que estaban al tanto de su locura. Jeff soltó un aullido de alegría. La había telefoneado el martes, cuando a Sarah todavía le faltaban cinco respuestas. Todos los herederos estaban encantados de quitarse la casa de encima y satisfechos con el precio. Era un quebradero de cabeza que ninguno deseaba. Habían acordado firmar las arras en tres días, algo casi insólito. Eso significaba que, técnicamente, la casa sería suya el domingo.
– Tenemos que hacer algo para celebrarlo -dijo Jeff cuando escuchó la noticia-. ¿Qué me dices de otro sushi?
Era fácil y rápido, y quedaron en un restaurante de la calle Fillmore a las siete y media. Sarah tuvo que reconocer que era agradable tener algo que hacer y alguien a quien ver durante la semana. Mucho más divertido que comer un sándwich en el despacho o ver la tele en casa y olvidarse por completo de cenar.
Hablaron de la casa durante dos horas, mientras cenaban. A Jeff se le habían ocurrido un montón de ideas desde su charla del martes. Quería ver si podía ayudarla a hacer algo más elegante con la escalera de servicio y había diseñado una cocina entera para la planta baja. No era más que un boceto, pero a Sarah le encantó. Proponía, además, un gimnasio en el sótano, donde ahora estaba la cocina, con sauna y baño turco incluidos.
– ¿No costará una fortuna? -preguntó Sarah con cara de preocupación, aunque sabía que a Phil le encantaría. Todavía no le había contado nada. Pensaba hacerlo el fin de semana.
– No tiene por qué. Podemos utilizar unidades prefabricadas. Y hasta podrías poner un jacuzzi.
Sarah se echó a reír.
– Eso sí que sería todo un lujo.
Le encantaba el diseño de la cocina, era bonito y funcional. Delante de las ventanas que daban al jardín había espacio para poner una mesa de comedor amplia y cómoda. Jeff estaba invirtiendo mucho tiempo y energía en el proyecto. De vez en cuando eso le hacía preguntarse a cuánto ascenderían sus honorarios. Pero era evidente que estaba tan entusiasmado con la casa de la calle Scott como ella. Se encontraba en su salsa.
– Caray, Jeff, me encanta esa casa. ¿A ti no? -Sarah esbozó una sonrisa radiante.
– Ya lo creo que sí -respondió, satisfecho y relajado después de la cena. Estaban bebiendo té verde-. Hacía años que no disfrutaba tanto con un proyecto. Estoy deseando hincarle el diente. -Sarah le explicó que había llamado a los fontaneros y electricistas y quedado con ellos la semana siguiente para que pudieran hacerle un presupuesto. Todos le habían dicho que no podrían empezar hasta después de Navidad-. Espera a que desmantelemos el lugar, lo saneemos de arriba abajo y lo volvamos a armar.
– Tal y como lo describes, da miedo -dijo ella con una sonrisa. Pero él parecía muy tranquilo. Si alguien podía hacer el trabajo, ese era Jeff.
– A veces da miedo, pero cuando terminas, la sensación es increíble.
Sarah confiaba en que la casa estuviera acabada para el verano o, como muy tarde, para la Navidad siguiente. Jeff no creía que necesitaran todo un año. Pagó la cuenta y miró a Sarah con expresión burlona. Jeff era un hombre de rostro aniñado pero mirada sabia. Parecía joven y mayor al mismo tiempo. Tenía cuarenta y cuatro años, tan solo seis más que Sarah. Y en algún momento había mencionado que Marie-Louise tenía cuarenta y dos, si bien Sarah le había echado muchos menos. Tenía un estilo atrevido y subido de tono que la hacía parecer más joven incluso que ella, cuyo estilo era muy diferente, más serio, al menos los días que iba al despacho. Esa noche vestía un traje pantalón azul marino. El domingo anterior había llevado vaqueros, unas Nike y un jersey rojo. A Jeff le gustaba esa forma de vestir. Cuando su madre conoció a Marie-Louise, le dijo que parecía una fulana, pero Jeff tenía que reconocer que a veces también le gustaba ese estilo. Sarah parecía más norteamericana, más natural y saludable, como una modelo de Ralph Lauren o la estudiante de Harvard que había sido.
– Me gustaría preguntarte algo -dijo con su expresión más aniñada-. Ya que vamos a pasar mucho tiempo trabajando juntos en la casa, ¿se me permite hacer preguntas personales? -Jeff había sentido curiosidad por Sarah desde el día que la conoció, y más aún desde que le dijo que iba a comprar la casa. Era una decisión muy valiente y la admiraba por ello.
– Claro -respondió con esa mirada inocente y franca que a él tanto le gustaba. Sarah parecía no tener secretos. Marie-Louise, por el contrario, tenía muchos, algunos nada agradables. No era una persona fácil-. Dispara.
– ¿Quién va a mudarse contigo a esa casa? -Pareció algo cortado después de decirlo, pero Sarah no.
– Nadie. ¿Por qué?
– ¿Me tomas el pelo? ¿Vas a vivir en una casa de cinco plantas y dos mil setecientos metros cuadrados y te extraña que te pregunte con quién? Diantre, Sarah, en esa casa podrías alojar a un pueblo entero. -Rieron mientras el camarero les servía más té-. Simplemente sentía curiosidad.
– Con nadie. Viviré sola.
– ¿Es lo que quieres? -La pregunta sonó como si Jeff se estuviera ofreciendo a acompañarla, pero ambos sabían que no era eso. Llevaba catorce años con Marie-Louise y aunque a Sarah le pareciera una persona difícil, a él parecía gustarle.
– Esa pregunta es algo más compleja -reconoció Sarah, mirándole por encima de su taza de té-. Depende del sentido que quieras darle. ¿Estoy buscando un marido? No, creo que no. Nunca he pensado que el matrimonio sea lo que me conviene. Genera más problemas que alegrías, aunque supongo que eso dependerá de con quién te cases. ¿Quiero hijos? Creo que no.
Por lo menos así ha sido hasta ahora. La idea de tener hijos me aterra. ¿Me gustaría vivir con alguien? Probablemente, o por lo menos estar con alguien a quien le apetezca estar siempre conmigo, aunque tenga su propia vida. Creo que eso es lo que de verdad querría. Me gusta la idea de compartir diariamente mi vida con otra persona. No es algo fácil de encontrar. Puede que haya perdido el tren.
Jeff había escuchado con atención, pero este último comentario le hizo reír.
– A tu edad tu tren no ha entrado siquiera en la estación. Hoy en día todas las mujeres que conozco esperan a los cuarenta o por lo menos a tu edad para establecerse.
– Tú no. Debiste de iniciar tu vida en pareja con Marie-Louise a los treinta.
– Eso es diferente. Puede que fuera un estúpido. Ninguno de mis amigos se ha casado antes de los treinta y tantos. Marie-Louise y yo teníamos una relación muy apasionada cuando éramos estudiantes. Todavía lo es gran parte del tiempo, pero tenemos nuestros más y nuestros menos. Supongo que como casi todo el mundo. A veces pienso que el hecho de trabajar juntos nos lo pone más difícil. Pero me gusta compartir mis días con alguien. Marie-Louise dice que soy demasiado inseguro, dependiente y posesivo.
Sarah sonrió.
– A mí no me lo parece.
– Porque no vives conmigo. Puede que tenga razón. Yo le digo que es demasiado fría e independiente, y condenadamente francesa. Odia este país, lo cual complica aún más las cosas. Viaja a Francia siempre que puede y se queda seis semanas en lugar de las dos que tenía planeadas.
– Eso no debe de ser fácil para vuestro negocio -dijo suavemente Sarah. A ella no le habría gustado una situación así.
– A nuestros clientes no parece importarles. Marie-Louise trabaja desde Francia y se mantiene en contacto con ellos por correo electrónico. Detesta vivir en Estados Unidos, lo cual es duro para mí. Les pasa a muchos franceses. Como a sus mejores vinos, viajar no les sienta bien. -Sarah sonrió de nuevo. Jeff no estaba siendo cruel con respecto a Marie-Louise, sino simplemente sincero. El día que Sarah la conoció no le pareció una mujer feliz ni agradable. No debía de ser fácil convivir con ella-. ¿Y qué me dices de ti? ¿No hay nadie en tu vida cotidiana?
Sarah no sintió que Jeff estuviera flirteando. Solo estaba siendo cordial, y sospechó que, al igual que ella, se sentía solo.
– No. Hay alguien a quien veo los fines de semana. Tenemos necesidades muy diferentes. Se divorció hace doce años y tiene tres hijos adolescentes con quienes cena una o dos veces por semana y pasa las vacaciones. Los fines de semana nunca se ven porque ellos están muy ocupados y él, en el fondo, tampoco quiere. Odia a su ex mujer con vehemencia, y también a su madre, y a veces vuelca su rabia en mí. Es abogado, como yo, y trabaja mucho. Pero lo que más le gusta es ir a lo suyo, al menos durante la semana, y a veces también los fines de semana. Lleva mal lo de intimar o lo de tener a alguien en su espacio todo el tiempo. Pasamos juntos las noches de los viernes y los sábados. Lo nuestro es un acuerdo estrictamente de fin de semana. Durante la semana va al gimnasio todas las noches y se niega rotundamente a verme. Y eso incluye las vacaciones.
– ¿Y eso te basta? -preguntó, intrigado, Jeff.
No le parecía una situación atractiva. Probablemente a Marie-Louise le habría gustado ese arreglo de haber podido tenerlo. Jeff jamás habría tolerado lo que Sarah acababa de describirle, y le sorprendía que ella sí lo tolerara. Tenía aspecto de ser una mujer que deseaba algo más, que necesitaba algo más. Pero quizá se equivocaba.
– ¿Sinceramente? -respondió Sarah-. No, no me basta. No hay nada peor que una relación de fin de semana. Lo detesto. Al principio me gustaba, pero a los dos años empezó a cansarme. Llevo un año quejándome de la situación, pero él no quiere ni oír hablar del tema. Ese es el trato, si me gusta bien y si no también. Es un duro negociador y un excelente abogado.
– ¿Por qué aceptas esa situación si no te satisface? -Jeff estaba cada vez más intrigado.
– ¿Qué otra cosa puedo hacer? -preguntó ella con tristeza-. Ya no soy ninguna jovencita. No hay muchos hombres decentes por ahí de nuestra edad. La mayoría tiene fobia al compromiso. Han sufrido un fracaso matrimonial y no quieren otro, ni siquiera un compromiso a tiempo completo. Los solteros, por lo general, están trastornados y no soportan la idea de tener una relación, y los que valen la pena están casados y tienen hijos. Además, trabajo mucho. ¿Cuándo se supone que puedo salir y conocer a alguien? ¿Y dónde? No suelo ir a los bares y cada vez voy a menos fiestas. No bebo lo suficiente para pasármelo bien. Mis colegas de trabajo están todos casados y me niego a salir con hombres casados. De modo que he de conformarme con lo que tengo. Siempre pienso que llegará un día en que él querrá pasar más tiempo conmigo, pero ese día no acaba de llegar, y puede nunca lo haga. Esta situación le conviene más a él que a mí. Es un hombre agradable, aunque un poco egoísta a veces. Y cuando no me angustio por lo poco que nos vemos, disfruto mucho de su compañía. -No quiso añadir que el sexo era genial, incluso después de cuatro años.
"La casa" отзывы
Отзывы читателей о книге "La casa". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La casa" друзьям в соцсетях.