– No… Yo… Oye, Sarah…

La chica se sentó en la cama y miró a Phil con rostro inexpresivo.

– ¿Quieres que me vaya?

Sarah respondió por él.

– No te molestes. -Y dicho eso se alejó por el pasillo, abrió la puerta con fuerza, tiró las llaves al suelo y echó a correr escaleras abajo. Temblaba tanto que apenas podía conducir. Había desperdiciado cuatro años de su vida, pero por lo menos ahora sabía la verdad. No más manipulaciones ni mentiras. No más decepciones. No más angustiosos exámenes de por qué toleraba esa situación. Finalmente todo había terminado. Se dijo que se alegraba, pero entró llorando en su apartamento. Había sido un duro golpe. El teléfono estaba sonando. No contestó. No había nada más que decir. Le oyó dejar un mensaje en el contestador. Conocía el tono. El tono de la reconciliación. Fue hasta el contestador y borró el mensaje sin escucharlo. No quería oírlo.

Esa noche pasó varias horas despierta en la cama, reproduciendo en su cabeza la desagradable escena, el increíble momento en que Phil asomaba por debajo del edredón y ella se percataba de que estaba con una mujer. Era como ver el derrumbe de un edificio o el estallido de una bomba. Sus propias Torres Gemelas. Aunque insuficiente, el mundo de fantasía que había compartido con él durante cuatro años se había venido abajo. Y nada podía reconstruirlo. Sarah no quería reconstruirlo. Y pese a su abatimiento, en el fondo sabía que lo ocurrido era una bendición. De lo contrario, probablemente se habría pasado años aceptando esa relación de fin de semana.

El teléfono estuvo sonando toda la noche. Finalmente optó por desconectarlo, y también el móvil. Le producía satisfacción comprobar que Phil estaba preocupado. Por lo visto, no quería quedar como un cabrón. O puede que, después de todo, lo de los fines de semana le fuera cómodo y no deseara perderla. A Sarah ya no le importaba. La infidelidad era algo que no estaba dispuesta a tolerar. Había tolerado muchas cosas. Esa era la gota que colmaba el vaso.

Por la mañana intentó convencerse de que estaba un poco mejor. No era cierto, pero no le cabía duda de que con el tiempo lo estaría. Al final, Phil no le había dado opción. Se vistió y llegó puntual al despacho. Su madre la llamó diez minutos más tarde. Sonaba preocupada.

– ¿Estás bien?

– Sí, mamá. -La mujer poseía un maldito radar.

– Ayer intenté llamarte. La compañía telefónica me dijo que tu teléfono estaba estropeado.

– Estaba trabajando en un caso y lo desconecté. En serio, estoy bien.

– Me alegro. Solo quería estar segura. Tengo hora con el dentista. Te llamaré más tarde.

En cuanto Audrey hubo colgado, Sarah telefoneó al apartamento de Phil, consciente de que ya se habría marchado a trabajar, y dejó un mensaje. Le pedía que le devolviera las llaves por medio de un mensajero. «No las traigas a mi casa. No las dejes en el buzón. No las envíes por correo. Envíalas con un mensajero. Gracias.» Eso fue todo. Phil la llamó seis veces al despacho ese día. Sarah rechazó todas las llamadas, hasta la séptima. Se dijo que no tenía por qué esconderse. Ella no había hecho nada malo. Él, en cambio, sí.

Cuando su secretaria le pasó la llamada se limitó a decir hola. Phil parecía aterrado y eso la sorprendió. Era tan gallito que seguro que intentaba sacarle hierro al asunto, pero no lo hizo.

– Escucha, Sarah… lo siento… es la primera vez en cuatro años… estas cosas pasan… no sé… quizá era la última llamada a mi libertad… tenemos que hablar… tal vez deberíamos empezar a vernos un par de veces durante la semana… quizá tengas razón… esta noche iré a tu casa y hablaremos… nena, lo siento… sabes que te quiero…

Finalmente ella lo interrumpió.

– ¿En serio? -dijo con frialdad-. Curiosa forma de demostrarlo. Amor por poderes. Supongo que ella me estaba representando.

– Vamos, nena… te lo ruego… soy humano… y tú también… podría pasarte algún día… y yo te perdonaría…

– No, no podría pasarme, porque soy una completa estúpida. Me he tragado todas tus chorradas. Dejaba que te fueras fines de semana y vacaciones enteras con tus hijos. Durante los últimos cuatro años he pasado cada maldita Navidad y Nochevieja sola, y escuchado lo ocupado que estabas durante la semana con el gimnasio cuando en realidad te estabas tirando a otra. La diferencia entre tú y yo, Phil, es que yo soy una persona honesta e íntegra y tú no. A eso se reduce todo. Lo nuestro ha terminado. No quiero volver a verte. Envíame mis llaves.

– No seas estúpida, Sarah. -Phil empezaba a irritarse. No le costaba mucho llegar a ese estado-. Hemos invertido cuatro años en esto.

– Haberlo pensado anoche, antes de meterte en la cama con ella, no después -repuso Sarah fríamente. Estaba temblando otra vez. Lamentaba lo que estaba pasando, pero no había vuelta atrás. Finalmente deseaba liberarse de esa relación.

– ¿Tengo yo la culpa de que te metieras en mi apartamento sin avisar? Debiste llamar primero.

– No debiste estar follando con otra mujer, independientemente de que «me metiera» en tu apartamento. Pero me alegro de haberlo hecho. Debí hacerlo hace mucho tiempo. Podría haberme ahorrado mucho sufrimiento y cuatro años de mi vida malgastados. Adiós, Phil.

– Lo lamentarás -le previno-. Tienes treinta y ocho años y acabarás sola. Maldita sea, Sarah, no seas tan idiota. -Casi sonaba como una amenaza, pero a esas alturas Sarah no habría querido a Phil aunque fuera el último hombre del planeta.

– Estaba sola cuando estaba contigo, Phil -replicó con calma-. Ahora, simplemente, estoy libre. Gracias por todo. -Y sin detenerse a escuchar lo que él tuviera que decir al respecto, colgó.

Phil no intentó llamar de nuevo. Probó algunas veces por la noche, después de que Sarah conectara de nuevo el teléfono, pero en esa ocasión había desconectado el contestador. No quería volver a oír su voz nunca más. Habían terminado para siempre. Esa noche derramó algunas lágrimas por Phil y trató de borrar de su mente la terrible escena de la noche anterior. Al día siguiente, sábado, un mensajero le trajo las llaves. Phil se las había enviado con una nota en la que decía que podía llamarle cuando quisiera y que esperaba que lo hiciera. Sarah tiró la nota después de leerla por encima y reunió todas las cosas de Phil. No eran muchas. Artículos de tocador, vaqueros, ropa interior, camisas, unas Nike, unas zapatillas, unos mocasines y una chaqueta de cuero que dejaba allí para los fines de semana. Mientras las guardaba cayó en la cuenta de que Phil había sido en su vida una fantasía más que una realidad. La encarnación de una esperanza y la culminación de su propia neurosis, de su pánico a estar sola, a ser abandonada por un hombre, como había hecho su padre. Por eso se conformaba con las migajas que él le daba, sin exigir más. Pedía, pero estaba dispuesta a aceptar que él le diera menos de lo que se merecía. Y para colmo le era infiel. Phil le había hecho un gran favor metiéndose en la cama con esa rubia. De hecho, le sorprendía comprobar que no se sentía tan mal como había temido. Esa misma tarde fue a la casa a pegar martillazos a la librería. Pensó que le sentarían bien, y así fue. Ni siquiera oyó el timbre de la puerta al principio, y cuando finalmente lo oyó, temió que pudiera ser Phil. Miró con cautela por una ventana del primer piso y vio a Jeff. Bajó corriendo y abrió.

– Hola -dijo él-. Vi tu coche en la entrada y decidí pasar un momento. -Advirtió que Sarah estaba distraída y la observó con detenimiento-. ¿Estás bien?

– Sí -le tranquilizó ella, pero no lo parecía. Algo pasaba. Jeff no sabía decir exactamente qué, pero podía verlo en sus ojos.

– ¿Una semana dura en el despacho?

– Sí, más o menos.

Subieron para examinar la librería. Sarah estaba haciendo un trabajo excelente para tratarse de una aficionada. Trabajaba con minuciosidad. Finalmente se miraron y Jeff sonrió.

– ¿Qué ocurre, Sarah? No tienes que contármelo si no quieres, pero algo te pasa.

Sarah asintió.

– Hace dos días rompí con Phil. Debí hacerlo hace mucho tiempo. -Dejó el martillo y se apartó el pelo de la cara.

– ¿Por qué? ¿Discutisteis cuando llegó de Aspen?

– No exactamente -respondió con calma-. Me lo encontré con otra mujer. Fue toda una experiencia, novedosa y diferente. -Lo dijo sin emoción, y dada la gravedad del asunto, Jeff pensó que lo llevaba bastante bien.

– ¡Uau! -silbó-. Debió de ser horrible.

– Lo fue. Yo parecía una idiota y ella parecía una puta. Y él parecía un completo gilipollas. Tal vez haya estado haciéndolo todos estos años. Arrojé sus llaves al suelo y me marché. Esta mañana le envié todas sus cosas. Y ahora no para de llamarme.

– ¿Realmente piensas que todo ha terminado? ¿O crees que le dejarás volver?

Años atrás Marie-Louise le había sido infiel y él había cedido cuando ella volvió suplicando perdón. Al cabo de un tiempo lo lamentó, porque Marie-Louise volvió a engañarle. Pero después de eso nunca más lo hizo. Jeff le había dado un ultimátum. Habían pasado por muchas cosas en esos catorce años.

– No pienso perdonarle -dijo, apesadumbrada, Sarah. Le dolía más lo estúpida que había sido que la separación en sí-. Se ha acabado. Debí dejarle hace mucho tiempo. Phil es un imbécil. Y un mentiroso. Y un tramposo.

– No te dejará ir tan fácilmente -predijo Jeff.

– Puede, pero lo tengo decidido. Nunca podría perdonarle. Fue horrible. Estaba a punto de meterme en su cama para darle una sorpresa cuando me di cuenta de que alguien se me había adelantado. En mi vida me he sentido tan idiota ni tan paralizada. Pensé que iba a darme un infarto. Sea como fuere, todo ha terminado y aquí estoy, trabajando en la casa. ¿No es fantástico? Estoy deseando mudarme -dijo para cambiar de tema, y él asintió, preguntándose si Sarah iba a ser capaz de mantenerse alejada de Phil. Parecía muy decidida, pero solo habían pasado dos días desde el desgraciado suceso. Se dijo que debió de ser terrible para ella.

– ¿Cuándo crees que podrás mudarte?

– No lo sé. ¿Cuándo crees tú?

El trabajo de electricidad debía comenzar en una semana, y el de fontanería en dos. Durante algunos meses habría obreros deambulando por toda la casa. Tenían previsto empezar con la cocina en torno a febrero o marzo, cuando el resto del trabajo estuviera terminado o, al menos, bastante adelantado.

– Puede que en abril -respondió Jeff pensativamente-. Depende de la regularidad con que trabajen. Si se emplean a fondo, podrías acampar aquí en marzo, siempre que el polvo y el ruido no te molesten.

– Eso sería genial. -Sarah sonrió-. Estoy deseando dejar mi apartamento. -Estaba empezando a detestarlo, sobre todo ahora que había roto con Phil. Quería mudarse. Desesperadamente. Había llegado el momento.

Jeff le hizo compañía un rato mientras ella trabajaba. Tenía un día atareado y no podía trabajar en la casa, pero no le hacía gracia dejarla sola después de lo que le había ocurrido. Finalmente, dos horas más tarde, dijo que intentaría volver al día siguiente y la dejó dando martillazos. Sarah trabajó hasta cerca de medianoche y luego regresó a su apartamento vacío. El contestador y el móvil seguían desconectados. No había nadie con quien le apeteciera hablar, ninguna razón para atender las llamadas. Esa noche, cuando se deslizó en su cama sin hacer, pensó en Phil y en la mujer con quien lo había pillado haciendo el amor. Se preguntó si salía con ella, o con alguna otra. Se preguntó, también, con cuántas mujeres la había engañado a lo largo de esos cuatro años mientras le decía que solo podían verse los fines de semana. La deprimía percatarse de lo ingenua que había sido. Ahora ya no podía hacer nada al respecto, salvo asegurarse de tener a Phil bien lejos. No quería volver a verlo en su vida.

15

Hacia finales de enero Sarah ya se sentía mejor. Tenía mucho trajín en el despacho y los fines de semana trabajaba en la casa. Jeff tenía razón. Phil no se había rendido fácilmente. La había telefoneado incontables veces, le había escrito cartas, le había enviado rosas e incluso se había presentado sin avisar en la casa de la calle Scott. Sarah lo vio desde una ventana de arriba, pero no le abrió. Tampoco respondía a sus llamadas y mensajes, no le dio las gracias por las rosas y tiraba las cartas a la basura. Iba en serio. No había nada que hablar. Habían terminado. Sarah suponía ahora que probablemente se había pasado años engañándola. Dada la forma en que Phil había organizado sus vidas, le habrían sobrado las oportunidades. Ahora sabía que no podía confiar en él y eso le bastaba. No quería saber nada más de él. Phil tardó casi un mes en dejar de telefonearla. Y cuando lo hizo, Sarah supo que lo había superado. En una ocasión le había reconocido que había sido infiel a su esposa hacia el final de su matrimonio, pero decía que la culpa era de ella, que ella le había empujado a hacerlo. Tal vez ahora, se dijo Sarah, le echara la culpa a ella.