Sarah sabía que se habían conocido en una fiesta diplomática en San Francisco, justo antes del crack. Cómo decidió Lilli huir con él, cuándo o por qué, nadie lo sabía ni lo sabría jamás. A lo mejor no era feliz con Alexandre, pero estaba claro que él la adoraba. Así y todo, el marqués se había ganado finalmente su corazón. Sarah sentía que iba a regresar a casa con algo importante para su abuela, e incluso para su madre, aun cuando Lilli siguiera siendo un enigma. Había sido una mujer llena de pasión y misterio hasta el final. Estaba deseando contarle a su abuela lo de las cartas.

– Creo que me he enamorado de su bisabuela -bromeó Pierre mientras se dirigían al hotel de Sarah-. Debió de ser una mujer extraordinaria, llena de pasión y magnetismo, y también muy peligrosa. Dos hombres la amaron con tanta fuerza que eso los destruyó. No podían vivir sin ella -dijo, mirando a Sarah-. ¿Es usted tan peligrosa como Lilli? -bromeó de nuevo.

– No, en absoluto. -Sarah sonrió a su benefactor. Había hecho que su viaje mereciera realmente la pena. Sentía que era el destino lo que había hecho que se encontraran. Conocer a Pierre había sido un extraordinario regalo.

– A lo mejor sí lo es -repuso él mientras se detenían frente al hotel.

Sarah le dio las gracias por su amabilidad y por haberse pasado el día paseándola.

– Nunca me habría enterado de todo eso si no hubiera conocido a su abuela. Muchas gracias, Pierre. -Le estaba profundamente agradecida.

– Yo también he disfrutado. Es una historia increíble. Mi abuela nunca me la había contado. Todo eso ocurrió antes de que yo naciera. -Cuando Sarah se disponía a bajar del coche, Pierre alargó un brazo y le tocó una mano-. Mañana he de regresar a París. ¿Le gustaría cenar conmigo esta noche? En este pueblo solo hay un restaurante, pero se come bien. Sería un placer que me acompañara, Sarah. Hoy lo he pasado muy bien con usted.

– Yo también. ¿Está seguro de que no está harto de mí?

– Tenía la sensación de que ya había abusado lo suficiente de su hospitalidad.

– Todavía no. Si me canso de usted, le prometo que la devolveré al hotel -rió.

– En ese caso, acepto encantada.

– Estupendo. La recogeré a las ocho.

Sarah subió a su habitación y se tumbó en la cama. Tenía mucho en qué pensar después de lo que le había contado la abuela de Pierre. Lo mismo le sucedía a él, le dijo cuando la recogió en el Rolls.

El restaurante era modesto y servía comida sencilla pero sabrosa. Pierre había traído su propia botella de vino y entretuvo a Sarah con anécdotas de sus viajes y de sus travesías por el mundo con su yate. Era un hombre interesante y divertido. Mientras reía y hablaba con él, tuvo la sensación de estar en otro planeta. Para ambos estaba siendo una velada deliciosa. El le llevaba quince años pero tenía una actitud joven ante la vida, probablemente porque nunca se había casado y no tenía hijos. Decía que todavía era un niño.

– Y tú, querida, eres demasiado seria, por lo que he podido ver -la regañó durante la última copa de vino, también de una cosecha exquisita. Habían empezado a tutearse-. Necesitas divertirte más y no tomarte la vida tan en serio. Trabajas demasiado y ahora te estás dejando la piel en la casa. ¿Cuándo juegas?

Sarah lo meditó y se encogió de hombros.

– No juego. La casa es ahora mi juguete. Pero tienes razón, probablemente no juego lo suficiente. -Sospechaba que nadie podía acusar de eso a Pierre.

– La vida es corta. Deberías empezar a jugar ahora.

– Por eso estoy aquí, en Francia. Cuando regrese a San Francisco, me instalaré en casa de Lilli -dijo con cara de satisfacción.

– No es la casa de Lilli, Sarah. Es tu casa. Lilli hizo con su vida exactamente lo que quiso, sin importarle a quién hería o a quién dejaba atrás. Era una mujer con las cosas claras y siempre consiguió lo que quiso. Estoy seguro de que era muy bella, pero probablemente también muy egoísta. Los hombres suelen enamorarse perdidamente de las mujeres egoístas, no de las mujeres bondadosas, ni de las que les convienen. No seas demasiado bondadosa, Sarah… o te harán daño. -Sarah se preguntó si a Pierre le habían hecho daño o si era él quien lo había hecho. Pero sospechaba que había captado a su bisabuela correctamente. Lilli había abandonado a sus hijos y a su marido. A Sarah todavía le costaba entenderlo. Y seguramente Mimi lo entendía aún menos-. ¿Quién te estará esperando cuando regreses?

Sarah se detuvo a reflexionar.

– Mi abuela, mi madre, mis amigos. -Pensó en Jeff-. ¿Te parece demasiado patético? -Le daba un poco de vergüenza decirlo en voz alta, pero él ya lo había imaginado. Había intuido que en la vida de Sarah no había ningún hombre y que ella se sentía bien así, lo cual le parecía una pena, teniendo en cuenta su físico y su edad.

– No, me parece enternecedor. Quizá demasiado enternecedor. Creo que has de ser más dura con tus hombres.

Sarah rió.

– No tengo ningún hombre.

– Lo tendrás. Un día te llegará el hombre adecuado.

– Estuve cuatro años con el hombre equivocado -explicó Sarah con voz queda. Ella y Pierre se estaban haciendo amigos. Le gustaba, pese a ser consciente de que tenía algo de playboy. Pero era amable con ella y, en cierto modo, paternal.

– Eso es mucho tiempo. ¿Qué quieres realmente de un hombre? -La estaba tomando bajo su protección. La veía como una muchacha ingenua y le hablaba como un Papá Noel pidiéndole su lista de regalos.

– Ya no lo sé. Camaradería, amistad, sentido del humor, cariño, alguien que vea la vida como yo y que le importen las mismas cosas. Alguien que no me haga daño ni me decepcione… alguien que me trate bien. Prefiero ternura a pasión. Quiero alguien que me ame y a quien poder amar.

– Eso es mucho pedir -repuso él con gravedad-. No estoy seguro de que puedas encontrarlo todo.

– Cuando lo encuentro, está casado -se lamentó Sarah.

– ¿Y qué tiene eso de malo? A mí me ocurre continuamente -dijo Pierre, y los dos se echaron a reír. A Sarah no le cabía la menor duda. Pierre era, decididamente, un chico malo. Demasiado guapo para no serlo y lo bastante rico para salirse siempre con la suya. Estaba muy malcriado-. Soy un hombre respetuoso -dijo de repente-. Si no lo fuera, te cogería en brazos y te haría el amor apasionadamente. -Estaba bromeando solo a medias, y Sarah lo sabía-. Pero si hiciera eso, Sarah, saldrías mal parada. Regresarías triste a tu casa y no quiero hacerte eso. Estropearía el verdadero propósito de tu viaje. Quiero que vuelvas a tu casa contenta -declaró, mirándola con ternura. Con ella le salía su lado protector, algo inusual en él.

– Y yo. Gracias por ser tan amable conmigo. -Lo dijo con lágrimas en los ojos. Estaba pensando en Phil y en lo mal que se había portado con ella. Pierre era un hombre considerado. Seguramente por eso le querían las mujeres, tanto casadas como solteras.

– Encuentra a un buen hombre, Sarah, te lo mereces. Quizá no lo creas, pero es así. No pierdas el tiempo con los tipos malos. El próximo será un buen hombre -dijo, hablándole como un amigo-. Lo presiento.

– Espero que tengas razón. -Stanley le había aconsejado que no perdiera el tiempo trabajando tanto y ahora Pierre le estaba diciendo que buscara a un buen hombre. Dos maestros que el destino había puesto en su camino para enseñarle las lecciones que necesitaba aprender.

– ¿Te gustaría regresar mañana a París en coche? -preguntó mientras la devolvía al hotel.

– Pensaba regresar en tren -dijo Sarah, titubeando.

– No seas boba. ¿Con toda esa gente horrible y maloliente? Ni hablar. El viaje es largo pero muy bonito. Será un placer tenerte de copiloto. -Lo dijo con naturalidad, y parecía sincero.

– Entonces acepto. Pero ya te has portado muy bien conmigo.

– En ese caso, mañana me portaré mal contigo al menos durante una hora. ¿Te sentirás mejor así? -bromeó Pierre.

Le dijo que la recogería a las nueve y que llegarían a París en torno a las cinco. También le dijo que por la noche había quedado con unos amigos pero que le encantaría invitarla a cenar en París otro día. Sarah aceptó encantada y fijaron un día.

Tuvieron un viaje maravilloso y él la invitó a comer en un restaurante muy agradable donde le conocían y en el que al parecer solía parar cuando iba a Dordogne. Al igual que el día anterior, consiguió hacer que la experiencia al completo fuera una aventura y un placer para Sarah. Las horas pasaron volando y sin darse apenas cuenta llegaron a su hotel en París. Pierre le prometió que la llamaría al día siguiente y se despidió con dos besos en la mejilla. Sarah se sentía como Cenicienta cuando entró en el hotel. La carroza se había convertido en una calabaza y los lacayos en tres ratones blancos. Subió a su habitación preguntándose si los dos últimos días habían sido reales y dándose pellizcos para despertar del sueño. Había descubierto todo lo que deseaba saber de Lilli, había visto el castillo y el lugar donde estaba enterrada y para colmo había hecho un amigo. El viaje había sido un auténtico éxito.

18

Durante el resto de su estancia en París Sarah visitó monumentos, iglesias y museos, comió en restaurantes y se sentó en cafés. Paseó, descubrió parques, se asomó a jardines y exploró anticuarios. Hizo todo lo que siempre había deseado hacer en París y cuando llegó el momento de regresar a Estados Unidos tenía la sensación de que llevaba un mes en la ciudad.

Pierre la llevó una noche a cenar a la Tour d'Argent y a bailar a Bain Douche, y se divirtió como no lo había hecho en su vida. En su propia salsa, Pierre era un hombre cautivador y un auténtico playboy, mas no con ella. Volvió a despedirse con dos besos en la mejilla cuando la dejó en el hotel a las cuatro de la mañana. Dijo que le encantaría volver a verla, pero que tenía que irse a Londres para ver a unos clientes. Sarah opinaba que ya había contribuido con creces al éxito de su viaje. Le prometió que le enviaría fotos de la casa de Lilli en San Francisco y él prometió a su vez mandarle fotos del castillo para Mimi. Sarah le hizo prometer que la llamaría si alguna vez iba a San Francisco. Y no dudaba de que lo haría. Lo habían pasado muy bien juntos y Sarah abandonó París sabiendo que tenía un amigo en esa ciudad.

Al salir del hotel para tomar un taxi sintió que estaba dejando un hogar. Ahora entendía por qué Marie-Louise deseaba tanto regresar a París. Ella habría hecho lo mismo de haber podido. Era una ciudad mágica y Sarah acababa de pasar las dos mejores semanas de su vida. Ya no le importaba lo más mínimo haber hecho el viaje sola. En lugar de sentir que le faltaba algo, se sentía más rica. Y las palabras de Pierre, como en su momento las de Stanley, resonaban constantemente en sus oídos: «Encuentra un buen hombre». Era fácil decirlo. Pero a falta de un «buen hombre» se tenía a sí misma, y eso le bastaba por el momento y puede que para siempre. Quería volver pronto a París. La ciudad le había dado cuanto esperaba y más.

En todo el viaje solo había tenido dos mensajes de Jeff. Uno por un problema eléctrico sin importancia y el otro porque la nevera que habían encargado iba a tardar meses en llegar y era preciso elegir otra. Los e-mails eran breves. Y el bufete nunca la llamó. Habían sido unas vacaciones de verdad y aunque le apenaba marcharse, también tenía ganas de volver. No le apetecía regresar al trabajo, pero estaba impaciente por mudarse. Jeff decía en su correo que la casa estaba lista y esperándola.

Despegó de Charles de Gaulle a las cuatro y aterrizó en San Francisco a las seis de la tarde hora local. Era un bonito y cálido día de abril. Era viernes, y tenía planeado mudarse el lunes y regresar al trabajo el martes. Disponía de todo el fin de semana para embalar el resto de sus cosas y trasladar algunas personalmente. Tenía pensado dormir ese fin de semana en su nueva dirección aunque los de la mudanza no aparecieran hasta el lunes, primero de mayo, como Jeff le había prometido. Lo tenía todo organizado.

Estaba deseando ver a su abuela para contarle todo lo que había visto y oído, pero su madre le había enviado un correo electrónico donde le decía que Mimi seguía en Palm Springs con George y que ella lo había pasado divinamente en Nueva York con sus amigas. Audrey se había convertido en la reina de la comunicación moderna y ahora le encantaba comunicarse por e-mail. Sarah no acababa de acostumbrarse. Se preguntó si su madre seguía en contacto con Tom o si la cosa se había ido apagando. Las relaciones a distancia no solían funcionar. Sarah lo había intentado en la universidad y nunca le gustó. Desde entonces la distancia geográfica siempre había sido un gran inconveniente para ella.

Tomó un taxi del aeropuerto a su apartamento y cuando cruzó la puerta le pareció más ajeno que nunca. Tenía la sensación de que ya no vivía allí. Estaba deseando largarse. Estaba lleno de cajas que había embalado antes del viaje y el resto de sus pertenencias descansaban apiladas en el suelo. Goodwill iría el martes para recoger todo lo que no quisiera. No pensaba llevarse muchas cosas. De hecho, casi le daba vergüenza donarlo a Goodwill. Tenía la sensación de que en los últimos seis meses, desde que compró la casa, había madurado.