– Estupendo -dijo Jeff con cara de alivio-. En ese caso, ¿consideramos esta nuestra primera cita o solo una sesión de práctica?

– ¿Tú qué opinas?

– Sesión de práctica. Creo que deberíamos empezar con una cena. ¿Qué me dices mañana?

– Mañana sería perfecto -aceptó Sarah con una sonrisa-. ¿Tienes algo que hacer esta noche?

– No quería parecer agobiante, ni demasiado impaciente.

– Lo estás haciendo muy bien.

– Me alegra oír eso. En realidad no he hecho nada parecido en catorce años. Ahora que lo pienso, ya era hora. -Jeff esbozó una sonrisa radiante y salieron del restaurante cogidos de la mano. Acompañó a Sarah hasta el despacho caminando y la recogió de nuevo a las ocho. Fueron a un pequeño restaurante italiano de la calle Fillmore, muy cerca de casa de Sarah. Ese también sería pronto el barrio de Jeff.

Cuando la dejó en casa, se detuvo delante de la puerta y la besó.

– Creo que este beso convierte esta noche en nuestra primera cita oficial. ¿Estás de acuerdo?

– Completamente -susurró ella, y él volvió a besarla. Sarah abrió la puerta y él la besó una última vez antes de subir al coche y alejarse, sonriendo para sí. Estaba pensando que Marie-Louise le había hecho el mayor favor de su vida regresando a París.

Mientras subía a su nuevo dormitorio, Sarah pensó en las palabras de Pierre. «Encuentra a un buen hombre. Te lo mereces.» Ahora sabía, sin sombra de duda, que acababa de encontrarlo.

19

Sarah dio su primera cena en la calle Scott un fin de semana después. Puso la mesa en la cocina e invitó a Mimi y a George, a su madre y a Jeff. A fin de justificar su presencia, pensaba presentarlo como el arquitecto que la estaba ayudando con la casa. Lo suyo era todavía muy reciente y no estaba preparada para compartirlo con su familia. Pero era una forma relajada de que lo conocieran. El día antes Jeff le había dicho por teléfono que estaba nervioso. Ella le dijo que pensaba que su madre se comportaría, que su abuela era adorable y que George era un hombre muy tranquilo. Jeff no las tenía todas consigo. Aquello era importante para él y quería que todo saliera bien.

Esa semana ya se habían visto tres veces. Una noche Jeff apareció con comida india (picante para él, suave para ella) cuando Sarah estaba pintando su vestidor. La encontró con el pelo salpicado de pintura rosa y, entre risas, le enseñó a hacerlo y acabó ayudándola. Cuando se acordaron de la comida ya era más de medianoche, pero a Sarah le encantó el vestidor cuando, al día siguiente, se despertó y corrió a comprobar el color. Rosa pastel, exactamente el tono que quería, en pinceladas limpias y suaves.

Jeff apareció de nuevo al día siguiente y Sarah cocinó para los dos. Hablaron de todo, desde películas extranjeras hasta decoración y política, y ninguno consiguió hacer nada en la casa.

Y el viernes él la llevó a cenar y al cine, para «mantener viva su condición de novios», según dijo. Cenaron muy bien en un pequeño restaurante francés de la calle Clement y vieron una película de misterio. No era una película seria, pero les gustó y volvieron a besarse durante un largo rato cuando él la dejó en casa. Todavía iban despacio, pero se veían mucho. Jeff había pasado con ella el sábado, pintando, y la ayudó a poner la mesa para su primera cena. Sarah preparó una pata de cordero con puré de patatas y una enorme ensalada. Él había traído pastel de queso y algunas pastas francesas. Y la mesa quedó muy bonita cuando Sarah colocó en el centro un cuenco con flores. La cocina tenía un aspecto fantástico. Estaba impaciente por que Mimi y su madre llegaran. Quería contarles todo lo que había averiguado acerca de Lilli y su charla con la abuela de Pierre. Su encuentro había sido cosa del destino.

Mimi y George fueron los primeros en llegar. Mimi parecía tan feliz como siempre. Le dijo a Jeff que era un placer conocerlo y que había hecho un gran trabajo ayudando a su nieta con la casa. Fueron directamente a la cocina, porque por el momento no había otro lugar donde sentarse salvo la cama de Sarah. Y nada más contemplar la cocina que ahora ocupaba el lugar donde habían estado las antecocinas, Mimi aplaudió.

– ¡Santo Dios, es preciosa! ¡En mi vida he visto una cocina tan grande! -La vista del jardín era tranquila y encantadora. Los electrodomésticos y las encimeras de granito blanco con armarios claros habían sido distribuidos con inteligencia, y en medio estaba la isla de madera maciza. La gran mesa redonda parecía que estuviera en el jardín. A Mimi le encantó-. Recuerdo la vieja cocina. Era un lugar oscuro y lúgubre, pero la gente que trabajaba en ella me trataba muy bien. Yo solía escapar de mi niñera para esconderme allí, y los sirvientes me daban todas las galletas que quería.

El recuerdo la hizo reír. No parecía afligida por estar en la casa, sino feliz. Enlazó su brazo al de Jeff y se lo llevó a recorrer la casa mientras le contaba un montón de recuerdos y anécdotas. Seguían arriba cuando Audrey llamó a la puerta y Sarah fue a abrir. Estaba resoplando y se disculpó por el retraso.

– No llegas tarde, mamá. Mimi acaba de llegar. Está dando una vuelta por la casa con mi arquitecto. George me estaba haciendo compañía en la cocina.

Le cogió el abrigo y lo colgó en el armario del vestíbulo, que era casi tan grande como el dormitorio de su antiguo apartamento. Los Beaumont lo utilizaban para guardar las capas y los abrigos de pieles de sus invitados cuando daban fiestas en el salón de baile. Sarah se había planteado la posibilidad de utilizarlo como despacho, pero le sobraban habitaciones y finalmente había decido instalarse en el estudio de la suite principal.

– ¿Has invitado a cenar a tu arquitecto? -Audrey parecía algo sorprendida y Sarah le elogió el peinado. Últimamente llevaba el pelo diferente, con unas ondas que la favorecían, y lucía unos pendientes de perla nuevos muy bonitos.

– Pensé que te gustaría conocerle -dijo antes de bajar la voz-. Sentía que debía invitarle. Me ha ayudado mucho. Me ha conseguido muchas cosas a precio de mayorista y ha hecho un gran trabajo en la casa.

Su madre asintió y la siguió hasta la cocina. Parecía algo distraída, y sonrió al ver a George sentado a la mesa con una copa de vino blanco, disfrutando de la vista del jardín.

– Hola, George. ¿Cómo va todo?

– Fantásticamente bien. Acabamos de regresar de Palm Springs. Tu madre se está convirtiendo en una auténtica golfista -dijo con orgullo.

– Yo también he estado tomando algunas clases de golf -explicó mientras Sarah le tendía una copa de vino con cara de asombro.

– ¿Desde cuándo?

– Desde hace unas semanas -respondió Audrey con una sonrisa. Sarah estaba pensando que nunca la había visto tan guapa cuando Mimi y Jeff entraron.

Audrey y Mimi se abrazaron. Mimi no podía dejar de hablar de lo bonita que había quedado la casa. Todavía necesitaba una mano de pintura, pero las lámparas nuevas y las arañas restauradas ya daban realce al lugar. Los paneles estaban relucientes, los cuartos de baño eran sencillos y funcionales. Pese a la ausencia de muebles, la casa ya empezaba a parecer un hogar. Y a Mimi le encantaba lo que Sarah estaba haciendo en su dormitorio. Jeff le había mostrado hasta el último detalle mientras Mimi le contaba anécdotas de su infancia y señalaba los rincones secretos de las habitaciones de los niños. Se habían hecho buenos amigos durante el paseo.

Sarah encendió las velas de la mesa y al rato se sentaron a cenar. Mimi elogió la pata de cordero y ella y George contaron anécdotas de sus actividades en Palm Springs. Sentado entre Sarah y Mimi, Jeff escuchaba con atención y parecía estar disfrutando del relato. Audrey le preguntó por el trabajo y Jeff habló de su pasión por las casas antiguas. Tanto ella como Mimi lo encontraban un hombre muy atractivo. Audrey, no obstante, sabía que vivía con una mujer, según le había contado su hija, de modo que su relación solo podía ser profesional. Así y todo, parecían haber hecho buenas migas.

– ¿Y qué has estado haciendo tú, mamá? -preguntó Sarah mientras guardaba los platos en el lavavajillas y Jeff la ayudaba a sacar el postre. Parecía conocer muy bien la cocina, comentó Mimi, y Sarah le recordó que la había diseñado él.

– Un arquitecto para todo -bromeó Mimi-. Hasta se ocupa de los platos.

– Lo pasé muy bien en Nueva York -dijo Audrey, respondiendo a la pregunta de su hija-. Vimos algunas obras de teatro estupendas y tuvimos un tiempo excelente. Fueron unos días maravillosos. Y tú, ¿qué tal por Francia?

Durante el postre Sarah les explicó todo lo que le habían contado Pierre Pettit y su abuela cuando visitó el castillo de Mailliard en Dordogne. Le incomodaba un poco hablar tan abiertamente de Lilli a su abuela con otras personas delante, y se preguntó si a ella le ocurría lo mismo. Habló de las fotografías sobre las que Lilli había llorado y sobre las cartas que le habían sido devueltas y que había conservado. Mimi escuchaba con lágrimas en las mejillas, pero parecían lágrimas no tanto de dolor como de alivio.

– Nunca entendí por qué jamás intentó ponerse en contacto con nosotros. Ahora que sé que lo hizo me siento mejor. Probablemente era mi padre quien le devolvía las cartas.

Mimi guardó silencio durante un rato para asimilar lo que Sarah acababa de contarle. Había escuchado con suma atención, asentido varias veces, hecho algunas preguntas y llorado en más de una ocasión. Le dijo a Sarah que era un gran consuelo para ella saber qué había sido de su madre, saber que había amado y la habían amado profundamente y que sus últimos años habían sido felices. Era un gesto generoso por parte de Mimi, teniendo en cuenta todo lo que había perdido. Creció sin una madre porque Lilli había huido con el marqués. A Mimi le producía un sentimiento extraño, como de vacío, saber que su madre había vivido hasta que ella cumplió los veintiuno, habiéndola visto por última vez a los seis años. Fue una época muy dolorosa de su vida. Mimi dijo que a lo mejor algún día viajaría a Francia con George y visitaría el castillo de Mailliard. Deseaba ver dónde estaba enterrada Lilli y presentar sus últimos respetos a la madre que había perdido siendo una niña.

Fue una velada encantadora y todos lamentaron que tocara a su fin. Se disponían a levantarse cuando Audrey se aclaró la garganta e hizo tintinear su copa. Sarah supuso que quería desearle suerte con su nueva casa. Sonrió con expectación, como los demás, y Jeff interrumpió su conversación con Mimi. Habían hablado animadamente durante toda la noche, sobre todo de la casa, pero también de otros temas. Sarah podía ver que Mimi lo había cautivado.

– Tengo algo que deciros -anunció Audrey, mirando a su madre, a su hija y a George antes de dirigir un breve asentimiento de cabeza a Jeff. No sabía que iba a estar en la cena, pero no quería esperar más. Lo habían decidido en Nueva York-. Me caso -dijo sin más mientras todos la miraban de hito en hito. Los ojos de Sarah se abrieron de par en par y Mimi sonrió. A diferencia de su nieta, no estaba sorprendida.

– ¿En serio? ¿Con quién? -Sarah no podía creer lo que estaba oyendo. Ni siquiera sabía que su madre tuviera novio.

– La culpa es tuya. -Audrey sonrió, pero la expresión de Sarah seguía siendo de asombro-. Tú nos presentaste. Voy a casarme con Tom Harrison y me iré a vivir a St. Louis. -Miró a Mimi y a Sarah con expresión de disculpa-. Siento mucho dejaros, pero es el hombre más maravilloso que he conocido en mi vida. -Se rió de sí misma mientras los ojos se le llenaban de lágrimas-. Si no aprovecho esta oportunidad, puede que no tenga otra. Odio dejar San Francisco, pero Tom no está preparado para jubilarse aún ni lo estará en mucho tiempo. Tal vez volvamos aquí cuando lo haga, pero entretanto viviré en St. Louis.

Miró con ternura a Sarah y a su madre mientras ambas digerían la noticia. Jeff se levantó y se acercó para darle un abrazo y felicitarla. Fue el primero en hacerlo.

– Gracias, Jeff -dijo, conmovida, Audrey.

George se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

– Bien hecho. ¿Y cuándo es la boda? -Nada le gustaba tanto en esta vida como los bailes y las fiestas, y todos rieron cuando lo dijo.

– Creo que pronto. Tom no ve ninguna razón para esperar. Queremos hacer un viaje juntos este verano y pensó que bien podía ser nuestra luna de miel. Le gustaría ir a Europa. Se me declaró en Nueva York y hemos pensado que podríamos casarnos a finales de junio. Sé que puede parecer cursi, pero me gusta la idea de ser una novia de junio.

El rubor cubrió sus mejillas y Sarah sonrió. Estaba feliz por ella. En ningún momento imaginó que el encuentro que había tramado tendría semejante final. Solo se había atrevido a esperar que fueran amigos y se vieran de vez en cuando. Aquello era como ganar el bote en Las Vegas.