– ¿Estabas con él en Nueva York? -preguntó intrigada.
– Sí -dijo Audrey con una amplia sonrisa.
En su vida había sido tan feliz. Sarah había estado en lo cierto. Tom era un hombre estupendo.
De regreso de Nueva York había hecho escala en St. Louis para conocer a los hijos de Tom. La recibieron con los brazos abiertos y pasó un tiempo con Debbie y sus enfermeras. Le leyó cuentos que solía leerle a Sarah cuando era niña mientras Tom las contemplaba desde la puerta con lágrimas en los ojos. Audrey estaba dispuesta a echarle una mano con las enfermeras y con los cuidados de Debbie, como había hecho su difunta esposa. Quería hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarle.
Miró en torno a la mesa con los ojos vidriosos.
– Me siento muy culpable por abandonaros. -Se volvió hacia Sarah y su madre-. Pero no puedo dejar escapar esta oportunidad. Tom me hace tan feliz…
Sarah se levantó para abrazarla y Mimi se puso en la cola. Las tres mujeres estaban llorando de alegría mientras Jeff sonreía a George. Le violentaba un poco participar de un momento tan íntimo, pero los dos hombres parecían emocionados.
– ¡Qué gran noche! -exclamó George.
Sarah fue a la nevera a por una botella de champán que había traído de su apartamento y Jeff se ofreció a abrirla. Brindaron por la novia y por Tom y de repente Sarah cayó en la cuenta de que tenían una boda que organizar.
– ¿Dónde tenéis pensado casaros, mamá?
– Caray, no tengo ni idea -dijo Audrey, dejando la copa sobre la mesa-. Todavía no lo hemos hablado. Será en San Francisco, eso seguro. Vendrán todos los hijos de Tom, con excepción de Debbie. Queremos una boda íntima, únicamente la familia y algunos amigos. -En el caso de Audrey, eso significaba una docena de mujeres con las que salía desde hacía veinte años-. La hija de Tom quiere organizamos una fiesta en St. Louis, pero creo que no queremos una gran boda. -Audrey no tenía un amplio círculo de amigos y Tom no conocía a nadie en San Francisco.
– Se me ocurre una idea -dijo Sarah con una sonrisa-. Para entonces mi casa ya estará pintada. -Aún faltaban casi dos meses para la boda-. ¿Por qué no os casáis aquí? Podrías ayudarme a organizarlo todo. Alquilaríamos mobiliario y puede que algunas plantas. Podríamos celebrar la ceremonia en el salón y servir las copas en el jardín… sería maravilloso, y es una casa de la familia. ¿Qué me dices?
Audrey la miró y su rostro se iluminó.
– Me encantaría. Tom no es muy religioso y creo que estaría más cómodo aquí que en una iglesia. Se lo preguntaré, pero la idea me parece fantástica. ¿Qué opinas tú, mamá? -Se volvió hacia Mimi, que le estaba sonriendo con cariño.
– Estoy muy contenta por ti, Audrey, y creo que sería maravilloso hacerlo aquí, si Sarah se siente capaz. Significaría mucho para mí.
Audrey dijo que contrataría músicos y un servicio de catering, y su florista podría encargarse de las flores. Lo único que Sarah tenía que hacer era estar allí. Y de las invitaciones se encargarían ella y Tom. Sarah todavía no acababa de creérselo. Su madre iba a casarse y a mudarse a St. Louis.
– Te echaré mucho de menos, mamá -dijo cuando la acompañó a la puerta. Tenían un montón de detalles que organizar, y Audrey rezumaba entusiasmo por todos sus poros, especialmente por el novio, como debía ser-. Fuiste tú quien me aconsejó que alquilara la casa para bodas cuando la tuviera terminada -añadió, riendo-. Nunca pensé que tu boda sería la primera.
– Ni yo. -Audrey rodeó a su hija con un brazo-. Puedo servirte de conejillo de Indias. Espero que uno de estos días la boda que celebremos en esta casa sea la tuya. -Lo decía de corazón-. Por cierto, me gusta tu arquitecto, es encantador. Es una pena que tenga novia. ¿Van realmente en serio?
Audrey siempre estaba haciendo de celestina, pero esta vez Sarah se le había adelantado y por partida doble. No obstante, aún no estaba preparada para decirle que salía con Jeff. Quería esperar un tiempo, disfrutar en privado del proceso de descubrirse mutuamente.
– Vivieron juntos catorce años -dijo Sarah en tiempo pasado, pero Audrey estaba demasiado emocionada con todo lo demás para reparar en ese detalle.
– Es una pena… y creo que dijiste que tienen una casa y un negocio juntos. En fin, también está Fred, el hijo de Tom. Es adorable y acaba de divorciarse. Ya tiene un millón de pretendientas. Le conocerás en la boda.
– Me parece que no tengo ganas de hacer cola, mamá. Además, geográficamente no me conviene. Soy socia de un bufete de abogados en San Francisco.
– Bueno, ya encontraremos a alguien -la tranquilizó Audrey, pero Sarah no estaba intranquila. Ahora se sentía a gusto sola, y aunque todavía fuera un secreto, estaba saliendo con Jeff. No estaba desesperada por encontrar un hombre. Y en su opinión, ya lo tenía. Un gran hombre.
– Te llamaré pronto, mamá. Me alegro mucho por ti y por Tom -dijo Sarah, despidiéndose con un beso.
Mimi y George se marcharon unos minutos después. Hacían una pareja adorable. Sarah le dijo a Mimi que esperaba que la siguiente boda fuera la suya. Mimi le respondió con una risita ahogada que no dijera bobadas y George dejó escapar una carcajada. Estaban bien así, asistiendo a sus bailes y fiestas, jugando al golf y divirtiéndose en Palm Springs. Tenían todo lo que deseaban sin estar casados. Tom, en cambio, sería estupendo para Audrey, que todavía era lo bastante joven para desear un marido. Mimi dijo que era feliz tal y como estaba.
Cuando todos se hubieron marchado reinó una extraña calma. Sarah regresó a la cocina pensando en lo raro que se le hacía que su madre se fuera a vivir a otra ciudad. Ya la echaba de menos. En los últimos meses su relación había mejorado tanto que para ella iba a suponer una gran pérdida. Se sentía como una niña abandonada. No se atrevía a expresar ese sentimiento con palabras, porque la hacía sentirse ridícula, pero era lo que sentía.
– Vaya nochecita -dijo cuando entró en la cocina. Jeff estaba llenando el lavavajillas-. No me lo esperaba en absoluto -añadió, acercándose para ayudarle-, pero me alegro mucho por mi madre.
– ¿Te parece bien? -Jeff la miró directamente a los ojos. La conocía mejor de lo que Sarah creía, y se preocupaba por ella-. ¿Es un buen hombre? -Le gustaba su familia, y de repente sintió que deseaba proteger a Audrey, aunque apenas la conociera.
– ¿Tom? Es maravilloso. Yo misma los presenté. Es uno de los herederos del patrimonio de Stanley Perlman y de esta casa. Pero nunca imaginé que se casarían. Sé que cenaron juntos cuando Tom estuvo aquí y que él le envió algunos correos electrónicos, pero mi madre no había vuelto a mencionármelo desde entonces. Creo que será muy feliz con él, y exceptuando sus comentarios mordaces, mi madre es una gran mujer. -La respetaba y la quería, aunque le hubiera hecho sufrir en el pasado. Pero esa época ya era historia. Y ahora que estaban más unidas que nunca, se marchaba-. La echaré de menos. Me siento como si acabaran de dejarme en el campamento. -Jeff sonrió y dejó de llenar el lavavajillas el tiempo suficiente para darle un beso en los labios.
– Estarás bien. Podrás ir a verla siempre que quieras y estoy seguro de que Audrey vendrá a veros a menudo. También ella os echará de menos a ti y a Mimi. Y ahora que lo recuerdo, tengo algo que confesarte.
– ¿Qué? -Jeff sabía tranquilizarla, y a Sarah le encantaba ese aspecto de él. Era un hombre estable y reconfortante. Nunca daba la impresión de estar a punto de echar a correr. Era la clase de hombre que se comprometía y permanecía, como había hecho con Marie-Louise hasta que esta se marchó.
– Mi confesión es que aunque salga contigo, me he enamorado perdidamente de Mimi. Quiero que huyamos y nos casemos, y si es necesario estoy dispuesto a enfrentarme a George. Es la mujer más dulce, adorable y divertida que conozco, mejorando lo presente, claro. Solo quería que supieras que voy a proponerle matrimonio uno de estos días. Espero que no te importe.
Sarah se estaba desternillando, feliz de que su abuela le hubiera caído tan bien. Mimi era una mujer irresistible y Jeff hablaba completamente en serio.
– ¿Verdad que es increíble? Es la mejor abuela del mundo. Nunca le he oído decir nada malo de nadie, se encariña con toda la gente que conoce y se lo pasa bien en todas partes. Todo el mundo la adora. No conozco a nadie con una actitud tan positiva ante la vida.
– Estoy totalmente de acuerdo -convino Jeff mientras ponía en marcha el lavavajillas y se volvía hacia Sarah-. Entonces, ¿no te importa si me caso con ella?
– En absoluto. Yo me encargo de la boda. Caray, eso te convertiría en mi abuelastro. ¿Tendré que llamarte abuelo?
Jeff hizo una mueca.
– Abuelo Jeff sonaría un poco mejor, ¿no crees? -dijo. Luego sonrió con picardía-. Eso significa que soy un viejo muy verde por salir contigo.
En realidad solo le llevaba seis años. Mientras lo decía, la estrechó entre sus brazos y la besó. Le había conmovido formar parte de su cena familiar y haber compartido, además, una gran noticia. Nadie la esperaba, pero había hecho que la velada resultara especialmente emotiva, sobre todo para Mimi, cuya hija deseaba casarse en la casa donde ella había nacido. Habían cerrado el círculo.
Sarah le ofreció otra copa de vino. Disponían de pocos lugares donde sentarse. Sarah solo tenía las sillas de la cocina y la cama de arriba. El resto del tiempo lo pasaban trabajando en la casa y no les importaba sentarse en el suelo. Pero en noches como esa las opciones eran limitadas. Y Sarah sentía que aún no tenía suficiente confianza con Jeff para invitarlo a tumbarse en su cama a ver la tele. Tampoco en el dormitorio tenía asientos, aunque había encargado un pequeño sofá rosa que tardaría meses en llegar.
Jeff dijo que ya había bebido suficiente y se quedaron charlando en la cocina un largo rato. Se daba cuenta de la incomodidad social que generaba la falta de mobiliario. Conocía bien las circunstancias de Sarah. Finalmente ella bostezó y él sonrió.
– Será mejor que te acuestes -dijo, levantándose.
Sarah le acompañó hasta la puerta.
Jeff la besó y de repente puso cara de desconcierto.
– ¿Qué día es hoy?
– No lo sé -farfulló Sarah mientras él la besaba de nuevo. Estaba calculando algo, pero Sarah ignoraba qué. Le gustaban las tonterías que hacía a veces, le hacían sentirse joven.
– Bueno, si la comida fue nuestra primera cita oficial… ¿Fue eso lo que acordamos?… -dijo, besándola una vez más-. Y luego hubo tres cenas… dos aquí y una fuera… lo que hacen cuatro… significa que esta noche es nuestra quinta cita, creo…
– ¿De qué estás hablando? -rió Sarah-. Eres un completo bobo. ¿Qué importa qué día sea hoy? -No entendía adonde quería ir a parar, y tampoco podían dejar de besarse. Fuera el día que fuera, era un gran día y Sarah adoraba sus besos. No podía despegarse de Jeff el tiempo suficiente para dejarle partir, y él parecía tener el mismo problema.
– Solo estaba tratando de decidir -dijo Jeff con la voz ronca por la pasión- si aún es pronto para preguntarte si puedo quedarme a pasar la noche… ¿Qué opinas tú?
Sarah soltó una risita. Le gustaba la idea, y se había estado haciendo la misma pregunta.
– Creía que ibas a casarte con Mimi… abuelo Jeff.
– Mmmm… es cierto… aunque el compromiso todavía no es oficial… y tampoco tiene por qué enterarse… a menos que… ¿Qué opinas tú, Sarah? ¿Quieres que me vaya? -preguntó, poniéndose súbitamente serio. No quería hacer nada que pudiera disgustarla. No tenía prisa, pero desde el día que se conocieron soñaba con pasar la noche con ella-. Si quieres que me vaya, me iré. -Se preguntaba si aún era pronto para ella. Para él no.
Y, al parecer, tampoco para ella. Sarah negó con la cabeza. Decididamente, no quería que se marchara. Esbozó una sonrisa tímida.
– Me encantaría que te quedaras… Es un poco violento, ¿verdad?… No puede decirse que mi dormitorio esté a unos pasos de aquí… -Tenían que subir dos pisos, lo que impedía poder llegar hasta su cama de una forma sutil.
– ¿Te reto a una carrera? -rió Jeff al tiempo que ella apagaba las luces y ponía la cadena en la puerta-. Te subiría en brazos, pero si te soy sincero, estaría hecho polvo para cuando alcanzáramos tu dormitorio. Viejas lesiones de mis tiempos de futbolista en la universidad… Pero si no hay más remedio podría llevarte sobre un hombro. No machaca tanto las lumbares.
Sarah sonrió mientras le cogía la mano y juntos tomaban la majestuosa escalera que conducía a su dormitorio. Su nueva cama lucía muy rosa y muy bonita en la habitación principal, y las dos lámparas de noche proyectaban una luz tenue.
– Bienvenido a casa -dijo suavemente, volviéndose hacia Jeff. El la estaba mirando maravillado. Con suma dulzura, le soltó el cabello y dejó que le cayera como una cascada por la espalda. Los enormes ojos azules de Sarah eran un pozo de honestidad y esperanza.
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