– ¿Qué quieres hacer mañana? -preguntó Sarah-. ¿Tienen partido tus hijos?

– No. Este fin de semana he sido eximido de mis obligaciones paternas. -Su hijo se había marchado a UCLA en agosto, para su primer año de universidad, y los fines de semana sus hijas salían con las amigas. Ahora que su hijo no estaba, Phil tenía que asistir a menos partidos. Sus hijas estaban más interesadas en los chicos que en el deporte, y eso le facilitaba la vida. La mayor era excelente al tenis y le gustaba jugar con ella. Pero, a sus quince años, sus padres eran las últimas personas con las que quería pasar el fin de semana, de modo que Phil quedaba libre. Y la menor no era deportista. Parecía que Phil solo se relacionaba con sus hijos a través del deporte-. ¿Te apetecería hacer algo? -preguntó despreocupadamente.

– No sé. Podríamos ir al cine. Hay una excelente exposición de fotografías en el MoMA. Podríamos ir a verla, si quieres. -Sarah llevaba semanas deseando ir, pero todavía no había encontrado el momento. Esperaba poder verla antes de que la retiraran.

– Mañana tengo un montón de recados que hacer -recordó de repente Phil-. He de comprar neumáticos nuevos, lavar el coche, recoger la ropa de la tintorería, poner una lavadora. En fin, las chorradas de siempre.

Sarah sabía lo que eso significaba. Phil se marcharía temprano por la mañana y regresaría a tiempo para la cena. Era una estrategia que utilizaba a menudo: primero le decía que no tenía nada que hacer y luego no paraba en todo el día, ocupado en cosas que decía que no quería que ella se molestara en hacer con él. Prefería hacerlas solo. Decía que era más rápido, y que no tenía sentido que ella malgastara su tiempo así. Sarah habría preferido hacer esas cosas con Phil. Se sentía más conectada con él, justamente lo que Phil quería evitar. El exceso de conexión le incomodaba.

– ¿Por qué no pasamos el día juntos? Podrías lavar tu ropa aquí el domingo -propuso Sarah. Su edificio tenía una sala con lavadoras. No eran mejores ni peores que las del edificio de Phil, y mientras la ropa se lavaba podían ver una película juntos, o un vídeo. Si quería, hasta podía ponerle ella la lavadora. A veces le gustaba hacer pequeñas tareas domésticas para Phil.

– No digas tonterías. La lavaré en mi casa. O podría comprar más ropa interior. -Phil solía recurrir a ese truco cuando estaba demasiado ocupado o le daba pereza poner una lavadora. La mayoría de los solteros lo hacían. Y cuando no tenía tiempo de pasar por la tintorería para recoger sus camisas, compraba otras nuevas. Como consecuencia de ello, tenía ropa interior para dar y regalar y un armario repleto de camisas. Le gustaba así-. Compraré los neumáticos por la mañana. Quiero hacerlo en Oakland. ¿Por qué no vas al museo mientras yo hago mis recados? La verdad es que la fotografía no me entusiasma. -Tampoco pasar los sábados con ella. Phil prefería hacer sus cosas a su aire y regresar junto a ella por la noche.

– Preferiría pasar el día contigo -repuso Sarah con firmeza, sintiéndose patética, cuando llamaron al timbre. Era la cena. No quería discutir con él acerca de sus recados o de lo que ambos harían al día siguiente.

La comida estaba deliciosa y después de cenar Phil se estiró de nuevo en el sofá y Sarah guardó las sobras por si les apetecía comerlas otro día. Se sentó en el suelo, junto a Phil, y él se inclinó para besarla. Ella sonrió. He ahí lo que le gustaba de sus fines de semana, no los recados que no podía hacer con él, sino los gestos cariñosos que Phil compartía con ella cuando estaban juntos. Pese al distanciamiento que mantenía la mayor parte del tiempo, Phil era una persona sorprendentemente cariñosa. Esa mezcla de independencia e intimidad formaba una interesante dicotomía.

– ¿Te he dicho hoy que te quiero? -preguntó, atrayéndola hacia sí.

– No. -Sarah sonrió. Lo echaba tanto de menos durante la semana… Las cosas mejoraban entre ellos el fin de semana, pero cuando llegaba el domingo él se ausentaba durante cinco días enteros-. Yo también te quiero -dijo, devolviéndole el beso, y se acurrucó a su lado acariciándole el pelo rubio y sedoso.

Vieron juntos el telediario de las once. Las noches de los viernes siempre pasaban volando. Para cuando terminaban de cenar, se relajaban un rato, charlaban sobre sus respectivas semanas o sencillamente permanecían en silencio, ya era hora de acostarse. La mitad del fin de semana había transcurrido antes de que Sarah hubiera tenido tiempo de recuperar el aliento, relajarse y disfrutarlo. Nunca dejaba de sorprenderle lo deprisa que pasaba.

El sábado por la mañana se despertaron relativamente temprano. Era un día frío y gris de noviembre. Una suave llovizna empañó las ventanas mientras se levantaban, él se metía en la ducha y ella iba a preparar el desayuno. Sarah siempre se encargaba del desayuno. Phil decía que le encantaban sus desayunos. Hacía unas torrijas, unos gofres y unos huevos revueltos deliciosos. Los huevos estrellados y las tortillas no eran su fuerte, pero en una ocasión había hecho unos huevos Benedict buenísimos. Esta vez hizo huevos revueltos con mucho tocino frito, fino y crujiente, y bollos dulces, un gran vaso de zumo de naranja para él y café con leche que preparaba con gran destreza en su cafetera exprés. Phil se la había regalado por Navidad en su primer año juntos. No era un regalo romántico, pero le habían sacado mucho partido en esos cuatro años. Sarah solo la utilizaba cuando Phil estaba en casa. El resto de los días, cuando salía corriendo a trabajar, paraba en Starbucks y compraba un capuchino que se llevaba al despacho. Pero los fines de semana disfrutaban del suntuoso desayuno que ella preparaba.

– Está delicioso -dijo, encantado, Phil mientras engullía los huevos y el tocino. Sarah abrió la puerta del apartamento, recogió el periódico y se lo tendió.

Era una perfecta y perezosa mañana de sábado, y le habría encantado volver a la cama y hacer el amor. No hacían el amor desde la semana pasada. A veces, si uno de los dos estaba demasiado cansado o no se encontraba bien, se saltaban una semana. A Sarah le gustaba la regularidad y la familiaridad de su vida amorosa. Conocían mutuamente sus gustos y llevaban cuatro años disfrutando enormemente en la cama. Sería difícil renunciar a eso. Había muchas cosas de Phil que Sarah no quería perder: su compañía, su inteligencia, el hecho de que también fuera abogado y le interesara lo que ella hacía, al menos hasta cierto punto, aunque tenía que reconocer que el derecho tributario era mucho menos interesante que el laboral.

Lo pasaban bien cuando se veían, les gustaban las mismas películas y la misma comida. A Sarah le caían bien sus hijos, aunque los viera en contadas ocasiones. Y cuando salían con los amigos, parecían congeniar con las mismas personas y hacer los mismos comentarios sobre ellas una vez en casa. Había muchas cosas que funcionaban en la relación, por eso resultaba tan frustrante para Sarah que Phil no quisiera más de lo que tenían. Últimamente había pensado que no le importaría vivir con él, pero sabía que era algo impensable. Phil le había dicho desde el principio que no estaba interesado en la convivencia ni el matrimonio, que quería una relación sin compromisos. Y esa era una relación sin compromisos. A él le bastaba y a ella le había bastado durante cuatro años.

En los últimos tiempos se sentía un poco mayor para esa clase de relaciones. Sexualmente eran fieles y se reservaban los fines de semana para estar juntos, pero eso era todo cuanto compartían. Y a veces Sarah tenía la sensación de que llevaba demasiado tiempo metida en relaciones informales. A sus treinta y ocho años había tenido demasiadas, de adolescente, de universitaria, de abogada y ahora de socia de un bufete. Había prosperado en su profesión y en su vida, pero seguía teniendo el mismo tipo de relaciones que cuando estudiaba en Harvard. Y dada la inflexibilidad de Phil y de sus límites, poco podía hacer al respecto. El siempre había sido muy claro sobre la clase de relación que deseaba. Pero hacer lo mismo un año detrás de otro hacía que a veces se sintiera atrapada en una neblina. Su relación era estática. Nada en ella avanzaba ni retrocedía. Flotaba en el espacio, permanentemente, mientras solo ella se hacía mayor. Sarah encontraba extraña esa situación, pero él no. Phil todavía se sentía como un niño y le gustaba. Sarah no quería casarse ni tener hijos, pero desde luego quería algo más, sencillamente porque Phil le gustaba y en cierto modo le quería, pese a saber que podía ser egoísta y egocéntrico, que podía ser arrogante e incluso pedante, y que tenía otras prioridades. Pero nadie era perfecto. Para Sarah, sus seres queridos estaban por encima de todo. Para Phil, él estaba por encima de todo. No se cansaba de recordarle que en el vídeo sobre normas de seguridad de los aviones decían que uno debía ponerse la máscara de oxígeno primero antes de ayudar a los demás. Que primero debías ocuparte de ti mismo. Siempre. Él lo veía como un principio fundamental en la vida y lo utilizaba para justificar la manera en que trataba a la gente. La forma en que lo planteaba hacía difícil discutir con él, de modo que Sarah callaba. Sencillamente, eran diferentes. A veces se preguntaba si era una diferencia fundamental entre hombres y mujeres o una deficiencia exclusiva de Phil. Era difícil saberlo. Pero eso no quitaba que Phil no fuera un egoísta que siempre se ponía por delante de los demás y hacía lo que a él le convenía. Ante semejante actitud, la posibilidad de pedir más quedaba descartada.

Después de desayunar Phil se marchó a hacer sus recados mientras Sarah hacía la cama. Phil había hablado de dormir esa noche de nuevo en su apartamento, de modo que cambió las sábanas y puso toallas limpias en el cuarto de baño. Fregó los platos del desayuno y fue a buscar su ropa a la tintorería. Ella tampoco tenía tiempo de hacerlo durante la semana. La gente soltera y trabajadora nunca lo tenía. El único día que podía ocuparse de sus cosas era el sábado, que era la razón por la que Phil estaba ocupándose de las suyas. Pero le habría gustado hacerlas juntos. Phil se reía de ella cuando se lo decía, le restaba importancia y le recordaba que eso era lo que hacían los casados. Y ellos no estaban casados. Ellos estaban solteros, decía siempre con voz alta y clara. Hacían la colada y los recados por separado, tenían vidas, apartamentos y camas separados. Se veían un par de días a la semana para pasarlo bien, no para fundir sus vidas en una. Él no se cansaba de repetírselo. Ella comprendía la diferencia. Pero no le gustaba. A él sí. Y mucho.

Sarah regresó a su apartamento para guardar la ropa de la tintorería y se marchó a la exposición de fotografía. Le pareció muy bonita e interesante. Le habría gustado compartirla con Phil, pero sabía que a él no le entusiasmaban los museos. Luego dio un paseo por Marina Green para respirar aire fresco y hacer un poco de ejercicio, y volvió a casa a las seis, después de pasar por Safeway para comprar provisiones. Había decidido preparar la cena, y después de cenar podrían alquilar una película o ir al cine. Últimamente tenían muy poca vida social. Casi todos los amigos de Sarah estaban casados y con hijos, y Phil los encontraba terriblemente aburridos. Los amigos de Sarah le caían bien, pero ya no le gustaba la vida que llevaban. Todas las personas que habían conocido al comienzo de su relación estaban ahora casadas. Y a Phil le deprimía intentar mantener una conversación inteligente con alguien mientras un niño de dos años y un recién nacido pegaban berridos porque querían la cena o les dolía el oído. Decía que él ya había pasado por todo eso muchos años atrás. Sus amigos actuales eran, en su mayoría, hombres de su edad o más jóvenes que no se habían casado o llevaban años divorciados, estaban bien así y hablaban con resentimiento de sus ex mujeres o de sus hijos, que supuestamente recibían la influencia perniciosa de sus despreciables madres, y detestaban la pensión, siempre excesiva, que debían pasarles. Todos coincidían en que habían sido exprimidos y estaban decididos a que eso no volviera a ocurrir. Aunque al principio le habían caído bien, últimamente Phil encontraba a los amigos de Sarah demasiado caseros, y a ella sus amigos le parecían superficiales y amargos, lo cual limitaba sobremanera su vida social. Sarah había notado que casi todos los hombres de la edad de Phil salían con mujeres mucho más jóvenes. Cuando quedaban a cenar con ellos, se descubría intentando mantener una conversación con mujeres a las que casi doblaba la edad y con las que no tenía nada en común. Así que últimamente ella y Phil se quedaban en casa, y por ahora eso no era un problema, aunque los aislaba. Cada vez veían menos a sus amigos.

Phil veía a sus amigos durante la semana, ya fuera en el gimnasio, o antes o después para tomar una copa, otra razón por la que no tenía tiempo de ver a Sarah entre semana, y se negaba a renunciar a esos momentos. Le había dejado bien claro que necesitaba ver a sus amigos independientemente de si a ella le caían bien o no, o si aprobaba a sus novias o no. Por tanto, durante la semana las noches eran suyas y solo suyas.