– Bueno, supongo que es mejor que regrese a casa. Dejé a Casey allá arriba, componiendo.

– Te acompaño afuera -dijo Kenny.

La puerta se cerró tras ellos y él siguió a Tess hacia el callejón.

– Está decidido -comentó Kenny-. Irá a Nashville.

– Si te sirve de consuelo, sé lo difícil que es esto para ti. La ayudaré en todo lo que pueda, Kenny. Te lo prometo.

Ya habían llegado al callejón. Cuando se volvió para mirarlo, Tess se cercioró de que hubiera bastante espacio entre ellos. Él permaneció alejado, con las manos en los bolsillos traseros del pantalón, como si le costara trabajo mantenerlas lejos de ella.

– Ustedes dos se ven muy bien juntos -aseguró Tess.

– ¿A eso viniste? ¿A ver cómo nos veíamos juntos?

No estaba segura de cómo responder.

– ¿Y si te dijera que sí?

– Entonces probablemente te preguntaría qué tratas de hacer.

– Y es probable que yo respondiera que no lo sé, Kenny.

Él buscó su mirada mientras la tensión aumentaba entre ellos. Por fin, Kenny dejó escapar un gigantesco suspiro.

– ¿Por qué me siento como si estuviera otra vez en aquel autobús escolar?

El tiempo transcurría. Con seguridad Faith se estaría preguntando qué lo estaba reteniendo; pero ninguno de ellos se movió.

Ella dio un decidido paso atrás.

– ¿Qué tratas de hacer conmigo, Tess? -susurró él.

– Tengo que irme -dijo-. De ahora en adelante me quedaré de mi lado del callejón. Lo siento, Kenny.


Capitulo seis


La semana estaba por terminar. Casey iba a verla después de la escuela, pero Tess evitaba a Kenny y no iba al patio trasero cuando sabía que él andaba por ahí. El domingo, Mary le dijo que quería ir a la iglesia para oírla cantar. Había estado encerrada en la casa toda la semana y ya era tiempo de que saliera.

Tess, vestida con un conjunto de falda y blusa de seda color ladrillo, iba a subir al auto la silla de ruedas de Mary cuando Kenny salió de su casa y le gritó:

– ¡Espera! Te ayudaré con eso -ya estaba arreglado para ir a la iglesia y se veía tan apuesto que provocó que el corazón de Tess se acelerara.

– Pensé que ya te habrías ido -dijo Tess cuando él levantaba la silla para meterla al maletero.

– No. Siempre salgo veinte minutos antes. ¿Quieres que te ayude a subir a Mary al auto? -preguntó.

– No. Puede hacerlo sola.

– Muy bien, entonces te veo allá -cerró el maletero sin mirarla a los ojos y se dirigió a su cochera.

Casey salió corriendo por la puerta de atrás, la saludó sin detenerse y un minuto después se habían marchado.

"Así que se ha vuelto un hombre de hielo", pensó Tess. "No pudo resistir acercarse cuando me vio, pero como no estaba satisfecho consigo mismo por hacerlo, se desquitó conmigo."

Veinte minutos después, el coro cantaba Santo, santo, santo bajo la dirección de Kenny. Tess sintió escalofríos en la espalda. Sus miradas se encontraban demasiadas veces, con tal intensidad que era verdaderamente imposible que permanecieran indiferentes. En el momento en que cantaba El buen Señor Jesús, Kenny ya se había quitado la chaqueta y se había arremangado la camisa blanca. Algo sucedió entre ellos cuando Tess cantó el solo. Algo irreversible.

Después del servicio religioso, una multitud rodeó a Tess en el atrio de la iglesia. Se había corrido la voz de que iba a cantar ese día, y la congregación había aumentado como nunca. Asistió toda la familia de Tess y ella estaba muy conmovida por su apoyo. Sus sobrinas y sobrinos, sus cuñados y sus hermanas, todos menos Judy, la abrazaron con mucho orgullo.

El reverendo Giddings se acercó a ella y le dio un prolongado apretón de mano.

– No tengo palabras con qué agradecerle, señorita. Fue un espléndido trabajo -le soltó la mano y se dirigió a alguien detrás de ella-. Muy buen trabajo, Kenny, y una excelente selección musical -ella no se había dado cuenta de que estaba ahí y se volvió hacia él.

Aunque estaban rodeados por un mar de rostros conocidos, Kenny, y Tess se pusieron en sintonía el uno con el otro.

– Este es probablemente el mejor domingo que he tenido desde que comencé a dirigir el coro -le dijo.

– ¿Por qué?

– Porque estabas ahí.

Su franqueza hizo disminuir la resolución de Tess.

– Algo me llegó aquí -comentó Tess, llevándose la mano al corazón-. Es como antes, como cuando era niña… la música, la familia, la iglesia de siempre… no lo sé. Tú también lo sentiste, ¿no es verdad?

– Sí. También lo sentí -su tono era más bajo-. Ahora comprendo mejor que nunca por qué has tenido tanto éxito. Tienes mucho carisma.

– No parecías pensar lo mismo esta mañana, cuando nos encontramos en el callejón. Pensé que estabas enfadado conmigo.

– No volverá a suceder -sin advertencia, le dio un fugaz abrazo y la besó en la sien. Ella sintió cómo los labios le rozaban la oreja-. Gracias por cantar hoy, Tess. Nunca lo olvidaré.

Acababa de soltarla cuando apareció Casey y puso un brazo sobre cada uno de ellos.

– Oye, Mac ¿quieres ir a montar esta tarde?

Unidos por la chica, se quedaron formando un trío mientras Tess trataba de ocultar su nerviosismo.

– Bueno, no sé si deba dejar sola a mamá.

Casey se volvió y pescó al primer miembro de la familia al que encontró: Renee.

– Oye, Renee, ¿podría quedarse alguien esta tarde con tu mamá para que Tess vaya a montar conmigo?

– Por supuesto, yo puedo. ¿A qué hora se irán?

Sin que los demás oyeran, Tess le preguntó a Kenny:

– ¿Vendrás también?

Él se aclaró la garganta y respondió:

– Creo que es mejor que no lo haga.

Ella ocultó su decepción, preguntándole a Casey cuando se volvió hacia ella:

– ¿A qué hora quieres salir?

– A la una. Tengo que volver al pueblo alrededor de las cuatro.

El plan estaba hecho.


SE FUERON EN la vieja camioneta pick up de Casey, que era tan vieja que tenía de aquellos guardafangos traseros protuberantes y curvos, pero el radio funcionaba, y cantaron música country todo el camino al rancho de Dexter Hickey.

El lugar se veía muy distinto de día. La cerca necesitaba pintura, y el césped que lo podaran; sin embargo, el paisaje circundante era arrobador. El rancho estaba rodeado por una extensión de pastos ondulantes, con algunos manzanos salpicados aquí y allá, que daban paso a un bosque.

En el interior del establo, Dexter había dejado para Tess una yegua llamada Girasol. Había dado instrucciones de que la dejaran en el corral después de montarla.

Cuando Rowdy y Girasol estuvieron ensillados, las mujeres montaron. El pelo de los caballos brillaba al Sol, mientras Casey guiaba a Tess por la cerca, hacia los ondulantes bosques.

Casey se volvió sobre la silla y preguntó:

– ¿Cómo te sientes?

– Como si fuera a estar muy adolorida mañana. No estoy acostumbrada a esto.

– Lo tomaremos con calma al principio.

Cuando llegaron a una pradera con florecillas de botones de oro, Casey preguntó:

– ¿Quieres intentar el trote?

– ¿Por qué no?

Hizo que Rowdy trotara, y Girasol lo siguió. Después de poco más de cincuenta metros, iniciaron un tranquilo medio galope que las llevó hasta el borde del valle y a los bosques, donde Casey se detuvo y esperó a que Tess la alcanzara y también se detuviera.

– Los dejaremos descansar un rato -Casey dio unas palmaditas en la espaldilla de Rowdy y luego se quedó en silencio, mirando los árboles. De pronto, sin motivo alguno, preguntó-: ¿Qué pasa entre mí papá y tú?

Tess no logró ocultar su sorpresa.

– Nada.

– Creí percibir algo en la mesa la otra noche, y esta mañana te estaba abrazando en el atrio de la iglesia.

– Me estaba agradeciendo que hubiera ido a cantar.

– ¡Ah, eso era todo! -comentó Casey secamente. Luego añadió-: bueno, sólo en caso de que sí esté sucediendo algo, quiero que sepas que por mí está perfecto -comenzaba a adentrar a su caballo en el bosque cuando se volvió hacia la llanura y dijo-: ¡Vaya, vaya! Mira quién viene.

Tess estiró la cabeza sobre la silla y vio que Kenny se dirigía hacia ellas. Las divisó en la sombra y apresuró al bayo hasta alcanzar un medio galope. Montaba como si fuera algo natural en él, vestido con pantalones vaqueros, una camiseta blanca y sombrero de paja.

Cuando las alcanzó, se detuvo y dijo:

– Cambié de opinión. Me sentía solo en casa -casi no hizo caso a su hija, en cambio, examinó a Tess por debajo del ala de su sombrero de tal forma que reveló más de lo que él deseaba.

Casey sonrió.

– Acabo de decirle a Tess que…

– ¡Casey! -Tess le dirigió una mirada de advertencia.

– Nada -dijo, y volvió su caballo hacia el sendero-. Qué gusto que vinieras, papá. Vamos despacio porque Tess no está acostumbrada.

Montaron otra hora y media más, con poca charla, disfrutando mucho del hermoso día primaveral. Casi a las cuatro de la tarde, cuando ya se dirigían de vuelta al corral, comenzaron a formarse densos nubarrones al suroeste y el viento empezó a soplar.

Kenny ayudó a Tess a desensillar a Girasol. Ella lo miró cuando se llevaba la silla por la puerta del cobertizo y la colocó sobre un caballete de madera.

Él se volvió y la atrapó mirándolo. Cuando regresó a donde ella estaba, preguntó con indiferencia:

– ¿Quieres regresar al pueblo conmigo, Tess?

Ella miró primero a Casey y luego a Kenny.

– Bueno, no creo que…

– Está bien -intervino Casey-. Ve con él. Yo tengo prisa. Ni siquiera tendré tiempo para almohazar a Rowdy. Tengo que arreglarme para una cita -condujo a Rowdy hasta la puerta y lo dejó salir al corral. Luego regresó, saludando con la mano al pasar junto a ellos-. Te veré por la mañana, papá. Es probable que no vuelva hasta después de las once.

– Muy bien. Cuídate.

Un minuto más tarde, Tess y Kenny oyeron el ruido de la camioneta que se alejaba. Almohazaron sus caballos en silencio; luego, él dejó a un lado el cepillo y se acercó a ella.

– Así está bien. Ya me la voy a llevar -condujo a Girasol y a su caballo a la puerta y los dejó sueltos en el corral.

– Vámonos.

Kenny conducía sin prisa, con el viento entrando por las ventanillas abiertas. La miró.

– ¿Tienes hambre?

– Casi desfallezco.

– ¿Qué te parece si un muchacho sencillo de Wintergreen te invita a comer? Conozco el sitio ideal.

La llevó al Sonic Drive-in, un sitio para comer en el automóvil, y se estacionaron bajo un largo toldo de metal. El menú y el micrófono estaban del lado de Kenny. Él colocó el codo en el borde de la ventanilla y revisó el menú.

– ¿Qué quieres?

– Una hamburguesa en canasta.

– Muy bien -pulsó un botón para que los atendieran y pasó la orden. Cuando terminó, se acomodó en su asiento y la miró. Se oyeron truenos al suroeste, pero no les prestaron atención.

Por fin, Tess dijo:

– Casey me preguntó hoy qué sucedía entre tú y yo.

– ¿Y qué le dijiste?

– La verdad: nada -se quitó un pelo de caballo de los pantalones vaqueros-. Luego me dijo que por ella estaría muy bien si comenzáramos algo.

Ambos lo consideraron durante un rato antes de que Tess por fin añadiera:

– Por supuesto, ambos sabemos que no es una buena idea.

– Por supuesto.

– Después de todo, tenemos que pensar en Faith. Y yo regresaré a Nashville en un par de semanas.

– A donde perteneces -añadió él.

– A donde pertenezco.

No les quedaba más remedio que rendirse y darse un beso o morir deseándolo.

El camarero los salvó de cualquiera de esas catástrofes al presentarse para entregarles su bandeja.

– ¿Sabes algo? -dijo Tess mientras él tomaba la comida-. Ésta es la primera cita que tengo en dos años en la que salgo con un hombre y él paga por mi comida y me lleva a casa. He descubierto que ya no puedo hacerlo.

– ¿Por ser demasiado rica? Y, ¿demasiado famosa?

– Tal vez por ambas cosas. Uno nunca sabe con certeza qué es lo que la gente pretende obtener.

Una camioneta pick up azul con tres adolescentes se detuvo a la derecha del auto de Kenny.

– ¿Eso es lo que opinas de mí? -preguntó Kenny-. ¿Que trato de sacar provecho?

– No. Creo que sólo eres un accidente.

– ¡Oh! Eso es muy halagador.

– Sabes a lo que me refiero.

Las hamburguesas estaban jugosas, exquisitas; entonces, ellos dejaron de coquetear para hincarles el diente, comer sus papas fritas con salsa catsup y saborear los pepinillos. Cuando terminó de comer, Tess se limpió la boca con una servilleta de papel y echó un vistazo a la pick up azul.

– ¡Oh, oh! Creo que me reconocieron -dijo. Tres rostros le sonreían y la miraban con la boca abierta.