– ¿Ya terminaste? -Kenny se metió el resto de la deliciosa hamburguesa a la boca.

– Sí, vámonos -respondió ella.

La lluvia comenzó a caer cuando retrocedieron para salir del estacionamiento, por lo que subieron los cristales. Kenny encendió los limpiadores y dio vuelta hacia la calle principal. Rodearon la plaza del pueblo y se dirigieron al norte, por Sycamore Street. Cuando dieron vuelta en el callejón, los árboles se sacudían con el aire de la ruidosa tormenta. Kenny llegó hasta su cochera y hubiera entrado, pero ella le dijo:

– Déjalo aquí. Me gusta la tormenta.

Él la miró brevemente y obedeció. Apagó las luces, los limpiadores y elmotor.

– ¿Vas a correr bajo esta lluvia? -preguntó.

– No. Esperaré un momento.

Cayó más lluvia, hubo más rayos, más truenos, y los dos seguían en el auto sin saber qué más decir. Aunque eran apenas las seis de la tarde, el mundo se veía borroso y oscuro bajo las tormentosas nubes. De pronto, la frustración de Tess explotó.

– Mira, Kenny, esto es ridículo. Ya soy adulta y aquí estoy, jugando un juego estúpido como si fuera una niña. Sólo te pido que no le digas a Faith que lo hice, ¿de acuerdo?

Se apoyó en una rodilla, se dejó caer a un lado, colocó la mano sobre la puerta del conductor y lo besó. Lo tomó tan de sorpresa que él retrocedió. Cuando terminó, Kenny tenía las manos en las costillas de Tess, para evitar que cayera por completo sobre él.

Ella retrocedió unos centímetros. El respiraba con rapidez y tenía los labios entreabiertos por la sorpresa.

– Ése fue por todo el tiempo que te molesté en el autobús escolar -le dijo. Sentía las manos tibias a través de su camiseta-. Considéralo totalmente culpa mía -y añadió-: Te absuelvo de toda culpa, mi querido San Kenny. Gracias por un día maravilloso.

Rápidamente volvió a besarlo, bajó del auto y corrió bajo la lluvia helada hacia la casa.


ADENTRO, Mary y Renee estaban viendo Sesenta minutos. Tess entró por la puerta trasera, empapada.

– Ya era tiempo de que llegaras. Nos tenías preocupadas -dijo Renee con cierto enfado.

– Lo siento. Debí llamar -Tess arrojó su gorra-. Fui a comer al Sonie Drive-in con Kenny.

Se sentó en el escalón y se quitó las botas mientras Renee observaba la coronilla de su melena roja.

– Con Kenny. Vaya.

Tess se levantó y miró a Renee.

– Oye, ¿tienes prisa por volver a tu casa o podría hablar con tigo un momento?

– Puedo quedarme un rato más.

Se dirigieron a la planta alta, donde Tess pudo quitarse la ropa mojada mientras Renee se sentaba con la pierna cruzada en su antigua cama.

– Cuéntame. ¿Qué sucede?

Tess se puso una camisa de algodón, se quitó la liga del cabello y se sentó en el tocador para cepillarse los empapados rizos.

– Es extraño -le dijo a Renee-. No vas a creerlo. Hace cinco minutos besé a Kenny en su auto. Como él no se atrevía, terminé besándolo yo. Muy tonto, ¿verdad?

– ¿Eso es todo? ¿Sólo un beso?

– Sí, pero Renee, algo me ha sucedido en estas dos semanas que he estado en casa. Me encuentro con él todo el tiempo y ha resultado ser el hombre más agradable que he conocido en años; trata a mamá como si fuera su hijo; además, estoy loca por Casey y me doy cuenta de que Kenny es un excelente padre. Y lo siguiente que ocurre es que me encuentro actuando como una adolescente enamorada. Renee, ésa no soy yo.

Renee reflexionó por un momento.

– Debes tener mucho cuidado, Tess. No puedes jugar con los sentimientos de la gente.

– No estoy jugando.

– ¿En qué terminará todo? Tú regresarás a Nashville y, si arruinas lo que hay entre él y Faith, Kenny terminará siendo el perdedor. Tal vez no te das cuenta de la gran estrella que eres y de cómo puedes impresionar a un hombre con tus atenciones.

– Ya lo he considerado -suspiró Tess-. ¿Sabes algo, Renee? A veces es terriblemente solitario ser Tess McPhail.

Renee se levantó de la cama, se acercó a su hermana y le puso las manos sobre los hombros.

– Querías que te diera un consejo sensato, bueno, pues aquí lo tienes: aléjate de Kenny durante el resto del tiempo que estés en casa. ¿De acuerdo?

Tess asintió con tristeza.

Renee continuó:

– ¿Sabes, Tess? Hay algo que no hemos tomado en cuenta.

– ¿Qué?

– A Kenny. Si él es el tipo de hombre que creo, nunca engañaría a Faith. Tú misma dijiste que no quiso besarte.

Tess lo pensó un momento.

– Tienes razón -dijo después-. ¿Y sabes algo más? Ese es uno de los motivos por los que lo respeto tanto.

Tess aceptó el consejo de Renee y lo siguió al pie de la letra. Decidió que haría todo lo posible por evitar a Kenny de ahí en adelante.


CASI HABÍAN transcurrido tres semanas desde la operación de Mary, y ella estaba cada vez mejor. Como se sentía bien, parecía discutir menos. Mary y Tess por fin habían logrado tener una cena sin problemas. Tess había encontrado algo que las complacía a las dos: tacos con ensalada mientras veían las noticias de la tarde. Estaban terminando de cenar cuando Tess le dijo:

– Mamá, tengo una sorpresa para ti.

– ¿Para mí? -preguntó Mary sorprendida.

– El sábado, a las ocho de la mañana, vendrá una peluquera que se llama Niki para arreglarte el cabello para la boda, y hará todo lo que le pidas. Te aplicará un tinte, una permanente, o te hará un corte, lo que quieras.

Mary estaba maravillada.

– ¿Aquí? ¿En mi propia casa?

– Así es.

– Esta Niki… ¿no es de la peluquería de Judy?

– No. Judy y sus chicas atenderán a toda la comitiva de la boda esa mañana, así que estarán muy ocupadas; pero Judy dijo que Niki haría un buen trabajo. Entonces, ¿estás de acuerdo?

– Bueno, pues sí -Mary seguía sorprendida.

– Y mamá, hay una cosa más que quería pedirte. ¿Recuerdas ese lindo traje de saco y pantalón de seda verde que te envié desde Seattle el año pasado? ¿Ya lo estrenaste?

– Me lo probé.

– ¿Por qué no lo usas para el día de la boda? Sería perfecto, porque debes tener las piernas siempre envueltas en esas medias. ¿Te gusta la idea, mamá?

– Iba a ponerme el otro conjunto de pantalón, el que compré la primavera pasada. Está en perfectas condiciones y sólo me lo he puesto unas cuantas veces.

La primera reacción de Tess fue furia, así que se levantó para comenzar a reunir los platos sucios, tratando de tragarse el nudo que lastimaba su garganta. Luego cambió de opinión, dejó los platos y se arrodilló al lado de la silla de Mary. Tomó la mano de su madre entre las suyas y la miro directo a los ojos castaños.

– Escucha, mamá, no sé cómo decir esto. Soy rica. Es un hecho de la vida ahora. Soy muy, muy rica, y me proporciona un enorme placer poder enviarte regalos. Pero hieres mis sentimientos cuando ni siquiera quieres usarlos.

– ¡Ay, querida…! Bueno… nunca lo pensé así -Mary parecía triste y un poco conmovida. Por fin, alejó la mirada y luego volvió a dirigirla hacia su hija.

– Bien, como has sido franca conmigo, yo también lo seré. A veces, cuando me envías cosas, creo que es porque sabes que deberías venir a verme, pero estás demasiado ocupada para hacerlo. Tal vez por eso algunas veces no las uso. Porque, a decir verdad, prefiero que vengas tú a tener todos los regalos caros del mundo.

Las palabras de Mary le llegaron muy hondo, porque eran ciertas, y Tess por fin lo admitió. No sólo veía a Mary menos de lo que debía, sino que se quejaba de pequeños agravios que el amor debería hacerla olvidar. ¿Quién podía decirle con exactitud cuántos años más le quedaban a Mary?

– Lo siento, mamá -dijo Tess con suavidad-. Trataré de venir más a menudo.

Mary extendió la mano y la colocó en el cabello de Tess.

– Sabes lo orgullosa que estoy de ti, ¿no es cierto? -Tess asintió con lágrimas en los ojos-. Y sé todo lo que te ha costado llegar hasta donde estás; sin embargo, Tess, somos tu familia, y familia sólo se tiene una.

– Lo sé -susurró Tess con la voz entrecortado por la emoción.

Se quedaron así, cada una aceptando lo que la otra había dicho. No se habían sentido tan cerca desde que Tess se graduó del bachillerato y empacó sus maletas para marcharse a Nashville a emprender su larga y exitosa carrera.

– Ahora te diré lo que vas a hacer -comenzó Mary-. Irás a mi clóset, encontrarás ese lindo traje que me enviaste y lo plancharás para que esté listo para el sábado, cuando esa chica, Niki, termine con mi cabello, me lo pondré y haré que mis hijas se sientan orgullosas de mí en la boda. ¿Qué te parece?

Tess besó la mejilla de su madre.

– Gracias, mamá -dijo.


EL CLIMA del sábado no pudo haber sido mejor, con un Sol resplandeciente y veintiocho grados de temperatura cuando Tess comenzó a arreglarse. Había comprado un traje nuevo: un hermoso vestido recto, azul oscuro, y zapatillas de talón descubierto que le hacían juego, con un delicado rocío de estrellas azules en miniatura sobre los dedos. Se colocó al cuello una cadena de platino con una esfera del tamaño de una canica, cubierta de diamantes. En las orejas se puso pequeñas medias lunas también cubiertas de diamantes verdaderos.

En el momento en que entró en la habitación de Mary, ésta se le quedó mirando.

– ¿Algo está mal? -preguntó viendo hacia abajo.

– Has andado por aquí tanto tiempo con tus pantalones vaqueros y tus camisetas que en realidad olvidé que eres una verdadera estrella. ¡Dios del cielo, qué bella eres, mi niña!

– Bueno, ¿y qué me dices de ti? Espera a que te pongas ese traje.

El atuendo era del color que toma la luz cuando pasa por un vaso de crema de menta. Fue un poco difícil ponérselo a Mary, pero juntas, lo lograron. Una vez que los pantalones estuvieron en su sitio y la chaqueta quedó abotonada, Tess dijo:

– Quiero ponerte un poco de maquillaje, ¿de acuerdo? Ven aquí y siéntate.

Mary se sentó frente al espejo, y Tess le polveó las mejillas y las pintó con una brocha en un tenue color coral; le puso un poco de maquillaje en los ojos y lápiz labial. Niki había hecho un buen trabajo con el atractivo corte de pelo que le quitaba a Mary cinco años de encima. El suave cabello gris le caía en delicadas ondas curvadas hacia arriba en las puntas.

– Ahora los aretes. Tengo unos que serán perfectos -Tess sacó una pequeña caja color aguamarina claro, que había comprado en Nueva York, y se la entregó a su madre. Cuando Mary leyó la única palabra grabada en la tapa de la caja, miró a Tess con incredulidad a través del espejo.

– ¿Tiffany? ¡Oh, Tess! ¿Qué hiciste?

– Abrelo. Feliz día de las madres, un poco adelantado.

En el interior de la caja color aguamarina había otra, de terciopelo negro. Mary levantó la tapa para dejar ver un par de aretes de esmeraldas con forma de lágrimas, rodeadas de diamantes.

– ¡Ay, Tess!

Ella le sonrió en el espejo.

– Adelante, póntelos.

Las manos de Mary temblaban cuando se llevó las gemas a las orejas. En el momento en que los aretes estuvieron en su sitio, miró su reflejo. Se puso una mano en el agitado corazón y susurró:

– ¡Dios mío!

Tess se inclinó, puso la cabeza al lado de la de su madre, y ambas observaron su imagen en el espejo.

– Tú también eres hermosa, mamá.

– Gracias, Tess -Mary tocó amorosa la mejilla de Tess.

– De nada. Ahora vamos a arrasar con ellos, ¿eh, mamá? Voy a poner tu silla de ruedas en el maletero. Espera a que regrese antes de que intentes bajar esos escalones con las muletas, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Tess arrastró por los escalones la silla de ruedas plegada, y la empujó por la ruinosa vereda del jardín de atrás. Sacó el automóvil de Mary, hizo a un lado el suyo, abrió el maletero y estaba a punto de levantar la silla de ruedas cuando Kenny abrió la puerta de su porche y le gritó:

– ¡Oye, Tess, espera! Te daré una mano con eso.

Kenny recorrió a zancadas la distancia desde su jardín, en un traje azul marino con rayas muy delgadas, mientras ella esperaba al lado del auto. Guardó la silla de ruedas y cerró el maletero.

– Ya está -se volvió, frotándose las palmas-. No podía permitir que tú… -la recorrió con los ojos hasta las brillantes puntas de los pies y volvió a subir la mirada. Nunca terminó lo que estaba diciendo.

– Lindo vestido -dijo en voz baja.

– Gracias. Hermoso traje.

Lo más seguro era que él no hubiera comprado su ropa en Wintergreen, y que no tuviera idea de cómo su apariencia aceleraba el corazón de ella; pero sí que sabía elegir un traje para su tipo de cuerpo, y también cómo fijar la mirada en una mujer para hacerla tomar conciencia de todo eso muy profundamente.

– Bueno -dijo Tess-, será mejor que regrese a la casa. Mamá está esperándome.

– ¿Necesita que la ayuden?