– No. No lo creo.
A pesar de sus palabras, él la siguió cuando se dirigió a la casa.
Al llegar, Tess entró y él se quedó en el escalón. Ella reapareció un momento, al salir primero para abrirle la puerta a Mary, que salió con pesado andar por el umbral, apoyada en sus muletas, y se detuvo, sonriendo complacida.
Desde abajo de los tres escalones, Kenny la miró y exclamó:
– ¡Por todos los cielos, Mary! ¡Mírate nada más! -su admiración era tan genuina que su rostro quedó inexpresivo.
– ¡Hola, Kenny! -dijo la anciana como si fuera una niña. Si hubiera podido girar para mostrarle su atuendo, lo hubiera hecho-. Tess se encargó de mí, ¿Qué opinas?
– Creo que si tuviera veinte años más, me enamoraría perdidamente de ti. Ahora que lo pienso, tal vez lo haga de todas maneras.
Mary parecía haber vuelto a nacer cuando bajó los escalones. Tess y Kenny la escoltaron al auto. Él le abrió la puerta y esperó con paciencia a que ella se acomodara en el interior. Puso las muletas sobre el piso y cerró la puerta; luego caminó con Tess hasta la puerta del conductor y la abrió para que subiera.
– ¿Llegarás bien a la iglesia? -le preguntó.
– Estaré bien, gracias.
– Bueno, es mejor que vea si puedo apresurar a Casey. Las veré más tarde.
Cerró la puerta y ella admitió para sí que, sin importar lo que le había prometido a Renee, ella y Kenny danzaban sobre un hilo muy fino entre el sentido común y un movimiento que provocaría un inminente desorden en sus vidas. Parecía muy probable que antes de que aquella noche terminara, iniciarían ese desorden.
Capítulo siete
Kenny y Tess se sentaron en el mismo lado del pasillo, pero a ella la llevaron a las bancas del frente, con el resto de la familia. Él estaba a unas cuantas bancas de distancia, con Casey y Faith.
Fue una típica boda de pueblo pequeño: el órgano sonaba muy fuerte, la cantante proyectaba una penetrante voz de soprano, y el portador del anillo, de cuatro años de edad, abandonó el centro del corredor en cuanto vio a su madre. Después, Mary formó parte de la línea de recepción en el atrio, dejando que Tess se uniera a la multitud que estaba afuera. Soplaba un viento que alivió el calor de la tarde, y grandes nubes blancas y algodonosas se escabullían por el fondo azul del cielo. Todos miraban a Tess, pero nadie se atrevía a acercársele.
Al menos hasta que Casey salió de la iglesia. Fue donde estaba Tess y exclamó:
– ¡Vaya! ¡Te ves sensacional!
Cuando el último de los invitados a la boda salió de la iglesia, Tess vio que Kenny bajaba a Mary en su silla de ruedas por la rampa que iba a la puerta lateral del atrio. Los novios salieron y las campanas de la iglesia resonaron sobre las cabezas. Tess avanzó hacia el estacionamiento, donde encontró a Kenny, de pie junto al automóvil de Mary, esperándola. Mary ya estaba instalada en la parte trasera del automóvil.
– Gracias por hacerte cargo de mi trabajo.
– No hay problema.
Tess se inclinó y sonrió a través de la ventanilla.
– ¿Cómo estás, mamá? ¿Ya estás cansada?
– Estoy muy bien, pero no me vendría mal comer algo. En realidad, no me molestaría si me llevas a esa recepción antes de queme muera de hambre.
Por un momento, Kenny y Tess se quedaron solos.
– Lo digo en serio, Kenny. Gracias por cuidar a mamá una y otra vez -le tocó la manga y dejó que la mano se deslizara mientras se alejaba. Los dedos se tocaron sólo un instante; luego Tess subió al auto.
La recepción se llevaba a cabo en el campo, en Current River Cove, el salón de fiestas más hermoso del condado de Ripley. Cuando llegó la comitiva de la boda, una banda estaba acomodándose en un rincón, y su cinta para ambientar hacía que sonara una mezcla de música country por todo el salón.
Poco más de doscientos invitados se arremolinaban y charlaban en espera de la llegada de los novios. Aunque muchos de ellos se habían mantenido alejados de Tess en el atrio de la iglesia, la presencia de los cocteles pareció ser la señal de que ya podían acercarse. Casi todos le preguntaron por qué no había cantado en la boda y si pensaba hacerlo en el baile.
– No -respondió ella una y otra vez-. Aquí, soy invitada. Las estrellas son los novios.
Cuando los novios llegaron y se sirvió la comida, Tess y Mary se sentaron a una mesa redonda para ocho personas, y Judy, Ed y Tricia se les unieron. Tan pronto estuvieron sentados, se aproximó Faith y preguntó:
– ¿Están ocupados estos lugares?
– No -respondió Judy-. Siéntate. Mis otros dos hijos fueron pajes, así que están sentados en la mesa principal.
– ¡Ah, bueno! Voy por Kenny -cuando se alejó de ahí, llegó Casey y tomó asiento junto a Tess. Faith regresó con Kenny a rastras, y los dos se sentaron en las sillas que estaban desocupadas.
La cena resultó ser una deliciosa combinación de espárragos cubiertos de pollo y queso con hierbas y horneados en hojaldre. El vino era excelente: nada menos que un exquisito Pinot noir, que se hizo circular entre todas las mesas cuando los invitados comenzaron a brindar.
Faith comentó acerca de los hermosos aretes de Mary y se acercó a mirarlos.
– Son legítimos -reveló Mary-. Tess me los obsequió esta misma tarde.
Seis personas los admiraron. La séptima apretó los labios y codeó a su esposo.
– Sírveme un poco más de vino, Ed.
A la mitad de la cena, Tricia sacó a relucir que Tess llevaría a Casey a Nashville.
– ¿No es maravilloso? -Casey le sonrió a Tess-. Está haciendo realidad todos mis sueños.
Mary acababa de terminar su segunda copa de vino y parecía muy satisfecha con todo. Faith dijo:
– Creo que sería apropiado hacer un brindis por nuestra famosa estrella -todos levantaron sus copas… también Judy, que no tuvo más remedio para no quedar mal ante todos; pero en el momento en que el brindis terminó, miró a su hermana menor y escapó al tocador de damas.
Tess la vio partir; con cuidado hizo a un lado su servilleta y se excusó con cortesía:
– Por favor, discúlpenme. Tengo que hablar con Judy.
Una vez dentro del tocador, cerró la puerta con seguro. Judy había dejado su bolso sobre una mesa y, en ese momento, estaba cepillándose su cabello.
Tess miró el perfil de Judy en lugar de ver su imagen reflejada en el espejo.
– Muy bien, Judy, hablemos.
– Déjame en paz.
– No. Porque ya no puedo soportar tus celos. He estado en casa tres semanas y cada vez que te veo siempre hay algo que logra sacarte te de tus casillas.
– Te encanta echárnoslo en cara, ¿verdad? -la acusó Judy-. "Mírenme, soy la estrella rica y famosa que viene a casa para demostrarles a ustedes, ignorantes, lo aburrida que es su vida".
– Eso no es justo. Nunca he presumido de mi fama y mi dinero frente a ti, y lo sabes.
Judy miró a su hermana menor.
– ¿Por qué no regresas al sitio del que viniste? -dijo con malevolencia-. Nosotras podemos hacernos cargo de mamá, y mucho mejor que tú -quitó el seguro y cerró de golpe la puerta contra la pared de losetas cuando salió hecha una furia.
Tess se quedó atrás, mientras trataba de reponerse. Cuando regresó a la mesa, la banda había comenzado a tocar, y Judy y Ed ya no estaban. Un momento más tarde, Renee llegó, sin aliento, de la pista de baile. Lucía radiante: llevaba un vestido color durazno con el talle de encaje.
– ¿Qué pasó con Judy y Ed? -preguntó.
– Es mi culpa -confesó Tess-. Hablé con Judy en el baño ya sabes de qué.
– ¿Y se fue corriendo a casa?
– Sí, además, se llevó a Ed y a Tricia. Lo siento, Renee.
– Oye, ¿sabes algo? Es problema de Judy, no nuestro. Ahora escucha: los novios me enviaron a hablar contigo. Están recibiendo tantas peticiones de sus invitados que me pidieron que te preguntara si podrías cantar una canción con la banda. Significaría tanto para ellos, Tess. Vamos -insistió Renee.
Tess miró hacia la pista de baile. Rachel y Brent pretendían hablar, pero miraban a Tess con una expresión esperanzada en el rostro. Tess sabía que si cantaba haría que su boda fuera el tema de la brevísima temporada social del condado de Ripley.
– ¿Estás segura de que a la banda no le molestará?
– ¿Bromeas? ¿A qué banda no le gustaría decir que tocaron acompañando a Tess McPhail?
– Muy bien. Sólo una canción.
Renee hizo a los novios una seña con el pulgar hacia arriba y ellos se abrazaron jubilosos; entonces Rachel le lanzó un beso a Tess y se dirigió al borde del escenario para hablar con el guitarrista principal.
En el siguiente cambio de canción, de inmediato la banda hizo el anuncio:
– Todos saben que esta noche tenemos entre nosotros a una famosa estrella de Nashville. Es la tía de la novia y ha accedido a cantar una canción con nosotros. ¡Demos una calurosa bienvenida a Tess McPhail!
La multitud se hizo a un lado para dejarla pasar, y ella se dirigió hacia el escenario con paso firme. Enseguida le pidió a la banda:
– ¿Pueden tocar Cattin en sol?
– Por supuesto, Mac -respondió el percusionista. Y les marcó un compás de cuatro tiempos en el aro de su tambor.
Cuando se inició el ritmo y ella tomó el micrófono, cautivó doscientos corazones de golpe. Le dio a Wintergreen algo de qué hablar durante los siguientes diez años, al plantarse con sus brillantes zapatillas de tacón alto tan separadas como el vestido recto se lo permitía, llevando el ritmo con la pierna derecha y lanzando destellos azules con sus lentejuelas. Se hizo una con su público, dándoles una representación llena de energía y cadencia. Cattin tenía un ritmo similar al rock, y una letra ligeramente pícara. Tess usaba las manos y sus largas uñas como una hechicera, para poner al público bajo su embrujo. Tenía un sentido innato del drama y actuaba frente a la multitud como una actriz de cine, usando el contacto ocular y un leve coqueteo para dar a cada uno la sensación de que cantaba en exclusiva para él o ella.
Cuando la canción terminó, Renee gritó:
– ¡Así se hace, hermanita!
Los novios aplaudieron y comenzó un griterío general:
– ¡Mac! ¡Mac! ¡Mac!
Retumbó por todo el salón.
Al inclinarse para saludar al público, Tess se aseguró de ver a su madre a los ojos. Mary aplaudía con orgullo. Luego, Tess agradeció a la banda, se despidió con un gesto elegante, colocó el micrófono en su sitio y volvió a su mesa.
Un montón de amigos de Mary se acercaron, y ella se convirtió de pronto en el centro de atención; era la madre de aquella chica que había triunfado.
Sin embargo, nadie se atrevía a invitar a la famosa cantante Tess McPhail a bailar.
Una canción terminó, otra comenzó y Kenny regresó de la pista de baile solo; tomó la silla al lado de Tess, se sentó y la miró. Se veía acalorado. Puso un codo sobre la mesa y dijo:
– Gran boda.
– Parece que te estás divirtiendo. ¿Dónde dejaste a Faith?
– Bailando con su cuñado. ¿Tú no bailas?
– Nadie me lo ha pedido.
Él miró a su alrededor y luego volvió a verla a ella.
– Vaya, no podemos permitirlo, ¿verdad? -dijo, mirándola-. ¿Te gustaría bailar conmigo?
– Me encantaría.
La tomó de la mano y la condujo hasta la pista de baile. La banda estaba tocando La Silla , y ella se meció suavemente entre los brazos de Kenny.
– ¿Qué sucede con los hombres en esta fiesta?
– Creo que los asusto un poco. Sucede todo el tiempo. Eres un buen bailarín.
– Gracias. También tú.
La estrechó hasta que sus cuerpos se rozaron, y la sien de Tess descansó en la mandíbula de Kenny. Ella recordó el consejo de Renee de mantenerse alejada de él, pero aquello parecía ser lo correcto.
Cuando la canción terminó, se separaron de inmediato, conscientes de que la gente a su alrededor probablemente los estaba mirando. Tess se volvió como si fuera a marcharse de la pista; sin embargo, él la tomó de la mano y dijo:
– Quédate Tess. Una pieza más.
No le respondió; sólo se movió para acercarse a su lado y esconder las manos unidas hasta que comenzara la siguiente melodía.
El ritmo cambió. La banda tocó Adelina, de George Stralt; Tess y Kenny sonrieron y luego rieron con más fuerza, celebrando lo bien que bailaban juntos. Cuando la canción terminó, regresaron a la mesa de Mary sonrojados y acalorados.
– Vaya, parece como si ya lo hubieran hecho antes.
– Pero, no juntos -replicó Tess.
Los amigos de Mary se habían marchado, y ella tenía el bolso en el regazo.
– Sé que es temprano, pero debo ir a casa, Tess. Odio tener que sacarte del baile, aunque puedes regresar después, ¿no es cierto?
– Por supuesto, mamá. Te llevaré de inmediato.
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