– Yo iré con ustedes para ayudarlas -ofreció Kenny.
Tess tuvo buen cuidado de no mirarlo.
– ¡Oh, gracias, Kenny! -respondió Mary-. Eso estaría muy bien. Esa horrible silla es muy pesada.
– Sólo permítanme avisarle a Faith que iré con ustedes, ¿de acuerdo? Ahora vuelvo.
TARDARON quince minutos para regresar al pueblo, y otros quince para que Tess ayudara a Mary a irse a la cama. Mientras lo hacía, Kenny se sentó en la cocina y esperó con paciencia a Tess, y el encuentro que habían estado anticipando todo el día.
Ella entró en la cocina y él, a su vez, se levantó de su silla y preguntó en voz baja:
– ¿La dejaste bien instalada?
– Sí.
Él se hizo a un lado y Tess lo guió hacia afuera. El jardín de atrás estaba a oscuras. Ni siquiera el de Kenny tenía luz. Cuando salieron era de día y a nadie se le ocurrió dejar encendidas las luces exteriores. Tess lo precedió al bajar los escalones del porche y él la siguió por la estrecha vereda hasta que estuvieron a medio camino hacia el callejón.
– Espera Tess -dijo él y la tomó del brazo.
Ese simple toque fue toda la invitación que ella necesitó. Giró hacia él, rápida y segura de lo que quería. Él sabía lo que deseaba, y unos brazos la esperaban para atraerla hacia él; los labios de Kenny aguardaban para reclamar los de ella. Se quedaron de pie, a mitad de la vereda, y permitieron que la oscuridad los ocultara. Los labios de los dos se humedecieron mientras respiraban entrecortadamente; la espalda del vestido de Tess se retorció bajo las manos de Kenny.
Ella le echó los brazos al cuello y él la levantó, la tomó en brazos, apretándola, y siguió besándola mientras la llevaba por el pasto al rincón más oscuro, cerca de los escalones de la puerta posterior. Ahí, entre los grillos y los arbustos de hortensias, se besaron durante un rato más.
Luego, él tiró de ella y ambos cayeron sobre el césped fresco y suave. El cabello de Tess se enredó y le cubrió el rostro; él se lo retiró cuando giró y quedó casi encima de ella. Llegaron al punto en que el delicado equilibrio entre la indulgencia y la negación contendían por la supremacía. Y cuando parecía que iba a ganar la indulgencia, él rodó sobre la espalda en el césped, al lado de ella.
Ahí se quedaron, con la música de los grillos pulsando en los oídos.
Transcurrió una larga pausa antes de que ninguno de los dos hablara. Por fin él exclamó:
– ¡Vaya!
– ¡Sí, vaya! -logró decir ella.
– Pero, ¿qué estamos haciendo?
Kenny siguió mirando las estrellas.
– Creo que le decían besuqueo; solía ser popular en la década de los cincuenta.
Ella se sentó y se hizo el cabello a un lado. Él también se sentó. Tess le acarició la mano por encima de la manga, llegó hasta el dorso y metió los dedos entre los de él.
– Oye, si vamos a hacer cosas como ésta, creo que tengo derecho a saber. ¿Faith y tú duermen juntos?
– Sí.
Los dedos de Tess se detuvieron de pronto, y ella se quedó muy quieta. Luego volvió a tenderse sobre el césped y se puso las manos en la cintura.
– Bueno, debo decir que es muy afortunada -comentó, mirando las estrellas.
Él se recostó a su lado, con la cabeza apoyada contra el puño y con la otra mano en el centro de las costillas de Tess.
– Mira -dijo-. No estoy casado con Faith. He sentido esto por ti desde que estábamos en el bachillerato y no iba a dejar pasar la oportunidad. Los dos sabíamos que sucedería.
– Pero no se lo dirás, ¿verdad?
– No.
– Esto es sólo una loca aventura. Probablemente muchas personas tienen aventuras como ésta durante las bodas.
– Tal vez.
Ella dejó su mente en blanco, y los dedos recorrieron el cabello de la sien de Kenny. Se dio cuenta de cuánto extrañaba tener un hombre a quién tocarle el cabello siempre que lo deseara, un hombre que la besara y la hiciera sentirse mujer; que la quisiera por ella misma y no por su talento como cantante. Tess tiró de la cabeza de Kenny y susurró:
– Bésame un poco más.
Él se inclinó y concedió lo que le pedía. Minutos más tarde, retiró la boca y retrocedió para mirarle el rostro.
– Creo que ya tenemos que volver al baile.
Ella suspiró.
– Tienes razón.
Kenny la tomó de la mano, la ayudó a levantarse, y ambos se detuvieron para un último y perezoso beso. Luego sacudieron sus ropas, las acomodaron y se volvieron hacia el auto.
En el trayecto a Current River Cove, pensaban en el futuro, cuando Tess volviera a Nashville y Kenny reanudara su vida al lado de Faith. ¿Recordarían esa noche y sonreirían en su interior? Llegaron a Current River Cove y el auto saltó al entrar en el estacionamiento cubierto de grava. Ella se detuvo frente a la entrada.
– ¿No te quedarás? -preguntó él.
– Creo que es mejor que regrese. Si alguien pregunta, di que pensé que era mejor quedarme en casa con mamá.
– Muy bien. ¿Cuándo te irás a Nashville?
– El martes.
– ¿Volveré a verte?
– Estoy segura de que nos encontraremos en elcalljón.
Algunos invitados a la boda salieron riendo del salón y pasaron a su lado, en dirección del estacionamiento.
– Es mejor que me vaya -dijo Tess.
Un beso de despedida parecía lo indicado, pero los invitados estaban demasiado cerca para ver el interior del auto.
– Bueno, fue divertido -dijo Kenny-. Te veré luego, Tess.
Él bajó del auto, y ella lo miró caminar hacia el edificio. Cuando abrió la puerta del salón, se detuvo un momento y la miró. Tess podía oír la música de la banda. Luego, la puerta se cerró y él desapareció. Había vuelto con Faith.
EL DOMINGO, para evitar a Kenny, Tess asistió al servicio religioso más temprano. Por la tarde, ella y Mary fueron a la casa de sus Renee, donde los novios estaban abriendo sus regalos de boda. Terminaron quedándose a cenar y regresaron tarde a casa.
El lunes por la mañana, poco después de las diez, la productora comercial de Tess la llamó.
– Tess, he estado tratando de comunicarme contigo todo el fin de semana.
– Estaba en la boda de mi sobrina. ¿Qué sucede?
– "Papá John" murió. El funeral es mañana.
– ¡Oh, no! -Tess se apoyó contra el gabinete de la cocina, con los dedos sobre los labios. Papá John Walpole era un viejo promotor de cara agria y corazón de azúcar, con el rostro curtido, que había administrado un pequeño lugar llamado Mudflats durante más de treinta años. Se decía que en los últimos veinte, todos los artistas de éxito que triunfaban en Nashville, incluyendo a Tess, habían pasado por el Mudflats antes de firmar con alguna compañía disquera de renombre. Hasta entonces, siempre que tenia una noche libre, Tess iba al Mudflats para cantar… siempre gratis, siempre sin anunciarse.
Se limpiaba las lágrimas del rostro cuando preguntó:
– ¿Qué sucedió?
– Un tipo entró por la puerta posterior cuando Papá contaba los ingresos del día, le apuntó a la cabeza con un arma y le exigió que le entregara el dinero. Papá John lo mandó a freír espárragos.
A pesar de las lágrimas, Tess dejó escapar una risita.
– Así era él. ¡Oh, Dane! No puedo creer que haya muerto.
– Todos en Nashville se sienten igual. Van a cremarlo, pero mañana a las diez habrá un servicio religioso en su memoria, y todos aquellos a quienes alguna vez ayudó cantarán ahí. ¿Crees que podrás venir?
– Tengo que hacerlo.
Llamó a Renee.
– ¡Oh, Tess! Lo siento tanto. Adelante, vete. Si no estoy ahí cuando te marches, llegaré pronto. Y no te preocupes por mamá.
Mary estaba muy afligida. Había pensado que Tess se quedaría un día más y se decepcionó cuando le dijo que tenía que marcharse. Cuando Tess bajó por última ocasión, con su bolsa de lona y su enorme bolso de cuero gris, Mary la esperaba al pie de las escaleras, con un gesto de auténtica tristeza. Habían quitado los puntos de la incisión hacía una semana y ya había cambiado las muletas por los bastones, lo que le permitía mucha más movilidad. Sin embargo, parecía que la pena la había inmovilizado cuando Tess la abrazó para despedirse.
– Promete que llamarás a mis hermanas siempre que necesites algo, ¿de acuerdo?
– No soy un bebé. No es por mí por quien estoy preocupada, sino por ti. Vas a conducir todo el camino con los ojos llenos de lágrimas.
– No lloraré todo el camino. Estaré bien.
– ¿Estás segura? -Mary la siguió pesadamente hasta la cocina y tomó una bolsa con un sándwich que estaba sobre la mesa-. Toma. Es sólo de jamón y queso, pero tal vez se te antoje comerlo en el camino.
"Son como doscientas calorías", pensó Tess; sin embargo, se dio cuenta de que lo que llevaba no era un sándwich de jamón y queso sino uno de amor.
– Gracias, mamá. Eso haré. Oye, no tienes que salir a despedirme -añadió Tess.
– Por supuesto que sí.
Mary siguió a Tess hasta la entrada de cemento. Ahí se quedó, equilibrándose con ayuda del bastón de aluminio mientras Tess guardaba su maleta, se colocaba los anteojos de sol, subía al automóvil y lo encendía.
– Te quiero, mamá -le gritó desde la ventanilla abierta.
– No tardes tanto en volver esta vez.
– No lo haré.
Tess pisó el acelerador, retrocedió por el callejón y se alejó.
No era nada más que un kilómetro y medio desde la casa de su madre hasta el centro del pueblo. Tess lloró todo el camino… en parte por la madre amorosa que dejaba atrás, en parte por la muerte de Papá John, pero también por ella misma, porque iba a dejar a Kenny Kronek.
La idea de marcharse sin decirle adiós hizo que Tess sintiera un dolor en el pecho. Se detuvo enfrente de su oficina, se quitó los anteojos de sol, se miró los ojos en el espejo y descubrió que el llanto había diluido su maquillaje. Se ocultó de nuevo tras los lentes oscuros, bajó del auto y se detuvo un momento para observar el edificio. La fachada era de madera pintada de gris, con una puerta de cristal que decía KENNETH KRONEK, CONTADOR PÚBLICO, y a cada lado había una ventana blanca con un macetero lleno de geranios rojos. Éstos parecían ser el toque de Faith.
Entró, y ahí se encontraba él, trabajando en un escritorio, más allá de la puerta abierta de una oficina privada que se extendía en la mitad trasera del estrecho edificio. En el frente, la secretaria no estaba en el escritorio de una pequeña recepción, lo que mostraba a las claras que Kenny se hallaba solo en el lugar.
Él levantó la mirada y los dedos se quedaron quietos sobre los botones de la calculadora. Ella se quitó lentamente los anteojos y lo miró mientras el tiempo se detenía. Por fin, él hizo el sillón hacía atrás, caminó hasta la puerta y se detuvo detrás de la silla vacía de su secretaria.
– Hola -dijo ella.
– Hola -respondió él, y ella se dio cuenta, por el tono grave con que pronunció aquella palabra, de que su presencia había generado en Kenny la misma inquietud que en ella-. ¿Qué pasa?
– Tengo que regresar a Nashville hoy. Sucedió algo imprevisto.
– Has estado llorando.
– Sí, pero ya estoy bien.
– Pasa a mi oficina.
– No -comenzó a revolver su bolso, en busca de algo que la distrajera de aquel terrible y absoluto dominio que él ejercía sobre ella-. Sólo quería que supieras que me marcho, para que se lo digas a Casey. Y quería darte mi tarjeta, para que…
El rodeó el escritorio y la sujetó de los brazos.
– Pasa a mi oficina, Tess.
Kenny prácticamente la arrastró hasta su dominio privado, cerró la puerta y quedaron uno frente al otro.
– ¿Qué sucedió?
– Han matado a un hombre que me ayudó a comenzar en este difícil negocio.
– ¿Quién era?
– Se llamaba John Walpole. Lo llamábamos Papá John.
– Lo siento, Tess.
– Mira, Kenny, tengo que irme -dijo ella en voz baja, tratando de evitar que se le quebrara-. Sólo quiero que le digas a Casey que lamento no haber podido hablar con ella antes de partir, pero aquí tienes mi tarjeta. Tiene mi teléfono privado, así que puede llamarme cuando guste. Y también quería decirte que cuando ella vaya a Nashville, la voy a cuidar muy bien. Siempre estaré cuando me necesite, Kenny, así que no tienes de qué preocuparse, de veras.
Ella vio la emoción reprimida en el rostro de Kenny, similar a la que Tess sentía. De pronto, se encontró entre los brazos de él… sin besarlo, pero recargada en el pecho de Kenny en un doloroso adiós.
– Voy a extrañarle -susurró él.
Tess cubrió los labios de Kenny con la mano.
– Esto fue sólo… una loca aventura en la recepción de una boda. Los dos estuvimos de acuerdo, ¿no es cierto?
Él la sujetó por la muñeca y bajó la mano para liberar la boca. Colocó la palma de Tess sobre su dolorido corazón mientras se miraban y se daban cuenta de que no había otro final posible.
– Sí -susurró él con tristeza-. Lo estuvimos.
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