Por supuesto que no había respuestas, sólo la enormidad de sus obligaciones, el silencioso lujo de su casa y una gran confusión de sentimientos.
DESPIDIERON A PAPÁ JOHN, pero mantuvieron vivo su recuerdo: Tess McPhail y una lista de dolientes que parecía la de quién es quién en la música country: Garth, Reba y muchos más.
Al reunirse con sus compañeros cantantes una vez más, Tess observó que había estado ausente demasiado tiempo. Tenía mucha música que componer y trabajo que realizar… un trabajo que amaba. Era mejor que pusiera manos a la obra.
Y eso fue exactamente lo que hizo en los días que siguieron.
En su primer día completo en la oficina, tuvo una junta intensa de seis horas con su administradora de negocios, Dane Tully, para enterarse de todo lo que había sucedido desde que se marchó. Se reunió también con su gerente de giras, con el productor de la próxima y con su diseñadora de ropa para revisar los detalles del espectáculo antes de que comenzaran los ensayos. Jack Greaves y ella se reunieron con ejecutivos de la disquera para hablar acerca de la fotografía de la portada del disco, el diseño y las fechas en que se lanzarían los sencillos del álbum que tenían en preparación. Tuvo su junta trimestral con el contador y, además, con su asesor financiero. Firmó más de trescientos autógrafos en postales y fotografías publicitarias para los miles de fanáticos que las solicitaban diariamente por correo.
Luego comenzaron los ensayos para el concierto.
Bajó los tres kilos que había subido en Wintergreen. Llamaba a su madre sin falta todas las noches. Entonces, la invitaron a la graduación de Casey, pero pospuso su respuesta.
Burt volvió a llamar y ella por fin le dijo que ya no podía volver a verlo porque había conocido a alguien más. Luego, aplazó responder a la invitación de Casey una vez más, temerosa de que alguien pudiera responder el teléfono y ella se sintiera débil y emocionada por culpa suya.
POSTERGÓ ESA llamada hasta que le fue absolutamente imposible. Casey se graduaría el viernes por la noche. La tarde del martes de esa semana, Tess estaba agotada. Había tenido un día espantoso y cuando tomó el teléfono para llamar a la casa de Casey a las nueve de la noche, Kenny respondió, tal y como temía.
– ¿Hola?
Tal vez estaba trabajando demasiado. Por la razón que fuera, al oír la voz de Kenny se hizo pedazos. Sin la menor advertencia, comenzó a llorar.
– ¿Hola? -repitió Kenny en un tono aún más severo-. ¿Hola? ¿Hola? ¿Quién habla?
– Kenny… soy… soy Tess -logró decir.
– Tess, ¿qué sucede? -dijo. El cambio en su voz, de molestia a preocupación, fue inmediato.
– Nada -logró decir ella. Luego añadió-. Todo. No lo sé. Es sólo que ha sido un día terrible. Nada más.
– Tess -dijo él con tono tranquilizador-. Vamos, querida, te sentirás mejor si me lo cuentas. Puedes hablar conmigo.
Así que ella le contó todo. Admitió ante Kenny que su imperio comenzaba a ser más de lo que podía manejar sin delegar su control personal; sin embargo, había tantas historias acerca de superestrellas que perdían toda su fortuna y se arruinaban a causa de los malos manejos administrativos…
– No permitiré que eso me suceda -manifestó-. Y la manera más segura de que ocurra es ceder el control. Por eso vigilo todo con tanto cuidado.
– Tienes que aprender a delegar -dijo Kenny-. ¿Alguna vez se te ha ocurrido que al no confiar más en tus empleados los menosprecias?
Ella sabía que él estaba en lo cierto… también sabía que la mayor parte de la gente no hubiera tenido la osadía de decirle algo así a Tess McPhail, por ser quien era.
– ¿Cómo es que sabes tanto, señor Kronek? -preguntó. Ya se sentía mucho mejor.
Él rió entre dientes.
– Porque manejo una oficina de dos personas con una rutina tan monótona que la última vez que alguno de los dos sorprendió al otro fue cuando mi secretaria salió del baño con el dobladillo de la falda atorado accidentalmente en la cintura de sus medias.
Tess soltó una carcajada que hizo que Kenny también se riera, y pasaron un buen momento, dejando que el sonido viajara por más de trescientos kilómetros de cable telefónico. Cuando callaron, Tess suspiró con franco alivio.
– Dios, me siento mucho mejor.
– Por supuesto que sí -dijo él con cierta presunción-. Soy bueno para ti.
– Eso es cierto, Kenny. Demasiado bueno -disfrutaron de la idea unos instantes antes de que ella continuara-. En realidad llamé para hablar con Casey. Recibí la carta donde me dicen que se graduará y la invitación para la fiesta del sábado. Quisiera asistir, pero temo que no podré.
– Yo también quisiera que estuvieras aquí.
Tess se llevó una mano a la frente.
– ¡Dios mío! ¡Cómo te extraño, Kenny! No sé, pero siento como si un trozo del corazón se hubiera quedado en Wintergreen cuan do partí. Nada es igual desde que regresé a Nashville. Sin embargo, moriría sin esto, Kenny. Es toda mi vida. Y aún así, también estoy muriendo sin ti. Estoy muy confundida.
– Tal vez has descubierto que me amas, Tess -repuso él-. ¿Acaso alguna vez lo has pensado?
– Sí, pero no estoy segura. Me da miedo. Y de cualquier manera, es tonto, porque yo estoy aquí y tú allá, tú tienes tu negocio y yo mi carrera. Cualquiera con algo de cerebro podría darse cuenta de que lo que tenemos aquí es un empate logístico. ¿Qué te parece si nos damos las buenas noches y me pasas a Casey? Podemos hablar sobre esto en otro momento.
– Bueno -respondió Kenny. Tess oyó que dejaba el teléfono y luego lo escuchó llamar-: ¡Casey, es Tess!
Casey le respondió rápidamente, con gran alegría y exuberancia en la juvenil voz.
– ¡Hola, mujer! ¡Estaré allá en menos de una semana!
– Lo sé. Estoy ansiosa. Sin embargo, no podré asistir a tu fiesta del sábado. Lo siento, cariño.
– ¡Oh! ¡Qué mal! Bueno, ya lo sabía -aseguró Casey alegremente-. Pero de todas formas quise enviarte la invitación.
– He pensado en algo que puedo mandarte como regalo de graduación, aunque tendrás que mantenerlo en secreto.
– ¿Qué es?
– ¿Qué te parecería oír las canciones de mi nuevo álbum antes que nadie que no sea de Nashville?
– ¡Oh, Dios mío, Mac! ¿Hablas en serio? ¿De veras me vas a enviar la grabación?
– Me encantaría que las escuches, pero tienes que prometerme que no dejarás que nadie más oiga la cinta. ¿Me lo prometes?
– ¿Ni siquiera papá? -Casey parecía decepcionada.
– Bueno, tal vez tu papá sí, pero nadie más. ¿De acuerdo?
– Te lo prometo, Mac.
– Entonces está bien. Te veré el próximo lunes, y tú y yo celebraremos tu graduación cuando llegues.
– ¡De acuerdo! ¡Seis días!
– Seis días. Te veré entonces.
Capítulo nueve
La tarde en que esperaba a Casey era cálida y brillante. El ama de llaves había tomado libre el fin de semana del día en que se celebra a los caídos en la guerra, así que Tess tenía la casa para ella sola. Había escogido la alcoba azul claro para Casey. Los muebles eran de madera de pino, y la cama tenía una enorme y mullida colcha a cuadros azules y blancos. Tess revisó la habitación. Luego encendió el sistema de sonido y dos luces en el cuarto, sólo para darle esa sensación de bienvenida.
A las dos y media, un Ford Bronco rojo se detuvo en la entrada y Casey bajó. Tess abrió de un tirón la puerta del frente.
– ¡Querida! ¡Ya estás aquí!
Casey se lanzó a los brazos acogedores, y después de unos minutos, Tess le preguntó:
– ¿De dónde sacaste el Bronco?
– Papá me lo compró como regalo de graduación. ¿Puedes tú creer semejante cosa?
– Es muy hermoso. Vamos, te mostraré el lugar; luego bajaremos tus cosas y las llevaremos a tu habitación.
En cuanto vio la sala, Casey se detuvo y exclamó arrastrando las palabras con su mejor acento de Missouri:
– ¡Oh, Dios! Nunca había visto nada tan hermoso en toda mi vida. ¿Vives aquí?
– Así es.
Casey siguió a Tess hasta el comedor, cuyo techo formaba el balcón del segundo piso que quedaba sobre la sala. Enseguida fueron a la cocina y salieron por las puertas francesas hasta el porche cubierto, desde donde podían ver el área de la piscina, que estaba abajo. Luego Tess le mostró su estudio, regresaron al frente de la casa y subieron por la escalera curva a la planta alta.
Ante la puerta abierta de su propia alcoba, Casey se detuvo y le preguntó:
– ¿Quieres decir que me quedaré aquí?
– Es tu habitación. Y ése es tu baño.
– ¿Mí propio baño? -Casey entró como si se tratara de un santuario y se detuvo en la puerta, atisbando en dirección a la bañera de mármol y el largo tocador-. Quisiera que papá pudiera ver esto -dijo-. No lo creería -regresó a la habitación y se puso a revisar los controles que estaban en la pared, a un lado de la cama-. ¿Qué es todo esto?
– Un sistema de sonido -la voz de Trisha Yearwood flotaba suavemente desde la bocina.
– ¿Por qué no toca tu última grabación?
– Puedo ponerla cuando quiera.
– Bueno, hazlo -mientras bajaban la escalera, Casey dijo-: Oye, me encantó tu nuevo álbum. Y a papá también. Muchas gracias por enviármelo.
Tess colocó la cinta y Casey ordenó:
– Sube el volumen.
Cantaron juntas al descargar el Bronco, cuando llevaron las cosas de Casey a la planta alta y mientras colgaban la ropa en el clóset. La cinta se acabó y Casey gritó:
– ¡Ponla de nuevo! ¡Me encanta!
Tess estaba en la cocina, sacando unas enchiladas de pollo que María le había dejado en el refrigerador. Casey entró y dijo:
– ¿En qué te ayudo?
– Prepara un poco de agua.
El sistema de sonido llegaba también a la cocina, así que cantaron juntas mientras preparaban la comida y se sentaban a comer.
La gran idea se le ocurrió a Tess cuando todavía le faltaba terminar de comerse media enchilada: Casey se sabía, palabra por palabra, cada una de las canciones de la cinta. Se olvidó de la enchilada y fijó la vista en Casey.
– Te sabes cada palabra, ¿no es cierto?
– Sí, supongo que sí.
Una idea extraña, fortuita y emocionante había asaltado a Tess, pero era demasiado pronto para hablar de ella. "¡Vaya!", se dijo. "Debes esperar. Todavía no la escuchas en el estudio", pensó. Pero sin Carla, Tess necesitaba una reemplazante para la gira que comenzaría a finales de junio.
Casey frunció el entrecejo.
– ¿Qué sucede? -preguntó.
Tess se relajó y respondió:
– Nada. Es sólo que eres sorprendente; ¡memorizaste esas canciones tan de prisa!
– ¡Pues claro que sí! Me sé la letra de todas tus canciones. He escuchado tus álbumes desde antes de que los hicieran en disco compacto.
Tess decidió dejar el tema por el momento.
– Vamos -la invitó, y se levantó-. Es probable que quieras un poco de tiempo para descansar, tal vez te agrade nadar un poco.
– ¿Nadar? ¡Vaya, será estupendo! Pero primero tengo que llamar a papá. Le prometí que lo llamaría en cuanto llegara.
Casey usó el teléfono portátil de la cocina y Tess la oyó mientras limpiaba la mesa. Casey informó a su padre que había llegado bien, pero después añadió:
– Oye, papá, deberías ver este lugar. Es como un palacio. Tengo mi propio baño e incluso hay una piscina. ¡Es verdaderamente grandioso papá!
La animada conversación continuó durante un par de minutos; luego Casey dijo:
– Sí, aquí está. Oye, Mac, papá quiere hablar contigo.
Tess tomó el teléfono que le ofrecía Casey.
– Hola Kenny -dijo, y trató de parecer tranquila. Esa era la primera vez que hablaban desde que habían tenido aquella pequeña discusión en el teléfono.
– Hola, querida -comenzó él, y el corazón de Tess se desbordó de alivio-. ¿Sigues enojada conmigo?
– No.
– Bueno, así está mucho mejor. A mi hija le gusta tu casa. Parece que es de las que aparecen en la conocida revista de Estilos de vida de ricos y famosos.
– Supongo que así es. Por cierto, es muy lindo el Bronco que le compraste a esta muchacha.
– Lo llenó hasta el techo. Ya sabes cómo son las adolescentes. Casey se había marchado a la sala, así que Tess preguntó:
– ¿Cómo estás, Kenny? Ahora que ella no está contigo, ¿cómo te sientes?
El esperó un instante antes de responder.
– Es el peor día de mi vida.
Ella sintió una oleada de comprensión.
– Puedo imaginarlo. ¿Está Faith contigo?
– No, esta noche no. Estaba pensando en ir a visitar a Mary. Quizá quiera jugar una mano de cribbage o algo así.
– A mamá le encantará. Bueno, escucha, tengo que irme. Tal vez Casey y yo nademos un rato. Estoy segura de que te llamará de nuevo mañana, después de la sesión de grabación, para contártelo todo. Te la voy a pasar para que te despidas.
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