– Tess, espera -la detuvo Kenny. Casey estaba al lado de Tess, esperando tomar el teléfono, cuando él dijo de pronto-: Te amo.
Tess se quedó inmóvil, mirando a Casey mientras las palabras de Kenny hacían que casi se detuviera el corazón de ella. Así nada más, cuando menos lo esperaba… te amo. Permaneció quieta, sujetando el teléfono, incapaz de contestar con las mismas palabras. Trató de encontrar una respuesta adecuada.
– Creo que lo dices nada más porque te sientes solo, Kenny.
– ¿Está oyendo Casey?
– Sí. Está aquí mismo.
– Muy bien. Entonces espero que la próxima vez puedas decirlo tú también.
Casey frunció el entrecejo y susurró a Tess:
– ¿Qué pasa?
– Nada -respondió ella, y le entregó el teléfono.
Era desgarrador tratar de ocultar sus exaltadas emociones frente a Casey. Nadaron y conversaron acerca del día siguiente, y Tess respondió a las preguntas de Casey sobre cómo era trabajar en un estudio de grabación. Se acostaron casi a las once, y sólo entonces, cuando Tess estaba tendida en la cama, bien despierta, pensó en lo que Kenny le dijo. Sacó de su memoria aquellas palabras, como piedras preciosas, y se preguntó si en realidad sería amor el terrible vacío que marcaba cada uno de los días que pasaba sin él, la sensación de júbilo que la embargaba al oír su voz al otro extremo del teléfono.
Oye, Kenny, tal vez también yo te amo.
LA TARDE SIGUIENTE, eran las dos menos cuarto cuando llegaron a Sixteenth Avenue Sound, un bungaló remodelado cerca del Musie Row. Tess guió a Casey por el vestíbulo hasta una habitación con sofás y mesas, pero sin ventanas. Se oía música country en unas bocinas que no se veían.
– Vamos. Te presentaré con Jack -dijo Tess.
Jack Greaves se hallaba en la consola, en el cuarto de control. A su lado, el ingeniero de sonido decidía cuál de las cincuenta y seis pistas iba a usar, mientras que su ayudante estaba sentado cerca, colocando una cinta en la grabadora. A través de un ventanal inmenso podía verse el estudio de grabación, donde algunos músicos estaban afinando y tocando escalas. Un par de ellos notó que Tess había llegado y la saludaron con un gesto.
Ella se inclinó, presionó el botón del intercomunicador y dijo:
– ¡Hola, chicos!
Jack, un hombre delgado, de estatura regular, se volvió en la silla giratoria. Aunque sonrió, le dio un beso a Tess en la mejilla y le estrechó la mano a Casey cuando se la presentaron, era claro que su mente estaba puesta en el negocio. Como productor de discos, controlaba la sesión, que le estaba costando mucho dinero a Tess. Él ganaba más de treinta mil dólares por proyecto; el alquiler del estudio era de casi dos mil dólares diarios; el ingeniero de sonido ganaba ochenta dólares la hora, y su asistente veinticinco, los músicos del estudio, quinientos dólares cada uno por cada tres horas de sesión. Si ese día trabajaban durante seis horas, el costo de la sesión ascendería a más de diez mil dólares.
Jack no quería perder el tiempo.
– ¿Quieres una caja o dos, Tess?
– Yo creo que será mejor una. Tal vez sea más sencillo para Casey la primera vez.
– ¿Qué es una caja? -susurró Casey.
– La cabina de grabación, ¿ves? -ella señaló a través de la ventana un par de puertas que llevaban a dos diminutas habitaciones de paredes negras-. Son cabinas aisladas para evitar que las pistas se mezclen. Podemos usar una o dos, pero hasta que nos acostumbremos a cantar juntas creo que es mejor que usemos sólo una. A veces se obtiene una mejor sinergia manteniendo un contacto ocular cercano.
Los músicos siguieron afinando y, ocasionalmente, tocaban partes de melodías para calentar, entre dieciséis y veinte compases que luego terminaban en risas.
– ¿Qué dices, Tess? ¿Examinamos las gráficas y escuchamos la cinta de muestra? -preguntó Jack.
Entonces, los músicos salieron del estudio y se acomodaron en el cuarto de control; Casey se veía radiante cuando la presentaron con cada uno de ellos.
El pianista repartió copias de las "gráficas": un sistema que se usa en Nashville para transcribir los acordes al papel, y que sirve como guía para los músicos de la sesión, que algunas veces no saben leer las notas musicales. Casey estuvo atenta a la rápida explicación de Tess. Se mencionaron las claves. Se indicó con números cuántas líneas se tocarían en esa clave. Una V indicaba verso, la C significaba coro y la P era puente. Era como observar el armazón de una casa antes de que se añadieran los muros: toda la estructura de la canción estaba ahí, esperando a que los músicos le dieran su toque muy personal, con todas las improvisaciones que quisieran. El asistente del ingeniero puso la cinta de muestra, y Casey requirió menos de media canción para comprender la gráfica.
La grabación terminó y los músicos la aprobaron.
– Linda canción. ¿La escribieron juntas? Esta sí va a pegar.
– ¿En qué clave la tocaremos, Tess?
– En fa -respondió ella.
Todos escribieron "fa" en la parte superior de su gráfica, y los músicos regresaron al estudio, donde se sentaron a oír la muestra varias veces mientras ensayaban con sus instrumentos, buscando su manera propia de interpretar la canción.
– Vamos -dijo Tess por fin-. Entremos -condujo a Casey a través del estudio hasta una de las cabinas de grabación. Tenía dos micrófonos y dos atriles. Sobre cada atril pendía un pequeño par de audífonos.
– Hagamos una revisión de sonido -dijo el ingeniero, y las dos se colocaron los audífonos.
Después de varios minutos de ruidos y agitación, Jack Greaves dijo por el intercomunicador:
– Muy bien, escúchenme todos. ¿Qué les parece si lo intentamos una vez?
El percusionista dio la señal de costumbre y comenzó la introducción. Tess vio cómo se iluminaba el rostro de Casey al oír la mezcla de instrumentos que salía por los audífonos. Sus dos diferentes tesituras de voz se mezclaban como chocolate terso y áspera nuez: era una combinación dulce al oído, y Tess supo, sin la menor duda, que ella y Casey harían muchas, muchas canciones juntas. La muchacha era buena. Tenía un instinto natural para elegir las palabras que debía cantar y cuáles no, qué armonía sonaba mejor, cuándo hacer un crescendo y cuando rezagarse.
Terminaron la primera interpretación y Jack dijo por el intercomunicador:
– Se oye bien, señoritas. ¿Qué les parece si repetimos la última nota del segundo verso sobre el solo de Mick un par de compases, y luego lo desvanecemos?
Y así continuaron. La calidad del talento en el estudio hacía que el trabajo fuera inventivo y vivaz, conforme la canción comenzaba a tomar forma. Después de la segunda interpretación, que sonó mucho mejor que la primera, Jack dijo:
– De acuerdo, muchachos, ¿qué les parece si grabamos una?
Una vez que terminaron y grabaron la canción, todos se apiñaron en el cuarto de control para escucharla. Cada uno en la habitación llevaba el ritmo, ya fuera con el pie, la cabeza, una mano o la pierna.
La melodía terminó y empezaron los comentarios.
– Es buena.
– Aquí tenemos una balada fresca y con corazón.
– Es la manera perfecta de comenzar una carrera, Casey.
– Es hora de tomar algo -dijo Greaves-. Continuaremos a las siete en punto.
Mientras grababan, había llegado un proveedor de alimentos que ya tenía dispuesta la comida sobre una mesa larga que estaba en el salón: camarones a la parrilla, pilaf de arroz y una ensalada. Los músicos se sirvieron y se sentaron en los sofás; las animadas conversaciones giraban, en su mayoría, en torno a la canción que estaba en proceso.
Casey estaba tan emocionada que le resultaba difícil permanecer tranquila en el sofá.
– Esto es realmente increíble, Mac. Nunca me había divertido tanto en mi vida.
Tess sonrió y le aconsejó:
– Es mejor que comas algo, Casey. Todavía tenemos tres horas más de trabajo por delante.
Jack casi no comió. Se quedó en el cuarto de control trabajando en las pistas que ya tenían grabadas.
Tess dejó que Casey charlara con los músicos y se dirigió al cuarto de control.
– ¿Puedo hablar un momento contigo, Jack?
– Claro -respondió él, y le dio la espalda a la consola.
– Me gustaría saber tu opinión -dijo Tess-. Es acerca de la gira. El problema de garganta de Carla no se solucionará pronto. Quiero pedirle a Casey que vaya a la gira para cantar los acompañamientos.
El lo consideró por un momento y luego dijo:
– Es muy joven.
– Pero tiene talento. Y conoce mi música, Jack. Ayer estábamos oyendo mis álbumes viejos y ella los conoce al derecho y al revés. Además, me agrada y nos llevamos de maravilla. ¿Qué opinas?
– Confío en tu intuición, Tess. Me gusta la voz de la muchacha.
Tess volvió al salón y se reunió con los demás. Luego todos regresaron al estudio para la sesión de la noche. Siguieron trabajando dos horas y media más, yendo y viniendo entre el estudio y el cuarto de control. La grababan; la escuchaban; grababan y escuchaban una y otra vez. Por fin, una interpretación pareció encender una chispa especial en todos. La tenían: podían sentirlo, y la atmósfera excitante era palpable cuando la grabación terminó. Se terminaron los últimos arreglos después de las diez de la noche, y Jack consideró que el trabajo había terminado por ese día.
CUANDO LLEGARON a casa, la adrenalina aún corría por las venas de Casey. Llamó a su padre de inmediato, desde el teléfono de la cocina, mientras Tess revisaba la correspondencia.
– Papá, ¡fue maravilloso! Me refiero a que cuando oí el sonido a través de los audífonos ¡fue fantástico! ¡Me emocionó muchísimo, tú sabes! -Casey habló durante un largo rato, mientras Tess dejaba la cocina y se dirigía a su estudio. Casi diez minutos más tarde oyó que Casey la llamaba:
– Oye, Mac, papá quiere hablar contigo.
Tess estaba en su oficina, así que tomó ahí la llamada.
– Me habría gustado que hubieras estado aquí. Lo hizo estupendamente. Nuestras voces se oyen muy bien juntas.
Él rió.
– Lo sé. Ella me lo dijo… y me lo repitió una y otra vez.
Fue el turno de Tess para reír. Luego inclinó la silla hacia el frente y apoyó los codos en el escritorio.
– Kenny, quisiera intentar algo. Una de mis cantantes del coro se enfermó de la garganta y no podrá trabajar durante algún tiempo. Me gustaría que Casey fuera a la gira de conciertos conmigo a finales de junio.
Se hizo el silencio en la línea.
– Vas demasiado rápido con ella, ¿no lo crees?
– Sí -reconoció Tess con sinceridad-, pero se sabe palabra por palabra cada canción que he grabado, y no sólo eso, sino que conoce los coros a la perfección.
Volvió el silencio. Después de un largo rato, él dejó escapar un suspiro y, luego, permaneció callado.
– Comenzaremos la gira de conciertos en Anaheim, el veintiocho de junio. ¿Puedes imaginar a tu hija cantando para dieciocho mil personas? Tengo esta fantasía, Kenny -continuó ella-. Quisiera verte sentado en primera fila en la primera representación en público de Casey, y que luego vayas a felicitarla tras bambalinas y bebas champaña con nosotras. ¿Qué opinas?
– Me tomaste por sorpresa.
– Piénsalo. Tal vez también pudieras llevar a mamá. Quizá asistiría si puede viajar contigo y Faith.
– ¿También Faith? ¿Quieres que Faith asista?
– Bueno, no, no en particular; pero, ¿cómo podría enviarte boletos a ti y a ella no?
– Tess, escúchame… es sólo que… no sé qué decir.
– Di que sí, Kenny, para que pueda pedírselo a Casey con tu bendición.
– Muy bien, estoy de acuerdo, claro. Dios mío, pero, ¿qué estoy diciendo?
Tess sonrió.
– Entonces de acuerdo -dijo con voz notablemente emocionada-. No hagas compromiso para el veintiocho de junio y te veré en Anaheim. No te preocupes. No dejaré que nada le suceda a Casey. Amo a esa niña.
– ¡Ah! A ella la amas, pero a mí no.
– Yo no dije tal cosa. Buenas noches, Kenny.
– Buenas noches, Tess.
Ella sonreía cuando colgó el auricular. Y, en realidad, estaba segura de que lo amaba.
LA SEGUNDA sesión transcurrió tal y como Tess lo esperaba. La voz de Casey se mezclaba tan bien con las de las otras dos cantantes del coro que no hubo duda alguna respecto a que era la elección correcta. Cuando Jack y el productor de la gira, Ralph Thornleaf, la aprobaron, Tess le preguntó a Casey, a la mañana siguiente, si le gustaría salir de gira a finales de junio. Fue divertido ver cómo se le llenaba de sorpresa el rostro.
– Estás bromeando -dijo, al tiempo que se dejaba caer pesadamente en una silla-. ¿Yo?
– Sí, tú.
Y así comenzó uno de los meses más atareados en la vida de Tess. Junio, por tradición, era un mes muy ocupado en Nashville, que comenzaba con el festival de las Luces del verano: una fiesta callejera de tres días cerca del capitolio. Seguía la Feria de los admiradores: una semana de trabajo intenso durante la cual veinticuatro mil admiradores pagaban por entrar en los terrenos de la Feria estatal de Tennessee para rendir homenaje, de cerca, a sus ídolos, estrecharles la mano y tomarse fotografías con ellos.
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