Permanecieron un momento quietos, sintiéndose afortunados, satisfechos y muy renuentes a separarse. Pasarían juntos el siguiente día, pero después él volvería a Wintergreen. ¿Y luego qué?

Kenny fue el primero en hablar de ello.

– ¿Crees que funcionaría si nos casáramos? Ella reaccionó sin la menor sorpresa.

– No lo sé; también lo he estado pensando.

– Es en lo único en que yo he pensado, pero hay muchos asuntos por resolver.

– ¿Dónde viviríamos? -preguntó ella.

– En Nashville.

– ¿Y en Wintergreen?

– ¿A qué te refieres? No podemos vivir en ambos sitios.

– ¿Por qué no? Podemos darnos ese lujo. Podemos usar tu casa siempre que vayamos a visitar a mamá; pero, ¿y tu negocio? -preguntó ella.

– Lo venderé y me haré cargo de los tuyos.

– ¿Lo harías? -ella se hizo para atrás y lo miró fijamente.

– Se me ocurrió un día en que hablábamos por teléfono y me decías de cuántas cosas te ocupas. Pensé: “¡Qué diablos! Yo podría hacer eso por Tess." Soy contador público. ¿Quién mejor para manejar tus asuntos financieros?

Ella se sentó y lo miró sorprendida.

– ¿Te refieres a que lo harías? ¿En realidad dejarías tu negocio para casarte conmigo?

– Por supuesto que sí. Piénsalo. Tú le pagas a alguien por realizar un trabajo que yo hago todo el día. ¿Por qué no hacerlo para ti y volver tu vida más fácil?

Ella lo pensó. Parecía demasiado bueno para ser posible.

– Pero te confieso -dijo ella lentamente- que no quiero tener hijos propios. Mi carrera es demasiado importante para mí.

– Entonces Casey puede ser tu hija. Es perfecto -le besó la cabeza y cerró sus cansados ojos.

En ese momento, Tess imaginó a Casey como su hija y verdaderamente la idea le encantó.

– Quiero que veas mi casa. Es muy hermosa. ¿Cuándo puedes ir a verla, Kenny? -al no obtener respuesta se dio cuenta de que él se había dormido. Sonrió, se estiró sobre él y apagó la luz; luego se acomodó y colocó la espalda contra él. Cerró los ojos y pensó: "Ahora lo tengo todo."


POR LA MAÑANA, Tess y Kenny ordenaron un servicio para cuatro en la habitación; luego llamaron a Mary y a Casey y las invitaron a desayunar en la suite de Tess.

Exactamente a las diez, sonó el timbre y Kenny abrió la puerta.

– ¡Buenos días! -saludó a Mary y a Casey con un tono jovial, y las besó en la mejilla en cuanto entraron-. Díganme, ¿cómo durmieron todas?

Casey le dirigió una mirada curiosa.

– ¡Vaya! Estás de muy buen humor esta mañana.

– Desde luego -exclamó. Aplaudió una vez y enseguida cerró la puerta.

Hubo más saludos y besos para Tess, mientras ayudaban a Mary a sentarse en el sofá.

– Toma asiento, cariño -dijo Kenny-. ¿Tess? -acercó una silla para ella y luego se sentó-. ¿Quién desea beber champaña? -preguntó y acercó una botella verde que tenía enfriando en una hielera plateada.

– Yo no -dijo Casey-. Son las diez de la mañana.

– Tampoco yo -dijo Mary-. Pero sí quiero café.

Kenny comenzó a llenar las tazas, y Casey lo miró con curiosidad cuando él se acercó.

– Papá, ¿qué te sucede? Ya sabes que no tomo café.

– ¡Oh! -dejó de servir el café y colocó a un lado la cafetera plateada-. Bueno, entonces bebe tu jugo de naranja, porque Tess y yo deseamos hacer un brindis -miró a Tess a los ojos, indicándole que continuara.

Ella levantó su copa de champaña.

– Mamá… Casey… el brindis es por todos nosotros y por nuestra futura felicidad. Les pedimos que vinieran para decirles que Kenny y yo vamos a casarnos.

Mary se quedó perpleja, como si la taza se le hubiera caído.

– ¡Lo sabía! -exclamó Casey.

– ¿Cómo lo sabías? -preguntó Kenny.

– Bueno, todavía traes el pantalón de tu esmoquin, papá -respondió y se puso de pie para abrazarlo.

– ¿Casarse? -repuso Mary tardíamente-. Pero… pero… ¿cuándo sucedió todo esto? Yo creí que ustedes dos… ¡oh, Dios!… ¡ah, vaya! -comenzó a llorar.

– Mamá, ¿qué te sucede?

– Nada. Es sólo que estoy muy contenta -se cubrió la nariz con la servilleta de lino-. ¿De veras te casarás con Kenny?

– Sí -Tess tocó la mano de su madre con ternura, y las dos compartieron un torpe abrazo por encima de la mesita del rincón. Luego Casey le dio un gran abrazo a Tess.

– Ustedes dos -dijo cada vez más emocionada-, sí que saben cómo hacer feliz a una chica.

– Kenny, ven acá -pidió Mary y levantó los brazos. El ella y se inclinó para abrazarla-. ¡Oh, Kenny! -susurró, pero no pudo decir nada más.

– La adoro -susurró-. Casi tanto como a ti.

Transcurrió algún tiempo antes de que comenzaran a desayunar. ¿Quién podía comer con tanta felicidad que alejaba cualquier idea mundana de la cabeza? Apenas habían comenzado cuando Casey se detuvo y dijo lo que todos pensaban.

– ¿Saben algo? Esto será absolutamente perfecto. Me refiero a que los cuatro seremos una familia. Parece como si hubiera sido algo predestinado.

Y la sonrisa en la cara de todos lo confirmaba.

Estaba predestinado.


MENOS DE DOS MESES después se casarían en la iglesia en la que ella cantó en el coro. La boda se fijó para la una de la tarde de un miércoles, porque la iglesia estaba reservada para todos los fines de semana de ese mes, igual que la novia.

Era un día despejado y cálido de finales de verano. Una hora antes de que la ceremonia comenzara, Mary estaba en la cocina, completamente vestida, cuando oyó que Tess y Renee bajaban las escaleras.

– Muy bien, mamá, aquí me tienes -anunció Tess, emocionada, desde la puerta.

Mary se volvió y se cubrió la boca con la mano.

– ¡Oh, Señor! Creo que éste es el día más feliz de toda mi vida -le hizo un ademán para que se moviera-. Da una vuelta. Déjame verte.

Tess dio un giro completo para mostrarle su vestido de novia. Era muy sencillo, de lino blanco, con mangas abombadas, un escote cuadrado y falda recta. Tenía puestas unas zapatillas de lino blanco, y en la cabeza llevaba un tocado de diminutas flores blancas. Las únicas joyas que usaba eran un par de aretes pequeños de zafiros que hacían juego con el anillo que Kenny le había dado: otro zafiro con corte de esmeralda rodeado de diamantes.

– ¿No se ve maravillosa? -comentó Renee apoyada contra la puerta.

La novia era definitivamente lo más hermoso en aquella cocina que no había cambiado ni un ápice; pero la casa estaba fresca, a veintidós grados centígrados, porque Tess había dicho:

– Mamá, si quieres que me case en la Primera Iglesia Metodista, vas a tener que dejar que le ponga aire acondicionado a la casa, porque si crees que me vestiré en ese ático a mediados del verano, estás equivocada. Me derretiría como un cono de helado y tendrías que llevarme en un vaso hasta la iglesia.

Todos en el pueblo sabían lo que sucedería en la Primera Iglesia Metodista. Habría muchos reporteros ahí, y Tess no tenía deseos de encontrar a su novio por primera vez bajo una lluvia de flashes. Así que ella y Kenny tenían un plan secreto.

Tomó la mano de Mary y le dijo:

– Tú entiendes, ¿verdad mamá? Kenny y yo sólo queremos estar a solas unos minutos antes de ir a la iglesia.

– Por supuesto. Iré por mi bolso; después estaré lista para partir.

Cuando se dirigió al dormitorio, caminaba con una cojera apenas perceptible, y Tess y Renee intercambiaron una mirada un tanto sentimental.

– Muchas gracias por estar conmigo esta mañana -dijo Tess.

– No me lo hubiera perdido por nada.

– Ya estoy lista -anunció Mary-. Vámonos, Renee; dejemos que estos dos hagan lo que sea que quieran hacer.

Salieron y la casa quedó en silencio. En el callejón, se cerraron las puertas del auto y se encendió el motor. Luego el coche se alejó. Tess se acercó a la ventana que estaba encima del fregadero y miró hacia afuera. La puerta de la cochera de Kenny estaba levantada y en el interior podía verse la cola de un Mercedes nuevo que ella le había obsequiado como regalo de bodas.

– Bueno, aquí vamos -dijo para sí, y se volvió para ver la cocina de su madre por última vez. Al hacerlo experimentó una inesperada oleada de nostalgia y pensó: "Que nunca cambie. Que siempre pueda volver a casa y encontrarla así, con todo y la carpeta de plástico."

Afuera, en el escalón de la puerta trasera, se detuvo y miró al otro lado del callejón. En menos de cinco segundos, Kenny llegó a la puerta de su casa, vestido con un esmoquin gris con chaqueta de levita. Aun desde lejos su apariencia hizo que el corazón de Tess se acelerara emocionado.

Dos personas encantadas, ataviadas con sus trajes de bodas, iniciando una ceremonia que ellas mismas habían inventado, comenzaron a caminar lentamente por sus respectivos escalones, hasta el callejón, donde se habían reunido tantas veces durante las semanas en que se enamoraron.

Él la tomó de las manos.

– ¡Hola! Te ves… -y se tardó un poco buscando la palabra adecuada- radiante.

– Me siento radiante. Y tú te ves magnífico. Sonrieron; luego él preguntó:

– ¿Estás lista?

– Sí.

Ella bajó la mirada un momento, pensando lo que diría, y luego lo miró a los ojos.

– Yo, Tess McPhail, te tomo a ti, Kenneth Kronek…

– Yo, Kenneth Kronek, te tomo a ti, Tess McPhail…

– Como mi amado esposo por el resto de mi vida.

– Como mi amada esposa por el resto de mi vida.

– Para amarte como te amo hoy, renunciando a cualquier otra persona -dijo Tess.

– Para amarte como te amo hoy, renunciando a cualquier otra persona -contestó Kenny.

– Y compartiremos todo lo que tengamos… las penas y las alegrías, el trabajo y el placer, las preocupaciones y las sorpresas, a tu hija y a mi madre, y todo el amor y el compromiso que se requiera para ver por ellas en el futuro.

Se detuvieron.

– Te amo, Kenny.

– Te amo, Tess.

Él se inclinó y le dio un leve beso. Cuando se enderezó, los dos sonrieron.

– Ya me siento casada -dijo.

– Igual que yo. Ahora hagámoslo para todos los demás.


PARA SORPRESA de muchos, fue una de las bodas más modestas que se hubieran llevado a cabo en la Primera Iglesia Metodista. Algunos esperaban que las estrellas de la industria de la música cantaran en la ceremonia, pero solamente cantó el coro de iglesia, dirigido por la señora Atherton, que ya se había recuperado. Otros pensaban que habría gran cantidad de damas de honor; no obstante, sólo había dos personas: Casey Kronek y Mary McPhail, que sonreían a más no poder. Y cuando la novia apareció, todos trataron de verla, suponiendo que usaría un vestido de boda con valor de varios miles de dólares. Sin embargo, sólo llevaba un sencillo vestido blanco y un tocado de juveniles flores.

La boda de Kenny y Tess tuvo un ligero toque de extravagancia. Entre los invitados se encontraban algunos amigos de Tess que habían volado desde Nashville. Sus nombres eran muy conocidos, y los rostros, famosos. Eran nada menos ni nada más que la flor y nata de la música country.

Aunque su presencia en la boda fue algo notable, más lo fue el que asistiera otra persona: Faith. Kenny y Tess habían decidido que, dada la importancia que había tenido en la vida de Kenny, debían invitarla.

Así que ella se comportó como una dama e hizo lo correcto cuando llegó el momento de las felicitaciones: tomó la mano de Tess y sonrió.

– Felicidades, Tess. En verdad luces adorable -también estrechó la mano de Kenny.

– Kenny, espero que Tess y tú sean muy felices Juntos.

Los novios se marcharon en una limosina blanca en dirección a Current River Cove, donde se llevaría a cabo la recepción, que no fue muy distinta de tantas otras que se habían celebrado en ese lugar. La comida consistió en pollo frito sazonado para paladares sureños. El baile, sin embargo, resultó ser el suceso del año. Tocó la banda de Tess y varias estrellas de Nashville se levantaron para cantar. A la mitad de este espectáculo espontáneo, Judy se enfadó y se dirigió al tocador de damas a grandes pasos, para arreglarse el cabello y fumar.

– Nos presume a todos sus amigos famosos -siseó a dos mujeres que estaban retocando su maquillaje-. Es indignante.

Desde la pista de baile, Tess la observó marcharse y le dijo a su nuevo esposo:

– Allá va Judy en uno de sus arranques de celos.

– ¿Sabes algo, querida? -le comentó él-. Yo creo que nunca lograrás que Judy cambie. Y no vas a permitir que arruine el día de tu boda, ¿o sí?

Ella le dirigió una sonrisa amplia y sincera.

– Por supuesto que no -el amor seguro y constante de su hermana Renee equilibraba los celos de Judy.

Y ahí estaba también su madre… ¡que coqueteaba con Alan Jackson, la famosa estrella de la música country!

Estaba en una mesa, rodeada por sus amigos, que armaban un verdadero alboroto en torno a Jackson.