Los dos hermanos llenaron sus copas de la jarra que había en la mesa y permanecieron un rato en silencio.
– ¿Cuánto sabías de la conspiración de Hugh, Edmund? -preguntó Richard.
– No mucho -admitió Edmund-. Me dijo que tenía un amigo en una posición muy encumbrada, y que haría un testamento dejando a Rosamund a su cuidado. Me dijo que, con la belleza de Rosamund y la herencia de Friarsgate, probablemente su amigo arreglara un excelente matrimonio para nuestra sobrina. Un matrimonio que agregaría lustre a nuestro nombre. Yo no tenía idea de que ese amigo fuera el rey. Cuando Hugh se percató de que probablemente no se recuperaría, envió un mensaje al sur. Creo que pensaba contármelo, pero murió tan inesperadamente…
– ¿No te pareció que estuviera muriendo? -Richard estaba desconcertado.
– Sí, sí. Pero no cuando se murió -respondió Edmund-. Rosamund cree que hubo algo turbio, pero yo no encontré ninguna evidencia. De todos modos, hay que tener en cuenta la coincidencia de la llegada de Henry con la muerte de Hugh. Henry vino para que Hugh pusiera a Rosamund otra vez bajo su cuidado cariñoso. No creo que le agradara encontrar a Rosamund tan suelta de lengua. Seguramente le echó la culpa a Hugh.
– Crees que nuestro medio hermano tuvo algo que ver con la muerte de Hugh Cabot, Edmund? -le preguntó el sacerdote a su hermano mayor.
Edmund suspiró.
– No me gusta creerlo, pero no puedo decir que lo considero del todo inocente. Por otra parte, no hay forma de probarlo, aunque Rosamund o yo sospechemos.
Richard asintió, comprensivo.
– ¿Nos conformaremos con dejar que nuestra sobrina vaya a la Corte? -dijo, pensando en voz alta.
– Hugh quiso lo que era bueno y correcto para su esposa. Se está convirtiendo en una mujer, Richard. Maybel me dijo que la muchacha ya tiene la regla. Es virgen. Su próximo matrimonio será consumado, y dará a luz herederos para Friarsgate. El hijo de Henry es una criatura. Nuestra sobrina tendría más de veinte años y él sería apenas crecido, si la obligaran a esperarlo. Mejor que vaya al sur, a la Corte, y cuando regrese con un esposo, traerá sangre nueva para fortalecer a los Bolton de Friarsgate. Además, ya es hora de que nuestro medio hermano renuncie a su avaricia por estas tierras. Le pertenecen a Rosamund.
– Cuando ella se vaya, cuando vea el mundo que hay más allá de Friarsgate, puede que no se contente con vivir aquí -dijo el sacerdote, reflexivo.
– No, Rosamund volverá y se quedará. Ella saca fuerzas de Friarsgate, hermano.
– Mañana partiré hacia St. Cuthbert's. Después de ver partir a Henry "-rió-; esta noche bebió más que de costumbre. Despertará deseando que todo haya sido un sueño y que Rosamund siga en sus garras. Yo no debería disfrutar tanto con su frustración -admitió Richard-. Hazme saber cuando Rosamund esté por partir, así puedo venir a despedirme como corresponde.
– Así será.
– Entonces, te doy las buenas noches, hermano Edmund -dijo el sacerdote, mientras se ponía de pie-. Duerme bien y sueña con ángeles. -Salió de la sala; sus ropas negras no daban la menor señal de movimiento, de tan sereno que era el andar de Richard Bolton. El cinturón blanco se recortaba contra la tela oscura de la sotana.
Maybel vino de junto al fuego y se unió a su esposo.
– Tendrías que habérmelo contado -le reprochó.
– No estabas tan lejos de la mesa como para no oír cuando le dije a Richard que yo sabía muy poco. Hugh mantuvo en secreto su plan, e hizo bien. Ahora que Henry clame a los cielos, pero no puede aducir la menor conspiración entre Hugh Cabot y yo.
– La aducirá, pero, si eres franco conmigo, esposo, aceptarás que él no podrá probar una conspiración de la misma manera en que nosotros no podemos probar que él tuvo algo que ver con la muerte de Hugh -replicó Maybel.
– Tienes que ir a la Corte con ella.
– Lo sé, pero no me agrada dejarte, Edmund. Aunque no será para siempre, y a ti te interesa más cumplir con tus obligaciones que un tobillo bien torneado -dijo, riendo-. Puedo confiar en ti, Edmund Bolton, pues hay muchos muy deseosos de contarme si fueras a apartarte del camino recto.
Él rió y le pasó el brazo por los hombros.
– ¿Y tú, esposa? ¿No te tentarán los entusiasmos de la Corte?
– ¿A mí? -Maybel pareció ofendida por la sugerencia.
– Bien -dijo él, con una sonrisa-, eres una mujer muy hermosa, muchacha, y cuando sonríes, traes la alegría a cualquier hombre, sí, señor.
– ¡Adulador! -Ella le dio una palmadita llena de afecto y se ruborizó-. Mi única preocupación será velar por la seguridad y la felicidad de Rosamund. Debo asegurarme de que si se arregla un matrimonio sea para el bien de nuestra niña y de nadie más.
– Sí, no queremos que la casen con alguien como mi hermano Henry.
– ¡Dios no lo permita! Yo me ocuparé de eso. Estoy segura de que sucederá nada en lo inmediato. Rosamund no es importante como para que los poderosos se ocupen de ella. Se unirá a la casa de la reina hará lo que le ordenen. No pensarán en ella hasta que no necesiten una heredera para algún matrimonio -dijo Maybel, con sabiduría.
– Y tú, mi buena esposa, estarás allí para guiarla -comentó Edmund con una sonrisa.
– Sí, allí estaré, Edmund.
Por la mañana, Henry Bolton entró con paso lento en la sala de la mansión, como había predicho su medio hermano. Le dolía mucho la cabeza y casi se había olvidado de la llegada de sir Owein, el hombre del rey.
– ¿Dónde está Rosamund? Debe irse conmigo hoy, ¿no? -Se sentó a la mesa grande y se estremeció cuando le pusieron delante un plato de pan con avena caliente.
– ¿No te acuerdas? -dijo con voz queda Richard-. Nuestra sobrina fue puesta al cuidado del rey y a fines del verano se irá a la Corte con el caballero que enviaron para buscarla.
– Creí que lo había soñado -dijo con amargura Henry Bolton-. Richard, tú conoces la ley. ¿Es legal lo que hizo Hugh? ¿Tú quieres que nuestra sobrina deje Friarsgate y sea entregada en matrimonio a cualquier extraño?
– Nadie ha hablado de matrimonio -respondió el sacerdote.
– Pero en algún momento la usarán, pues su herencia es buena.
Lo de Henry fue casi un quejido. Apartó el plato.
– Tú la has usado -dijo Richard-. Desde que Guy y Phillipa murieron has utilizado todos los medios de que disponías para retener el control sobre la herencia de Rosamund. Primero, la casaste con tu hijo mayor. Después, con Hugh Cabot. Ahora, querías obligarla a casarse con tu segundo hijo, una criatura de cinco años. Rosamund no te interesa en absoluto. Solo te interesa lo que tiene. Hugh hizo lo correcto cuando dispuso que se la llevaran de aquí por un tiempo. Que vea un Poco de mundo. Que conozca gente poderosa y encumbrada. Nuestra sobrina es una muchacha atractiva, Henry. Tal vez tenga la buena fortuna de enamorarse del hombre que le escojan. Tal vez se haga amiga de gente poderosa, algo que no perjudicará a la familia. Cuando vuelva a casa, a nosotros, espero que sea feliz. Pero con quienquiera que sea su próximo marido, Rosamund será más feliz que si siguiera todavía en tus garras. Ahora, regresa a Otterly Court y ocúpate de tus asuntos. Tienes tres hijos y tres hijas que mantener, además de la hermana Julia, quien, te agradará saberlo, prospera en su convento.
A Henry Bolton se le daba vuelta el estómago de la náusea.
– Cuando Julia fue a St. Margaret's -murmuró-, se hicieron provisiones para ella.
– Tu hija mayor tomará los votos finales dentro de unos pocos años, hermano. Yo quisiera que dones una suma importante al convento como agradecimiento cuando llegue el momento. La suma que diste para la niña cuando la dejaste en el convento apenas si alcanzó para mantenerla. St. Margaret's no es una casa rica. Y ella es una sierva de Dios.
– Era una niña feísima -dijo Henry, sombrío-. Las niñas de Mavis son bellezas, todas, pero igual necesitarán buenas dotes.
– Las que sin duda tú pensabas ordeñar de los recursos de Friarsgate -observó Richard, cortante-. Otterly tiene buenas tierras, Henry. Es pequeño, pero fértil. Hace años que te has servido en abundancia del ganado de aquí, Henry. Tus ovejas y vacas tendrían que ser buenos y deberían dar sus dividendos. Haz todavía más próspera tu casa. Tus hijas algún día tendrán las dotes que merecen. Son pequeñas aún y, si eres diligente, tendrás tiempo. ¡Eres un Bolton, Henry! ¿Dónde está tu orgullo? Parece haber desaparecido en el medio de tu búsqueda por lo que no te pertenece.
– ¿Convertirte en sacerdote te ha hecho olvidar de dónde provienes, bastardo? -le dijo Henry a su hermano mayor.
– Nuestro padre me dio la vida en el vientre de su amante, es cierto, Henry, pero nuestro padre que está en los cielos me hizo igual a cualquier hombre. También quiero recordarte que tanto nuestro padre como tu madre trataron a todos los hijos con amor -respondió el sacerdote.
– Seguramente quieres emprender en breve tu regreso a Otterly -dijo Edmund, interrumpiendo-. ¿Quieres que el cocinero te envuelva un poco de pan y carne para el camino? Ah, aquí está tu hijo.
– Tengo hambre -anunció en voz alta el niño, trepándose a la mesa grande-. Mi madre siempre me da avena y crema de mañana.
– ¡Tu madre no está! -exclamó su padre-. ¡Nos vamos!
– Pero tengo hambre -repitió el niño.
– Entonces, siéntate y come lo que yo dejé -gritó su padre, agarrando a su hijo y sentándolo con fuerza en una silla.
Henry hijo metió la cuchara en el plato de pan donde le habían servido a su padre.
– Está frío -lloriqueó.
– ¡Entonces no comas! -rugió Henry padre.
– ¡Pero tengo hambre!
– Que le traigan al niño Henry avena caliente -dijo Rosamund, que entraba en la sala y había oído el alboroto-. Tío, toma un poco de vino. Te aliviará el dolor de cabeza. Padre Richard, te agradezco por la misa de esta mañana. Fue muy lindo volver a oír misa en nuestra pequeña iglesia.
– ¿Querrías que te enviara un sacerdote joven, sobrina? -preguntó-. Hay un muchacho en St. Cuthbert que sería perfecto, creo. No debería faltar un sacerdote en una casa señorial como Friarsgate. Una pequeña remuneración y su mantenimiento bastarán para el padre Mata.
– ¿Mata?-preguntó Henry Bolton, con recelo-. Es un nombre escocés.
– Sí -respondió Richard.
– ¿Quieres traer a un escocés a Friarsgate? ¿Estás loco? Tú sabes que no se puede confiar en los escoceses.
– Es un sacerdote, Henry -fue la serena respuesta.
– ¡Sacerdote o no, tendrá parientes de su mismo clan ansiosos por robarnos nuestras ovejas y vacas! ¡No lo permitiré, Richard! -anunció Henry.
– Mata es hijo de una muchacha escocesa, hija bastarda del Hepburn de Claven's Cairn, y de un soldado inglés -explicó Richard-. Ha sido criado en St. Cuthbert y no tiene nada que ver con ningún clan. La madre murió en el parto, Henry. Es tan inglés como tú. Antes de morir, la madre pidió que lo llamaran Matthew, pero con la forma escocesa, para que el niño conociera su linaje. Es un joven muy amable y servirá bien en Friarsgate.
– Y la decisión no está en tus manos, tío -dijo Rosamund-. Edmund, ¿qué piensas?
– Me gustaría que volviera a haber un sacerdote -respondió Edmund-. Hay muchos matrimonios para celebrar, y unas cuantas criaturas que no han sido bautizadas.
– Pero… ¿un escocés? -repitió Henry.
Edmund atravesó a su hermano menor con una mirada feroz.
– Dice Richard que este sacerdote será bueno para Friarsgate. ¿Alguna vez fue desleal a los Bolton nuestro hermano, Henry?
– Yo recibiré con gusto al padre Mata -intercedió Rosamund.
– Enviaré a Mata, sobrina -dijo Richard con una pequeña sonrisa.
Rosamund se volvió a su tío Henry.
– Tengo trabajo que hacer, tío. Hay que distribuir semilla y quiero supervisarlo. Te deseo un regreso seguro a tu casa. Envíale mis recuerdos a tu buena esposa y a mis primitos. -Entonces miró directamente a Henry hijo-. Adiós, niño -y salió deprisa de la sala.
– Me alegro de no tener que casarme con ella -dijo el pequeño sin dejar de comer.
– ¡Cállate, imbécil! -gritó su padre, salvaje. Apretó la copa que le habían puesto delante y bebió el vino, pero, pese a lo que había dicho Rosamund, no se sintió mejor.
CAPÍTULO 04
Owein Meredith se sorprendió al enterarse de que, si bien carecía casi por completo de la educación de la Corte, su joven anfitriona era versada en muchas otras cosas. Creyó que ella no sería realmente feliz en ninguna parte que no fuera Friarsgate. Rosamund Bolton se había convertido en parte integral del señorío. Pese a su juventud, los arrendatarios y trabajadores la respetaban. En esto, su tío Edmund y su fallecido esposo Hugh Cabot habían tenido éxito. Una vez que Henry Bolton se hubo ido, todo se hacía en la casa solo en nombre de Rosamund, algo que reforzaba su posición como heredera de Friarsgate.
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