Desde la primavera, Owein la había observado, fascinado, supervisando cada faceta de la variada vida de la finca. Friarsgate era prácticamente autosuficiente. Se cultivaban diversas variedades de cereales, vegetales y frutas. Rosamund decidía qué campos se sembrarían y cuáles quedarían en barbecho. Ella decidía el plan de poda. Se criaba ganado por la leche y la carne, para venta o trueque. A sugerencia de Hugh, Rosamund se interesó en la cría de caballos. Pero las ovejas eran la mayor fuente de ingresos de la finca, pues la lana de Friarsgate era muy apreciada.

La propiedad tenía un pequeño molino con un molinero residente. Había una pequeña iglesia y una casa para el sacerdote que ahora estaban limpiando, preparándola para la llegada del padre Mata. Había prados y pasturas para el ganado, los caballos y las ovejas. Había bosques, praderas y bosques comunes, donde la gente de Rosamund podía cazar y pescar o apacentar sus propios animales. Casi todos los arrendatarios de Friarsgate habían sido siervos feudales, pero el abuelo de Rosamund los había liberado. Si bien algunas familias se habían ido de Friarsgate en busca de fortuna, casi todas se quedaron como hombres y mujeres libres.

Friarsgate no era la propiedad de una gran familia, pero se la consideraba un feudo muy grande y a su joven señora, una heredera de valor. La tierra estaba bien regada y siempre verde. Rosamund aprendió a mover sus ovejas y vacas para que la tierra no se agotara y quedara yerma. Nunca había sido un lugar pobre. En los últimos años, había prosperado mucho. No había ni una sola familia de campesinos que no tuviera una vaca, unos cerdos o aves de corral. Y, si bien eran libres de manejarse según sus propias decisiones, los hombres y mujeres de Friarsgate se mantenían completamente leales a los Bolton, hasta tal punto que les regalaban tres días a la semana de su trabajo, como habían hecho antaño. Los hombres y mujeres libres de Friarsgate también tenían sus parcelas de tierra, como sus ancestros siervos. Allí disponían de sus propios cultivos para alimentar a sus familias y vender el excedente. Y en la casa del feudo, Rosamund, con la guía de Hugh y de Edmund, había aprendido a resolver las disputas entre su gente.

Criado entre los poderosos, Owein Meredith había olvidado que aún existían casas señoriales como Friarsgate. Su infancia, antes de entrar a servir en la casa de Jasper Tudor, era un recuerdo casi olvidado. De modo que, a medida que pasaba el verano, él observaba fascinado a Rosamund llevando a cabo sus deberes como señora de su próspera finca con tanta facilidad que los hacía parecer sencillos. Pero él sabía que no había nada de simple en ello. Todas las tardes, temprano, después de que se hubiera servido y comido la comida principal del día, él le daba clases a la nueva pupila del rey: le enseñaba francés y un buen latín, el que se hablaba y se escribía en la Corte.

Vio que le resultaba difícil, pues Rosamund no tenía facilidad para las lenguas extranjeras, pero mostraba tanta determinación por aprender, que él no podía menos que admirarla. Las únicas mujeres a las que había admirado hasta ese momento eran la madre del rey, Margarita Beaufort, condesa de Richmond, a quien llamaban la Venerable Margarita, y la esposa del rey, Isabel de York. Se trataba de mujeres de cierta edad y experiencia, y, sin embargo, esta muchachita se las recordaba. Al igual que la reina, era prudente y gentil. Al igual que la Venerable Margarita, era determinada y leal. Owein Meredith se preocupaba por cómo haría una muchacha de campo como Rosamund, nacida sin un nombre importante ni relaciones poderosas, para encajar en la Corte del rey Enrique VIL Hasta que se dio cuenta de que, más allá de entregársela a su tutor, él no era responsable de Rosamund Bolton.

El verano se acercaba a su fin. Llegó Lammas, el festival de la cosecha. Lammas era una festividad en la que el pan era el protagonista. Al amanecer, Rosamund salió de la casa con un plato de migajas que había hecho quebrando un cuarto de una hogaza con un año de antigüedad. La diseminó para los pájaros. Sus arrendatarios fueron invitados a una comida en la sala; en el banquete casi todos los platos tenían pan o harina. Había cochinillo relleno con pan, nueces, queso, huevos y especias; un plato con estómago de carnero relleno de pan, vegetales, huevos, queso y cerdo, y otro con carne de vaca, huevos y migas de pan; pan ácimo de centeno, que, además de centeno, tenía harina de trigo, sal y leche cortada; una gran horma de queso, y budín de leche, azúcar y pasas especiadas con canela. También se sirvió "lana de cordero", una sidra especiada servida con manzanas.

Y cuando todo el mundo hubo comido hasta hartarse, comenzaron los juegos. Afuera, los hombres participaron de uno que se hacía en la pradera y que consistía en patear una vejiga de oveja rellena, de un extremo del campo al otro. Hubo un concurso de arquería. Después, los hombres dispararon arcos largos a unas dianas de paja colocadas en el frente de la casa. El ganador recibió una gran jarra de cerveza. Y, a medida que transcurría la tarde, comenzaron a volver a la casa, donde las mujeres casadas jugaban a un entretenimiento llamado "Llevar el tocino a casa". Por turnos individuales, a las mujeres se les presentaba una situación hipotética y desfavorable que involucraba a su esposo. Y de cada una dependía conjurar la situación y convertirla en algo positivo. La esposa que lo conseguía y al mismo tiempo, divertía a sus contertulios era consagrada ganadora y recompensada con una cinta de seda azul. Al fin del día, todos recibían una pequeña hogaza hecha con el grano recién cosechado. Se iban a sus casas con las hogazas, cada una de las cuales tenía una pequeña vela encendida.

Al día siguiente de Lammas, Owein habló con Rosamund sobre la partida:

– Tiene que poner fecha para nuestro viaje, milady -le dijo. Habían estado sentados en la sala, practicando el francés de Rosamund, y él le habló en ese idioma.

Ella lo miró sobresaltada y él supo que había comprendido sus palabras; pero, en cambio, respondió:

– No estoy segura de lo que ha dicho, Owein Meredith. Tenga a bien hablarme en nuestra conocida y querida lengua inglesa.

– Es una tramposa -la acució él, siguiendo en francés-. Y me entiende perfectamente bien, Rosamund.

– ¡No es cierto! -exclamó ella, y se llevó la mano a la boca, dándose cuenta de que su respuesta confirmaba la sospecha de él-. Después de la Fiesta de San Miguel -dijo, en inglés.

– Eso es casi dentro de dos meses, Rosamund.

– Dijo que el rey no lo necesitaría. Que usted no era importante. Tampoco yo. El rey sólo debe cumplir una deuda con Hugh Cabot. ¿Por qué tenemos que ir?

– Porque si no vamos, su tío puede pedirle al rey que le devuelva la custodia sobre usted, Rosamund -le explicó él, con voz serena-. Semejante petición puede ni llegar a manos del rey, sino a la de alguno de sus secretarios, que recibiría algunos dinerillos de su tío a cambio de su cooperación. ¡Voilá! Su custodia volvería entonces a las manos de Henry Bolton, y su hijo mayor sería su esposo. Si en verdad quiere eso, yo volveré al sur, se lo diré al rey, y así se hará. Pero si prefiere honrar los deseos de su esposo para su futuro, dejará de temerle a lo desconocido y vendrá conmigo. -Los ojos verdes almendra la miraron directamente, inquisidores.

– Pero en la Fiesta de San Miguel yo renuevo los contratos con mis arrendatarios para el año próximo y les pago -dijo ella, casi en un susurro.

– Lo hará Edmund. El primero de septiembre, Rosamund.

– ¡Es demasiado pronto! -gimió y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Owein Meredith apretó los dientes y endureció el corazón contra sus argucias femeninas. Había aprendido que las mujeres siempre lloran cuando quieren salirse con la suya.

– No, no lo es. Le queda casi un mes para empacar sus pertenencias y delegar su autoridad en Edmund y en los demás. Hace mucho que sabe que llegaría este día. Hace casi cuatro meses que estoy aquí, Rosamund. Hace casi cinco que dejé la Corte. Ya es hora. Piense en Maybel. Ella también debe prepararse. Deja a su esposo en su servicio.

– Casi no me alejé de mis tierras en toda mi vida -dijo Rosamund, y él asintió, comprensivo-. No es que tenga miedo, pero no me entusiasma la aventura, señor.

Él rió.

– No hay mucha aventura en un viaje entre Friarsgate y la Corte del rey, Rosamund. Y habrá muy poca para usted, por no decir ninguna, en la casa de la reina. Se le asignarán ciertos deberes, y sus días transcurrirán ocupándose de ellos. Me temo que no será muy entretenido para usted. La única diferencia es que allá no será la señora.

– Pero ¿cuándo regresaré a casa? -se preguntó Rosamund, contrita.

– Después de un período de servicio puede que la reina la deje visitar Friarsgate. O puede regresar con un esposo, elegido para usted por el rey. Debe entender que llegará el momento en que la vuelvan a casar Y, probablemente, con un hombre a quien el rey quiera honrar.

– En otras palabras, una vez más me elegirán marido -respondió ella, sintiendo una gran irritación.

– Así es el mundo, Rosamund.

– Tenía esperanzas de casarme enamorada la próxima vez.

– Tal vez así sea. O quizás aprenda a amar al esposo que le escojan, pero, fuera como fuese, cumplirá con su deber, Rosamund. Me he dado cuenta de que es ese tipo de persona.

– Ah, sí. Lo soy. Pero sería muy lindo poder seguir la divisa de mi familia. Tracez Votre Chemin.

– Traza tu propio camino. -Él asintió-. Es una buena divisa, ¿y quién sabe, muchacha bonita? Tal vez un día haga su propio camino. No sabemos qué nos traerá el futuro, Rosamund. A pesar de nuestro deseo de tranquilidad, la vida siempre está llena de sorpresas. Le diré a Edmund Bolton que partiremos el 1° de septiembre. ¿Eh?

Ella asintió, pero él pudo ver la disconformidad en su aceptación.

– ¿Cuántos carros puedo llevar con mis cosas? -preguntó ella.

– Llevaremos un caballo de carga. En la Corte no tendrá privacidad, o muy poca, Rosamund. Usted y Maybel dormirán en una gran habitación con el resto de las damas de la reina y sus criadas. Su pequeño baúl será todo el espacio de que dispondrá para sus posesiones. Todo debe ser portátil para que pueda trasladarse con rapidez de un lugar a otro. El rey y la reina nunca permanecen mucho tiempo en una misma casa. Viajan entre sus palacios de Londres, Greenwich, Richmond y Windsor. Y cuando llega el verano, la Corte entera inicia el viaje real anual, que consiste en visitar casas nobles grandes y pequeñas. Entonces, tendrá menos lugar aún para usted o para sus cosas, si la invitan a ir. Si tiene suerte, no la llevarán. Al menos entonces tendrá una cama.

– No suena muy confortable -dictaminó Rosamund.

– No lo es. -Él sonrió-. Los caballeros solteros lo pasan peor, se lo aseguro. Si tenemos suerte, terminamos durmiendo en la sala, junto al fuego. Si no, en los establos o en la cucha de un perro.

– Al menos, no pasan frío -respondió ella-. ¿No está casado? No -dijo, respondiendo a su propia pregunta-, claro que no. Usted es como mi Hugh y no se puede costear una esposa.

– Así es. Mi hermano mayor fue quien heredó de nuestro padre. Mi otro hermano sirve a la Iglesia. Tengo tres hermanas. Una está casada y dos son monjas. Tuve suerte de haber conseguido mi lugar en la casa de Jasper Tudor. Mi padre conocía a su mayordomo principal, que era pariente de mi madre, y se apiadó de mí.

– ¿No extrañó a su familia?

– No. Mi padre estaba enojado porque mi nacimiento produjo la muerte de mi madre. Casi no me dirigió la palabra hasta que me fui de su lado. Mi hermana Enit era la hija mayor. Ella tenía doce años cuando yo nací. Se ocupó de mí hasta que se casó, cuando yo tenía cuatro años. ¡Cómo la extrañé! Mi hermano mayor no se interesó en mí, pues por sobre todas las cosas deseaba complacer a nuestro padre, que me ignoraba, y entonces él también. Apenas se casó Enit, lo hizo también mi hermano mayor. Para cuando cumplí seis años, su esposa ya había dado a luz a su heredero, para gran satisfacción de mi padre. Mi hermano segundo estaba en el monasterio y mis otras dos hermanas, en el convento. Sólo quedaba yo. El cabo suelto, me llamaba mi hermano. Entonces vino el mayordomo principal de Jasper Tudor a presentar sus respetos en la tumba de mi madre. Vio el problema que yo era para mi familia y, cuando se fue, lo acompañé. Le dijo a mi padre que había lugar para un paje en la casa de su amo. Y mi padre se alegró mucho de mi partida, por supuesto.

– Qué afortunado para usted -dijo Rosamund. Caramba, la infancia de este hombre había sido peor que la suya. Cuando tuviera hijos, se aseguraría de que fueran queridos y protegidos.

Owein Meredith rió.

– No había ningún lugar, lo creó mi pariente. Después me enseñó mis deberes. Fue mucho más padre para mí que mi verdadero progenitor. Sin él, no sé qué hubiera sido de mí. Por su bondad, yo luché por progresar.