La Dama de Friarsgate

1° de la Serie Friarsgate

Rosamund (2002)

PRÓLOGO

La herencia de Friarsgate

Cumbria, 1492-1495.


La primera vez que enviudó, Rosamund Bolton tenía seis años. La segunda, no había cumplido los trece y aún era virgen. Comenzaba a desear no serlo, pero la idea de verse libre de marido por el período de luto de un año era muy seductora. Salvo durante tres años, había estado casada toda su vida.

Las cosas tal vez habrían sido diferentes si sus padres y su hermano Edward no hubieran muerto aquel verano lluvioso de 1492, durante la epidemia de peste. Pero todos perecieron, y Rosamund Bolton de pronto se convirtió en la heredera de Friarsgate, una vasta extensión de tierra con grandes rebaños de ovejas y manadas de vacas. Tenía apenas tres años.

Su tío paterno Henry Bolton había ido a Friarsgate con su esposa, Agnes, y su hijo. Si Rosamund hubiera fallecido con su familia, Henry Bolton habría heredado Friarsgate. Pero la niña había sobrevivido. Es más, daba la impresión de ser una pequeña particularmente saludable. Henry era un hombre práctico. No necesitaba ser el señor de Friarsgate para controlarla y, sin duda, lo haría. Sin esperar una dispensa de la Iglesia, casó a su hijo de cinco años, John, con Rosamund. La bula ya llegaría, y al precio adecuado.

Pero dos años después, con la recién llegada dispensa a buen recaudo en la caja fuerte que tenía bajo la cama, Henry Bolton estuvo a punto de perder Friarsgate una vez más. Una enfermedad eruptiva infectó a los dos niños. Rosamund sobrevivió sin inconvenientes. John no. Su esposa no le había dado más hijos vivos a Henry, que ahora la reprendía violentamente por esto. ¿Perderían Friarsgate en manos de algún extraño por su incapacidad de darle otro hijo varón? Desesperado, Henry Bolton buscó el modo de proteger sus intereses sobre la propiedad. Para su alivio, encontró la solución perfecta en la persona de un primo mucho mayor de su esposa, Hugh Cabot.

Durante buena parte de su vida adulta, Hugh Cabot había sido administrador en casa de Robert Lindsay, hermano de Agnes Bolton. Pero, ahora, Lindsay debía encontrarle un lugar en la vida a su segundo hijo, de modo que Hugh perdería el empleo. Esa información había llegado a oídos de Agnes porque su cuñada era una chismosa. Tratando de aplacar la ira de Henry, le contó lo que sabía y recuperó así el favor de su esposo, pues Bolton comprendió la sencilla solución que su esposa acababa de presentarle para su problema.

Mandaron buscar a Hugh Cabot, que habló con Henry Bolton y llegaron a un acuerdo. Hugh desposaría a Rosamund, de seis años, y supervisaría Friarsgate. A cambio, tendría un hogar y viviría cómodamente el resto de sus días. Hugh vio cuál era la intención de Henry Bolton, pero, como no tenía opción, aceptó. No le caía para nada bien su involuntario benefactor, pero tampoco era un tonto de remate, como creyó Henry. Hugh pensó que, si vivía lo suficiente, podría influir a su esposa niña y enseñarle a proteger sus propios intereses contra su avaro tío.

Agnes Bolton quedó embarazada otra vez. A diferencia de sus muchos embarazos anteriores, parecía que este llegaría a buen término, como con John. Henry hizo arreglos inmediatos para regresar a su casa, Otterly Court, que era parte de la dote que su esposa había aportado al matrimonio. Estaba feliz, convencido de que el ser que su esposa llevaba en el vientre era el tan anhelado hijo varón. Cuando Hugh Cabot finalmente muriera, pensaba Henry, casaría a su hijo con Rosamund. La herencia de Friarsgate volvería a su firme puño.

Al fin, Henry y su esposa empacaron y estuvieron listos para partir. Llegó el día de la boda. El novio era alto, y su dolorosa delgadez, combinada con sus cabellos blancos, acentuaba la impresión de fragilidad. Pero Hugh no era débil, como podría advertir cualquier persona que mirara con atención sus brillantes ojos azules debajo de las espesas cejas rubias y canosas. Firmó los papeles de la boda haciendo temblar su mano a propósito. También tenía los hombros caídos y no cruzó su mirada con la de Henry Bolton, aunque este no se dio cuenta. Lo único que le importaba era que Rosamund no fuera arrancada de sus garras por un casamiento con algún extraño. Confiaba en que Friarsgate seguía firmemente bajo su control.

La novia vestía un sencillo vestido ajustado de lana color verde, de talle alto. Llevaba el largo cabello rojizo suelto sobre sus hombros estrechos. Los ojos color ámbar denotaban curiosidad y también cautela. Era delicada, como una pequeña hada, pensó Hugh al tomar su manita en la suya para repetir los votos ante el anciano sacerdote. La niña recitó sus votos con un sonsonete: era obvio que los había aprendido de memoria.

Henry Bolton sonreía satisfecho, casi como relamiéndose, mientras contemplaba el segundo matrimonio de Rosamund. Después, le dijo a Hugh:

– No debes corromperla aunque ahora sea tu esposa. La quiero virgen para su próximo matrimonio.

Por un momento, Hugh sintió una ira oscura que se apoderó de su alma, pero ocultó el desagrado que le inspiraba ese hombre tosco y avaricioso, y dijo con voz queda:

– Es una niña, Henry Bolton. Además, ya estoy viejo para emociones como la pasión.

– Me alegro de oírlo -dijo Henry, jovial-. En general, es una muchachita dócil, pero puedes golpearla si no se comporta como tal. Ese derecho es tuyo, y no te privaré de él.

Y entonces Henry Bolton se fue de Friarsgate, cabalgando sobre las colinas que separaban Otterly Court de la rica propiedad de su sobrina.

PRIMERA PARTE

La heredera de Friarsgate

CAPÍTULO 01

Inglaterra 1495-1503.


El día en que se desposó con Hugh Cabot, Rosamund Bolton observó en silencio la partida de sus tíos. Entonces, se volvió a su nuevo esposo y dijo:

– ¿Se han ido para siempre, señor? Mi tío se comporta como si esta fuera su casa, pero es mía.

– De modo que lo entiendes, ¿eh? -respondió Hugh, divertido. Se preguntó qué más entendería. Pobre corderito. Seguro que su vida no había sido fácil.

– Soy la heredera de Friarsgate -respondió ella, con sencillez y orgullo-. Mi tío Edmund dice que soy un premio jugoso. Por eso mi tío Henry quiere manipularme. ¿Crees que volverá?

– Por ahora se fue. Estoy seguro de que regresará para ver cómo estás.

– Regresará para contemplar mis tierras y ver que prosperen -respondió Rosamund, con astucia.

Él le tomó la mano.

– Entremos, Rosamund. El viento es frío y anuncia que el invierno está por llegar, muchachita.

Entraron juntos en la casa y se instalaron en el pequeño vestíbulo, cerca del fuego. La niña se sentó frente a él y, muy seria, dijo:

– Así que ahora tú eres mi esposo. -Los piecitos, abrigados con pantuflas, no tocaban el suelo.

– Así es -dijo él. Los ojos azules le brillaban de la gracia que le hacía pensar adonde conduciría esta conversación.

– ¿Cuántas esposas tuviste antes que yo? -preguntó con curiosidad.

– Ninguna -respondió él, y una sonrisa se dibujó en sus rasgos angulosos.

– ¿Por qué? -quiso saber ella. Estiró una mano y acarició a un gran galgo que había venido a sentarse a su lado.

– No tenía medios para mantener a una esposa. Fui el hijo menor de mi padre, que murió antes de que yo naciera. Él también era el hijo menor y dependía de su familia para todo. Hace tiempo le hice un gran favor a mi prima, o creí hacérselo. Convencí a su hermano de que le cediera la pequeña propiedad de Otterly y, así, la convertí en una novia apetecible para tu tío Henry. Agnes era una muchacha fea, pero no tenía vocación para la iglesia. Necesitaba algo que la distinguiera de las otras muchachas casaderas de escasos recursos. Al convencer a Robert Lindsay de que una mujer con una propiedad tendría más posibilidades de recibir propuestas de matrimonio, convertí a Agnes en una candidata atractiva.

– Como yo -comentó Rosamund.

– Sí, como tú -dijo Hugh, con una risita-. Entiendes muchas cosas para ser tan joven.

– El sacerdote dice que las mujeres son la vasija más frágil, pero yo creo que se equivoca. Las mujeres pueden ser fuertes e inteligentes.

– ¿Eso es lo que piensas, Rosamund? -Qué criatura tan fascinante era esta niña que ahora estaba a su cargo.

Ella se asustó ante la pregunta y apoyó la espalda contra el respaldo de la silla.

– ¿Me golpearás por mis pensamientos, sir? -inquirió, nerviosa.

La pregunta perturbó profundamente a Hugh Cabot.

– ¿Por qué piensas eso, niña?

– Porque estuve muy osada. Mi tía dice que las mujeres no han de ser osadas ni atrevidas. Que eso es desagradable para los hombres y que debe golpeárselas por ello.

– ¿Te golpeó alguna vez tu tío? -pregunto él. Ella asintió en silencio-. Bien, niña, yo no te golpearé -dijo Hugh, y sus bondadosos ojos azules se encontraron con los temerosos ojos ambarinos de ella-. Siempre querré que seas franca y honesta conmigo, Rosamund. La falsedad lleva a malos entendidos tontos. Yo puedo enseñarte muchas cosas si de verdad vas a ser la señora de Friarsgate. No sé cuánto tiempo estaré contigo, pues soy un hombre viejo. Pero si quieres manejar tu propio destino, sin interferencias, deberás aprender lo que tengo para enseñarte, a fin de que Henry Bolton no vuelva aquí a dominarte.

Él vio que sus palabras despertaban un destello de interés en el rostro de Rosamund, aunque ella lo disimuló de inmediato y dijo, reflexiva:

– Si mi tío hubiera sabido que planeabas ponerme en su contra creo que hoy no serías mi esposo, Hugh Cabot.

Él rió.

– Me malentiendes, Rosamund -respondió, con suavidad-. No deseo ponerte en contra tu familia pero, si yo fuera tu padre, querría verte independizada de ellos. Friarsgate te pertenece a ti, niña, no a ellos. ¿Conoces la divisa de tu familia?

Ella negó con la cabeza.

– Tracez Votre Chemin. Significa Traza tu propio camino -le explicó.

– Por favor, vive mucho tiempo, Hugh, así podré elegir a mi próximo esposo por mí misma -respondió con alegría.

Él rió con ganas. Ella pensó que era un sonido muy bonito. Rico, profundo, sin dejo alguno de malicia.

– Lo intentaré, Rosamund.

– ¿Cuántos años tienes?

– Hoy es veinte de octubre. El noveno día de noviembre cumpliré sesenta. Soy muy viejo, niña.

– Sí, así es -aceptó ella, muy seria, asintiendo.

Él no pudo evita reír otra vez.

– Seremos amigos, Rosamund -le dijo. Entonces se puso de rodillas ante ella, le tomó una mano y le dijo-: Te prometo, Rosamund Bolton, en el día de nuestra boda, que siempre te pondré a ti y los intereses de Friarsgate ante cualquier otra cosa, mientras tenga vida -y besó su mano.

– Creo que confiaré en ti. Tienes ojos bondadosos. -Apartó la mano y le sonrió con picardía-. Me alegro de que te hayan elegido para mí, Hugh Cabot, aunque creo que, si mi tío Henry hubiera sabido cómo eres, no te habría escogido, sin importar la deuda de mi tía.

– Mi esposa niña, sospecho que tienes una cierta debilidad por la intriga, lo que me resulta interesante en alguien tan joven.

– No sé qué quiere decir intriga. ¿Es bueno?

– Puede serlo. Te enseñaré, Rosamund -le aseguró-. Necesitarás recurrir a todo tu entendimiento cuando yo me haya ido y ya no pueda protegerte. Tu tío no será el único que desee quedarse con Friarsgate por tu intermedio. Algún día puede haber un hombre más fuerte y más peligroso que Henry Bolton. Tienes buen instinto. Necesitarás solo mi tutelaje para sobrevivir y fortalecerte.

Así comenzó su matrimonio. Pronto Hugh llegó a amar y tratar a su esposa como habría amado a una hija, si hubiera tenido una. En cuanto a Rosamund, ella también amaba a su anciano compañero como habría amado a un padre o a un abuelo. Los dos congeniaban. La mañana siguiente al casamiento salieron a cabalgar. Hugh montaba un robusto caballo capón bayo y Rosamund, su poni blanco, que tenía la crin y la cola negras. Hugh volvió a sorprenderse, pues Rosamund sabía mucho de su propiedad. Más de lo que podría conocer cualquier niña pequeña. Ella estaba muy orgullosa de Friarsgate y le mostró los frondosos prados donde pastaban sus ovejas y las campiñas verdes en las que pacían sus vacas a la luz del sol otoñal.

– ¿Tu tío compartía contigo su conocimiento de la tierra? -le preguntó Hugh.

Rosamund negó con la cabeza.

– No. Para Henry Bolton yo no soy más que una posesión que debe controlar para poder apoderarse de Friarsgate.

– Entonces ¿cómo es que estás tan bien informada?

– Mi abuelo tuvo cuatro hijos -comenzó a explicar ella-. Mi padre fue el tercero, pero los primeros nacieron del lado incorrecto de la cama, antes de que mi abuelo se casara. Por eso mi padre era su heredero. El tío Henry es el menor de los hijos de mi abuelo. El mayor es mi tío Edmund. Mi padre quería a todos sus hermanos, pero a Edmund más que a los otros. Cuando el tío Henry nació, mi padre tenía cinco años. Los otros dos estaban más cerca de él, por edad, y dicen que mi abuelo nunca marcó diferencias entre sus hijos, salvo por la condición de heredero de mi padre. Se les dio permiso a mis tíos Edmund y Richard para adoptar el nombre de la familia. Henry los detesta, en especial a Edmund, porque era el más querido por mi padre. Mi abuelo dio a Richard a la Iglesia para expiar sus pecados. Es el abad de St. Cuthbert, cerca de aquí. A Edmund lo nombró administrador, cuando tuvo la edad adecuada y murió el administrador anterior. El tío Henry no se animó a echar a su hermano mayor, pues Edmund sabe mucho de Friarsgate, y Henry no. Claro que Edmund no lo ha enfrentado nunca abiertamente, pero tanto él como Maybel me lo han explicado todo.