– ¿Me iré a mi casa si me dan un esposo? -dijo ella, con voz temblorosa.

– Depende del hombre que te elijan. Pero después de lo que estuvo a punto de ocurrir aquí, milady, es obvio que debes tener un esposo que te proteja.

SEGUNDA PARTE

La dama de Friarsgate

CAPÍTULO 07

Inglaterra 1503-1510


A la mañana siguiente, después de misa, sir Owein Meredith fue a hablar con la condesa de Richmond, cuando ella salía de la capilla, y le dijo, en voz baja:

– Quisiera hablar en privado con usted, señora, sobre un asunto de suma urgencia.

– Lo veré después de que haya desayunado -respondió la Venerable Margarita, sin detenerse, y siguió rumbo a sus departamentos.

Sus ojos se encontraron por un segundo, él se apartó y fue a buscar a Maybel.

– ¿Te explicó tu señora lo que sucedió ayer a la tarde? -le preguntó, al encontrarla-. Tu rapidez impidió una farsa.

– Habría que azotarlo -respondió Maybel, indignada-. No me importa que un día llegue a ser rey de Inglaterra; habría que azotarlo. ¿Qué clase de hombre, joven o no, se dispone a arruinar a una muchacha inocente, señor? Yo sé que sir Hugh, que Dios lo tenga en su gloria, tuvo buenas intenciones cuando confió a mi dulce niña al rey, ¡pero cómo deseo que ya estuviéramos en Friarsgate, a salvo en casa!

– Yo la protegeré lo mejor que pueda. Se me ha concedido una audiencia privada con la condesa después de que haya comido. No le va a gustar enterarse del mal comportamiento de su nieto. Querrá culpar a Rosamund. Yo no lo permitiré. Pero ella entenderá lo difícil de la situación. Voy a sugerirle que, de inmediato, le elija un esposo a Rosamund y que la case antes de que el joven príncipe consiga seducir a la señora de Friarsgate y arruine su reputación. Rosamund es inteligente, pero también es ingenua. Me temo que, en contra de su propio juicio, se siente atraída hacia el príncipe Enrique. Es halagador para una muchacha del campo ser perseguida por un príncipe.

Maybel asintió.

– Dices la verdad, señor, pero hay otra cosa que puede llevar a su caída. Sus jugos le están bajando ya. Es cierto que está madura para un esposo y, si no es para un esposo, para un amante. Es demasiado inocente para entender que no puede evitarlo. Necesita a un buen hombre en la cama, y será mejor que sea un esposo.

Sir Owein asintió.

– Sí -dijo, y la sombra de una sonrisa se le dibujó en los labios-. No temas, Maybel, hablaré con la condesa. Tú quédate con tu señora todo lo que puedas. No la dejes sola.

– Así será, señor.

Justo pasadas las nueve de la mañana, una de las damas de la condesa fue a buscar a Owein Meredith. Lo llevó a un pequeño cuarto con paneles y un hogar en un rincón con un hermoso fuego encendido. Había dos sillas tapizadas y de respaldo alto ante el pequeño hogar y una mesa redonda entre ambas. Margarita Beaufort estaba sentada en una de las sillas, vestida de negro, como siempre, con un tocado en arco que le cubría casi toda la cabellera, blanca como la nieve. Le indicó que se sentara en la otra silla; la criada se retiró y cerró la puerta a sus espaldas.

– Siéntate y dime para qué necesitas una audiencia privada conmigo, Owein Meredith.

El caballero suspiró.

– Pido la indulgencia de Su Alteza, y también su perdón, por lo que voy a contarle, pero no puedo guardar silencio porque mi silencio conduciría a que se malograra a una muchacha inocente y a que alguien a quien usted quiere profundamente sea culpable de un crimen terrible. ¿Me daría permiso para hablar con franqueza, a sabiendas de que no emitiré un juicio sobre este tema? Simplemente deseo evitar una tragedia, estimada señora.

– Nunca has sido hombre de entrometerte en lo que no te incumbe, Owein Meredith, por lo que debo aceptar que lo que tienes que decir es serio. Te concedo mi permiso para hablar. No te haré responsable por tus palabras, sean cuales fueren. Habla.

– Su nieto, el príncipe, ha sido tentado a un acto que lo deshonraría señora. Ha habido apuestas sobre el resultado de ese acto. Charles Brandon ha dado su opinión en contrario, pero igual es fiador de las puestas. Richard Neville ha sido el principal instigador de esta maldad.

– Caramba -dijo la condesa de Richmond, con sequedad-. ¿Por qué no me sorprende que Charles Brandon sea diplomático y los Neville alborotadores? Continúa.

– El príncipe, joven y lleno de los jugos de que están llenos los jóvenes como él, cree que está enamorado de lady Rosamund Bolton de Friarsgate. Ha habido un intercambio de tímidos besos entre ambos en una ocasión. El príncipe quiere más de la muchacha, pero ella es cuidadosa de su reputación y no le dará nada. Neville y los otros han apostado a que el príncipe Enrique no puede seducir a la señora de Friarsgate. Ayer, cuando usted llevó a las princesas y sus damas al río, el príncipe sobornó a las damas que quedaron para que abandonaran los departamentos donde dormía la joven Rosamund. El príncipe entró en la alcoba de la muchacha y trató de forzarla. Solo la oportuna intervención de la criada de ella, que corrió a buscarme, salvó a lady Rosamund y su buen nombre.

– ¡Alabado sea Dios! ¡Lo haré azotar!

– Buena señora, le ruego que me escuche hasta el final. El príncipe Enrique no puede evitar que lo rebosen la vitalidad y un poco de lujuria. Es joven, y Dios es testigo de que tiene el tamaño corporal de cualquier hombre, en muchos casos incluso mayor. Está empezando a sentir los deseos de un hombre. Pero aquí es su orgullo lo que está en juego, más que ninguna otra cosa. La situación puede solucionarse de manera rápida y sencilla, pues el príncipe es de corazón honorable y, como ayer fue rechazado, probablemente haya que buscar una solución que deje intactos tanto su orgullo como la virtud de lady Rosamund.

– ¿Qué sugieres, Owein Meredith?

– Rosamund Bolton fue enviada aquí porque su tío la maltrataba y quería robarle lo que es suyo. Sir Hugh Cabot buscó proteger a su esposa. Sabía que Rosamund tenía que volver a casarse, pero no quería que la obligaran a desposarse con su primo de cinco años para que Henry Bolton pudiera apoderarse de Friarsgate. Conocí a ese hombre señora. No es honorable. Elija un esposo para Rosamund y su nieto dará un paso al costado, lo garantizo. Rosamund estará a salvo, su reputación quedará intacta y el príncipe podrá quedarse con su orgullo. Ni Richard Neville osaría sugerirle que sedujera a la prometida de otro hombre, señora. -Sir Owein se reclinó en la silla y esperó a que la condesa hablara.

– La boda de mi nieta me toma todo el día ahora que su madre ha muerto y no hay nadie más para ocuparse del tema. En unas semanas más la reina de los escoceses irá al encuentro de su esposo, y se celebrará su matrimonio. También hay que ubicar a la pobre española, Catalina. El rey está muy disgustado porque el rey Fernando no ha completado los pagos por la dote de la muchacha. Especialmente, porque quiere casarla con Enrique. He oído rumores, sir Owein, de que a mi nieto le gustan mucho las mujeres. ¿No es demasiado joven para eso?

– En el caso del príncipe, yo diría que no, señora -respondió el caballero, preguntándose cuánto sabría la anciana señora de su lujurioso nieto y sus aventuras sexuales.

– Pensaba buscarle marido a esa muchacha Bolton después de la partida de Margarita, pero supongo que surgiría otra cosa y la muchacha va a tener veinte años antes de que yo vuelva a acordarme de ella. Tú la trajiste el año pasado de Cumbria, ¿no? -la Venerable Margarita se inclinó hacia el fuego para calentarse las manos.

– Sí, señora.

– Mi nieta la quiere. ¿Y tú? ¿Qué clase de muchacha es, Owein Meredith?

– Sensata y confiable. Adora Friarsgate y fue educada para manejarla por cuenta propia. Lo hace bien y sus arrendatarios la reverencian. El lugar es próspero. Parece a salvo de los escoceses gracias á la disposición de la tierra que la rodea. Las colinas son demasiado escarpadas, lo que impide trasladar con facilidad el ganado y las ovejas. Por eso Friarsgate ha estado en paz, sin contar al tío.

– ¿Cuánto hace que quedó huérfana?

– A los tres años. El tío rápidamente la casó con su hijo mayor. El niño murió. Entonces la casó con Hugh Cabot. Henry Bolton pensó que sir Hugh se conformaría con tener un lugar donde pasar su vejez. Pero Hugh Cabot le enseñó a Rosamund a manejar sus asuntos. La quiso como habría querido a una hija y ella lo adoraba. Quedó destrozada cuando él murió.

– Y sir Hugh burló al tío poniendo a su esposa al cuidado del rey -dijo la condesa despacio-. Hombre inteligente, diría yo.

– Yo llegué cuando estaban en el banquete del funeral. El tío ya insistía en que Rosamund se casara con su siguiente hijo, un niño al que acababan de ponerle pantalones para la ocasión. Ella se resistía, y solo mi oportuna llegada la salvó.

La Venerable Margarita sonrió y dijo, con tono divertido:

– Parece que se te ha hecho costumbre ir al rescate de esa damisela, Owein Meredith. Bien, te agradezco que me hayas traído este asuntillo. Me ocuparé de que Rosamund Bolton sea vigilada y que no se le permita estar a solas con Enrique, ese bribonzuelo sinvergüenza. Y pensaré en un esposo para esa muchacha. Tiene la edad de Margarita, un poco mayor, incluso. Es tiempo de que vuelva a casarse, y que esta vez sea para siempre. -Le tendió la mano a su interlocutor.

Sir Owein se inclinó mientras se la besaba.

– Agradezco a Su Alteza por su amabilidad -dijo, y se retiró del pequeño cuarto.

Cuando la puerta se hubo cerrado tras él, la condesa dijo en voz baja:

– Ya puedes salir, niña, ven. Dime qué piensas de lo que acabas de escuchar.

La joven Margarita Tudor salió de atrás del tapiz que había del otro lado de la habitación, donde estaba oculta. Se sentó con su abuela.

– Rosamund estaba muy callada cuando volvimos del río, señora, pero a mí no se me ocurrió preguntarle por qué. Es típico de Hal permitir que su orgullo dirija su miembro. Si no aprende, eso algún día lo llevará a la ruina. -Se alisó la falda: sus largos dedos acariciaron la seda anaranjada.

La condesa rió.

– Gracias a Dios, eres una muchacha inteligente y prudente, Margarita, tocaya. Puede que algún día, como reina de Escocia, tengas que tomar decisiones difíciles. Y también deberás hacer que tu esposo recurra a ti, niña, no sólo a sus consejeros. Ahora bien, si tuvieras que decidir, ¿a quién elegirías como esposo para Rosamund Bolton?

– A sir Owein Meredith, abuela, por supuesto -respondió la princesa sin la menor vacilación.

– ¿No al hijo de alguna buena familia del norte? ¿O alguno de los alborotadores Neville, tal vez? Una heredera los dejaría en deuda con nosotros.

– No, abuela. Los Neville son alborotadores. Nunca podremos estar seguros de ellos, porque van en la dirección del viento, siempre que los favorezca. Aunque yo esté casada con Escocia, jamás podremos estar seguros de que no vuelva a haber guerra entre ambos países. Sería mejor casar a Rosamund con un hombre en quien los Tudor tengamos una confianza absoluta. Sir Owein es gales. Estuvo al servicio de nuestra familia desde antes de que yo naciera. Era más pequeño que María cuando entró en nuestra casa. No hay la menor duda de su lealtad a los Tudor y a Inglaterra, abuela. Podemos confiar en que él nos cuidará ese flanco.

– Pero no es un gran señor.

– Así es, por eso es que, si se le da a este leal servidor de los Tudor una heredera joven y atractiva, algo a lo que, por cierto, él no aspiraría jamás, quedaría más en deuda con nosotros que un Neville, y podemos estar seguros de su lealtad. Los hijos importantes de un gran nombre no aceptarán a Rosamund. Tendría que elegir a alguien menor de los solteros. De hecho, tendría que preguntar entre los grandes señores cual de sus jóvenes sería apropiado. Los señores escogerían a algún pariente que estuviera, primero, en deuda con ellos, no con nosotros. Y es con nosotros, los Tudor, con quienes debe quedar en deuda, para que saquemos una ganancia de este matrimonio. Sir Owein es nuestro hombre, nadie más.

– Me pregunto si un hombre tan acostumbrado a estar a nuestro vicio se alegraría de contraer matrimonio, aunque tampoco importa demasiado. Si decidimos que tiene que casarse, se casará.

– Creo que la quiere. Usted misma notó que está siempre salvándola de un peligro u otro. Y creo que a ella él le gusta mucho, aunque no lo admita. En realidad, estoy segura, abuela. Sería un buen arreglo para los dos. Sir Owein no es viejo todavía. Probablemente los sobreviva a usted y a mi padre. No habrá lugar para él en la Corte de mi hermano. ¿Qué será de este leal servidor de la Casa de los Tudor? Owein Meredith merece que lo tratemos con cordialidad. ¿No le parece, abuela?