– Será un buen matrimonio. La muchacha ya tiene edad de parir hijos y sir Owein es lo bastante joven como para engendrárselos. Si los dos se sienten cómodos el uno con el otro, sí, será un buen matrimonio. La muchacha estará a salvo de su avaricioso tío y agradecida con nosotros. Sir Owein, con su largo servicio a nosotros, también estará contento y seguirá siendo leal. Un hombre leal en la frontera sería una gran ventaja para nosotros, en especial un hombre que no sea demasiado visible por su gran riqueza o gran nombre. -Se inclinó hacia adelante y le dio una palmadita en la rosada mejilla a su nieta-. Has tomado una decisión prudente y considerada, mi joven reina de los escoceses. Será como tú dices. Rosamund Bolton de Friarsgate le será dada a nuestro buen y leal servidor sir Owein Meredith.

– Gracias, abuela -dijo la princesa. No podía contenerse para ir a contarle a Rosamund de su buena fortuna, pero la condesa de Richmond levantó su mano llena de anillos.

– No puedes decir nada todavía, niña. Tengo que obtener el permiso de tu padre, pues él es el tutor de la muchacha.

– Si usted lo quiere, él lo aprobará -dijo la princesa, abiertamente ¿Cuándo le ha negado algo mi padre, abuela?

La condesa rió. Hasta que tu padre triunfó, él y yo lo pasamos muy mal, con los partidarios de York que siempre buscaban destruirlo. Todos esos años en la Corte de Bretaña… Y tu antepasado de York, luego el duque Ricardo, que quería matarlo, para matar así a la Casa de Lancaster. Yo di mi juventud por la seguridad de tu padre, y él lo supo siempre, aunque yo nunca me quejé. Es un hijo magnífico, mi querido Enrique. Te deseo que el hijo que le des a Jacobo Estuardo sea igual de cariñoso contigo, mi niña.

– Mantendré nuestro secreto, abuela -respondió Meg-. Pero consiga pronto el permiso de papá, porque no me será fácil callarme, sabiendo lo que sé.

– Tu padre regresará a Richmond mañana, con tu hermano. Se lo preguntaré esta tarde. Debe hacerse antes de que tú partas hacia Escocia. Rosamund y sir Owein pueden ir con tu comitiva hasta Friarsgate. Eso fortalecerá aún más nuestros lazos. Es un gran honor ser incluido en tu comitiva nupcial.

– Gracias, abuela -dijo la princesa. Hizo una reverencia y dejó a la anciana entregada a sus pensamientos.

La criada preferida de la condesa entró en el pequeño aposento.

– Ya casi es hora de la comida del mediodía, señora.

– Ve a buscar a mi hijo, el rey, y dile que quisiera hablar con él lo antes posible.

La criada hizo una reverencia.

– Enseguida, señora -dijo y salió con prisa de la habitación. Cuando regresó, traía al rey consigo, para sorpresa de su madre y se sintió agradecida de la generosidad de él de acudir con tanta presteza a su llamado.

– Enrique -dijo, sonriendo, cuando él se inclinó para besarla- podría haber ido a verte yo, querido hijo.

– Ya leí y firmé todos los papeles que mis secretarios me trajeron esta mañana -respondió él, sentándose en la silla recién desocupada por su hija-. Hacerte una visita, mamá, es un agradable cambio en mis tareas. -Suspiró y su mirada se volvió melancólica.

La criada puso un copón de vino caliente con especias en manos del rey y, haciendo reverencias, se retiró.

El rey bebió un sorbo y cerró los ojos un momento.

– Se supone que tenías que venir a Greenwich a tomarte un descanso estival y a estar con tu familia antes de que Margarita partiera a Escocia. No puedes trabajar hasta matarte para escapar al hecho de que Bess esté muerta, Enrique -lo reprendió con suavidad-. Yo no puedo reemplazar a tu esposa, pero estoy aquí para ayudarte, como siempre. Los niños te necesitan. Pronto, tu hija mayor se habrá ido y la pobre María quedará sola. Es una pena que la pequeña Catalina haya muerto apenas con dos meses. Era la más hermosa de todos los hijos de Bess. Como un ángel. Tal vez lo era. Y el joven Enrique te necesita mucho. Sé que estás enojado porque él no es Arturo, pero no puedes modificar eso, hijo. El muchacho será rey después de ti, pero tú no le enseñas el arte de gobernar. Lo tienes cerca, pero lo ignoras. Arturo, que Dios lo tenga en la gloria, era un muchacho encantador, pero, en mi opinión, él habría sido un buen hombre de la Iglesia y Enrique, un buen rey, hijo.

– ¡No digas eso! -dijo el rey, con un grito sordo.

– Es cierto y tú lo sabes -insistió ella-. Pero no es de eso que quiero hablarte. Con tu permiso, he elegido un esposo para la viuda de sir Hugh Cabot, que es tu pupila. Ha sido compañera de Margarita desde que llegó a la Corte, pero ahora Margarita se irá y lady Rosamund Bolton no tendrá lugar en la comitiva de la reina de los escoceses. Es hora de que regrese a su casa, a su amada Friarsgate, pero debe tener un esposo, y él tiene que ser un hombre en quien tengamos una confianza absoluta, porque Friarsgate está en la frontera, hijo. Aunque esperamos que el matrimonio de Margarita traiga una paz permanente entre nuestros dos países, tú y yo somos más prácticos que muchos. Sabemos que, pese a la unión entre nuestras casas reales, en algún momento puede volver a estallar la guerra. Y la frontera siempre es un lugar inseguro, incluso en los mejores tiempos. Debemos tener allí a un hombre que sea de nuestra confianza y cuya lealtad esté fuera de toda duda, Enrique, hijo. Sir Owein Meredith ha servido a la Casa de Tudor durante casi veinticinco años. Como no es un gran señor, se enterará más que una persona importante de lo que suceda en la región. La gente no se cohibirá de hablar ante él. Su lealtad está fuera de toda duda.

– ¿No querrías tener a un miembro de las familias del norte? -preguntó el rey a su madre. Estaba sorprendido, y quería saber había sido el razonamiento de ella antes de dar su consentimiento. La heredera era un bien valioso.

– Margarita fue quien lo sugirió. Me dijo, con sabiduría, que las familias del norte cambian con el viento. Son excesivamente orgullosas. Aunque les hicieras el favor de darles a esta joven heredera, no se considerarían en deuda contigo, aunque así sería. Sir Owen Meredith es nuestro hombre. Sucediera lo que sucediese, él no dejará de estar a nuestro lado.

– ¿Y mi hija ha razonado esto ella sola? Ha aprendido bien sus lecciones. Espero que Jacobo Estuardo se dé cuenta del tesoro que le mandamos. ¿Su sugerencia cuenta con tu aprobación, madre? -El rey vació la copa de vino.

– Sí. Mi nieta ha encontrado una buena solución. Lady Rosamund Bolton no será desdichada con sir Owein Meredith de esposo, aunque eso no interese. Este compromiso y tu matrimonio servirán tanto a nuestros propósitos como a las partes involucradas, hijo.

– Entonces, tienes mi permiso para comprometer a esa muchacha con sir Owein, madre. Haré preparar los papeles.

– Hazlo, para que sir, Owein y su prometida puedan viajar con la comitiva de la reina de los escoceses hasta Friarsgate -sugirió la condesa-. Que el último recuerdo de nosotros que tengan sir Owein y Rosamund esté colmado de gratitud por el honor que les dispensamos. -Los años no han menoscabado tu inteligencia, madre -dijo el rey con una sonrisa-. Ahora bien, ¿qué hago con la española Kate? El rey Fernando es resbaladizo como una anguila y astuto como un zorro. Hace oídos sordos a nuestros pedidos de que envíe el resto de la dote de la muchacha. Dadas las circunstancias, no puedo pagar su mantenimiento.

– Ponla en la Casa Durham. No debe estar en la Corte, en especial porque su padre no ha terminado de pagar la dote. Y le devolveremos al padre todos los servidores españoles que podamos. Que entienda las condiciones actuales, no mantendremos a su hija con todos si quieres casarla con Enrique, de todos modos, tiene que tener servidores ingleses y aprender nuestro idioma, para lo cual es lenta. La alienta esa arpía, su dama de compañía, doña Elvira. Lamento admitir que no podemos deshacernos de ella, pero creo que es una mala fluencia para la joven Catalina. Si rodeamos a la muchacha de nuestra gente, quizá reduzcamos la influencia de doña Elvira. ¡Y consíguele un sacerdote inglés! Esos españoles son demasiado estrictos en su fe.

– Me desharé de sus servidores españoles, al menos de todos los que me anime, pero no quiero pagar otros sirvientes, ni siquiera ingleses, madre. Que la princesa de Aragón viva con sencillez por el momento y haga el duelo por su esposo, como corresponde.

El rey se puso de pie, tomó la mano de su madre entre las suyas y la besó con ternura.

– Hago más en unos minutos contigo que en una mañana entera con todos mis consejeros -dijo antes de partir.

La criada de la condesa regresó.

– Busca a sir Owein Meredith. Quiero hablar con él antes de la comida. Todavía tengo tiempo.

– Sí, señora.

La Venerable Margarita suspiró. Su nieta tenía razón. Sería un buen matrimonio. Si Rosamund Bolton no quedaba agradecida, sir Owein Meredith sí. Agradecido y sorprendido. La anciana rió. Él no esperaba semejante premio, y, seguramente, por eso mismo se lo merecía.

Owein Meredith sintió que un paje con la librea de la condesa de Richmond le tiraba del jubón.

– ¿Qué pasa, muchacho? -preguntó, con una sonrisa amable. Le parecía que había pasado tanto tiempo desde que estuvo en el lugar de ese muchachito. Se preguntó quién sería él y qué le depararía el destino.

– Mi señora quiere hablar con usted de inmediato, señor -respondió el paje con una profunda reverencia.

– Iré enseguida -dijo el caballero y siguió al niño por los corredores del palacio hasta la pequeña cámara privada donde había estado es día. Sentía curiosidad por saber por qué lo llamaba la madre del rey, y la misma mañana. Sin pausa, entró por la puerta que el paje tenía abierta.

– Gracias, William -le dijo la condesa a su paje, que retrocedió hasta salir de la habitación-. Siéntate, sir Owein. Te preguntarás, sin duda, por qué te he llamado otra vez a mi presencia. Como la princesa partirá pronto hacia Escocia, el tiempo es crucial en el asunto de Rosamund Bolton. El rey estuvo de acuerdo en que debe casarse, aunque no le conté del impropio comportamiento del joven Enrique. Sabrás de su hondo dolor por la muerte del príncipe Arturo, que siempre fue su preferido. Hasta la menor mancha en la conducta de mi nieto sólo abatirá aún más a mi hijo. El muchacho es joven y está lleno de vida. No puede con su carácter. No debe permitírsele que continúe con sus intentos de seducción. Lady Rosamund se comprometerá, con la aprobación del rey, con el caballero que yo he elegido. Ella y su prometido acompañarán a mi nieta, la reina de los escoceses, hasta Friarsgate. Allí los casará formalmente el sacerdote de ella, ante su gente, para que su esposo sea aceptado por los arrendatarios de Friarsgate, dado que él será su nuevo señor. ¿Te parece bien, sir Owein? -Los ojos de la condesa de Richmond estaban llenos de picardía. Sus labios delgados se apretaban en una risa silenciosa.

– No me corresponde a mí decir si me parece bien o mal, señora, pero sí, me agrada, y le agradezco que me lo haya preguntado -le respondió. Así que la casarían. Era mejor que estuviera casada y a salvo, en su hogar. Que no fuera presa del príncipe ni de su grupito de pequeños señores a los que les encantaba la caza pero que no se preocupaban por las consecuencias para sus víctimas.

– ¿No te da curiosidad saber a quién he elegido, Owein Meredith. Mi instinto me dice que sí.

– Estoy seguro de que ha elegido al caballero adecuado para lady Rosamund -respondió y rogó para que el hombre designado la tratara bien y respetara su conocimiento del feudo. Rogó, rápido y en silenció, que incluso ella encontrara el amor.

La madre del rey siempre había sido una estratega hábil en el juego de la vida. Se decía que era muy parecida a su bisabuelo, Juan de Gante, o de los hijos del rey Eduardo III. La condesa vio las emociones en el rostro de Owein Meredith y que intentaba ocultarlas. Él quería a esa muchacha. Estaba preocupado por quién sería su esposo y por si la tratarían bien. Margarita Beaufort estuvo tentada de seguir atormentando al pobre hombre, pero se acercaba la hora de la comida.

– Te he elegido a ti, sir Owein Meredith, como esposo para Rosamund Bolton de Friarsgate -dijo, en voz baja-. Espero que estés complacido.

– ¿A mí? ¿Me ha elegido a mí? -¿Había oído bien o se estaba volviendo loco?

Margarita Beaufort vio el asombro genuino en el rostro del caballero. Estiró la mano y la apoyó, tranquilizadora, en el brazo de él.

– Te he elegido a ti, sir Owein Meredith y el rey está contento con mi decisión.

– ¿Yo voy a casarme con Rosamund Bolton? -dijo, mareado por la sorpresa.

– Están preparando el contrato de matrimonio lo más rápido posible. Hay que proteger a tu Rosamund -dijo la Venerable Margarita.

– ¿Pero por qué yo?

Ahora la condesa de Richmond rió fuerte, complacida por su actitud y genuinamente divertida.