Rosamund sintió que se ruborizaba, pero le sostuvo la mirada.

– Estoy comprometida -dijo, serenamente-, y por orden del rey, no de mi tío.

El esbirro tenía una cabeza sobre los hombros y no era el león desdentado que creyó mi tío.

– Qué espíritu tienes, muchacha -rió-. Me gusta. ¿Y tu tío es el cobarde inglés que está sentado sobre su caballo al pie colina con tu administrador?

– Owein está sentado sobre su caballo al pie de la colina porque yo soy la señora de Friarsgate, no él. Yo hablo por mí y por mi gente Solo yo. -El escocés era arrogante, pero ella no se dejaría amilanar por su tamaño ni por sus modales.

– ¿Es uno de los galeses de Enrique Tudor, no? ¿Y cuándo es la boda muchacha?

– En Lammas.

– Sí, está bien pensado, porque tendrán un feriado, de todos modos. -Los ojos azules se entrecerraron-. Podría robarte en este preciso momento, Rosamund Bolton. En la frontera robarse a la novia es una costumbre honorable. -Acercó la montura a la de ella, tan cerca que ella sintió su olor, pero no se movió.

– ¿Y me llevarías a la Corte del rey Jacobo para exhibirme, milord? -Sus oscuras pestañas le acariciaron las mejillas en un mohín seductor.

– Sí, haría eso -respondió él, estirando la mano para tocarle una trenza.

– Entonces, mi amiga, la reina de los escoceses, sentiría mucha curiosidad por saber por qué no estoy con el hombre a quien ella eligió en persona para ser mi esposo -dijo Rosamund con una sonrisa traviesa.

– ¿Conoces a la nueva reina de Jacobo? -preguntó, asombrado.

– He sido su acompañante durante los últimos diez meses -le dijo Rosamund con el más dulce de los tonos-. Mi prometido y yo viajamos hasta Newcastle en su séquito nupcial. Sí, conozco muy bien a Meg Tudor.

– Que me trague la tierra…

– Sí, milord, lo tragará algún día -respondió Rosamund, sonriendo-. Ahora, dime, ¿por qué diablos tu padre ofreció por mí? Tú eres escocés y su heredero. Yo soy inglesa, al igual que mis tierras.

– Somos fronterizos, milady, no importa de qué lado. Te vi cuando eras una niña. En una feria de ganado; fuiste con Edmund Bolton.

– Tendría seis años -recordó Rosamund-. ¿Fue en el lado escocés de la frontera, en Drumfrie, no? Sí, cumplí seis años ese verano. ¿Y tú cuántos años tenías, milord?

– Dieciséis, y mi nombre de pila es Logan.

– ¿Dieciséis y no tenías esposa? -preguntó ella, curiosa.

– Mi padre todavía vivía. Decidí no casarme hasta no ser el Hepburn de Claven's Carn.

– Y al no haberte casado, Logan Hepburn, has podido desparramar tus afectos con generosidad a ambos lados de la frontera, no me cabe duda -dijo ella, irónica.

– ¿Celosa? -bromeó él-. No tienes motivo, muchacha, pues estuve guardando mi corazón para ti.

Ella volvió a ruborizarse.

– Milord, soy una mujer casada -se apresuró a decir Rosamund.

– El gales parece viejo, aunque lo bastante joven para llevarte a la cama -dijo, osado, Logan Hepburn-. Será un matrimonio más real que los dos que has tenido, Rosamund Bolton. Envidio a ese hombre. ¿Y el avaro de tu tío lo aprueba?

– Su aprobación no es necesaria.

– ¿Ha sido invitado a la boda?

– ¡Claro que sí!

– ¿Y a mí me invitarás? -Los ojos azules bailaron, divertidos.

– ¡No, no te invitaré! -Rosamund apretó la espuela y la yegua se agitó, nerviosa.

– Puede que vaya, de todas maneras.

– ¡No te atreverías!

– Claro que sí.

– No tenemos nada más que decirnos, Logan Hepburn. Te deseo muy buenos días -se despidió Rosamund y comenzó a bajar la colina sin mirar hacia atrás.

– Podrías tomarla -sugirió Colin, su hermano, con suavidad.

– ¿Para que nuestro primo Patrick, el conde de Bothwell, venga a hacernos una visita? Si la muchacha es amiga de la reina, no tengo opción -les dijo Logan Hepburn a sus dos acompañantes.

– ¿Cómo hizo una pequeña heredera del norte, sin la menor importancia, para hacer amistad con la hija del rey Enrique? -se pregunten voz alta Colin Hepburn.

– No lo sé -respondió Logan-, pero le creo. Es muy franca. No creo que mintiera sobre algo así, pero, cuando vuelva a ver a Patrick Hepburn, se lo preguntaré, que no te quepa duda.

– ¿Y ahora con quién te casarás, Logan? -preguntó el hermano menor, Ian-. Hay muchas que te aceptarían -agregó, riendo.

– Sí, pero no las quiero. Esa es la muchacha a la que deseo por esposa, y algún día la tendré.

– Claven's Carn necesita un heredero -señaló, reflexivo, Colin.

– Ian o tú pueden tenerlos -respondió Logan.

– No sé si eres un tonto… o algo peor… un romántico -dijo Colin-. O tal vez ambas cosas, hermano.

Logan Hepburn rió.

– ¿De verdad vas a ir a su boda con el gales? -preguntó Ian.

– Sí, asistiré y llevaré mis gaitas. Todos iremos. -Lanzó una gran carcajada y salió al galope, seguido por sus dos hermanos.

Rosamund iba colina abajo cuando oyó la carcajada. El sonido la irritó profundamente. Nunca había visto a nadie tan insolente, tan irritante como Logan Hepburn. Pero, al mismo tiempo, había quedado fascinada por lo que él le había dicho. Le preguntaría a su tío Edmund si era cierto. La halagaba pensar que alguien había ofertado por ella. Se preguntó si Hugh sabía de los Hepburn. Su queridísimo Hugh. Ella sabía que él se alegraría mucho por ella, y que aprobaría a Owein Meredith. Rosamund había llegado al pie de la colina y detuvo la yegua.

– Estás sonrojada, mi amor -dijo Owein, curioso.

– Acabo de conocer al hombre más irritante y ofensivo del mundo. Edmund, ¿conoces a los Hepburn de Claven's Carn?

– Su finca está del otro lado de estas colinas. ¿Cuál de ellos era, y por qué nos espían desde hace semanas? ¿Te lo dijo?

– Era el dueño mismo.

– ¿El viejo Dugald? Pensé que estaba demasiado enfermo como para montar a caballo -comentó Edmund.

– Obviamente el viejo dueño ha muerto. Era el hijo mayor, Logan Hepburn, y, por el aspecto, sus dos acompañantes eran sus hermanos. Volvamos a la casa, Edmund, que les contaré todo, pero necesito una copa de vino. No sé si alguna vez me he indignado tanto. -Llevó la montura al establo, seguida por sus dos acompañantes, intrigados.

– Ese hombre la ha cortejado -le dijo Owein en voz baja a Edmund.

– ¡No se atrevería! -dijo Edmund, rápidamente-. ¡No tiene derecho!

– Pero lo hizo -señaló Owein con una sonrisa sabia-. No he vivido casi toda la vida en la Corte de los Tudor como para no reconocer la señal de cuando una mujer queda turbada al recibir un halago. Recuerda que Rosamund es en realidad muy inocente en cuanto a cómo juegan los hombres con las mujeres.

– Y tú, amigo mío, ¿cómo te sientes ante la posibilidad de que otro hombre corteje a tu prometida? -preguntó Edmund, curioso.

– La amo -dijo Owein, simplemente-, pero si otro hombre pudiera hacerla más feliz que yo, daría un paso al costado, aunque me rompiera el corazón, Edmund Bolton. Pero nuestra boda está fijada para Lammas, y no tengo intenciones de renunciar a ella.

– ¿Pelearías por Rosamund?

– Sí, si fuera necesario. No podría vivir sin ella.

– ¿Por eso dejas en sus manos los asuntos relacionados con Friarsgate?

– ¿No le enseñaron tú y Hugh Cabot a ser independiente? -replicó Owein-. Está hecha con el mismo molde que la Venerable Margarita. No se acostumbra que un hombre admire a una mujer así, lo sé, pero yo la admiro. Haremos niños valientes entre los dos, Edmund. Quiero enseñar a mis hijas mujeres tanto como a los varones a ser igual de fuertes que ella.

– Mi sobrina no ha tenido fortuna con su familia, pero, por Dios, qué fortuna ha tenido con sus esposos.

– Y contigo y creo que con tu hermano, el sacerdote -agregó -. Quiero conocer a todos tus hermanos.

Se apearon de los caballos, que los peones llevaron a los establos y entraron en la sala, donde Rosamund ya los esperaba con un copón de peltre lleno de vino en la mano.

Owein le tomó la otra mano y se la besó con suavidad. Entonces, la llevó hasta una silla ubicada junto al hogar.

– Cuéntanos, mi amor, qué te ha molestado tanto. -Owein se sentó con Edmund Bolton frente a ella, mientras aceptaba el vino que le ofrecía la criada.

Rosamund miró directamente a su tío.

– ¿Los Hepburn de Claven's Carn ofrecieron por mí el verano en que cumplí seis años? ¿Lo recuerdas, Edmund? Me llevaste a una feria de ganado en Drumfrie. Todavía llevábamos luto por la muerte de John, pero el tío Henry me permitió ir a pedido de mi tía.

– Sí, ofrecieron. Recuerdo que regresé contigo a casa y hablé con Henry. Cuando se enteró se puso como loco. Lo único que le importaba era que podía perder Friarsgate si te casabas con alguien que no estuviera emparentado con él. Enseguida se decidió por Hugh Cabot. Pero vivió el resto del verano con temor de que los Hepburn pudieran bajar de la colina y robarte. Me había olvidado, Rosamund.

– Así que el joven Hepburn ha venido a cortejarte, ¿no? -dijo Owein, con suavidad, reparando en el sonrojo de Rosamund.

– Le dejé las cosas en claro -respondió ella, rápidamente-. Le dije que me casaría en Lammas y que estaba contenta de hacerlo. ¡Ese demonio dijo que vendría a bailar en mi boda! -exclamó Rosamund, indignada.

Owein rió.

– Entonces le daremos la bienvenida, mi amor. ¿Esta noticia te ha hecho arrepentir?

– ¡No! ¡Quiero ser tu esposa y de nadie más, Owein! -Se bajó de la silla, se arrodilló a su lado y lo miró a la cara-. ¿No me quieres? Tal vez tú te estés arrepintiendo. Quizá pensar en casarte con una muchacha sencilla del campo y pasar la vida aquí en el norte, sin diversiones, ya no te parece interesante, ahora que hemos regresado. -Lo miraba ansiosa.

Él tendió la mano y le acarició suavemente el rostro. La tomó de la mano, la ayudó a incorporarse y sentarse en sus rodillas.

– No quiero otra esposa que no seas tú, Rosamund Bolton -le aseguró- y la vida en Friarsgate me parece el paraíso después de pasar tanto tiempo en las casas de otros hombres. Además -Owein le sonrió con ternura-, creo que ahora tengo debilidad por una muchacha de cabello rojizo y ojos ámbar que me derriten el corazón cada vez que los miro. -La besó y Rosamund suspiró, feliz, sintiéndose segura, a salvo, dentro de esos brazos fuertes, deseando que su tío no estuviera allí, para que Owein pudiera tocarla como la otra vez. "Sólo tres días más"-pensó.


El día de la boda amaneció inusualmente caluroso, aun para el verano. Había neblina en el horizonte. El cielo azul tenía un aire lechoso. Todavía vestida con la ropa de dormir, Rosamund entró en la sala al alba. Edmund le llevó el cuarto de hogaza del año anterior y, siguiendo las tradiciones de Lammas, ella lo rompió con cuidado en pedacitos, que luego deshizo, y llenó con ellos un pequeño recipiente de cerámica. Descalza, salió y caminó desparramando las migajas para los pájaros. Después de cumplir con la antigua tradición, Rosamund volvió a la casa para prepararse para la boda, que se celebraría después de la misa. Su tío Richard, que había llegado el día anterior, asistiría a su propio sacerdote.

Maybel había llevado a la habitación de Rosamund la tina de roble, que ya estaba llena de agua caliente.

– Deprisa, mi niña -le dijo a Rosamund, y le levantó el cabello, que le había lavado la tarde anterior, para que no volviera a mojarse-. Ah, Será la última vez que uses esta habitación. Te recuerdo de pequeñita en este cuarto. -Lloriqueó y se secó los ojos con la manga-. Creo que siempre te recordaré así.

– ¿Por qué? ¿No volveré a usar mi habitación? -preguntó Rosamund mientras se quitaba la ropa de dormir y se metía en el agua. Pero entonces se dio cuenta de la respuesta-. Ah -dijo con una risita nerviosa-. Esta noche dormiré en la habitación de los señores de la casa con mi esposo. ¿Está preparada? -Tomó la franela y el jabón y Comenzó a lavarse.

– Por supuesto -dijo Maybel, casi ofendida.

– Creo que hoy me pondré mi traje verde Tudor -respondió Rosamund, simulando no haberse dado cuenta.

– ¡Por supuesto que no! -la reprendió Maybel, indignada-. Eres una novia, mi niña. Una novia de verdad. El traje que usó tu madre está guardado desde hace años en el ático para ti. Hace días que lo estoy amoldando a tu cuerpo. Tillie me enseñó cómo tomar una prenda anticuada y renovarla. Me dijo que el rey, que Dios lo bendiga, es muy tacaño. Se niega a gastar dinero en trajes nuevos si los viejos no están gastados. Y no te voy a decir que no estoy de acuerdo con él. Tillie tuvo que aprender a arreglárselas porque su ama insistía en estar siempre vestida a la moda.

– Sí, es cierto -recordó Rosamund-. Cómo odiaba Meg usar luto. ¡Ay, Maybel, gracias! Tener un traje adecuado para mi boda con Owein es más de lo que yo podía esperar. ¿Qué haría yo sin ti? -Los ojos ambarinos se llenaron de lágrimas, que resbalaron por las mejillas de la muchacha.