Se había decidido que Annie, una joven criada a quien Maybel quería mucho, acompañaría a Rosamund a la Corte.
– Yo ya estoy demasiado vieja para ir contigo, querida niña. Además, tienes que dejar a alguien de confianza aquí para que se ocupe de las niñas, y esa persona soy yo. He estado instruyendo a Annie y te servirá bien. Yo no voy a vivir para siempre, Rosamund. Debes tener a otra persona que se ocupe de ti.
– Que no se te ocurra dejarme, pero estoy de acuerdo en que es mejor que venga una persona más joven conmigo. Ya conoces los horarios de la Corte. Si estoy con el séquito de la reina no se me permitirá irme a la cama hasta que Su Majestad esté bien metida en la suya.
Rosamund preparó a sus hijas para su partida, pero solo Philippa pareció interesarse. Banon quería saber si su madre le traería algo cuando regresara y Bessie era demasiado pequeña para entender lo que sucedía.
– ¿La reina tiene una hijita? -preguntó Philippa.
– No, todavía no tiene hijos -respondió su madre.
– No te vas a ir mucho tiempo, mamá, ¿verdad? -preguntó Philippa, mirándola, y eran los ojos de Owein que escudriñaban el rostro de Rosamund.
– Yo no quiero irme y no lo haría, pero ningún súbdito leal puede desobedecer la orden de la reina, mi niña. -Rosamund alisó con suavidad el cabello de su hija-. Preferiría quedarme con mis tres niñas antes que ir a la Corte. Creo que no soy una criatura muy social, queridísima.
– Ya hemos perdido a nuestro padre, no queremos perderte a ti.
– No me perderán, mi niña, y tendrán a Maybel aquí para cuidarlas. Mi mamá murió cuando yo tenía tres años. Casi no la recuerdo, pero Maybel me crió y me amó como si fuera su hija; puedes confiar en que ella las cuidará bien, a ti y a tus hermanas. Pero regresaré lo antes posible. Y te prometo que te escribiré.
Philippa abrazó a su madre y se alejó con sus hermanas. Rosamund suspiró hondo, pero Maybel la consoló.
– A ningún niño le gusta que la madre o el padre se vayan, mi niña. No te preocupes. Estaré aquí con ellas, como estuve contigo. Y Edmund cuidará Friarsgate. -Le dio una palmadita a Rosamund, consolándola.
– ¿Y si viene mi tío Henry? ¿Y si roba a Philippa para casarla con su odioso hijo? Ah, no me gusta dejar a mis hijas.
– Tu tío no está bien, según cuenta la cocinera, y tiene muchos problemas con su esposa -le recordó Maybel-. Además, Edmund no permitiría que nadie se llevara a las niñas. Ahora, deja de preocuparte y termina los preparativos para la Corte. La escolta de la reina estará aquí muy pronto.
Rosamund volvió a suspirar.
– Supongo que tienes razón, como siempre, querida Maybel. No conseguiré nada preocupándome. Pero estaré más contenta cuando emprenda el viaje de regreso a casa.
Al día siguiente el Hepburn de Claven's Carn llegó a la casa y entró temerario, en la sala donde Rosamund pulía sus pocas joyas. Ella levantó la mirada, sorprendida, pero no se levantó hasta que no hubo guardado sus joyas en la bolsa de terciopelo.
– Milord Hepburn, ¿qué te trae a Friarsgate?
– ¿Es cierto?
Ella supo a qué se refería él, pero no lo dio a entender.
– ¿Si es cierto qué, milord?
– ¿Enviudaste otra vez? -preguntó él, dándose cuenta de que ella lo había adivinado. ¿Era afectación lo suyo? No, ella no era así. Lo que quería decir, entonces, que Rosamund le tenía miedo. Suavizó el tono-. Me dijeron que sir Owein murió en un lamentable accidente. De haberlo sabido antes habría venido enseguida para presentar mis condolencias. -Los ojos azules la miraban directamente.
– Sí. Una vez más, estoy viuda. ¿No es extraño que mi esposo, que sobrevivió a tantas cosas, tantos años, desde que tenía apenas seis años de edad, al servicio de los Tudor, tanto en la guerra como en la paz, falleciera en un accidente tan común y corriente? Se cayó de un árbol. -Rió suavemente-. Desde el momento en que llegó, fue parte integral de Friarsgate. Todos los otoños trepaba a cada árbol del huerto, a recoger la fruta más alta para arrojarla a los delantales de las mujeres que esperaban abajo. Era muy extraño que un caballero hiciera eso, pero a él le causaba mucho placer. La rama sobre la que se apoyaba se quebró y cayó.
Logan Hepburn habría querido tomar en sus brazos a la mujer que tenía enfrente y consolarla, pero sabía que no podía. No todavía. No en ese momento.
– Lo siento. Sir Owein era un buen hombre.
– Sí, lo era.
Se hizo un largo silencio entre los dos, hasta que él dijo:
– Si hay algo que necesites, milady, cualquier cosa en la que los hombres de mi clan puedan ayudarte… -dejó la frase en suspenso.
Rosamund sonrió de pronto.
– Eres muy bueno, Logan Hepburn. Cruzar la frontera para hacerme ese ofrecimiento habla muy bien de tu persona. Tal vez en el pasado te he juzgado mal. Te debo mis disculpas.
– No, milady, soy el sinvergüenza que me acusabas de ser -le dijo con una sonrisa traviesa-. No he venido sólo a presentarte mis condolencias, como sospecho que sabrás. Pero este no es el momento de cortejarte.
Rosamund se ruborizó.
– No, no lo es. Salgo para la Corte en unos días más, Logan Hepburn. No volveré en varios meses.
Él se sorprendió con su revelación. Ella había dicho que era amiga de Margarita Tudor, la reina de Escocia. ¿Se refería a la Corte de Escocia? El corazón le latió más deprisa. Él tenía acceso a la Corte de Jacobo Estuardo por intermedio de su primo, Patrick Hepburn, el conde de Bothwell.
– ¿Vas a visitar a tu amiga, mi reina?
– No. Voy a Londres.
– No pareces una dama para la Corte.
Rosamund volvió a sonreír, porque no podía evitarlo. Él era mayor que ella y más osado. Y, sin embargo, había algo en él que a ella le provocaban ganas de matarlo y de besarlo al mismo tiempo. Volvió a ruborizarse: ¿de dónde había surgido ese pensamiento?
– No soy una dama para la Corte, milord, pero la reina ha ordenado mi presencia y debo ir. Edmund me dice que una orden de una reina no puede ser desobedecida, aunque yo lo haría si pudiera.
¿Y cómo había hecho esta campesina para conocer a la reina de Inglaterra? Pero él no iba a interrogarla sobre ese punto: no tenía derecho a hacerlo, y ella no ofrecía la información.
– Cuando vuelvas de la Corte, Rosamund Bolton, ¿me lo dirás, para pueda venir a presentarme ante ti?
– Milord… -comenzó a decir ella, pero se quedó sin palabras.
– He esperado por ti desde que tenía dieciséis años, Rosamund, y no soy famoso por mi paciencia. Consideraré tus sentimientos, ¡pero si vuelves de la Corte inglesa con un nuevo esposo, te juro que lo mataré, porque te quiero para mí!
Ella se enojó.
– ¿Y por qué debería casarme contigo? Soy inglesa y tengo mi casa aquí, en Friarsgate. ¡Tú eres escocés y vives sólo Dios sabe dónde! ¿Por qué, dime, me casaría yo contigo? Además, no tengo intenciones de volver a casarme.
– Te casarás conmigo, Rosamund, porque te amo, como te amaron sir Hugh y sir Owein. Tú aceptas con mucha indiferencia el amor de un hombre, muchacha, y no deberías hacerlo. Además, tú tienes heredera para tu casa y yo no tengo ni heredero ni heredera para Claven's Carn.
– Entonces, me ves como una buena reproductora, ¿es eso? -le espetó. ¡Ay, qué hombre insufrible!
– Si lo único que quisiera fuera engendrar más Hepburn, me habría casado hace mucho. Dios sabe que las mujeres me han acosado y se han metido en mi cama desde que tenía catorce años y alcancé mi actual estatura. Pero sólo te quiero a ti por esposa. -Su presencia era imponente.
Ella lo miró, furiosa, con las manos en la cintura y sus ojos destellaron ira.
– ¿Debo impresionarme con ese comentario sobre lo atractivo que te encuentran otras mujeres?
– Tú me encuentras atractivo -la desafió él.
– ¿Yo? -La palabra fue casi un chillido-. ¿Que yo te encuentro atractivo? Dios santo, has perdido el juicio si crees semejante cosa.
Él no pudo contenerse. Tenía que mostrarle a esa mujer cuál era la verdad. La abrazó y quedó embriagado por el cálido perfume a brezo blanco. Sintió la maravillosa suavidad de sus senos contra su recio pecho. Su boca buscó sus dulces labios y la besó como nunca había besado a ninguna mujer, con honda pasión y con gran ternura. Después, mirando la carita en forma de corazón y los atónitos ojos ambarinos, concluyó:
– Sí, Rosamund Bolton, tú me encuentras muy atractivo.
Ella se apartó y lo abofeteó con todas sus fuerzas.
– ¡Sal de mi casa, tú… -luchó por encontrar la palabra-…escocés sinvergüenza! -Su pequeño dedo índice señalaba la salida.
Él se restregó la mejilla, asombrado de que ella pudiera pegar con tanta fuerza, porque la bofetada le había dolido de verdad. Le hizo una inclinación, con un elegante floreo.
– Volveré, Rosamund, cuando regreses de Londres. Prepárate para convertirte en mi esposa, ¡pues lo serás! -y se alejó.
Si hubiera tenido algo a mano, Rosamund se lo habría arrojado. ¿Cómo alardeaba tan seguro de que se casaría con él? Ella no tenía intenciones de volver a casarse.
– Ya me cansé de enterrar esposos -murmuró entre dientes.
Maybel entró en la sala.
– Vi a un jinete. ¿Quién era?
– Logan Hepburn.
– ¿El Hepburn de Claven's Carn? ¿Qué quería?
– Presentar sus condolencias.
– Y cortejarte -dijo Maybel con una risita.
– ¡No digas eso! Ahora me alegro de irme a la Corte.
Maybel levantó una ceja y no le mencionó a su señora que también había visto al jinete dirigirse a la iglesia, donde hablaría con el padre Mata, sin duda. Rosamund se iría al día siguiente. No tenía sentido hacerla enojar más de lo que ya estaba.
En la iglesia, el sacerdote y el Hepburn se abrazaron.
– Gracias por avisarme, hermano -dijo Logan Hepburn-. Pero no me dijiste que parte a la Corte de Londres.
– Entonces ya te enteraste.
– ¿Y si le dan un nuevo esposo? ¿Y ella cómo conoce a la reina de Inglaterra? -Quería respuestas, y no las obtendría de Rosamund. Mata estaba ligado a él por la sangre. Por el hecho de que él era el jefe de su rama del clan. Mata le contaría.
Se sentaron en un estrecho banco, y el sacerdote comenzó a hablar
– Conoció a Catalina de Aragón cuando estuvo en la Corte antes de su matrimonio con sir Owein. Ella, Catalina y Margarita eran jovencitas y muy amigas. Cuando nació su hija mayor, Rosamund mandó avisar a Catalina, a la madre del rey y a la reina de los escoceses. Las tres le respondieron, pero ella se conmovió con la difícil situación de la princesa española, que le pidió perdón por lo modesto de su regalo para la recién nacida, pero le explicó que estaba en serios aprietos económicos. Al parecer, el viejo Enrique y el rey Fernando peleaban para ver quién debía pagar los gastos de la princesa y su manutención, así que ninguno de los dos se hacía cargo de nada. La desdichada vivía en la pobreza más abyecta y sus criados andaban vestidos con harapos. Rosamund le envió algo de dinero y siguió haciéndolo dos veces por año. Cuando lady Catalina se enteró de que su amiga había enviudado otra vez, le envió bastante dinero y le dijo a lady Rosamund que comprara telas para que se confeccionara trajes y que le enviaría una escolta para acompañarla hasta la Corte. Esa escolta debería llegar mañana, Logan.
– Mataré al esposo que le den.
– Y seguro que te echó de su casa -dijo el sacerdote, riendo-. No creo que este rey Tudor envíe a milady de regreso con un nuevo esposo. Su padre lo hizo porque eso se esperaba de él. Mi señora todavía está de luto por sir Owein y la reina comprenderá la delicadeza de sus sentimientos. No, hermano, esta será una visita social y lady Rosamund regresará deprisa porque no disfruta de la Corte ni de sus habitantes, los esnobs que le hacen sentir su falta de importancia. No, volverá en unos meses a su amada Friarsgate y a sus queridas hijas.
– ¿A quién le escribirá?
– A Edmund y a Maybel. Ellos compartirán el contenido de sus cartas conmigo y yo te avisaré lo que debas saber, Logan.
– ¡Bien! Ahora bendíceme, Mata, porque sé que me hace mucha falta. -Se levantó del banco y se arrodilló. El sacerdote se puso de pie, le dio su bendición y concluyó:
– Que Dios vaya contigo, Logan, y trata de no matar a nadie.
El Hepburn se puso de pie, riendo, y dijo:
– Lo intentaré, Mata, pero no puedo prometerte nada, porque tú ya sabes cómo soy.
– Sí que lo sé -rió el sacerdote y lo acompañó hasta la puerta de su iglesia. Los dos hombres volvieron a abrazarse y luego Logan Hepburn montó su caballo y se alejó de Friarsgate.
Rosamund lo observó desde la ventana de su dormitorio mientras se cepillaba el largo cabello. Le había dicho a Maybel que le dolía la cabeza y que comería en su dormitorio, pero la verdad era que no quería hablar con nadie sobre el Hepburn de Claven's Carn. Estaba acostumbrada a hombres de hablar suave que la trataban con delicadeza. Logan Hepburn no se parecía a Hugh ni a Owein. Era arrogante. No utilizaba lenguaje diplomático. No. La penetraba con la mirada y hablaba francamente.
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